El Bachín, teatro de ideas, cumple diez años | Centro Cultural de la Cooperación

El Bachín, teatro de ideas, cumple diez años

Autor/es: Ana María Ramb

Sección: Opinión

Edición: 8

Español:

Mientras que, con gran dignidad, se ganan la vida en segundos oficios y profesiones, los poetas-actores de El Bachín van construyendo sus artefactos en medio de nuevas y constantes búsquedas y, como se había propuesto Bertolt Brecht –que hubiera aceptado de buena gana ser su mentor–, aspiran a producir arte, filosofía y política. Ascéticos, enseñan, escriben y ponen en escena sus obras al margen de la dictadura del mercado, por la pura mismidad de lo estético.


Están allí, muy próximos. Son tan modestos, tan accesibles, tan increíblemente jóvenes. Han cosechado sus laureles y, sin embargo, no se apoltronan en el éxito. Mientras que, con gran dignidad, se ganan la vida en segundos oficios y profesiones, los poetas-actores de El Bachín van construyendo sus artefactos en medio de nuevas y constantes búsquedas y, como se había propuesto Bertolt Brecht –que hubiera aceptado de buena gana ser su mentor–, aspiran a producir arte, filosofía y política. Ascéticos, enseñan, escriben y ponen en escena sus obras al margen de la dictadura del mercado, por la pura mismidad de lo estético.

En medio de la muy rica y abigarrada actividad escénica que caracteriza a Buenos Aires, El Bachín Teatro cumple sus diez primeros años. El Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini ha brindado su espacio a esta compañía, que también realiza funciones en universidades y en villas, en la calle, en pequeños y en grandes teatros, en terrazas, sótanos, plazas, edificios abandonados y en construcción. No resulta entonces extraño que El Bachín reconozca sus lejanas raíces en el Teatro del Pueblo. Fundado en los años 30 por Leónidas Barletta, el Teatro del Pueblo fue la piedra basal del Movimiento de Teatro Independiente Argentino, al que transfirió su objetivo fundante: el arte como herramienta de transformación social. El Bachín ha tomado la posta.

Entre las celebraciones por su primera década, se incluye la publicación de dos textos de Manuel Santos Iñurrieta, su director y cofundador. Como vieja y apasionada teatrera, me resulta difícil hablar de este libro que reúne Teruel y la continuidad de un sueño y Crónicas de un comediante –y que integra la colección “En Escena”, coordinada por Jorge Dubatti para Ediciones del CCC–, sin pregnar el comentario bibliográfico con la huella dejada por las fuertes apelaciones que recibí como espectadora en ocasión del estreno en 2009 de Teruel.

Teruel, febrero de 1938. Invierno largo y duro como pocos; César Vallejo diría que la lluvia cae con revólveres lavados. Al cabo de prolongados combates, en diciembre del 37 las tropas franquistas recuperan la ciudad tomada por los republicanos. En el contexto de una resistencia jalonada por escaramuzas y tiroteos aislados, Julieta y Andrés, una pareja de actores y combatientes internacionalistas, preparan una pieza para presentársela a Rafael Alberti, que en Madrid ha montado con su mujer, María Teresa León, el “Teatro de Urgencia”. El Consejo Nacional de la República había creado las guerrillas del teatro y necesitaba obras nuevas, para lo que se convocaba a jóvenes escritores, campesinos, estudiantes, soldados, obreros.

Los dos artistas enamorados comienzan a armar la suya a partir de un sueño. La acción transcurre en un viaje entre Buenos Aires y Teruel, en el que se confunden los puntos de llegada y de partida, en una decidida ruptura de espacio, tiempo y acción. Hay un narrador que rompe el hechizo del pacto ficcional característico del teatro burgués, al instalar la ficción dentro de la ficción; un recurso audaz ya empleado por Shakespeare con la irrupción de cómicos de la lengua en Hamlet, y con el monólogo de Puck en El sueño de una noche de verano; también por Calderón de la Barca en La vida es sueño, y por Luigi Pirandello en Seis personajes en busca de un autor. Hay ejemplos más cercanos, contemporáneos de Brecht, como algunas obras de Thorton Wilder, Arthur Miller y Alfonso Sastre, pero en ellas el personaje puede salir de su rol de intermediario para involucrarse emocionalmente en la acción. Dueño y señor del discurso y el metadiscurso, el narrador en las obras de Brecht está más cerca del narrador de teatro japonés Noh, que pasa –sin solución de continuidad– de la recitación a un acompañamiento y participación siempre distantes.

Los espacios evocados a partir de la Guerra Civil Española, y de las giras de Villafañe con su Andariega por los caminos argentinos, se proyectan sobre una pantalla transparente ubicada en la boca del escenario. No están ausentes las canciones milicianas. Las imágenes de personajes queridos: La Pasionaria, Modesto, Líster, El Campesino, Miguel Hernández, Federico García Lorca, nuestro Raúl González Tuñón, el mismo Javier Villafañe, comparten un vaivén de acciones fragmentarias, no ordenadas por secuencias como lo imponía el viejo teatro según la ineludible existencia de la trama. Tampoco estas acciones son la repetición cíclica de la Historia, sino un pasado que es presente, que todavía no ha concluido, porque se trata de distintos episodios de una misma épica, que incluye algunas significativas coincidencias semánticas e ideológicas, como la de la Operación Cóndor, plan genocida que tuvo como blanco a militantes populares de los países de nuestro Cono Sur en los años 70, y la Legión Cóndor, flota aérea germana puesta al servicio del fascismo español en aquella Guerra Civil.

