De Chéjov a Gambaro y de Gambaro a Juana Hidalgo: un comentario sobre Mi querida (2001) | Centro Cultural de la Cooperación

De Chéjov a Gambaro y de Gambaro a Juana Hidalgo: un comentario sobre Mi querida (2001)

Autor/es: María Victoria Eandi

Sección: Palos y Piedras

Edición: 4

Español:

Al leer la portada de la obra de Griselda Gambaro, Mi querida, de 2001, hay dos datos que nos llaman la atención: uno de ellos, que fue escrita especialmente para la actriz Juana Hidalgo, y el otro, que está basada en el cuento de Anton Chéjov de 1899, “Duschechka”, que significa en ruso “Almita”. La pieza fue puesta en escena en 2003, interpretada por la mencionada actriz y dirigida por Rubén Szuchmacher. El texto fue respetado hasta en sus más mínimos detalles, comas, puntos, exclamaciones, interrogaciones y puntos suspensivos, como si se tratara de una partitura seguida minuciosamente por un músico para el cual fue planeada. Mi querida es un revelador ejemplo de la vigencia de lo que se denomina “teatro de valija” y “teatro de relato”, y de la potencialidad que puede tener un determinado cuento para ser transformado en monólogo teatral. Es el teatro volviendo a lo básico: al encuentro de un actor y un espectador.


Al leer la portada de la obra de Griselda Gambaro, Mi querida, de 2001, hay dos datos que nos llaman la atención: uno de ellos, que fue escrita especialmente para la actriz Juana Hidalgo, y el otro, que está basada en el cuento de Anton Chéjov de 1899, “Duschechka”, que significa en ruso “Almita”.

Y, efectivamente, la pieza fue puesta en escena en 2003, interpretada por la mencionada actriz y dirigida por Rubén Szuchmacher. El texto fue respetado hasta en sus más mínimos detalles, comas, puntos, exclamaciones, interrogaciones y puntos suspensivos, como si se tratara de una partitura seguida minuciosamente por un músico para el cual fue planeada. De esta manera, observar y escuchar a Juana Hidalgo encarnando a Olga resultaba para el espectador un devenir natural en el pasaje del texto a la puesta en escena. Se trata de un curioso caso, ya que una dramaturga “de gabinete” concibió a su personaje con una cara y un cuerpo puntual que le dieran vida (en contraposición a la tradicional virtualidad que tiene siempre todo texto dramático del autor de teatro que escribe en soledad antes de toda puesta, aunque por supuesto dicha virtualidad no deja de existir del todo). Sin embargo, gracias a esta decisión, se logró una enorme complementariedad y coherencia entre el trabajo de la autora y el de la actriz, a la que contribuyó en gran medida la labor del director. Szuchmacher facilitó un pasaje muy fluido del texto a la escena, sugiriendo sólo algunas sutiles, pero acertadas, marcaciones.

Si uno se remonta al cuento de Chéjov, ya se encuentran bien delineadas las características de Olga, claramente entregadas al lector en tanto los acontecimientos están narrados en tercera persona. En palabras del autor ruso:

Era una señorita benévola y compasiva, de mirada tímida y suave y salud lozana. Mirando sus redondas y rosadas mejillas, su blando y blanco cuello, en el que destacaba un oscuro lunar, y la sonrisa ingenua y bondadosa con que acogía cualquier frase amable, los hombres pensaban: “No está mal..., en efecto”. Y sonreían a su vez, en tanto que las señoras con quien se encontraba en las reuniones no podían reprimirse de interrumpir la charla con ella y de exclamar, cogiéndola de la mano en un arranque de entusiasmo: “-¡Duschechka!”.

Por otra parte, entre las pocas didascalias que aparecen en el texto dramático, en la primera de ellas se describe a Olga como una mujer de sesenta años, de rostro fresco y ojos cálidos.

