“La flecha y la luciérnaga” de Alberto Catena. Capital Intelectual, Buenos Aires, 2011. | Centro Cultural de la Cooperación

“La flecha y la luciérnaga” de Alberto Catena. Capital Intelectual, Buenos Aires, 2011.

Autor/es: Ana María Ramb

Sección: Comentarios

Edición: 14/15

Español:

En su libro, Alberto Catena elige como objeto de trabajo la obra dramática y narrativa de Griselda Gambaro, autora que con su aparición en el teatro argentino de los años 60, permeado por un trasnochado naturalismo, irrumpe como poeta original y rebelde ante todo encasillamiento. El ideologema dominante en la obra dramática y narrativa de Gambaro sería “el abuso del poder y la humillación del semejante, la perversión entre víctima y victimario, la represión y el miedo…”, dentro de “un universo poético absolutamente personal”, rico en metáforas y recursos sorprendentes.


Según Baudelaire, la crítica no es una ciencia sino una colaboración artística. Despegado de los sistemas académicos, Alberto Catena, periodista cultural de larga y reconocida trayectoria, aborda el estudio de la producción dramática y narrativa de Griselda Gambaro, situándose, como lo haría Baudelaire, en el centro mismo de la obra. Y si “juzgar es simpatizar u odiar”1, como admitía el poeta de Las flores del mal en función crítica, Catena se permite vibrar con los textos, sin ocultar su admiración por quien considera…

…la más grande dramaturga argentina y una de las mayores de la escena contemporánea, [quien] ha desarrollado también una labor excepcional como narradora, una labor donde los juegos de evanescencia, reverberación y trastrocamiento dan a nuestra visión de lo real una sorprendente e inédita profundidad.

Y aun impregnado de esta confesa empatía-simpatía por la autora, A. C. se desplaza hacia opiniones interesantes y originales, liberado de la carga de producir abundosas e implacables hermenéuticas que, Susan Sontag dixit2, terminan por asfixiar la obra en cuestión, o bien la excavan tanto que, al excavarla, la destruyen. Las apreciaciones y necesarias interpretaciones de A. C. serán la respuesta progresiva de la subjetividad de un crítico (aunque él no se identifique como tal), a medida que hace aprehensión de la producción de Gambaro. En ese proceso, se vale de lo que hoy se denomina hipertextualidad.

Hábil entrevistador de los personajes más disímiles, a través de los varios reportajes realizados a Gambaro en distintos momentos y para diferentes medios gráficos, Catena ha conseguido traspasar la coraza con la que se suele revestirse la autora, sin que ésta se repliegue sobre su timidez. El conjunto de esas entrevistas inspiró la idea de este libro-homenaje, en un plan que fue ganando en enjundia, y que se presenta al final en tres segmentos, amén de una introducción: “Trayectos”, “Conversaciones” y “Miradas”.

La crítica tradicional, que suele estar ávida en ubicar una producción “incómoda” bajo rótulos, etiquetas y categorías, después de escandalizarse con el estreno de El desatino en el Instituto Di Tella (año 1965), la instalan en el Teatro del Absurdo, junto con Ionesco, Beckett, Pinter y Adamov, o con el expresionismo de Roberto Arlt, o con el Marat-Sade de Peter Weiss. Más sagaces fueron aquellos que reconocieron una vigorosa raíz del grotesco discepoliano (Mateo, Stéfano), en la obra de la entonces joven autora. El grotesco criollo de Armando Discépolo se fundiría con recursos del Teatro de la Crueldad de Antonin Artaud, las influencias de Kafka y Ionesco, y el absurdo beckettiano, en un híbrido o un mestizaje donde todos esos elementos son macerados y destruidos para dar como resultado la expresión de… “la violencia, la crueldad y el absurdo que la sociedad latinoamericana produce todos los días”. Y confirma Gambaro ante A.C.: “El mundo está para ser escrito”. Ya lo dijo Artaud: “En el período angustioso y catastrófico en el que vivimos necesitamos urgentemente un teatro que no sea superado por los acontecimientos, que tenga en nosotros un eco profundo, y que domine la inestabilidad de la época”. Acerca de la crueldad, dice Griselda:

Ninguna obra de ficción ha rozado siquiera la imprudencia con la que el mundo maneja su presente y su futuro, pero nos puede dar la medida de ese descontrol supervisado. Ninguna obra de ficción ha rozado siquiera los límites de un solo gesto de crueldad, real, pero de manera casi paradójica nos puede dar la medida de esa crueldad.

El primer segmento del libro: “Trayectos”, se inicia con una breve biografía, enmarcada en cada etapa por su contexto político y económico, método que el autor no abandona a lo largo de todo el libro. Éste hace luz sobre el origen de clase de Griselda, sobre la herencia cultural de su familia y su barrio, su formación en el colegio y la Biblioteca Ciudad Luz. Señala Griselda: “… no vengo del escenario, de la práctica teatral, como muchos autores. Vengo de los libros, de la literatura dramática.

Sigue el segmento titulado “Trayectos”, un potente contrapunto de voces críticas. Ante el estreno de El desatino, César Magrini dice que la pieza y su puesta en escena, elenco incluido, es “la más desaforada de las burlas a que hemos asistido”. Más adelante y en otros estrenos, ya reconocida la obra de Gambaro a nivel internacional, cambiará de opinión, y prodigará críticas laudatorias. Incomprensible la valoración de Edmundo Eichelbaum, crítico progresista: “un mal gusto gratuito pocas veces visto”. A las críticas “vitriólicas”, se oponen las favorables, pero sin firmar, como las publicadas en Leoplán, La Razón, La Prensa, Clarín. Más decididos fueron Kive Staiff (Confirmado) y Jorge H. Andrés (Teatro XX. Opinó este último: [El desatino] debe ser el más inquietante comentario sobre la condición humana que el teatro argentino ha entregado en mucho tiempo”. Sucede lo que pasa y otras obras que siguieron lo confirman: Gambaro hunde sus raíces en la conciencia de nuestra época y la expresa por medio de un mundo cuya proximidad y extrañeza sacude al espectador y lo estremece. Rescata también Catena la lucidez de Mario Ceretti, Hilda Cabrera y Julio Ardiles Gray, entre otros practicantes de la desobediencia crítica.

