Cooperativa de ex trabajadores del diario Crítica | Centro Cultural de la Cooperación

Cooperativa de ex trabajadores del diario Crítica

19/10/2012


 

Revista CÍTRICA

Editorial:

Estamos muy cerca de convertir estas páginas virtuales de Cítrica en una publicación semanal de los domingos, inserta en varios diarios cooperativos del interior del país, y ofrecida por suscripción a lectores solidarios de otras latitudes.

Se trata de una experiencia inédita en la Argentina, porque no somos una empresa convencional y tampoco respondemos a los intereses de algún establecimiento de multimedios.

Somos una cooperativa de trabajadores que quedaron desocupados tras el vaciamiento perverso de un matutino porteño (ver “¿Por qué estamos aquí? más abajo) y que tras varios meses de lucha decidimos agruparnos para seguir ejerciendo libremente nuestro oficio, sin padecer abusos de los vaciadores profesionales de empresas.

Y mucho más, para poder decidir libremente el rumbo de nuestras convicciones democráticas.

Creemos, es preciso transformar muchas cosas en nuestra sociedad. Especialmente la explotación y las mordazas que los medios monopólicos aplican a sus empleados.

Trabajamos en solidaridad con quienes durante la última década han recuperado empresas o han formado cooperativas diversas de producción.

Sabemos que la autonomía no es una obra fácil. Pero día tras día comprobamos que no estamos solos.

Porque la libertad y la justicia son una obra colectiva que no admite claudicaciones.

 

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¿POR QUÉ ESTAMOS AQUÍ?

La ciudad aún estaba envuelta en el ceniciento manto del amanecer, cuando un increíble rumor llegó describiendo círculos hasta los pequeños puestos verdes, dispersos por centenares de cuadras de la gran ciudad, iluminados apenas por una luz blanquecina que les daba un encanto que no tienen. Los camiones llegaban  raudos hasta ellos, a los kioscos de diarios, dejando caer los bloques grises de papeles entintados, bajándolos uno a uno. De ellos y de las revistas que allí se ofrecían, horas más tarde, decenas de miles de personas se enterarían de las conclusiones del trabajo, del día anterior, de cientos de miles de personas. A esa hora temprana, el aire de la noche todavía llenaba los callejones, y la ciudad olía a soledad y frío. Los ruidos esporádicos de autos que pasaban a toda velocidad contrastaban con la paciencia del señor diariero, quien concentrado, armaba su faena cotidiana.

Era Agosto de 2010. Un joven, deambulante nocturno, volvía a su nido mirando la escena con ojos inquietos. Caminaba henchido de dolor, lleno de la opresión de un sistema de vida moderna e injusta, de una realidad laboral que no le dejaba aire a sus pulmones, matando su corazón curioso. Todo era el infierno de la calle, los placeres prohibidos de un trabajador frustrado, el futuro negro. Todo tenía sus trastiendas desalentadoras, sus hornos con boca a la luz de la desesperanza. El aire de los hornos sofocaba hasta la muerte el alma; sabía a lodo seco. De ese lado del fuego, el aire, en cuanto tocaba el cuerpo, dejaba costras, como una camisa ingrata que contaminaba lo bueno que podría estar disfrutando si tuviera libertad. La luz y la sombra, abismos afuera, adentro eran, por miedo al bochorno de un fracaso, una sola neblina, parte de una dolorosa llama que se apagaba. De los rincones, desde la raíz de humo circundante, venía el tufo del polvo devorado por el incendio de los veranos pasados. Solo quería salir de ahí. Pero no tenía mayores alternativas, que recurrir a otros. A la ayuda de otros. Pero no quería que fueran otros iguales a aquellos que lo llevaron ahí, a la situación menos deseada.

El joven era periodista, novicio, sin demasiado talento ni oficio para destacarse del resto de los mortales, y sentía que nunca más su trabajo iba a estar en esos bloques de papeles, diarios y revistas, en los que entró a trabajar, ilusionado, hacía tres años solamente. Sufría su primer desaire y no tenia fuerza para levantarse. Mirando a los diarieros imaginaba cómo otros compañeros habían llegado a fabricar todas esas letras concatenadas que daban forma a esos objetos de valor pasajero, que mañana serían carne de cañón en cualquier asado, pero que tanto placer daba hacerlos. Pero también imaginaba que él nunca más podría ser parte de aquellos. Dependía de otros y no de él mismo. Él no manejaba su futuro. Se llenó de miedos e inseguridades.