La modificación clave que realizó Gambaro fue el pasaje de esa tercera persona a una primera, lo que le imprimió una fuerte matriz de teatralidad al relato, que a su vez fue adaptado en su totalidad, aunque respetando en general los personajes, el orden de los sucesos y los hechos mismos. Juana Hidalgo era la encargada, entonces, de darle vida a un largo monólogo en el que Olga se extiende sobre las desgracias ligadas a sus amores pasados y sobre su actual “gran amor”. Relata sucesivamente cómo fue su relación con tres hombres distintos para finalizar describiendo la razón de su presente y mayor felicidad: el cuidado y la crianza de un niño, hijo de su última pareja con otra mujer. Olga necesita desesperadamente amar; como ella misma afirma en el texto de Gambaro: “Yo no podía estar sin querer a alguien. Sin querer a alguien el mundo me parecía un desierto.” Por esta razón, se vuelve sumamente dependiente cada vez que está junto a un hombre, ya sea el dueño del circo, el comerciante de maderas o el veterinario. Cuando los pierde o se alejan ella, se entristece profundamente y se apaga. Sólo cuando puede amar y servir a alguien es feliz. Como Zelig, el camaleónico personaje del film homónimo de Woody Allen, en cada caso se mimetiza y adopta los intereses y las opiniones del otro, inclusive si contradicen ideas fervientemente sostenidas por ella previamente para duplicar las de su pareja anterior. Cuando queda sola, el mundo pierde sentido a su alrededor y ya no tiene referencias. Por eso, cuando en el relato se refiere al traslado del veterinario y, por consiguiente, a su repentina soledad, exclama:

¡Oh, es horrible no tener una opinión! Una ve una botella, o la lluvia que cae, o un hombre en un auto, pero por qué están ahí, esa botella, esa lluvia, ese hombre, qué sentido tienen, yo no podría decirlo ni por todo el oro del mundo. Cuando vivían Iván o Vasili, después con el veterinario, hubiera podido explicar todo y hubiera podido expresar una opinión no importa sobre qué. Pero cuando me quedé sola, mis pensamientos y mi corazón se quedaron tan vacíos como el patio. Fue tan amargo como si hubiera tragado veneno.

Olga es tan desinteresadamente buena que se convierte en un personaje simbólico más que realista, porque justamente su actitud es tan altruista que entra en contraste con el mundo real. Pero al mismo tiempo, como explica Roland Barthes en Discursos de un fragmento amoroso en la sección dedicada a “la dependencia”:

Si asumo mi dependencia es porque para mí se trata de un medio a través del cual declarar mi demanda: en el campo amoroso la futilidad no es una “debilidad” o un “ridículo”: es un signo de fuerza: cuanto más fútil es, más declara y más se afirma como fuerza.

Si bien todos estos elementos ya están en el cuento de Chéjov, Gambaro los intensificó imprimiéndole un aire más patético al texto que a la vez se mezcla con la dulzura del personaje. Un hallazgo de la dramaturga fue el cambio en el relato referente al primer marido de Olga. Mientras que en el cuento de Chéjov Iván era dueño de un teatro, en la pieza de Gambaro era propietario de un circo, modificación que aparece subrepticiamente justificada a través de un irónico comentario metateatral: “En el teatro, los actores no siempre son buenos y uno tiene que soportarlos en silencio. En cambio, en el circo uno puede moverse, cambiar impresiones: ¡Oh! ¡Ah! ¡Qué maravilla! ¡Cuántos pañuelos saca el prestidigitador! ¡Oh, la mujer barbuda!”. Por otra parte, esta modificación también permite la variada y cómica enumeración y descripción de números y de exóticos personajes que poblaban dicho circo. El humor es otro rasgo que aparece levemente en el cuento de Chéjov, pero que fue llevado más lejos por Gambaro y sutilmente trabajado en la actuación de Juana Hidalgo.