Hay también imágenes de la plaza en Teruel, con la escultura de un “torico” en lugar central, objeto devenido en ícono de los “nacionales” de Francisco Franco; También está frente a la plaza una modesta frutería, con un cartel que ha perdido la letra “u”. ¿U de “únanse”, de “uníos”, de “unión”? ¿Por qué no de “utopía”? O acaso: “Un día volveré”.

No bien nos abandonamos a la blandura de la empatía con los personajes, para caminar por las márgenes encantadoras del hechizo escénico, una entrada abrupta (la del Guardia Civil, por ejemplo), las imágenes proyectadas de la contienda, o la expresión de Andrés: “Tengo unas ganas de tomarme un mate…” nos rescatan de la contemplación pasiva y compasiva. “El espectador pasivo es el mejor amigo del capitalismo”, dijo alguna vez Walter Benjamin. Y así volvemos al distanciamiento que requiere el teatro de ideas, el teatro político de Bertolt Brecht.

Las interpretaciones son del más alto compromiso. Julieta Grinspan y Manuel Santos en la pareja militante, Carolina Guevara en un doble papel, y Marcos Peruyero en el narrador muestran fibra, fervor y gran trabajo actoral y colectivo.

Unas palabras para la escenografía, tan minimalista. Hay una silla que, como la del célebre cuadro de Van Gogh, quiebra la perspectiva real, y todavía va por más: incómoda a ultranza, no permite siquiera posar las asentaderas, porque su declive lo impulsa a uno a ponerse de pie y actuar. Un hallazgo que contribuye a que recuperemos nuestra autoconciencia.

Que son notables las marcas que Bertolt Brecht dejó en nuestro medio, tanto en escuelas argentinas de actores como en puestas en escena, es bien sabido. ¿Y en cuanto a la literatura teatral? Es muy reconocible el gajo que brota en los textos teatrales y las puestas de Manuel Santos Iñurrieta. Si Gabriel Celaya dijo que la poesía es un arma cargada de futuro, podemos afirmar que la influencia de Brecht está en Manuel cargada de futuro. Crónicas de un comediante obtuvo en 2007 el Premio Estrella de Mar, Mar del Plata, por la mejor dirección y el mejor espectáculo de la temporada. Cuando la vimos en Buenos Aires, con el mismo Manuel como único actor, por el enjuiciamiento de la realidad y vigorosa fantasía escénica, la pieza nos recordó el Misterio Bufo de Maiacovski, recreado por Darío Fo. Y por qué no la Patafísica inventada por Alfred Jarry, el autor de Ubú Rey, “¡merdre!” Esto, sin olvidar ciertos matices del grotesco que tan bien supo desarrollar el recordado y respetado actor argentino Tato Bores, a su vez hijo artístico de otro grande: Pepe Arias.

En Crónicas… el actor es a la vez payaso, mimo, commediante dell’arte, sobre todo y de nuevo, un narrador brechtiano. Cuando el protagonista hace equilibrio al borde del drama, como Chaplin, da una voltereta, y es el humor. Allí Manuel saca a relucir otra raíz constitutiva: la del circo criollo, padre indiscutible de nuestro teatro. La pantomima ayuda a rechazar la ilusión dramática, a recuperar el efecto de distanciamiento. A pesar de que esta obra es para un solo actor, como en toda producción de El Bachín, se tiene la percepción de que el sujeto es colectivo, que no hay acto individual.

Es que El Bachín, de manera explícita o no explícita, nos recuerda siempre que los más altos productos de arte no son individuales. Son colectivos. Por eso nos sumamos al decir celebratorio de Raúl Serrano, gran maestro de actores y teatristas, al concluir la función de estreno de Teruel: “¡Esto es el futuro!”.

En 2009, El Bachín participó del 13º Festival de Teatro de La Habana “El teatro a 50 años de la revolución”, precisamente con las dos obras que conforman este libro: Crónicas de un comediante y Teruel y la continuidad de un sueño. Se dieron cuatro funciones en La Habana y una en Santa Clara. Manuel Santos Iñurrieta y sus compañeros participaron en conferencias sobre teatro y política junto a directores cubanos, argentinos y norteamericanos. En la muestra estuvieron representados Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Ecuador, México, por América Latina, y Alemania, España, Italia, Inglaterra, Dinamarca, Eslovenia, Croacia, Turquía, por Europa, entre más de 30 compañías cubanas. Dice al respecto Manuel Santos:

Siempre los festivales son buenos lugares para aprender y, fundamentalmente, para estar atentos y saber escuchar. No existen en el teatro las fórmulas, las recetas, ni un estilo que esté por encima de otro, todos son válidos y necesarios, pero es quizás (y a lo que no renunciaremos jamás) esa actitud del artista que propone un diálogo por y hacia el otro, lo verdaderamente necesario y singular.

Entre función y función, conferencia y Malecón, La Habana Vieja y el monumento al Che en Santa Clara, la gente de El Bachín pudo trasegar las calles y esquinas de Cuba, “un país libre, donde, como dice el poeta, se elige vivir sin tener precio”. ¿Qué hace hoy la gente de El Bachín Teatro? Ha repuesto Teruel en la sala Raúl González Tuñón del CCC, y prepara un espectáculo sobre el Plan Revolucionario de Operaciones de Mariano Moreno, en el marco de nuestro Bicentenario, argentino y latinoamericano.

Con su permiso, don José Pedroni, usted que cantó a mis lejanos abuelos y sus rústicos arados, voy a parafrasear unos versos suyos:

Dejadme marchar con vosotros, artistas del pueblo, dejadme ser vuestra compañera de ruta en mi último trecho. No quiero quedarme olvidada en un mundo viejo. Quiero marchar con aquellos que entonan los nuevos cantos en los tiempos nuevos.

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