Ansias de libertad: cooperativa de ex presidiarios | Centro Cultural de la Cooperación

Ansias de libertad: cooperativa de ex presidiarios

09/01/2012


Cooperativa Esperanza sin Muros

Ex presidiarios que no quieren volver a delinquir formaron una cooperativa y llevan adelante un proyecto único en el país.

 

Juan, el maestro panadero, y sus dos ayudantes, David (29) y Pablo (22), van y vienen en la panificadora. Cientos de panes dulces dorados salen del horno industrial. Son las 16. Afuera el sol parte la tierra. La temperatura ya sobrepasó los 39 grados. Cruzando el patio, “Pancho” (64) no le afloja a la soldadora. Al lado, en la carpintería, Marcelo Argüello (47) no se cansa de cortar madera con la sierra. Otros alcanzan materiales, dos mantienen la limpieza en los tres ambientes y se turnan para alcanzar un mate a los compañeros. Trabajan mañana y tarde.

Al cabo de varios años de lucha y con el incondicional apoyo del MOSIS (Movimiento por un Sistema Integral de Salud), el grupo de laburantes consiguió la personería gremial para constituirse en la Cooperativa Esperanza Sin Muros.

En este ambicioso emprendimiento, todos los integrantes de la cooperativa tienen algo en común: son ex presidiarios.

El impulsor de la idea fue un promotor de salud que trabaja para el MOSIS, organismo no gubernamental integrado en su mayoría por profesionales de la salud que en sus ratos libres se dedican a ayudar y poner en marcha proyectos sociales en sectores marginales. Se llama Eduardo Domingo Acevedo (63), pero todos lo conocen por “Chichí”. En su prontuario acumula seis condenas entre 1968 y 1983. Desde que salió de la última se consagró a velar por la seguridad de sus hijos y nietos.

 

“Nosotros no teníamos idea de trabajar con presos, jamás lo pensamos. Todo nació cuando mi amigo Mario Dobruskin, que trabajaba en el Ministerio de Salud de la Nación, me llamó un día para decirme que lo habían trasladado a la cartera de Desarrollo Social y quería saber quiénes eran unas mujeres que habían pedido apoyo del Plan de Inclusión Social a través del Trabajo. Él desconfiaba y pensaba que podían ser ‘señoras gordas’ del Cerro de las Rosas”, recuerda el médico Horacio Barri, quien se desempeña en el Ministerio de Salud de la Provincia.

El miércoles siguiente, a esa conversación telefónica se reunieron los miembros del MOSIS y cuando Barri comentó el tema, “Chichí” preguntó qué significaba eso de “inclusión social”. Luego de que le explicaran dijo: “Necesitamos uno de esos planes para ayudar a cinco muchachos que están por salir de la cárcel. Entre los cinco suman más de 100 años de cárcel. Estoy seguro de que si tienen un trabajo no robarán más”.

 

A partir de ese instante se inició una verdadera cruzada por parte de los médicos. Lo primero fue iniciar los trámites ante el Ministerio de Solidaridad de la Nación. No sabían que llevaría años conseguir la aprobación del proyecto.

“Consultamos y comenzó un largo periplo llenando formularios, haciendo propuestas. Los ex presos enfrentaban todo tipo de trabas burocráticas que no les permitían trabajar, en especial el certificado de buena conducta. A pesar de haber cumplido todas las condenas, en el certificado figuraban los antecedentes delictivos. Tuvieron que pasar tres años hasta que se aprobara el proyecto. La traba principal era que el Plan Nacional no estaba pensado para este tipo de excluidos, es decir ex presidiarios”, subraya Barri.

 

En ese interín se golpearon innumerables puertas. Salvo una, todas estaban cerradas. La única que se abrió fue la del Inta, delegación Cruz del Eje. “El ingeniero Santos nos donó más de 400 pollitos bebé y nos dijo que debíamos eliminar a los pollitos machos. Por supuesto que nadie se atrevió y todos fueron a parar a la casa de un médico. Era muy alto el costo de criarlos, pero los pudimos ir vendiendo”, recuerda Barri.

 

Difícil comienzo.

 

A medida que cumplían sus condenas, los primeros cinco ex presidiarios empezaron a criar a las pollitas. “Les dábamos de comer en la boca”, dice Marcelo Argüello, el más dicharachero del grupo. “Es como el loro de la publicidad de Nextel, habla y habla”, comenta “Pancho”. “Mientras las criábamos hasta que pusieran huevos teníamos un hornito chileno para hacer empanadas... apenas sacábamos para los cospeles. Pero ahora es otra cosa. Todo cambió para nosotros desde hace dos años cuando desde la Nación nos mandaron la mitad de los 490 mil pesos que nos aprobó la Alicia Kirchner (ministra de Desarrollo Social), pero no todo lo que brilla es oro, hubo dos empresarios que nos cagaron”, asegura Marcelo.