Finalmente, otro elemento que ha sido profundizado por Gambaro es la identificación de Olga con su gata Briska, a medida que va perdiendo su singularidad y su lenguaje humano, al mimetizarse en cada oportunidad con los hombres amados.

Mi querida es un revelador ejemplo de la vigencia de lo que se denomina “teatro de valija” y “teatro de relato”, y de la potencialidad que puede tener un determinado cuento para ser transformado en monólogo teatral. El hecho de que Chéjov fuese cuentista y dramaturgo puede no ser casual en este caso.

La tradición del “teatro de relato”, que de alguna manera es complementaria del “teatro de valija”, se remonta a los rapsodas griegos y a los juglares del Medioevo y hoy en día es continuada por el intenso y prolífico trabajo de los narradores orales. Se trata en general de espectáculos unipersonales, muy despojados, donde se intenta trabajar con lo mínimo, es decir que se pueda colocar todo en una valija y que sean factibles de ser trasladados de ciudad en ciudad (tradicionalmente son actores trashumantes). Es el teatro volviendo a lo básico: al encuentro de un actor y un espectador.

La puesta de Mi querida apuntó a este concepto. La escenografía consistía solamente en una alfombra y en una mesa con un servicio de té, que tenía sobre todo el fin práctico de que la actriz se hidratase de tanto en tanto, debido al extenso monólogo que debía enfrentar en cada función. Todo esto iluminado apenas por una luz en un pie al costado de la escena. El acertado diseño correspondía a Gonzalo Córdova. Otro detalle: una música recurrente, creada por Ana Foutel, que no tenía ni principio ni fin, en solidaridad con la circularidad del relato, inscripta ya en el texto de Gambaro. Al iniciarse la obra Olga comienza a narrar todo lo que ha sucedido hasta llegar a esa situación, y es a esta misma situación a la que llegará al final. La música aparecía sugiriendo la presencia del niño.

Este criterio de reducir todo a lo mínimo indispensable también homenajeaba indirectamente a Chéjov y su búsqueda minimalista del “menos es más”. En este caso, a través de la creación de ausencia, el espectador participaba activamente intentando reconstruir a través de su imaginación la vida de Olga.

Si bien en el texto casi no hay indicaciones, fue idea de Szuchmacher que el personaje se dirigiera hacia atrás en distintas ocasiones, efectuando algunos cortes durante el relato. En esa zona se suponía que se hallaba dormido Sacha, el niño del cual ella decide hacerse cargo pero que sin embargo la rechaza, aspecto que ella niega encontrándole ridículas justificaciones. Otra propuesta del director fue la del trabajo de actuación de Juana Hidalgo regido por la idea de un “campeonato de seducción”. La actriz debía seducir a los espectadores tanto como Olga seduce a primera vista a todos, hombres y mujeres, con esa entrega y ese amor desinteresados, que a su vez la hacen tan feliz.

Es curiosa la coincidencia de esta necesidad de seducir al espectador con la del narrador oral. Mi querida no estaba planteado exactamente como un espectáculo de narración, sobre todo porque hay un personaje minuciosamente construido y desde ahí se cuenta una historia, en contraposición al narrador que suele oscilar entre el relato en nombre propio y distintos personajes a los que va dando vida. Sin embargo, el elemento épico, es decir el relatar acontecimientos que no tienen lugar en escena, es clave en esta obra, así como la necesidad de “ganarse al público” que también tiene el narrador. Como expresa la consagrada narradora Ana María Bovo en el libro Narrar, oficio trémulo respecto de esta capacidad de fascinar, de poder atrapar la concentración y la mirada del espectador: “yo me bebo el silencio y ellos se beben mis palabras. Desaparece la pericia del que está en escena, porque todos –el narrador y el público– están asistiendo a un fenómeno que ocurre en otra parte.” Esto es lo que sucedía en Mi querida, ese encuentro mágico y único entre el actor y el espectador y la creación de un mundo otro a través del poder de la imaginación.

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