“Estética y Marxismo. Teatro, política y praxis creadora” de Raúl Serrano. Ediciones del CCC, Buenos Aires, 2009. | Centro Cultural de la Cooperación

“Estética y Marxismo. Teatro, política y praxis creadora” de Raúl Serrano. Ediciones del CCC, Buenos Aires, 2009.

Autor/es: Javier Marín

Sección: Comentarios

Edición: 5 / 6

Español:

Con un lenguaje simple y directo, que no atenta contra la profundidad de los conceptos, Estética y Marxismo se convierte en un espacio de intercambio estimulante entre el autor y los lectores. El concepto de ‘práxis’ es introducido por Raúl Serrano para reflexionar sobre la creación artística, a la cual ubica en el campo general de las prácticas humanas para luego señalar su carácter específico. En su relación con su propia obra, el artista no sólo se guía por la orientación general a partir de la cual se imagina el objeto a crear, sino que va encontrando caminos que no concibió previamente y que son producto de las resistencias que le ofrece el material con el que trabaja. Se piensa también en las consecuencias del arte ligadas a las construcciones simbólicas generadas por la obra artística y su difusión.


Con Estética y Marxismo, Raúl Serrano,
respetado maestro y director de teatro, nos convoca a reflexionar sobre la
sociedad y el arte en un solo movimiento:

Hoy vivimos una época signada por la alienación capitalista.
Y la alienación significa, en el aspecto psicológico por lo
menos, que nuestra capacidad de decisión, nuestra capacidad de
creatividad comienza a desaparecer. Aparentemente la mayor parte de la
gente que vive en este sistema se aboca cada vez a menos cosas sobre las
que puede decidir y juzgar. Y estas páginas
intentan, justamente, apuntar a rescatar la imagen creativa que del
ser humano posee el marxismo
, considerado como un ser creador,
como el sujeto de una praxis que puede ser creativa, que, sobre todo, es
visto como el creador de sí mismo. Cada vez que
repito este concepto me quedo suspendido por unos instantes ante su
belleza. Se trata de una idea con un alcance y una capacidad de síntesis
que se asemeja a la que poseen las de las primeras páginas del Génesis.
(Cursivas mías, p. 9)

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Serrano parte de una reflexión sobre la cultura hegemónica
que se detiene tanto en el lugar del arte en nuestras sociedades actuales
como en el lugar del individuo. El automatismo al cual somos relegados en
nuestra vida diaria deja cada vez menos espacio para actividades en las
cuales nuestra capacidad de decidir y juzgar interviene activamente,
generando o cambiando los procesos en que participamos. Abrumados por una
gran máquina que pareciera funcionar al margen de nosotros mismos,
habitamos la realidad como si no fuéramos más que piezas
intercambiables (de hecho, con riesgo constante de ser intercambiadas).
Los ritmos de trabajo (o la angustia de no tenerlo), las jornadas
interminables, y la falta de estímulo para realizar tareas en las
cuales nada propio pareciera quedar plasmado en el resultado final de
nuestro trabajo nos van empujando al acostumbramiento, a un cansancio ya
crónico, a cierta chatura y aburrimiento que desembocan en la
desesperanza con respecto a la posibilidad de soñar rumbos
diferentes.

En este contexto, los grandes medios, que por su poder se transforman en
norma de la cultura hegemónica, reservan para el arte el espacio
del entretenimiento y la distracción, funciones que sólo son
problematizadas por algunos núcleos de artistas o críticos
expertos. El arte es empujado, no sin resistencias -vale aclararlo-, al
espacio mediático publicitario o bien al círculo de expertos
que lo analizan aceptando su lugar en una esfera autónoma, separada
de la experiencia social más general.

Ante este panorama, Serrano nos invita a repensar la “problemática
de las raíces sociales y de las consecuencias del arte” (p.
7). Retomando las reflexiones de Marx en cuanto que “el arte no sólo
construye un objeto para el sujeto, sino un sujeto para ese objeto”
(p. 25), se piensa en las consecuencias del arte ligadas a las
construcciones simbólicas generadas por la obra artística y
su difusión. Si los grandes medios plantean que el lugar del arte
es el de mero entretenimiento, esto no puede ser entendido como
producciones que no afectan nuestra mirada del mundo, sino al contrario
como el espacio donde, al mismo tiempo, se forma esa mirada. Así,
la simplificación de la realidad social, a parir de la cual se
ocultan relaciones de explotación y dominio, es resultado de la
manera en que los grupos dominantes organizan la cultura y hegemonizan las
lógicas de producción artística, así como los
criterios de valoración.