Si Armando Discépolo exponía lo dramático del fracaso liberal verificado en las contradicciones vividas en los años del yrigoyenismo, la obra de Gambaro, decantada del grotesco criollo, adquiere la identidad de una poética teatral singular. En Los siameses aparece el tratamiento del tópico de la tortura en las acciones cotidianas, mientras que El campo exhibe la lógica del torturador inmerso en la maquinaria institucional. “Era la invisibilidad del horror –evoca Gambaro ante Alberto Catena– la que transformaba ese lugar aparentemente apacible que, sin embargo, era Auschwitz, en un sitio de insoportable memoria”. Insoportable e inimaginable, como los centros clandestinos de detención. Ambas obras anticipan el terrorismo de Estado en la Argentina de los 70. Recordemos que será a causa de la prohibición de su novela Ganarse la muerte por el gobierno de la dictadura3, que Griselda tendrá que partir al exilio en 1977 con su marido, el artista plástico Juan Carlos Di Stefano. Volverá en 1981, para participar en Teatro Abierto con una obra de un acto, como el resto de la muestra: Decir sí. Griselda ve en Teatro Abierto una brava apuesta “contra la atomización de la cultura impuesta por la dictadura militar”.

Griselda decide perseverar en esa apuesta contra el régimen, y un año más tarde, agosto de 1982, pone en escena La malasangre, obra escrita un año antes, la que su autora define como “la historia de un amor apasionado”. Ernesto Schóo, que nunca había sido generoso con Gambaro en sus críticas, coincide en que se trata de una historia de amor, “la de una argentina enamorada hasta la locura de su Patria y a quien, por eso mismo, su país la invita al alarido, al sarcasmo, al vómito”.4 La obra dio origen a múltiples trabajos académicos en nuestro país y en el extranjero, y a estrenos de otras piezas de la autora en Europa y los EEUU.

La señora Macbeth se estrenó en el Centro Cultural de la Cooperación en 2004, bajo la dirección de Pompeyo Audivert y con el genial protagonismo de Cristina Banegas. Recorrió con éxito otros escenarios, y en Santa Rosa, La Pampa, se vio en una puesta del director y docente Silvio Lang, quien señala que en la obra está presente “la idea de oxidar o dispersar el discurso del poder, que aparece como algo homogéneo y monolítico y que en este caso está vinculado con el deseo, la locura y la muerte”5.

A diez años del fin del terrorismo de Estado en la Argentina, y a un año y medio de los indultos presidenciales del presidente Menem, Griselda Gambaro escribe el libreto de una ópera de cámara, con música de Gerardo Gandini.6 Como bien lo testimonia la dramaturga Patricia Zangaro, “…eligió decir lo que el poder quería callar, ponerle palabras al grito mudo de los muertos, escribir ‘la herida/ en donde hablamos nuestro silencio`, como entendía la poesía de Alejandra Pizarnik”. ¿Cómo entiende Griselda la función del arte? Con su proverbial modestia, jamás impostada, ella dice: “…en general los humanos nos acercamos al arte no solo por el goce que nos depara; si no lo dejamos obrar sobre nosotros de poco sirve, poesía incluida”. Todo esto y mucho más se incluye en “Conversaciones”, largo reportaje a Griselda, realizado en etapas por Alberto Catena.

El tercer segmento, “Miradas”, incluye reflexiones de autores, directores y periodistas de gran valía: Laura Yusem, Bernardo Carey, Mauricio Kartun, Ana Seoane, Patricia Zangaro, Rubén Szuchmacher, Ricardo Ibarlucía.

Acerca del título de este libro, La flecha y la luciérnaga, explica el autor que la flecha tiene que ver con uno de los significados del nombre de Griselda, quien, ante la pregunta sobre qué desearía ser en otra vida, respondió: “Una luciérnaga. Pero apenas se apague la luz, escritora. O mejor dicho, escritora desde el principio. No es que la luz dure mucho más, es por inclinación y fidelidad a lo que he sido en ésta”.


Notas

1 Baudelaire, Charles, Lárt romantique, Paris, Garnier-Flammarion, 2001 (reedición).
2 Sontag, Susan, Contra la interpretación y otros ensayos, Barcelona, Seix Barral, 1984 (1ª edición: 1966).
3 Gambaro, Griselda, Ganarse la muerte¸ Buenos Aires, De la Flor, julio de 1976. Prohibida por Decreto Nº 1101/77, de abril de 1977, firmado por el entonces ministro del Interior de la dictadura, Albano Harguindeguy. Ver el Cuaderno de Trabajo Griselda Gambaro, exilio textual y textos de exilio de Cecilia Di Mario, Buenos Aires, Centro Cultural de la Cooperación, junio de 2004, Nº 44.
4 Shchóo, Ernesto, en: Convicción, 22-8-1982.
5 Lang, Silvio, reporteado por Hilda Cabrera, en Página/12, 28-4-2009.
6 Estrenada el 27-6-1992 en el Teatro General San Martín, Sala Casacuberta.

Compartir en

Desarrollado por gcoop.