La aparición de este número de nuestra revista nos encuentra en un momento muy especial en el mundo y en nuestra región.

Como muchos investigadores y analistas lo venían vaticinando, la llamada "burbuja financiera" llegó a su punto culminante de presión y estalló. La zozobra de los mercados marca el pulso de la política mundial y se ha generado una crisis que está en pleno desarrollo y aún no tiene límite ni en el tiempo ni en su profundidad.

El capitalismo, hasta hace poco enseñoreado como la única alternativa para la civilización (y la última si nos atenemos a las profecías del fin de la historia), tambalea allí donde está encarnada su esencia. Los grandes centros financieros del mundo con epicentro en los Estados Unidos ven caerse sin remedio montañas de dinero acumulado en especulaciones y timbas con secuelas de quiebras, desocupación, retracción económica y derrumbes políticos. Nunca antes la irresponsabilidad y la codicia habían tocado un punto tan crítico.

Contradiciendo todos los principios que propagandizó el neoliberalismo por décadas, las potencias capitalistas intentan apagar el incendio generado apelando a los fondos públicos. No sabemos aún si estos tan mentados salvatajes servirán para parar la ola destructiva.

Tampoco podemos saber hasta dónde llegará ésta y cuánto afectará a los más débiles, históricos pagadores de pérdidas ajenas.

Lo que sí sabemos es que, también por primera vez en mucho tiempo, este terremoto financiero encuentra a nuestro país y a la región en mejores condiciones de enfrentarlo y aun, si existe el coraje político necesario, salir de él potenciados en unidad y soberanía.

La "anomalía" latinoamericana es una gran oportunidad para que los procesos liberadores que se están dando, con matices y contradicciones, protagonizados por nuestros pueblos se afirmen y se ahonde el camino de independencia e integración regional transitado en los últimos tiempos.

Podemos decirlo con seguridad ante el tembladeral de los poderosos: nuestra América es el continente de la esperanza.

Es auspicioso ver cómo la fiebre que aqueja a la zona imperial hace, contra su voluntad por supuesto, reponer cuestiones y conceptos debatidos, pero siempre defendidos por el campo popular. El derecho a la intervención del estado en la economía (no para salvar empresas de especulación fallidas y el interés de sus ejecutivos, sino para proteger y defender a los menos favorecidos), la necesidad de regular los procesos económicos y financieros, y el aporte público para corregir "errores" del mercado. Elementos todos que figuraban como aberraciones intervencionistas en los diccionarios neoliberales son desesperadamente solicitados por quienes no vacilaron en desplegar banderas de guerra contra aquellos que se oponían a la agenda del libre comercio.

Sabemos que esto no significará enseñanza para ellos. Una vez repuestas sus fuerzas lo intentarán de nuevo, con el mismo desdén y con la misma saña. Pero sí debe ser un aprendizaje para nosotros. Este momento de debilidad del enemigo nos presenta una oportunidad para avanzar en propuestas liberadoras pero también nos da la posibilidad de lograr triunfos en la batalla de ideas. Es el momento de reponer los conceptos de solidaridad, de cooperación entre los pueblos, de ayuda mutua, de construcción común y colectiva. Los ideales sociales que recorrieron el siglo XX vuelven con fuerza a instalarse en los debates y es nuestra responsabilidad, con las adecuaciones de época necesarias, defenderlos, porfundizarlos y propagandizarlos.

Es lo que intentamos desde nuestro Centro Cultural de la Cooperación con nuestros aportes en artes, letras y ciencias sociales con los cuales nos sumamos entusiastas a otras organizaciones e instituciones hermanas en la construcción de un espacio común en la defensa de los valores fundamentales de la cultura humana: la fraternidad, la justicia social y el respeto a la naturaleza. Ese mundo que soñamos es posible