Entrevista con Eduardo Pavlovsky: “El teatro es, para mí, la vida” | Centro Cultural de la Cooperación

Entrevista con Eduardo Pavlovsky: “El teatro es, para mí, la vida”

Autor/es: Jorge Dubatti

Sección: Palos y Piedras

Edición: 14/15

Español:

Comprometido desde siempre con la realidad social y política de nuestro tiempo, y a medio siglo de sus primeros estrenos teatrales, en su próxima obra Eduardo Pavlovsky se propone aprehender una subjetividad social nueva: qué hace, cómo vive en su cotidianeidad un sector marginal de la población, en el que, desde ya, la burguesía no está pensando.


En el verano atravesó una compleja operación, que lo obligó a interrumpir momentáneamente los ensayos de su nueva obra, Asuntos pendientes. Pero Eduardo “Tato” Pavlovsky ya está dispuesto a ensayar de nuevo, para estrenar en setiembre en el Centro Cultural de la Cooperación, junto con grupo que integra Susy Evans, Eduardo Misch y la directora Elvira Onetto.

– Los ensayos de Asuntos pendientes están un poco en contraindicación médica –explica Pavlovsky, con cierto remordimiento, tal vez pensando en que su médico leerá esta nota–. Pero ésta no es una obra en que yo tenga que salir al ruedo, a gritarla, como Variaciones Meyerhold, Potestad o La muerte de Marguerite Duras. El protagonista de Asuntos pendientes es el personaje del ‘Pibe’, que hace el actor Eduardo Misch.

Mientras tanto la prestigiosa revista Gestos, de la Universidad de California, Irvine, en Estados Unidos, acaba de publicar el texto de Asuntos pendientes, y se encuentra en proceso de edición una selección de sus obras en Brasil, México y Buenos Aires.

–Escribir y publicar mis obras es importante, pero siento que realmente hago teatro cuando estoy en el escenario –confiesa–. He visto a Jean-Louis Trintignant en Los Ángeles, haciendo mi obra Potestad, y he pensado: “Qué bien, mirá a dónde llegaste...”. Pero intelectualmente. Yo necesito actuar. Hasta que me paró la operación, estuve actuando Potestad, en el Cervantes, ante 800 personas, y antes hice Solo brumas. Estoy entrenándome físicamente hace dos meses. Esta obra me va a agarrar muy bien físicamente, dentro de las limitaciones que tiene haber sido operado del corazón. Si fuese una obra muy fuerte, no la hago. El teatro es, para mí, la vida. Es un sentir importante que le da a mi vida. Eso cura. No me ubico sin el teatro. Pero vuelvo a ensayar con mucho espíritu de cuidado de mí mismo.

A los 78 años, Pavlovsky festeja medio siglo del estreno de sus dos primeras obras, La espera trágica y Somos, llevadas a escena por el grupo Yenesí en 1962, con Pavlovsky en el elenco. Pero Tato quiere que la celebración sea arriba del escenario: haciendo Asuntos pendientes.

Caracteriza el teatro de Pavlovsky una permanente renovación. Así como en Potestad (1985) trabajó sobre el robo de niños en la dictadura, y veinte años después, en Solo brumas (2008), tomó el tema de la mortandad infantil y la complicidad civil frente a la nueva miseria, ahora en Asuntos pendientes Pavlovsky aborda el problema de la compra-venta de niños y de la inserción de esos chicos en una nueva familia.

–El protagonista de la obra –continúa– es un chico de Formosa, comprado a la madre por unos pocos pesos. La presencia de ese chico es muy fuerte en cuanto a contenidos sexuales, porque para la señora de la familia, cuando el chico crece, es un hombre, no es su hijo. Ella lo inicia. Ese chico es el exponente de una generación perdida, que atestigua en su entorno una carencia total de valores.

De pronto, el padre adoptivo mata al “Pibe” por accidente. Asuntos pendientes evidencia la preocupación de Pavlovsky por el futuro de los jóvenes en la sociedad actual, especialmente los de las clases más bajas y marginales.

–Uno escribe sobre dos o tres temas –afirma Pavlovsky–. Beckett escribió sobre dos temas. La relevancia está en cómo esos temas se pluridimensionalizan, se diversifican para producir un fenómeno de multiplicación y logran hacer pensar al espectador. Han surgido nuevos problemas sociales, y yo he querido estar con esos problemas en escena. Esta obra es una manera de estar en el teatro con una subjetividad social nueva: qué hace, cómo vive en su cotidianeidad un sector marginal de la población, en el que la burguesía no está pensando.

Fuera de la clase alta y de la clase media, que es tan fuerte en la Argentina –agrega Pavlovsky–, queda un 25% del país donde ocurre una serie de fenómenos inexplicables en la infancia: niños que no estudian, no tienen agua potable, tienen una infancia sin esperanza, y lo más importante es que piensan que la vida es así. No tienen voluntad de protesta, creen que la vida que les tocó es simplemente así. No se advierte en ellos un nivel de movilización, de conciencia y compromiso, como en ciertos sectores de la clase media.

