La invención de uno mismo. Camila Sosa Villada, actriz de su propia vida | Centro Cultural de la Cooperación

La invención de uno mismo. Camila Sosa Villada, actriz de su propia vida

Autor/es: Analía Melgar

Sección: Palos y Piedras

Edición: 11

Palabras clave: Teatro, Género, Travesti

“Camila se maquilla todos los días. Al menos le dedica quince minutos por día a la confección de su máscara. Porque quiere ser bonita y poder encontrarse con un niño bonito y no tener que agachar la cabeza por causa de su fealdad. […] Nadie sabe que Camila una vez se mató y encontró la forma de hacerlo sin que nadie lo note. Ya ha matado a varias Camilas en estos años”. Así se retrató a sí misma Camila Sosa Villada, actriz, escritora, cordobesa de nacimiento, de sexo masculino en su DNI vigente, y autodeclarada, como una identidad más o menos precisa, más o menos elocuente, “travesti”.

Camila Sosa Villada es una actriz excepcional. Ella se inventa a sí misma en el escenario, como sus otros colegas lo hacen en cada ensayo y en cada función. Pero Camila Sosa Villada lo hace también en su vida fuera de las tablas. Es que asumirse como travesti implica, al menos para ella, saberse actriz las 24 horas del día. Y lo enuncia con una clarividencia digna de la más profunda teoría del teatro: “La actuación es algo que ejecuto todos los días de mi vida desde que supe la naturaleza de mi identidad sexual. Las travestis y los travestis son, antes que nada, actores y representantes de un papel. Son tan prodigiosos en esa representación, que en un momento el mar y el cielo se funden en algo azul, la vida y la representación de una vida terminan siendo algo azul. Como el horizonte en el mar. Por eso, no sé justo cuándo llegué a la actuación, porque ese dato me implicaría precisar cuándo supe que iba a ser travesti. Pero ya antes de ser travesti, pude comenzar a actuar en el teatro, con todos los ritos y contratos que le son propios a este arte: en la primaria, en los actos, era algo que en verdad me gustaba mucho”.

Esta vocación y esta capacidad de autobservación incipientes se profesionalizaron: “Cuando me vine a estudiar de Mina Clavero a Córdoba Capital, en la Facultad de Comunicación empecé un taller que daban en el Centro de Estudiantes. En 2003 entré a estudiar en el Departamento de Teatro de la Facultad de Filosofía y Humanidades, de la Universidad Nacional de Córdoba. Allí, hay grandes maestros que me han marcado mucho. Oscar Rojo, además de excelente actor, es un gran, gran, gran entrenador de actores: estudiar con él me convenció de la disciplina y del entrenamiento teatral. También Roberto Videla, un director de teatro y un profesor con una sensibilidad exquisita: el buen gusto no se aprende, dicen. Y por supuesto, conocí a Paco Giménez quien es, en verdad, más que un maestro. Para mí, es el comienzo de entender una vida como actriz. Y comprender la magnitud de lo que significa la vocación de la actuación. Paco Giménez es un oráculo, alguien que me develó lo que nadie pudo”.

Varias obras, unipersonales y grupales, desarrolló Camila Sosa Villada: “Antes, participé de una búsqueda teatral que titulamos Composiciones espontáneas, donde representaba a la madre travesti de Hitler, y de una versión de Las criadas, de Genet, que dimos en llamar, con gran fortuna, Mugrientas”. Pero el reconocimiento y las ofertas laborales en teatro y en cine le llegaron a partir de Carnes tolendas. Retrato escénico de un travesti, obra de 2009 donde narra su drama personal montado sobre metáforas de lo prohibido, la carne, la máscara, la teatralidad.

Para esta joya del género del biodrama, que sigue la línea de Vivi Tellas, Camila Sosa Villada recibió una refinada dirección de María Palacios, precisamente con el asesoramiento de Paco Giménez. En Córdoba, ya dieron 75 funciones, para más de 6.000 personas. Después de la sala La Cochera, se incluyeron en la Fiesta Nacional del Teatro 2010, se presentaron en Ciudad de Buenos Aires, en La Plata, en Paraguay, y ya se anuncian otras giras.

