Serás activista trans o... serás activista trans : sobre el consumo responsable de información | Centro Cultural de la Cooperación

Serás activista trans o... serás activista trans : sobre el consumo responsable de información

Autor/es: Blas Radi

Sección: Especial

Edición: 22

Español:

Este ensayo se plantea el objetivo de subrayar la dimensión de la responsabilidad en el consumo y (re)producción de información sobre personas trans. Para ello tomamos la noción de consumo responsable, proveniente de la ética ambiental y de organizaciones ecologistas, y la aplicamos al consumo y (re)producción de información. Trabajando con un corpus proveniente de ámbitos feministas y LGBT o queer, se comienza con la identificación de los problemas derivados de la laxitud de los criterios para delimitar qué significa “ser activista”. En adelante, considera en primer lugar cómo en estos espacios progresistas, las personas trans, independientemente de su trabajo (artístico, teórico, u otro) sólo pueden ser registradas como “activistas”. A continuación, se indica que al tratarse de personas trans el único título disponible para ellxs parece ser el de “activistas trans”, incluso cuando ese hacer político existe y adopta una dirección no relacionada con la mejora de las condiciones de existencia del colectivo. El paso siguiente consiste en demostrar cómo este activismo (trans) por default, al que suele hacerse lugar, no es sino activismo gaylésbico/feminista con una fuerte impronta cisexista. Por último, y a partir de los señalamientos previos, se hace un llamamiento al consumo y (re)producción responsable de información.


El consumo responsable es un concepto generalmente empleado por especialistas en ética ambiental y organizaciones ecologistas, para referirse a la elección de productos y servicios en función de su impacto en el medio. Poner de relieve la huella que dejan nuestros estilos de vida es una estrategia empleada para propiciar un sentido crítico de nuestros hábitos que nos movilice a ajustarlos en beneficio de alternativas que favorezcan la conservación del ambiente. Me gustaría aprovechar este sentido del consumo como herramienta de transfomación social para aplicarlo al contexto de la información, particularmente a la información -que consumimos y (re)producimos- sobre personas trans.

La aparición de las personas trans en los medios no suele ser muy amable, históricamente han poblado la sección de policiales de los medios más conservadores; han cubierto el cupo testimonial de los más progresistas; se ha depositado porfiadamente a su lado la referencia seria y saludable de profesionales que lxs cubrieron de etiquetas patológicas; se les ha dado el lugar de dato bruto convocando a expertxs cis de distintos rubros a hacer el análisis calificado; se ha insistido en la revelación de su “nombre real” y en el relato estereotipado; en la primeridad por sobre la agencia, por ejemplo haciendo de cuenta que no estuvieron involucradxs en el proceso que hizo posible la Ley de Identidad de Género, los titulares se afanan en registrar aquello que no reporta mérito alguno: “El primer hombre trans en obtener su dni”, “el primero en obtenerlo un jueves”, “el primero en obtenerlo un jueves que además estaba nublado”; o lxs encontramos posando para la foto donde la verdadera noticia es la benevolencia de alguna persona cis que tuvo la generosidad de... en fin. La hostilidad que se revela en estas prácticas es una traducción del cisexismo, es decir, de la idea subyacente de acuerdo a la cual las personas trans somos inferiores o menos auténticas que las personas cis y merecemos un trato adecuado a este estatuto subordinado.

Como consumidorxs de información, somos parte del sostenimiento de este tipo de diámicas, es decir, somos responsables. Suponiendo que somos capaces de hacer una lectura sensible al cisexismo y a la transfobia, su expresión más despiadada ¿qué hacemos cuando leemos una noticia de alto voltaje transfóbico? ¿La leemos igual porque es noticia? ¿Celebramos que al menos haya espacio para que se hable de cuestiones trans? ¿La compartimos en facebook? ¿La compartimos haciendo observaciones? ¿La reescribimos? ¿Identificamos a su autorx y nos ponemos en contacto? ¿Dejamos de leer sus artículos? ¿Cambiamos de medio?

En estos términos, hablar de consumo responsable es una forma poner de relieve el lugar que tenemos en esta escena. Es hacernos cargo del compromiso que mantenemos -por acción u omisión- con el sostenimiento o desmontaje del cisexismo. Todxs somos consumidorxs de información, de manera que a todxs nos cabe la responsabilidad ¡responsabilidad que se incrementa cuando además somos quienes producimos y/o reproducimos esa información!

