“Música desconocida para viajes” de Cristian Aliaga. Buenos Aires, Desde la Gente, 2009. | Centro Cultural de la Cooperación

“Música desconocida para viajes” de Cristian Aliaga. Buenos Aires, Desde la Gente, 2009.

Autor/es: Ana María Ramb

Sección: Comentarios

Edición: 5 / 6

Español:

Música desconocida para viajes es una obra de resistencia contra esa forma de individualidad precaria que es la única individualidad que pretende concedernos el mercado como ministerio de administración de economía, de cultura, de nuestras vidas. Puede que los viajes de Aliaga, viajero experimental y poeta, hayan respondido a un plan previo, pero los modos con los que el escritor alimenta el imaginario y las prácticas estéticas de su cuaderno parecen libres de toda tiranía de horarios y rutinas, y abandonados apaciblemente a la posibilidad de una revelación —que puede ser sensorial, histórica, espiritual, o sociológica— que quizás surja, o tal vez no, pero que estará siempre propiciada por la intuición, la curiosidad y la materia impalpable de los sueños.


width="120" height="180" alt="Música desconocida para viajes - tapa"
align="right" vspace="5" hspace="5" />Tal vez más que ningún
otro, el discurso poético presupone, como lo entendió Rainer
María Rilke, la “experiencia de lo real”. Una realidad
oculta, no registrada antes, acaso velada de tanto verla día a día,
y sobre la que habrá que apoyar, recomendaba Goethe, apenas la
punta de un solo pie; los surrealistas sabrían dar cuenta de esas
crestas alineadas tras la superficie de las cosas.

Podríamos definir como microrrelatos estos textos breves de
Cristian Aliaga. Y estaríamos en lo cierto. Sin embargo, pensamos
que la finalidad del autor no está tanto en narrar hechos
puntuales, sino en transmitir sensaciones, percepciones. Visiones del
mundo. “No hay afuera mientras se viaja”, dice Aliaga, nacido
en Darragueira, agobiado tal vez por la inmensidad de la pampa natal,
redonda y chata; habitante de la Patagonia no menos desbordante, y
peregrino de los bosques y costas chilenos, de La Pedrera oriental, o de
las orillas del Titicaca —lago ataviado para el carnaval—,
cuando no abrumado espectador de la chatarra uniforme y oxidada que
excreta el imperio [norte] americano: sus no—lugares. En “Adornos
de lata” comienza así su descripción de Hillsboro—Waco:

Como banderas florecen las liquidaciones, adornos de lata, figuras
enarboladas sobre los techos para ofrecer Big Macs. ¿El césped
y las flores rojas mitigan una tragedia? Nada hay para apresar sino la
fugacidad. Los rincones se repiten como una versión multiplicada de
un universo sin sentido.

En la escritura de Cristian Aliaga “lo real” tiene su
opacidad, su noche, su no—decir. Una aproximación a lo
inalcanzable. En su deriva acompasamos, o bien contraponemos nuestra
propia experiencia a la del autor: O, gracias a él, nos la
inventamos, porque ya se sabe que una cabal lectura de lo real pasa por lo
imaginario. En “Astillas de los huesos” (Estancia La Anita),
dice Aliaga:

No se busca un lugar donde morir, sino lugares que guarden muestras del
espíritu de los muertos. En el Cañadón de Jaramillo,
donde los vestigios de Facón Grande asoman como testigos, es
posible ver el atardecer bajo la desolación, y el viento helado
levanta astillas de sus huesos que fosforecen bajo los destellos del sol.
Un pequeño animal escarba a centímetros de un fémur
que parece volver a levantarse. A unos metros de aquí lo fusilaron
los fusiladores del Máuser, ni la ruta pasa por este pueblo, como
disparos retumban los gritos de sus descendientes en soledad.

