Cuando la ausencia es presencia. Recuerdos de un encuentro de sabores distintos | Centro Cultural de la Cooperación

Cuando la ausencia es presencia. Recuerdos de un encuentro de sabores distintos

Autor/es: Carlos Fos

Sección: Palos y Piedras

Edición: 14/15

Español:

Desde una perspectiva “neohistoricista”, Osvaldo Pellettieri, pionero y figura relevante entre los estudiosos del teatro argentino, planteaba el fenómeno teatral, no como un hecho aislado, sino de manera integral: en su contexto histórico. Además, valorizó la figura del actor argentino, y el papel del teatro en nuestra cultura popular. Carlos Fos recuerda aquí al maestro fallecido un año atrás.


Cuando tenemos la tarea de reseñar un congreso de cualquier especialidad, solemos detenernos en la calidad de las ponencias presentadas, en los especialistas nacionales o internacionales que participan, o en los debates que se generan sobre las herramientas de pesquisa utilizadas. Estos tópicos y otros salientes, sobrevuelan cualquier balance de un encuentro de cierta envergadura. Pero, en este caso particular, voy a tener que transitar un camino diferente, al referirme al, organizado durante el mes de agosto de este año por el GETEA. Un punto de reunión ya tradicional para los investigadores teatrales del mundo en el que se discuten e intercambian ideas para comprender un panorama escénico cada vez más complejo. Repasar las voces que habitaron durante cinco días la sede de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires en la calle 25 de Mayo nos enfrenta con una riqueza polifónica que da cuenta del crecimiento cuantitativo y cualitativo de los estudios del área. En estas celebraciones de la diversidad del conocimiento comprobamos que las búsquedas son emprendidas desde bases epistemológicas distintas, alcanzándose resultados no excluyentes. Así, en las charlas de pasillo, en las preguntas emanadas de los trabajos leídos, de las conferencias y mesas redondas, se afirmó la necesidad imperiosa de abandonar miradas estrechas para elegir caminos multidisciplinarios. Sin solemnidad, reinó el rigor de actualizar y ampliar los instrumentos, hasta el momento utilizados, para superar nuevos desafíos. Pero este clima de ceremonia del pensamiento crítico estaba teñido por una ausencia. Por primera vez, al abrirse las sesiones en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín, no nos daba la bienvenida Osvaldo Pellettieri. Imposible es entender el desarrollo de estas jornadas puestas en homenaje al gran Pablo Podestá, sin resaltar esta falta, tan imposible como imaginar a la investigación teatral de postdictadura sin su titánica labor. Ese profesor, incapaz de quebrarse ante la seguridad de sus convicciones, había promovido desde su lugar de docente universitario la creación del Grupo de Estudios de Teatro Argentino e Iberoamericano, verdadero semillero donde se formaron y se forman algunos de los investigadores más destacados del medio local. Con una propuesta innovadora y con una solidez teórica notable para el campo teatral del momento, planteó la pesquisa escénica como un proceso que requería de dedicación plena, de capacitación constante. Eligió, entonces, hacerlo desde una perspectiva “neohistoricista”. Uno de los intereses de Pellettieri era plantear al fenómeno teatral, no como un hecho aislado, sino estudiarlo de manera integral, contextualizado históricamente. Con una notable capacidad de trabajo y un deseo de conformar cuadros de profesionales cada vez más calificados, el GETEA organizó mesas redondas, jornadas y finalmente congresos que agrupaban a especialistas de todo el país. Estos congresos, que pronto serían de alcance internacional, eran la fiesta anual esperada por la comunidad teatral toda. La visita de colegas prestigiosos alimentó el trueque, que tomaba anclaje en publicaciones regulares. Los proyectos parecían interminables, ya que se sostenían en esa prepotencia de trabajo de Osvaldo, acompañada por su curiosidad eterna y su deseo de periodizar la actividad que lo apasionaba, teniendo en cuenta los ejes que se había trazado como instrumentos teóricos. Fue un militante de sus ideas, que compartía con generosidad con sus alumnos y pares. No titubeó en transitar el país, para “contagiar” esa pasión sin límites. Así prosiguió su labor, incorporando al GETEA a investigadores de todas las regiones. La Historia del Teatro Argentino, con su complemento en los tomos del Teatro de las Provincias, sólo pudo ser inspirada por un grupo de profesionales que contaban con la palabra sabia y el apoyo incondicional de Pellettieri. Sus alumnos, hoy docentes, miembros muchos del CONICET, son el testimonio viviente de que esta tarea ni siquiera ha llegado a la mitad del camino que había imaginado. No es posible que nos deje uno de los máximos arquitectos de la investigación moderna, sin que perviva su lucha por evitar la pereza y la salida fácil en el tratamiento del análisis dramático. Su pérdida irreparable, sólo podrá ser atenuada por el redoblado compromiso de todos, cada uno con en su lugar de crítico o investigador y con sus propios enfoques teóricos, que pueden ser o no los que él propuso. Y, mezclado con la tristeza y la emoción, surgía esa sensación en las sesiones del Congreso. Ese espacio que Osvaldo había generado está integrado por estudiosos listos para completar proyectos iniciados, para confirmar a la Maestría en Estudios de Teatro y Cine Argentino y Latinoamericano como un ámbito de excelencia de reconocidos méritos, para lanzar nuevas publicaciones y sostener Teatro XXI, una revista de consulta inevitable.

Atrás quedaron los ecos de los talleres ofrecidos, de las palabras de teatristas recordando el trigésimo aniversario de Teatro Abierto, o de las entregas de nuevos premios a la actividad teatral. Días de febril actividad, de aprendizaje, de reencuentro. Esos susurros se fueron apagando hasta el XXI Congreso, con la certeza de que la misión de ese amante de Armando Discépolo y el tango apenas está perfilada. Osvaldo estaba empeñado en rescatar el lugar que el actor ha ocupado en el devenir del teatro nacional, visibilizando al intérprete popular, muchas veces menospreciado por el viejo discurso académico, y profundizando los cruces entre lo culto y lo popular. El primer tomo del Diccionario del Actor fue uno de los últimos libros que presentó. Dejo de teclear en mi computadora, trayendo su voz en una nota que le realizó el diario Página 12 en su edición del 28 de julio del año 2005: “y hacerse cargo de ese divorcio [entre lo culto y lo popular], porque, finalmente, al teatro argentino lo salvó Armando Discépolo, a quien en algún momento consideraron un autor de cuarta. No olvidemos que llegaron incluso a mandarlo a aprender castellano”.

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