El compromiso de crecer. Creación de cajas de crédito en Buenos Aires | Centro Cultural de la Cooperación

El compromiso de crecer. Creación de cajas de crédito en Buenos Aires

27/07/2015


Durante el inicio de la década del 60, el crecimiento de las cajas de crédito en la Argentina no solo se evidenció en provincias como Santa Fe o Entre Ríos. Con la creación de la filial Buenos Aires del IMFC y la convocatoria en 1961 de Floreal Gorini como gerente de la misma, se produjo una transformación en las cooperativas de crédito preexistentes y en el escenario general de las entidades porteñas y bonaerenses.

La llegada de este dirigente y la apertura de la nueva sede significaron dos momentos de desarrollo del sector: uno de preparación y otro de puesta en marcha de las nuevas cajas de crédito en el territorio mencionado. Según relataba Gorini en una entrevista de 1999, «había que discutir sobre las desventajas operativas y destacar las ventajas sociales que generaba poder juntar todos estos recursos». El dirigente reconocía así la dificultad inicial para incorporar al funcionamiento del IMFC a las cajas ya existentes que operaban con bancos tradicionales y eran reticentes a llevar sus fondos al Instituto.

Sin embargo, la tarea del Instituto Movilizador de integración y convencimiento resultó favorable gracias al trabajo que llevaron adelante dirigentes cooperativistas como Marcos Dubrovsky, proveniente de la Caja Popular Villa Ortúzar, Tobías Fainberg de la Cooperativa La Unión o León Kolbowsky de la Caja Popular Villa Crespo.

Luego de homogeneizar diferentes concepciones operativas y sociales, el proceso de integración de las cajas tradicionales al IMFC avanzó hacia la creación de nuevas entidades. Hasta ese momento, ya se habían incorporado cajas como la de Villa Mitre, Núñez, San Martín, Avellaneda, Sarmiento de La Plata, Villa Sahores y Lavalle. «La transición no fue traumática pero sí compleja. Hubo que conversar mucho y a veces discutir para integrarse», recordaba Rafael Szir, funcionario de la Cooperativa La Confianza, en una entrevista realizada también en 1999.

Cumplida la primera etapa, comenzó el tiempo de fundar nuevas cajas en Capital Federal y localidades de Buenos Aires. En esa instancia, el dirigente Jacobo Amar cumplió un papel destacado. «Le expliqué -a Amar, decía Gorini- el proceso que se había dado en Rosario y surgió como una consecuencia natural que teníamos que repetir la experiencia, abrirnos a otros sectores. Entonces nos contactamos con sectores vecinales, movimientos barriales, sociedades de fomento y empezamos a desarrollar nuevas cooperativas. Largamos con Villa Pueyrredón, Saavedra y Parque Patricios. Y pasamos al Gran Buenos Aires. Armamos un departamento de promoción y yo tomé la parte operativa y Amar la parte de promoción con Juan Guerra (...). Así nos abrimos al conjunto de la sociedad y tuvimos un éxito notable», explicaba el dirigente.
Surgieron entonces en Buenos Aires diversas experiencias de crédito cooperativo. «Villa Pueyrredón nació casi junto con el Instituto, al poco tiempo, y fue gracias a la experiencia bancaria de Amar y de Gorini», contaba el dirigente Oscar Guinzburg en un reportaje de 1998. Paralelamente se creaban también las cajas Urquiza Central y Saavedra, ésta última nació, como en numerosos casos, por iniciativa de un grupo de vecinos. En la provincia de Buenos Aires el proceso de florecimiento originó el nacimiento de entidades como la Cooperativa de Créditos Morón, la Caja de Créditos de Villa Maipú y las cajas Bahiense y Lincoln, entre muchas otras. «Nos hicimos andando. Obtuvimos el conocimiento y nos enriquecimos sobre la misma marcha. Y con la ayuda del Instituto que siempre era la tabla salvadora, para nosotros y el movimiento», expresaba Alberto Lais, dirigente de la entidad de Villa Maipú.

A pesar de evidenciar distintos orígenes y motivaciones, lo común a todas las experiencias que iban dando sus frutos fue el grado de involucramiento de los dirigentes en el trabajo cotidiano, práctica que se tradujo en un activo proceso de aprendizaje.

Comenzaba a gestarse un sujeto social que, al asumir su identidad cooperativa como una forma de compromiso sociopolítico, se encargaba de gestionar y administrar colectivamente las entidades, preservando la unidad de criterio y construyendo paulatinamente un sentido de pertenencia que iba a permitir movilizar a gran parte de los asociados a las cajas de crédito.

El crecimiento de las entidades fue constante entre 1961 y 1966. Según las memorias y balances del Instituto Movilizador y el documento Expansión de cooperativas asociadas al IMFC por rama, en el período mencionado se incorporaron 452 cooperativas de crédito y 117 de otras ramas, con un crecimiento en las entidades crediticias que pasaron de ser el 61% al 76% del total de las entidades asociadas. Además, el incremento de capital social se trasladó de 146 millones de pesos en 1961 a 6.995 millones en 1966 y el volumen de depósitos recibidos por las cooperativas asociadas al IMFC pasó de 851 millones en 1960 a 20.900 millones de pesos en 1966.

Toda esta expansión no solo fue producto de una organización eficiente del sistema de servicios administrativos y financieros, sino también de la tarea de promoción encarnada en los dirigentes. Una promoción establecida por el contacto cercano con los miembros de las comunidades en la que se insertaban las cajas de crédito. Rodolfo Rey de la Cooperativa de Ramos Mejía explicaba, en una entrevista de 1996, que el éxito de las cajas «se logró con un trabajo personal. Al principio gracias a lo que se llamó el boca a boca (...). Fue un trabajo personalizado, no mediante propaganda en los diarios, revistas o radio. Un trabajo que hicimos todos los miembros de las comisiones». En la misma sintonía, Ángel Humberto Viola reafirmaba en 1997 que «en la mayoría de las cooperativas los que hacían promoción eran los socios».
Compromiso dirigencial, fuerte apoyo e impulso de una entidad de segundo grado como el IMFC, solidaridad y sentido de pertenencia fueron algunas de las claves del crecimiento del cooperativismo de crédito al inicio de los años 60.

Una década que representó para las entidades solidarias el desafío de pensar y construir un sistema económico y financiero que desde la equidad promovía el desarrollo de los sectores con menores posibilidades de acceder a los servicios bancarios.

«En un franja tan sensible como es la banca, tan signada por la idea de que debe ser conducida y dirigida por sectores de clase alta, por grupos oligárquicos, resulta ser que toda esta gente hija de la clase media, de la clase media baja (profesionales, hijos de inmigrantes, trabajadores) era capaz de generar entidades financieras y de administrar masas muy importantes de dinero. Y lo hacía con honestidad, éticamente, generando una administración democrática y distributiva de los recursos del propio pueblo», escribió en el año 2000 -en el texto Nuestra experiencia cooperativa- el dirigente y actual diputado nacional Juan Carlos Junio sobre la expansión de un movimiento que, a partir de 1966, comenzaría a recibir feroces ataques de las distintas dictaduras militares.

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