Si nos permitiéramos escandir en versos libres los textos de Música
desconocida para viajes
, tendríamos un
libro de poemas. Pero el caso es que Aliaga eligió la prosa como
formato; estamos entonces ante una prosa poética que se inscribe en
la mejor tradición, desde Los cantos del Duino del
mismo Rilke (“Todo ángel es terrible”) hasta Historias
de cronopios y de famas
de Julio Cortázar, sin olvidar al
temprano Antonin Artaud de El ombligo de los limbos y El
pesa—nervios
, publicados mucho antes de que su autor se
apasionara por el teatro de la crueldad en El teatro y su doble,
o se interesara por la cultura ancestral de los Tarahumaras en su viaje
por México. Tampoco hay que omitir la obra de Oliverio Girondo,
poeta de vanguardia, quien luego de deslumbrar a sus lectores con sus Veinte
poemas para ser leídos en tranvía
, reincide en la
poesía de viaje con Calcomanías, fruto de su
periplo por la España de los años 20, en un deambular sin
propósito característico del flaneur, al que
Walter Benjamin definió como el libre paseante, gozador y
reflexivo, que vaga casi al azar por calles y paisajes, entregado a lo que
le ofrece el destino.

Puede que los viajes de Aliaga, viajero experimental y poeta, hayan
respondido a un plan previo, pero los modos con los que el escritor
alimenta el imaginario y las prácticas estéticas de su
cuaderno parecen libres de toda tiranía de horarios y rutinas, y
abandonados apaciblemente a la posibilidad de una revelación
—que puede ser sensorial, histórica, espiritual, o sociológica—
que quizás surja, o tal vez no, pero que estará siempre
propiciada por la intuición, la curiosidad y la materia impalpable
de los sueños.

René (que no Pierre) Ménard dijo que la poesía
moderna no adorna, no distrae, no es un ornamento de la vida interior,
sino una tentativa, a veces desesperada, de devolver al hombre poderes
comprometidos por la civilización cuantitativa y mecánica.
Y, también en sus más grandes logros, de crearle otros
nuevos. Es, qué duda cabe, instrumento de desalienación
porque hace que el lector se enfrente a sí mismo y rescate, de una
manera fecunda, su propia libertad. Música desconocida para
viajes
es una obra de resistencia contra esa forma de
individualidad precaria que es la única individualidad que pretende
concedernos el mercado como ministerio de administración de economía,
de cultura, de nuestras vidas.

Publicado originalmente por Ediciones Deldragón (Buenos Aires,
2002), Mario José Grabivker, director editorial de Desde la Gente,
marca otro de sus grandes aciertos al asumir una segunda edición de
libro, tan cuidada como la primera; es un acto feliz reponer un libro que
ofrece el disfrute, un desmarque hacia el justificado hedonismo. Música
desconocida para viajes
merece ser leído por todos. En su
prólogo, escribe Francisco Madariaga (¿quién dijo que
ya no está?):

Los de este libro son cuadros de viaje (interiores y exteriores), viajes
americanos con misteriosos instantes de vida—suerte—muerte. De
pronto, de entre los fracasos, las arenas, el océano, se vislumbra
un no—fracaso: la lejanía.

Las palabras de Madariaga al definir el libro de Cristian nos recuerdan la
sugerencia de Alexander von Humboldt, gran viajero científico de la
Modernidad, y a la vez viajero romántico con una concepción
estético-filosófica del territorio, los pueblos y la
Naturaleza: “Viajar conservando siempre una visión rigurosa y
a la vez exaltada del mundo.”


Cristian Aliaga. Es periodista, catedrático y
poeta. Publicó Viaje interior por los márgenes de la
Patagonia Austral,
serie de crónicas incluidas en
Patagonie, une tempete d’ imaginaire
(Autrement Editions,
París, 1996), y es autor de varias antologías: Sur del
Mundo, narradores de la Patagonia
(Comodoro Rivadavia, 1994), Comodoro
Rivadavia 1900—1940, años de imagen
(Comodoro
Rivadavia, 1994), Patagónicos. Narradores del país
austral
(Buenos Aires, 1997) y Los mejores relatos patagónicos
(Buenos Aires, 1998). Recibió el Primer Premio Nacional
de Literatura “30º Aniversario del Fondo Nacional de las Artes”,
el Premio David Aracena al mejor autor patagónico
editado en 1988; también distinciones de la Secretaría de
Cultura de la Nación. Periodista de prensa, radio y televisión,
participó del Taller de la Fundación para un Nuevo
Periodismo, dirigida por Gabriel García Márquez. Es
responsable de Confines, suplemento cultural del diario El
Patagónico
, e integra el Consejo de redacción de
la revista Último Reino. Dirige la Editorial
Universitaria de la Patagonia y la revista digital Revuelto
Magallanes.

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