 

Al respecto, Barri, Osvaldo Canelo y José Gasparini cuentan que una de las condiciones del subsidio era que se compraran máquinas nuevas. “Al final de 2009 llegó esa partida de dinero que debía ser destinado a cuatro proyectos, panadería, huerta, carpintería y muñequería (este último para mujeres). El número de interesados en integrar la cooperativa creció rápidamente. En poco tiempo pasó de 5 a 42 personas”, explica Gasparini.

 

A su turno, Barri habla del “grave problema que se generó porque la compra de equipamientos e insumos debía hacerse en forma perentoria y por lo tanto se pagaron al contado y se dejaron en depósito en las casas vendedoras, hasta que se obtuviera un lugar donde funcionar”. “Los vendedores no siempre actuaron honestamente. Una firma entregó un horno de panadería usado en vez del nuevo que le habíamos pagado. Hicimos el reclamo en la Defensoría del Pueblo de la Provincia, pero hasta ahora no logramos que nos cambien el horno. Encima, compramos 340 bolsas de harina a un proveedor y le dijimos que las iríamos retirando de a poco. El hombre se declaró en quiebra y a pesar de que le pedimos que las devolviera de a poco, semanalmente, no recibimos ni una sola bolsa”, puntualiza Barri.

 

El lamento es generalizado. “Pancho”, que desde el primer momento puso su camioneta a disposición del grupo para poder armar la estructura y distribuir la mercadería que producen, es el más indignado de todos. “Armamos toda una estructura nueva y el tipo nos trajo ese horno viejo. La Defensoría lo emplazó y se comprometió a instalarnos el nuevo en no más de seis meses, pero ya pasó más de un año. Yo no quiero dar mi nombre ni que me filmen o saquen fotos porque nosotros somos un holograma, no existimos. Para la sociedad somos ex presos, no existimos”, asegura con amargura y bronca.

 

De los 42 integrantes de la cooperativa han quedado 18. Muchos aprendieron un oficio y buscaron nuevos rumbos, unos pocos reincidieron y fueron expulsados. “Hay dos que empezaron a vender droga; los rajamos en el acto. A nosotros nos preocupa muchísimo el tema de la falopa porque tenemos hijos, por eso buscamos a los muchachos del barrio (Estación Flores) y tratamos de rescatarlos”.

En estos momentos hay dos muchachos que abandonaron el delito y trabajan en la cooperativa.

 

–David, ¿por qué te acercaste?

 

Yo vivía delinquiendo. Algunos me venían a buscar y salía a robar. Acá lo que hacen es bueno, por eso me acerqué Ahora voy por la calle y ya hay gente que me saluda... Si no me hubiera acercado estaría bien, tendría plata, pero también podría terminar muerto o en la cárcel. Yo entré de menor a la cárcel, tenía 18 años y estuve hasta los 25 y desde los 25 estuve hasta los 29, hace tres meses que salí. En el 2001 robaba, ya no robo más”. David es ayudante del maestro panadero y ya aprendió a soldar. El caso de Pablo (22) es muy similar al de David.

 

La cooperativa ha cobrado gran impulso y está produciendo bastante. “Además de vender los productos de panadería (incluidos unos exquisitos alfajores de Maizena) estamos sacando muchos portamacetas metálicos y ‘diablitos’ (para hacer el fuego del asado). Ya hemos hechos tres eventos para los jubilados del Pami, atendimos a las Madres de Plaza de Mayo y hemos tenido un servicio en el comedor universitario. Nos salió un proyecto para construir 100 mesitas de madera para un camping y el Pami nos está por dar para hacer 500 sillas de ruedas y bastones metálicos de cuatro patas. Tenemos los planos, el Inti (Instituto Nacional de Tecnología Industrial) nos apoyó. Lo que pasa es que nos falta una dobladora. Cuando tengamos esa máquina podremos agarrar el trabajo”, dice con orgullo el más charlatán de todos.

 

Dicen que el trabajo dignifica. Por lo visto en la Cooperativa Esperanza sin Muros, esa frase está plenamente vigente.

 

De proyecto a realidad:

ü      Trámite engorroso. Pasaron tres años desde que los ex presidiarios y los profesionales del Mosis iniciaron el proyecto de Cooperativa Esperanza sin Muros hasta que pudieron completar los requisitos para que empezara a funcionar.

ü      Ayuda. Recibieron un préstamo de 10 mil euros de una organización europea y pudieron comprar una Trafic.

ü      Un caso único. Esta cooperativa, integrada exclusivamente por ex convictos y única en la Argentina, es un caso testigo de trabajo por la inclusión social.

ü      Aporte de la Nación. Hace dos años recibieron la mitad de los 490 mil pesos que había aprobado el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.

 

La Voz - Córdoba

http://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/ansias-libertad

 

 

 

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