El miedo sobrevino en ímpetu y delirio creador. El soñar lo mismo junto a otros creció hasta ser ilusión de un futuro deseado, palpable y promisorio, y lo llenó de esperanza. Se dejó invadir por las ganas de otros para vencer sus temores. El deseo de salir adelante, de dejar algo, de tener proyectos y de no sentir nunca más lo que sintió esa anoche mirando los puestos de diarios.

Tiempo después se vio rodeado de gente que había logrado seguir su camino, y esto lo motivó. Estoy aquí porque yo quise, se dijo, estoy aquí porque elegimos armar nuestro destino. Estoy aquí y, en realidad, lo importante es estar y no el por qué estoy aquí. Muchas veces su cabeza se llenó de objetivos concretos y esto le dio alimento a la desidia que le habían impuesto: hacer lo que me gusta, hacer, forjar, crear, estar con gente que se anime también a hacerlo. La verdad no quiero lamentarme más, se dijo una noche, quiero salir y hacer.

La verdad era que a partir de una situación extrema e injusta (el vaciamiento y la quiebra del diario Crítica de la Argentina) todos los trabajadores afectados -el joven incluido- en principio participaban de las asambleas para saber qué hacer. Luego escribiendo algo para la publicación de tres ediciones de emergencia, y finalmente en la ocupación del espacio laboral inactivo como consecuencia del colapso empresarial. Fue muy duro pasar horas y horas, días tras días, entre docenas de computadoras y escritorios inactivos, bajo un lema de resistencia: "el diario no se cierra". Rodeado por compañeros y compañeras que esperaron en vano la reanudación del trabajo para el cual habían sido inicialmente convocados. Eso era lo que ennegrecía la vida tanto del joven, como de todos.

            Fue durante esas semanas de marchas de protesta ante las autoridades, movilizaciones en el marco sindical, ministerial y judicial, interacción con colegas solidarios y largas asambleas, que comenzó a tomar cuerpo la idea de publicar de modo cooperativo un medio periodístico donde se pudiera ejercer creativamente el oficio de periodistas y fotógrafos, y a la vez demostrar que los ideales cooperativos son un camino vigente para salir de situaciones coyunturales insostenibles. Que el tiempo, el trabajo y la imaginación son recursos que aplicados mancomunadamente pueden crear situaciones liberadas de la rutinaria explotación de los trabajadores.

No eran los únicos buscadores de salidas laborales en la Argentina turbulenta. Desde la crisis estructural del 2001, en todo el país, numerosas empresas recuperadas, sólidas experiencias de autogestión y muchos otros colectivos en lucha, se habían sumado al antiguo y perdurable ejercicio de los ideales cooperativos.

 

Así nació la idea de la revista Cítrica: porque podemos, porque queremos y porque sabemos, le dijo un compañero de mil batallas al joven desanimado. Con los brazos extendidos hacia todos los que sueñan el mismo sueño, y amasan el mismo pan. Como dijo el legendario Roberto Arlt: "El futuro es nuestro por prepotencia de trabajo... como una gota de agua dentro de un mar bravío".

Alguien le dijo al joven desanimado alguna vez en aquella redacción desértica: "Ha de ser como dicen los antiguos en el Oriente que hablan del Karma: supongo que fue un lugar mal parido desde un principio, donde se pagó esa herencia negativa con la fuerza de los compañeros, disgregándonos, desgastándonos hasta el cansancio. Donde se terminó dejando gente en la calle. Pero por suerte,  existió una esperanza y otra oportunidad de seguir adelante por este camino que uno ha elegido y que es no quedarse mudo para decir cosas, ni sin manos para escribir otras, ni sin ojos para fotografiar, el cooperativismo, ganándole un truquito al privado". Y luego rieron unos segundos.

El joven periodista y sus compañeros estaban tramando algo, que no se animaban a llevar a cabo del todo. Pero día a día algo les decía que sí era lo que tenían que hacer.

Cualquier gobierno, sindicato y patrón actúan por sus propios intereses (los del capital), y por eso los trabajadores debían construir una salida bajo su propio interés de clase.