A modo de ejercicio, para aplicar estas nociones, voy a tomar como caso la forma en que se reconoce a las personas trans -sobre todo a los varones- participantes de actividades políticas, artísticas y académicas, tanto en la promoción de esos eventos como en sus posteriores coberturas. El objetivo es detectar las operaciones que se ponen en juego en la construcción de esa información y ponerlas en relación con el impacto producido, para descartar aquellas que reproducen el cisexismo y preferir otras que estén comprometidas con su desmantelamiento. Se trata de un ejercicio más bien modesto cuyos fines son básicamente pedagógicos, que espero que pueda ser apropiado, repetido y mejorado, despertando el sentido de la responsabilidad que nos compromete a todxs.

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Como anticipé, mi corpus está constituido por la promoción de debates, jornadas, congresos, ciclos de cine que se presentan como queer, LGBT, “diversos” o con perspectiva de género y anuncian un panel de invitadxs, así como también las reseñas posteriores a estos eventos. Hay muchos datos que podemos extraer de ellos, por ejemplo que la diversidad no parece ser tan diversa: por una parte, los nombres de lxs panelistas se repiten, por otra, la diversidad sexogenérica, por lo general, está acotada a una modesta colección de personas cis, usualmente gays, lesbianas y feministas. Sin embargo, no voy a profundizar en esta dirección, porque, como dije, me interesa concentrar la atención en el lugar que ocupan aquí las personas trans. Cuando leemos las convocatorias y los posteriores relatos de los eventos vemos que las personas trans tienen menos lugares que las personas cis . Advertimos también que a menudo sus identidades “les pesan”. Esto significa que, contra las presentaciones de nombre, apellido, casa de estudios y sponsor de la beca de algunxs investigadorxs cis, las personas trans

  • suelen anunciadas de manera anónima (“travestis del bachillerato popular x”) como si fueran intercambiables -como si diera igual quién viene y qué es lo que dice

  • por lo general, su participación está restringida al relato testimonial (habla “desde su propia experiencia de varón transexual”)

  • se disponen marcadores concretos que indican que se les asigna un estatuto inferior (“chicxs trans”)

  • rara vez suelen estar asociadxs con alguna institución académica de pertenencia o ser identificadxs con algun título o práctica profesional. Por el contrario, se insiste en su rol político en detrimento de cualquier otra identificación (“activista trans”)

Este último punto me parece particularmente interesante para pensar el tema de la producción y consumo responsable de información. Se trata, como veremos, de la identidad que “asignamos” a una persona o “permitimos” que una persona tenga.

Propongo que pensemos dos preguntas fundamentales que van a hilvanar este texto: ¿Qué decimos cuando decimos de alguien que es activista? ¿Y cuando decimos que es activista trans? Para encarar estas preguntas, nos toca precisar el contorno difuso de los conceptos, ejercicio que suele ser recibido como la tarea represiva del pensamiento. De todos modos, vemos que esta crítica se actualiza sólo en ciertas ocasiones. Diremos que para ser ingenierx es necesario haber estudiado, haber completado la carrera aprobando todos los examenes y tener un título, que para ser miembro de un club es necesario pagar la cuota, que para ser conductorx de un auto es necesario tener una licencia habilitante, o, aun sin licencia, por lo menos conducir un auto. Sin embargo, por momentos parecería que activistas somos todxs, del mismo modo que “todxs somos éticxs”, o “todxs somos trans”.

Vuelvo a formular las preguntas ¿qué decimos cuando decimos de alguien que es activista? ¿y cuando decimos que es activista trans? No tengo interés en buscar el género próximo y la diferencia específica para construir una definición, sino que me interesa que pensemos cuál es el horizonte implícito para entender las nociones que usamos o los actos que llevamos adelante. En primer lugar, acabamos de señalar algunos problemas derivados de la laxitud de los criterios en el uso de estos términos.

Tomemos la primera pregunta. Es evidente que nuestra práctica cotidiana involucra e implica a otrxs, de manera que cada una de nuestras elecciones desata una cascada de efectos que impactarán de alguna manera en la vida de lxs demás. Si este hacer ordinario está comprometido con ideales revolucionarios, cualquier visita a la panadería es ocasión de una micro insurrección... ¡y bienvenida sea! Porque, ante todo, no se trata de amonestar ningún gesto que sea impulsor de cambios, más bien todo lo contrario - de hecho, mi objetivo acá es pensar cómo algo tan cotidiano como el consumo de información, puede ser una herramienta transformadora-. El punto aquí es señalar que estos “criterios de admisión” que se presentan tan relajados en estos casos, no parecen serlo tanto en otros terrenos. La revolución en la panadería “me hace” activista, pero repasar contenidos de Wikipedia no me convierte investigadorx ni me asegura un sueldo. Si tuviera vocación pedagógica y acreditara una práctica mayéutica que consista en interrogar a mis vecinxs para dar a luz nuevos conocimientos mediante procesos dialógicos, por lo menos en la facultad adonde estudio, no voy a ser considerado profesor a menos que tenga un título habilitante y gane un concurso, entre otras cosas. En fin, no creo que debamos abrazar las reglas vigentes como si fueran la expresión normativa de lo deseable, sino -como indiqué- señalar las diferencias en nuestra manera de relacionarnos con los criterios de admisión que ellas actualizan.