Cuando pensamos en “consecuencias del arte”, no sólo
estamos pensando en el resultado final de la obra, sino también en
su proceso de producción. El concepto de ‘práxis’
es introducido por Serrano para reflexionar sobre la creación artística,
a la cual ubica en el campo general de las prácticas humanas para
luego señalar su carácter específico. Así como
el mundo es transformado por el trabajo humano, el ser humano va siendo
transformado a partir de las transformaciones que realiza sobre el mundo.
En su relación con su propia obra, el artista no sólo se guía
por la orientación general a partir de la cual se imagina el objeto
a crear, sino que va encontrando caminos que no concibió
previamente y que son producto de las resistencias que le ofrece el
material con el que trabaja: “Se necesita, digamos nosotros, una
praxis en cierto modo creativa, capaz no sólo de concebir una
situación final sino y, sobre todo, de ir aprendiendo en la praxis
que se genera” (p. 43). En la constante negociación que se
establece entre el artista y su material se encuentra uno de los aspectos
más liberadores del arte, en la medida en que la posibilidad de
imaginar realidades posibles se cruza con la necesidad de decisiones
concretas que quedan plasmadas en un producto. El automatismo del sujeto
en el capitalismo es desmontado en el proceso de creación artística
cuando la subjetividad del creador se concretiza en la obra de arte.

Esta forma de entender el proceso de creación artística
tiene consecuencias que iluminan de manera original el resto de las
actividades humanas: el ser humano, capaz de crear realidades (sean o no
imaginarias) por medio de su trabajo, no sólo es creador de sus
objetos sino, en la medida en que esa creación lo modifica, se
transforma también en “creador de sí mismo”.

Para pensar la manera en que es experimentada la libertad por parte de las
personas que se acercan al arte, Serrano menciona la gran cantidad de
grupos y escuelas independientes de teatro en los que miles de personas
trabajan con entusiasmo sin pretender ocupar un lugar en el mercado del
arte. Se pregunta por qué los patrones no pueden hacerlos trabajar
con la misma energía y ensaya como respuesta:

La diferencia reside en que esas personas han elegido libremente, han
decidido ellos mismos y sin presiones quedarse ensayando, y además
porque son ellos mismos quienes controlan y deciden el destino de los
resultados de su trabajo. Lo que ese mismo joven hace en la oficina o en
su puesto de trabajo es muy distinto. Alguien decide por él, y
sobre todo, alguien se queda con lo esencial de los beneficios. (p. 92)

Discutiendo a la vez con posiciones posmodernistas y posturas dogmáticas,
Serrano hace una crítica, por un lado, a ciertas miradas
reduccionistas que se dieron en el campo del marxismo y que le quitaron su
filo crítico para convertirla en una forma de catecismo, y por el
otro, a las corrientes que pregonan un arte pasatista, como si pudiera
existir al margen de la sociedad en la que es producido, camino en que
“el arte deviene mera expresión de la subjetividad, (...)
juego intrascendente, menor y, en todo caso, irresponsable”(p. 26).
En este doble debate, Serrano señala la especificidad de la creación
estética, que no se puede subordinar a traducciones directas o
formas decorativas de la propaganda política, dejando de lado la
experimentación formal, ya que en el arte “la forma es el
sentido”(p. 30); al tiempo que defiende la potencialidad del arte
como práctica transformadora, profundamente comprometida con las
injusticias sociales.

Con un lenguaje simple y directo, que no atenta contra la profundidad de
los conceptos, Estética y Marxismo se convierte en
un espacio de intercambio estimulante entre el autor y los lectores.
Serrano toma ejemplos siempre cercanos a la práctica diaria para
graficar construcciones teóricas de intenso desarrollo y, antes que
nada, para transmitirnos una manera compleja y productiva de pensar el
arte y la política.

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