Después de pasar sus primeros 27 años haciendo ropa para vender, limpiando casas, bailando en boliches, Camila Sosa Villada ahora vive por completo de su profesión, en la que subyuga con su capacidad para despliegues camaleónicos. En Carnes tolendas, muta en una serie de personajes contrastantes, con sólo el recurso de su voz, su cuerpo y algo de vestuario. A través de fragmentos que se arman como un collage, ficcionaliza su vida. En Camila, conviven muchas Camilas, muchas historias. Como ella misma escribió: “Camila conoce muchas historias. Camila ha leído todos los libros del mundo para poder contar historias a sus amantes. […] Ellos tampoco se acuerdan de su nombre. Camila. Camila eligió su nombre por Camille Claudel... amante de Rodin. Una mujer muy talentosa y bonita. […] Camila se ha alimentado de los mejores escritores, ha visto las mejores películas, escucha las mejores canciones. […] Trata de darte toda la belleza de que dispone gracias a su aprendizaje. Camila quiere contarte que una ballena apareció un día nadando en un río de Londres, Camila quiere contarte que una vez vio a muchas monjas que corrían riendo por la calle perseguidas por niños. Camila quiere contarte de una película que vio hace poco, donde se veía cómo una mariposa salía de su crisálida después de 64 años de estar ahí dentro”.

Esta multiplicidad de historias que narra y que encarna se entretejen, aparecen por un resquicio, detrás de una coma o de un brevísimo punto, se van y vuelven con la velocidad de un abrir y cerrar de ojos. Darse vuelta y ser hombre. Tomar una bocanada de aire y ser niño. Cambiar una pieza de vestuario y ser mujer. Inventarse sin descanso. Así, en Carnes tolendas, Camila Sosa Villada se convierte en su propio padre, duro, conservador; en su madre, dulce, comprensiva; en un santiamén es la Bernarda Alba más siniestra y la más desgarrada Yerma que jamás Lorca imaginó; segundos después, pronuncia el más castizo español de una madrileña de alta sociedad que despliega prejuicios y fantasías: “¿Me puedes decir dónde carajo escondes la polla?”. ¿Cómo muta también, y con tanta verosimilitud, su modo de pronunciar el español, como se metamorfosea la identidad en sexo, nacionalidad, edad, cultura? “Me largué un día diciéndome que todos los textos de Lorca deben sonar eshpañioleh, y me puse a imitar películas españolas, hasta que le agarré la mano. No conozco España”.

¿Y cómo fue ese proceso creativo que terminó en una obra lúcida y que permitió hacer lucir una actriz que tenía apenas visibilidad en Córdoba? “Hicimos Carnes tolendas sobre una premisa muy antigua: narrar. La narración oral. Espontánea. Fue como una selección natural de mi vida cotidiana, que servía teatralmente. Tal anécdota, tal sensación, tal imagen. Después, en función de lo que teatralizábamos de mi vida, ubicábamos textos de Lorca que significaban la teatralidad total de mis circunstancias: Bernarda Alba, con mis padres; Doña Rosita la soltera, con el amor… Las canciones fueron caprichos musicales que nos interesaba ver mezclados en la obra. En el proceso, siempre teníamos tres patas: Lorca, mi historia y el teatro. Paco Giménez quería que la obra cubriera todos los aspectos: poesía, humor, franqueza, músicas, imágenes…”.

En este recorrido de variopintos aspectos, esta actriz talentosa y sensible, histriónica y perfeccionista, canta, se viste, se pinta las uñas, hace una pausa, mira al público, y larga uno de esos párrafos que ella misma ha escrito sobre qué significa ser travesti. A lo largo de la obra, parece ser una brillante preparación, una deseante dilación para llegar al clímax de la última escena, en la que Camila Sosa Villada se desnuda por un fugaz instante. Es efectista, sí, pero está, sin dudas, justificada porque corona ese conflicto identitario que ronda toda la pieza. En palabras de la intérprete: “Siempre quise desnudarme en la obra. Yo no tengo operaciones estéticas y no pienso tenerlas, al menos ahora. No las necesito, me gusta mi cuerpo así como es. Yo quería mostrar un cuerpo desvestido, el cuerpo de un travesti desvestido que no fuera el que se ve en la pornografía o en las escenas clásicas. Un travesti que se ofrece para que la gente entienda hasta qué punto, en mi existencia, todo es una gran contradicción, compleja infinitamente. Sin embargo, la dificultad está en el grito final, no en el desvestimiento. El compromiso como actriz es terrible, porque la voz a esa escena llega muy gastada del esfuerzo. Pero siempre resta una última fuerza para gritar la tragedia, dar ese grito de no poder nunca ser mujer”.

En Carnes tolendas. Retrato escénico de un travesti, no hay golpes bajos, no hay sobredosis de sensiblería; hay la exposición escénica de las tensiones entre ser y no ser, tensiones que no se relajan con el aplauso final, puesto que el cuerpo que allí se exhibe las lleva sobre sí mismo. En esa irremediable indefinición, el trabajo del equipo de Camila Sosa Villado, María Palacio y Paco Giménez calibró el punto de encuentro perfecto entre la ficción autobiográfica, la transición del actor al personaje, y la constante e inestable construcción de esa nueva persona, que es un travesti.

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