A lo mejor podría ser un buen ejercicio de análisis pensar qué condiciones deben darse para que hablemos de “activismo”. Por mi parte, considero que la dimensión social es un elemento clave. Con esto me refiero a que los objetivos de la acción -perseguidos individual o colectivamente- deben estar proyectados más allá de la modificación de las propias condiciones de existencia. Difícilmente pensaríamos que alguien que levanta una bandera política con el único propósito de obtener reconocimiento o dinero para sí mismo, es activista, aunque en el camino haya decidido hablarnos de, por ejemplo, discriminación. Considerando, entonces, que el activismo debe tender a las mejoras en las condiciones materiales de existencia del colectivo al que está referido, el diálogo con un abanico amplio de integrantes de ese mismo colectivo y la orientación hacia sus fines y necesidades deberían ser imprescindibles.

Y, pensando en el activismo trans, esto nos da pie para abordar la segunda pregunta, en este caso, con más preguntas todavía ¿Todas las personas trans son activistas trans? Como decía antes, si pensamos en la vida diaria como gran proveedora de ocasiones de micro revueltas -a veces no tan micro-, podríamos sostener que todas las personas trans son activistas trans, de la misma manera que todas las personas negras serían activistas antirracistas, de la misma manera que todas las mujeres serían feministas... ¿Pero todas las mujeres son feministas? ¿Ser mujer es causa suficiente para ser feminista? ¿Qué supone ser feminista y qué supone ser mujer? Pensemos en Margaret Thatcher: fue la primera mujer británica en ocupar el cargo de primera ministra. ¿Qué hay de feminista en Margareth Thatcher? De más está decir que se trata de una pregunta retórica, porque si bien hablamos de una representante del género femenino que tuvo un papel trascendental en la política mundal, las iniciativas impulsadas por la líder mas tenaz del ala derecha del partido conservador no contienen el más mínimo rastro de reivindicaciones de mujeres. Por el contrario, en algún momento ella supo pronunciarse en favor del aborto, pero se arrepintió en cuanto llegó a ser primera ministra.

Retomando el eje: el consumo responsable de información y la presentación que se hace de algunas personas como “activistas trans”. Tal vez la pregunta fundamental sea a qué nos referimos con el epíteto “trans”: ¿al activismo o a la persona? Voy a proponer un rodeo para recuperar este interrogante con un poco más de contenido.

De prácticamente la totalidad del corpus trabajado, emerge cómo en distintos espacios lxs participantes trans son anunciadxs como “activistas trans”, aun cuando ellxs mismxs se presentan, por ejemplo, como artistas, o comparten su trabajo teórico en el marco de investigaciones académicas. Si bien el ocultamiento del trabajo teórico y artístico es recurrente, por lo general, ante su señalamiento se alega que es involuntario y sin mala intención. Seguramente así sea; de todos modos, pareciera ser una práctica afianzada de la que resulta muy difícil desprenderse. En fin, este activismo trans obligatorio parecería ser la contracara de una renuncia forzada a cualquier tipo de desarrollo personal que vaya en otra dirección. En la arena pública, las personas trans dejan de ser cualquier cosa, para ser con exclusividad activistas, pero no cualquier tipo de activistas: activistas trans, de características particulares que ya vamos a ver.

Claro que hay personas trans cuyos objetivos políticos no se concentran en la mejora de las condiciones de existencia del colectivo trans, sino en otros asuntos del mundo. Considero que esto está muy bien. No todas las personas trans tienen la obligación de ser activistas trans. A su vez, no sería justo pretender que las personas trans sólo pueden ser trans. Si una persona trans desarrolla un activismo antiespecista ¿diríamos que es “activista trans” o que es “activista antiespecista”? Se me ocurre que no sería apropiado que la causa por la que activa no se pueda traducir en una identidad política y deba mantenerse oculta bajo su transexualidad.