–Estos chicos no tienen una orientación, ni ética, ni valorativa –reflexiona el autor de Asuntos pendientes–. Matar es parte de su universo, les dan 500 pesos y les encargan: “De aquella familia, a esos dos, bajamelós”. Esto no es nuevo. Un amigo le dijo a un comisario que había un tipo que lo estaba jodiendo, y le pidió que lo parara. El comisario lo sorprendió: “Con mil pesos, nosotros lo solucionamos, y ya está”. Yo conozco a alguien a quien esto le sucedió como víctima, no fue un robo ni un negocio, le pegaron con dos o tres bates en la cabeza y se la destrozaron. La maquinaria social fabrica estos personajes. Cada vez está más dividida la sociedad, y los de este sector no son pocos, son varios millones.

Para Pavlovsky…

–Hay que trabajar teatralmente sobre estos temas de la miseria y la cotidianeidad, y especialmente sobre el fenómeno de subjetividad que aparece cuando estos temas se transforman en odio. Mi teatro propone que se hable más de estos temas. Hay que pensarlos, en términos de salida futura para la nueva generación. Hay en este momento en el mundo una especie de grito desesperado, sin una claridad de lo que se grita, pero parece que subterráneamente gritan en Moscú, en Brasil, en todos lados. Acá no. Acá parecería que el problema pasa por otro lado, y no es así. Me interesa la subcultura de esta gente, no la del que estudia, sino la subcultura de los marginados que tiene sus leyes, sus reglamentos, sus valores, su manera de ganar el dinero, de no estudiar, de sobrevivir.

Cuando se le pregunta cómo escribió Asuntos pendientes, Pavlovsky recuerda: “

–Mi trabajo es intuitivo: tengo una imagen, que se va conectando con otras imágenes, como en una telaraña. La imagen de Asuntos pendientes se relaciona con la maquinaria represiva civil en un momento de nuestra historia. Es una obra onírica, pero lo onírico tiene un valor de inscripción de lo social-histórico.

El teatro de Pavlovsky siempre adquiere una profunda dimensión política, siguiendo la línea de El señor Galíndez o Potestad. Pero no apunta a la pedagogía ni al sentido único.

–Cuando me hablan de mi teatro, siento que me están dando versiones de mi obra que yo no conocía. Como dice Umberto Eco: la obra es lo que se representa, pero además todos los fenómenos de subjetividad de los que la están viendo. Cada uno daría su versión. Tampoco sé si en el momento en que escribo estoy escribiendo esto que te estoy diciendo. Toda obra es pura multiplicidad.

Cincuenta años después, Pavlovsky mira hacia atrás y se detiene sobre sus obras iniciales, estrenadas con el grupo Yenesí, bajo la influencia de Ionesco y Beckett. Observa:

–La vida está muy determinada por lo social o por la infancia de uno, pero también hay grandes casualidades. Querer encontrarle el significado profundo a cada gesto nuestro, nos imbeciliza. Es intentar apresar algo cuyo sentido es mucho más amplio. Hay un personaje de aquellas primeras obras que siempre maniobró mi teatro: Mr. Ronald, una especie de abogado, de clase alta, en el fondo un perverso. Ese personaje apareció cuando empecé a escribir La espera trágica, mientras mis tres hijos estaban jugando, recuerdo que hacían un ruido bárbaro. En La espera trágica estaba escribiendo sobre la política, la opresión, la incomunicación, el absurdo y la creación. Se la di a Julio Tahier y enloqueció de ganas de hacerla. Con el Yenesí formamos parte de la vanguardia de los sesenta.

Sobre la mesa de trabajo de Pavlovsky se ven apilados varios libros sobre Stalin: Llamadme Stalin de Simon Sebag Montefiore, La revolución rusa y Los que susurran de Orlando Figes, Desde aquella oscuridad de Gitta Sereny, Stalin. Luces y sombras de Gonzalo Abella, entre otros.

–Estoy leyendo sobre Stalin, porque últimamente tengo una imagen sobre él que me ronda. Voy a trabajar esa imagen para una nueva obra, que tal vez estrenemos el año próximo. El libro de Simon Sebag Montefiore me sirve de eje. Quiero hacer una obra sobre la infancia y la adolescencia de Stalin. Vivía en Tiflis, Georgia, otra Rusia. Era religiosamente ateo, por el partido, pero estudió y se recibió en colegios católicos. Formaba parte de un grupo de adolescentes que salían a robar, y les dio una clase sobre cómo asaltar un banco. Era un maestro del disfraz: vivía cantando y disfrazándose. Sanguinario siempre. Tenía una lógica, pero la lógica más dura: amaba al Partido, era comunista. Roba un banco y le da el dinero a Lenin, para el partido. Siempre aparece en mí la preocupación sobre cómo era la cabeza de esta gente. ¿Cómo pudo existir un hombre responsable de la muerte de veinte millones de rusos, incluso amigos personales y parientes? Me atrae el misterio de tanta crueldad en un solo hombre. Se lo conoce por sus crímenes, pero no por sus mujeres, por los bailes, por los juegos. Tenía un solo amor: el Partido. Esto es muy complejo. Stalin es tan demoníaco, que no sé si me voy a animar.

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