Se percibía el cómo los otros fueron victimas de lo más cruel de un sistema de patronales despiadadas. Un compañero le dijo una tarde tranquila de septiembre que el proyecto cooperativo no es otra cosa más que un enorme gesto de voluntad de cada uno de sus integrantes para no bajar los brazos. Después de innumerables atropellos por parte de la aquella patronal, entre tantos, que a más de uno le hubiera hecho renunciar a cualquier apuesta eso fue, muy por el contrario, el combustible necesario para terminar de convencerse y empezar a creer. Creer. Creer y apostar por lo que se cree. Saber que somos nosotros, cada uno, y no alguien más quien tiene que poner manos a la obra para torcer un destino esquivo.

El ocio negativo que producía la huelga y la falta de trabajo por la huida de capitales malvados, fue transmutándose poco a poco en asambleas deliberativas, creativas y cada vez más ejecutivas en donde todos se entusiasmaban y se contagiaban de una esperanza que necesitaban para seguir de pie.

El joven sabe, como todos sus compañeros que lo alientan, que  todo se torna cada vez más real: el orgullo predomina y el miedo va desapareciendo. ¿Y si esto es una alternativa para salir adelante, tanto laboral como emotivamente, producto del fuerte golpe que nos provocó el ver frustrado nuestro sueño de un proyecto generado en base a esfuerzos individuales y colectivos?

A partir de esa desazón fue que empezó a surgir, cada vez con más fuerza, la idea ya mencionada pero poco desarrollada -hasta ese momento- de la cooperativa. Una idea que tenía todos los condimentos como para que uno quisiera embarcarse por completo: posibilidad de seguir trabajando con los compañeros que día a día habían entregado todo por un desafío colectivo; la utópica fantasía de un medio que no dependiera de nadie más que de sus trabajadores; la posibilidad de trabajar para uno mismo y mis compañeros, sin bajadas de línea ni órdenes que llegan de personas que no nos representan en lo más mínimo. Vamos, hagámoslo, animémonos, Nada puede salir mal. O si. Pero al menos lo intentaremos.

Ser una nueva revista cooperativa en Buenos Aires también resultaba un incentivo: en esta ciudad individualista y enferma, esa iniciativa tan solidaria parecía una locura.

Dentro del periodismo existe una idea a la que suscribe buena parte del gremio. La mayoría de los periodistas están condenados a ser contratados por las grandes, medianas o pequeñas empresas, pero nunca a formar su propio proyecto. La autogestión de Cítrica, entonces, confirmaría que esa es una falacia. Unidos a pesar de las diferencias, con el apoyo clave de organizaciones que alguna vez hicieron algo parecido en otros rubros, es posible construir lo que los periodistas del establishment se empeñan en desestimar: que un medio de comunicación puede nacer de un espíritu solidario y no de uno meramente lucrativo.

Todo se puede lograr, se escuchaba, si uno le pone garra y esfuerzo, que con fuerzas y unión todo es posible, se decía. Hay  que estar unidos para poder lograrlo y depende de cada uno hacer esto posible. Todos somos iguales y podemos ser libres en una cooperativa de trabajo, pero principalmente una cooperativa de personas.

¿Por qué estamos aquí? Esta pregunta produce la misma angustia que la página en blanco cuando se empieza a escribir una nota. Al mismo tiempo, provoca una euforia apasionada como coreando "otro mundo es posible" en las manifestaciones contra algún gobierno. Es algo como para seguir creyendo en utopías.

El joven periodista preguntó y alguien le dijo algo que le gustó:
-No me gusta el sistema capitalista. Debemos  empezar a construir un sistema diferente, más justo y solidario, sin necesidad de líderes que decidan por nosotros ni empresarios que se hagan millonarios con la plusvalía de nuestra fuerza de trabajo. Pienso que el cooperativismo nos acerca a ese mundo que soñaron Marx y Engels en el cual cada uno podría cultivar su huerto en paz, como aspiraba el Cándido de Voltaire.

El joven y sus compañeros se dijeron seamos realistas: no estamos al margen de las reglas del mercado y tendremos que construir con dificultades, no sólo económicas, sino también personales. Llevamos demasiados siglos -desde que salimos del medioevo- viviendo con mentalidad de asalariados y, además, por fortuna, somos diferentes los unos de los otros.

La curiosidad de tender redes comunicacionales solidarias y plurales invadieron a todos lo que se entregaron al proyecto. Porque la autogestión surge como el único sendero posible. Cada uno sumó sus brazos, su sensibilidad y su inteligencia para que Cítrica exista realmente.

