El aplauso y la descarga: “¡bravo!”. Más bien una corriente eléctrica que un grito: esa masa que formamos –a veces en silencio, en la oscuridad y otras a la distancia– adviene comunidad, un modo entramado pero instantáneo de unidad. En cambio “bravo”, así, sin exclamación, oscila adjetivando desde la valentía hasta la ferocidad, pasando por el alboroto, el enfado, la violencia, la aspereza y la soberbia. En italiano suena menos ambiguo, es una felicitación abierta y generosa a la vez que una celebración del coraje. ¿Del coraje? Las repeticiones formateadas del show parecieran estar bien lejos de cualquier atisbo de valentía… Su fuerza nace más de la invasión perpetua que de la hidalguía. Y tampoco resuena en ellas lo “bar-bar”, el barbarismo al que también podría aludir la discutida etimología de la interjección en cuestión.

Este número de El búho y la alondra celebra diversas maneras en las que la conformación de públicos, de audiencias, de espectadores/as se conjuga con la lógica del acontecimiento, de lo que adviene y conmueve para dejar sembradas preguntas. Acontecimientos que aparecen entramados en memorias y restos que los habitan y los asedian a sus espaldas para multiplicar narraciones allí donde se había estancado el relato, monótono. Al mismo tiempo, acontecimientos que son apertura a nuevos modos del decir que se precipitan donde todo parecía ya seco. La performance como un modo de producir lo público en lo cotidiano, de desestabilizar fronteras, por ejemplo, la que nos promete que más allá del escenario no habrá ni ficciones ni actuación. Cuerpos que se arremolinan en danzas sin categoría(s) y ponen a tambalear las imágenes hegemónicas. Una vez más, el carnaval como modo frenético, pero siempre afilado, de denunciar jerarquías, heteronomías y automatismos. Maneras de invertir el régimen de la mirada, los sentidos en los que las voces circulan y desafiar la sacralidad densa del pasado. Albores de comunidades im/posibles con las que resistir, descansar o arremeter. Pero los textos también desconfían: de los formalismos enmascarados de la palabra autorizada; de la novedad que depende del rebusque de sujetos lanzados de crisis en crisis; de paternalismos mal disimulados tras semblantes pedagógicos; de la declamación de una diversidad que no termina de habilitar nuevas voces y que permanece sorda a las lenguas que se tejen en la interseccionalidad de múltiples opresiones (sigue sin valer lo mismo un “¡bravo!” que “¡brava!”). En esta nueva edición de El búho y la alondra nos asomamos a la sociedad del espectáculo para transitar sus márgenes, sus filos y prestar oídos a sus ecos y silencios.