A Trump Rezando
Por, Genaro Graso Cerrano
Durante el G-20, el presidente Mauricio Macri intentó alcanzar acuerdos con el mandatario de Estados Unidos, Donald Trump, para garantizar el apoyo financiero del FMI. A cambio ofreció colaboración geopolítica. Ante la tensa calma que exhibe el tipo de cambio, parece que el aval estadounidense aplacó las “desconfianzas” del mercado. Esta afirmación merece una discusión un poco más seria y pormenorizada.
Ni la “confianza” ni el “carry trade” frenaron el dólar. En los últimos ocho meses, la salida de capitales de corto plazo (inversión de cartera neta) fue de 7234 millones de dólares, de los cuales 955 millones de dólares fueron entre noviembre y diciembre. Desde abril huyeron por contado con liquidación, sin afectar reservas, otros 4357 millones de dólares. Asimismo, el rendimiento de títulos de mediano plazo en dólares como el Bonar 24 oscila el 10 por ciento, una tasa a la cual es impensable poder emitir deuda. No parece haber confianza en los “mercados”.
Existen dos motivos por los que se estabilizó el tipo de cambio en el corto plazo: uno interno y el otro externo. En el ámbito doméstico, la fuerte recesión frenó las importaciones y la fuga de capitales, de una forma mucho más abrupta de lo esperado: mientras que el promedio de octubre y noviembre del nivel de actividad cayó 4,8 por ciento respecto a la media de los primeros 9 meses; las importaciones retrocedieron 27 por ciento, los gastos de viajes y pagos con tarjeta en el exterior un 61 por ciento y la fuga un 71 por ciento. Sin medidas de administración del comercio y el flujo de capitales, la única manera de mantener las salidas de dólares domésticas planchadas es fabricando una recesión económica, estancando los salarios reales y en dólares, y desfinanciando a las empresas.
El motivo externo para la estabilización cambiaria es el ingreso de dólares del Fondo y el swap con China. Con una demanda de dólares disminuida por la recesión, las divisas que usa el Tesoro para pagar su deuda alcanzan y sobran en el corto plazo para estabilizar el dólar. Sin embargo, a partir de junio, el desembolso del Fondo se reduce a 5400 millones de dólares trimestrales, en un momento en el cual es esperable que la renovación de Letes decaiga y la fuga aumente por la histórica incertidumbre electoral.
Dados los dólares del Fondo, y la libertad para importar y fugar, Cambiemos solo puede sostener el esquema con más ajuste. No quiere decir que el problema se haya resuelto. En los modelos de apertura con endeudamiento externo y fragilidad financiera, un evento doméstico o internacional, puede gatillar el desarme de posiciones en depósitos a plazo fijo, Lecaps, o incluso la no renovación de Letes, para reactivar el proceso de dolarización. Dentro del peligro internacional, las tasas de interés y la guerra comercial son dos de los principales problemas.
Por el lado de la Fed y las tasas de interés, tenemos un alivio parcial. El titular de la banca central norteamericana Jerome Powell cedió a las pretensiones de Trump y declaró que será más sigiloso a la hora de volver a aumentar las tasas de referencia. Sin embargo, la tasa que nos importa no es la de referencia, sino la de bonos del Tesoro a 10 años. Existe la posibilidad de que la Fed prefiera “empinar” la curva de rendimiento en vez de subir la tasa de referencia. En criollo: evitar confrontar con Trump por la tasa de interés de corto plazo, pero seguir vendiendo bonos de largo plazo para que su tasa suba. Un modesto incremento inesperado (o incluso la amenaza de uno) puede generar tensiones locales.
Por el lado de las diputas comerciales con China, existen grandes riesgos. Trump amenaza con impulsar un proteccionismo comercial y tecnológico por vías formales e informales, incluyendo la judicialización. Los litigios, las sanciones comerciales y los conflictos bilaterales con los chinos convulsionan los mercados internacionales que, sin los diques de contención de las políticas nacionales, “derramarán” sobre la Argentina.
En las democracias globalizadas y financierizadas, es siempre el “mercado” el que “decide” primero, adelantándose a lo que pueda suceder. Esos mismos actores financieros ya saben hoy que el grueso del dinero del Fondo finaliza en septiembre de 2019. Cualquier acreedor e inversor local o internacional con algo de previsión sabe que esos pasivos con el Fondo y con privados deberán ser renegociados, bajo condiciones desconocidas. La única respuesta a este contexto es atarse las manos y rezar para que el mundo, Trump y el Fondo provean. La fragilidad financiera del modelo de endeudamiento permite que cualquier brisa que sople en el mundo se convierta en un huracán, y que domine en consecuencia el ajuste permanente.
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* Economía (UBA) - Investigador CCC y Proyecto Económico.
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