Recordemos la pregunta: cuando decimos “activista trans”, ¿hablamos de las personas o del activismo que desarrollan? Y retomemos nuevamente la digresión, cuyo objetivo es proporcionar herramientas para ensayar alguna respuesta.

Llevo muchos años trabajando sobre transfobia y cisexismo, problemas que con frecuencia se localizan entre aliadxs de las personas trans, por ejemplo la comunidad gaylésbica cis o los espacios feministas. Por lo general sin mayores repercusiones, los varones trans han cuestionado los obstáculos para acceder al superselecto club de la masculinidad gay. Hostels gays que no aceptan huéspedes trans gays, fiestas, clubes, concursos y hasta amigos avivan todos sus prejuicios cuando un varón trans intenta obtener derecho de ciudadanía. (La exclusividad cis no suele ponerse en cuestión entre personas cis, que parecen no advertirlo como un problema hasta que alguien trans lo señala... y aun en esos casos, suele considerarse que el problema reside en ese mismo señalamiento, cuando no en la persona trans).

En este contexto, aun en los espacios más contestatarios de autodeclarada virulencia, los varones trans gays son y serán siempre y ante todo “trans”, aunque sean gays, y su activismo apunte en esa dirección. Es decir, las personas trans cuyos proyectos políticos están enfocados en las reivindicaciones gays (o lésbicas o feministas...) son invariablemente identificadas como activistas trans, actualizando y reforzando una y otra vez ese mismo gesto demarcatorio que signa su extranjería.

Esto, que debería constituir en sí mismo un problema, acarrea, además, otras consecuencias negativas para el activismo trans – o sea, para el proyecto político concentrado en mejorar las condiciones de existencia de las personas trans-. ¿Por qué? Porque, en estos términos, el activismo trans pareciera (con)fundirse con un proyecto de activismo gay o, en términos más amplios, de disidencia sexual. No creo que sean proyectos antagónicos, que no tengan afinidad, o que no puedan/deban existir alianzas, sino algo bien concreto: son cosas diferentes. Ni el matrimonio igualitario (una de las principales banderas del activismo gay en todo el mundo) ni la revolución sexual en las camas y las plazas, ni los talleres drag dan acceso a la vivienda a las personas trans; no les dan de comer, ni las protegen de la policía, ni garantizan un trabajo o cuidados sanitarios.

Al principio planteamos dos preguntas básicas: qué decimos cuando decimos que alguien es “activista”, y qué cuando decimos que es “activista trans”. Para poder responderlas, tras este análisis tenemos herramientas teóricas que nos evitan caer en la trampa del activismo autopercibido y nos permiten eludir la tentación del activismo (trans) obligatorio para las personas trans -a quienes no se les permite ser otra cosa que activistas trans-. Nos permiten también reconocer que aquel “activismo trans” al que suele hacerse lugar no es sino activismo gaylésbico/feminista con una fuerte impronta cisexista.

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Nuestro recorrido describe la forma de un embudo, empezamos hablando de cuestiones más generales y terminamos hablando de cosas bien concretas. En primer lugar, consideramos cómo en ciertos espacios, las personas trans, independientemente de su trabajo artístico y teórico sólo pueden ser registradas como activistas. A continuación, indicamos que aun cuando ese hacer político existe, tenga la dirección que tenga, al tratarse de personas trans, él único título disponible para ellxs parece ser el de “activistas trans”. Por último, señalamos que lo que resulta de estas operaciones detectadas es el solapamiento y la confusion del activismo trans con el activismo gay (que fue tomado como caso, aunque consideramos que las mismas reflexiones aplican al activismo lésbico y feminista)

Consideramos que los materiales que conforman nuestro corpus son producidos por espacios “amigables” o con “perspectiva de géneros”. Sin embargo, como vimos, tanto las invitaciones a actividades donde hay expositorxs trans, como las crónicas de estas actividades, tienen este efecto de borramiento por inclusión. Este texto lo resalta, porque es algo que está a la vista de todxs pero igual pareciera pasar desapercibido. El objetivo es que seamos capaces de reconocer que nuestra mirada se ha acostumbrado a que las cuestiones trans sean externas a las cuestiones gaylésbicofeministas cis al tiempo que son atadas a su órbita, mantenidas como un furtivo habitante que no tiene ciudadanía y mendiga en sus calles, bajo sus banderas. En ese sentido, la responsabilidad en el consumo (y producción) de la información es un llamamiento que no podemos dejar de responder.

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