Fue así como al contactarse con otros cooperativistas de distintos rubros y, por supuesto, con los medios cooperativos existentes, todo parecía mejor. El joven y sus compañeros no pararon de arengarse y  darse apoyo.

En agosto del 2010, alguien le había contado al joven que viajó a Villa María, para conocer la experiencia de un Diario Cooperativo que funciona con esta modalidad hace unos 5 años. Lo que se relató de ese viaje ayudó a convencer a los incrédulos para armar una cooperativa. Con los compañeros de Crítica, con los que la lucha se hacía día a día. Era lo que había que hacer. Unían dos cosas: mantener juntos a los que habían sostenido una  lucha sindical justa y, además, sobre todo, todo esto nos hacia más libres, más felices, ya que lo que hiciéramos iba a depender únicamente de nosotros. En otra tarde de aquel agosto de 2010 un compañero del joven periodista pronunció un discurso que lo impactó:

"La fuerza y el poder que genera la unión, el no resignarse ante lo que nos quieren imponer, el decir basta o hasta acá. Por creer en las decisiones que se toman contando manos levantadas y mirándonos a los ojos, después de haber dicho y escuchado y discutido. Por la reivindicación de la palabra compañero, por su significado en la práctica y la cotidianeidad. Por la creatividad que nace de muchas manos y cabezas. Por buscar alternativas, trabajar sin patrón y descubrir que son muchos los que también transitan este camino. Por seguir compartiendo, sueños, mates y frustraciones con quienes ahora intentamos hacer una revista y ayer salíamos a patear las calles para vender un diario autogestionado o marchábamos a plazas y ministerios o pegábamos afiches o pasábamos noches en una redacción semivacía y en penumbras, donde a veces reímos, otras lloramos y, fundamentalmente nos conocimos, nos mostramos y descubrimos tal cual somos. En esas circunstancias, y ante la negativa de archivar una lucha que nos había cambiado la vida, decidimos seguir caminando juntos. De ahí, el surgimiento de esta revista, pero sobre todo de esta cooperativa."

Tiempo después el joven recordó sólo una vertiente de agua. En geografía, es la pendiente, una ladera que las recoge, las une y la vierte en un mismo mar. Esa decantación, esa separación de mezclas heterogéneas, se sedimentaron, es decir, literalmente, aquellos siete meses de ocupación pacífica del edificio, erosionaron a sus integrantes. Esas aguas, vientos y hielos, y calores e historias de vida, afectaron directamente las cortezas de las personas y quedaron expuestas las diferentes facetas de las personalidades. A partir de allí, la lucha fue encaminándose, por momentos disgregándose, y este caso, amalgamándose. Esta sencilla forma coloquial o metafórica de referirse a cualquier mezcla, a ese mestizaje. Todo esto implicó el necesario movimiento, y en ese trajín, el lógico desgaste, erosión, decantación. Ese arroyo, finalmente, bajó por la montaña. Esa erosión llevó consigo varios compañeros y los depositó en un mismo espacio. Allí se comparten ganas, ideales, sueños, debates, burocracias, sinsabores, libertades, emociones, acciones, compañerismo. Un espacio donde no lo había. Un imposible, realizado. Un sueño del que ninguno de los cooperativistas quiere ser despertado.

Sé que este camino no va a ser fácil, se dijo el joven, ya que el cambio es muy grande, pasar de ser empleado a cooperativista,  entender que todos tenemos las mismas obligaciones y responsabilidades y que a veces nuestras ideas no van a coincidir con la mayoría y hay que aceptarlo. Y trabajarlo como una relación más en nuestras vidas.

Además el joven sabe, tiene en cuenta que una publicación (Cítrica por ejemplo) , no se puede hacer sólo con periodistas, o por lo menos que no sólo si cumplen la función de periodistas, ya que llevar adelante una cooperativa tiene una cantidad enorme de tareas como la administración, lo comercial, la distribución, las relaciones políticas, etc. Hay de todo: periodistas, administrativos, fotógrafos, diseñadoras, todos hacen todo, con ilusión.

Aunque por momentos la presión del mundo lo tira abajo, le pone obstáculos y le quiere demostrar que si no se es parte del sistema se está afuera, el joven periodista protagonista intenta, intentará, vivir haciendo algo que otros ya hicieron para darse una alternativa de vida.

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