Un narcisismo sin nombre propio: apuntes sobre la interpelación macrista | Centro Cultural de la Cooperación

El Búho y la Alondra

Un narcisismo sin nombre propio: apuntes sobre la interpelación macrista

Autor/es: Lucía Wegelin

Edición: Ciclos y viceversa


El discurso del PRO construido en los laboratorios del marketing político se presenta como pragmático y posideológico. Sin embargo, la (presunta) irracionalidad de una subjetividad que elige el camino hacia su propia catástrofe es señal de una operación ideológica funcionando. El artículo invita a penetrar esa aparente irracionalidad para preguntarse: ¿Cómo es la movilización política de la derecha que gobierna la Argentina contemporánea? ¿Hay lazos libidinales que configuran una identidad política macrista? ¿De qué manera el individualismo neoliberal se configura como interpelación política que pretende construir mayorías?

Theodor Adorno desconfiaba de las interpretaciones que señalaban el carácter irracional de los movimientos de masas que parecían estar en las antípodas de la autoconservación del yo. En un ensayo titulado “Superstición de segunda mano” sostenía que no había una renuncia de los fines del yo en esos movimientos, sino que se trataba más bien de una exageración o deformación de los fines de la razón subjetiva. En ese sentido, lo irracional no debería entenderse como lo otro de la racionalidad sino como un (des)pliegue suyo. Sin asumir que el macrismo funciona como un movimiento de masas, es innegable que sí se constituye como un discurso que busca movilizar políticamente para lo cual se articula con estructuras subjetivas configurando una pseudorracionalidad.

Adorno pensó la movilización política en referencia a las masas fascistas a través de una lectura de Psicología de las masas y análisis del yo de Freud. En textos como “La teoría Freudiana y el modelo de la propaganda fascista”, la estructura narcisista de idealización del líder e identificación con los otros era expuesta en relación con los modos de interpelación del nazismo, de manera que allí la dimensión libidinal de la política quedaba asociada a las masas fascistas. En ese texto, el autor se preguntaba por qué la teoría freudiana sería adecuada para pensar al fascismo más que a otros movimientos que buscan el apoyo de las masas y la respuesta que se delinea allí está en la base de la tarea que aquí nos proponemos. La propaganda del nazismo requería solo de la reproducción de la subjetividad originada por la cultura de masas, es decir, del status quo psicológico. La movilización fascista absorbía las frustraciones del Yo moderno, cuya autonomía era jaqueada por el esquematismo que incluso la industria cultural reproducía. El narcisismo frustrado era entonces reconducido hacia la idealización del líder que desplazaría al ideal del Yo. En síntesis, Freud analizaba al Yo que Hitler interpelaba, lo cual explica que en el texto de Freud de 1921 Adorno pudiera encontrar las claves de los mecanismos de interpelación de la propaganda fascista de la Europa de 1930, así como también de distintos dispositivos culturales con los que se encuentra durante su exilio estadounidense.

Pero esa afinidad no puede confinar al análisis de la estructura libidinal de las movilizaciones políticas solo a aquellos fenómenos asociados con modos de fascismo y no solo porque los estudios sobre el populismo han ampliado ese horizonte. No habría que renunciar a pensar el modo en el que discursos diseñados por el marketing como los del PRO operan en ese nivel libidinal. En efecto, nos preguntamos aquí por el modo en el que la ideología del pragmatismo posideológico se articula con el narcisismo de una subjetividad que parece estar configurándose como status quo psicológico. Lo que hace exitosas a las interpelaciones macristas es precisamente la correspondencia entre el sujeto que ellas convocan y aquel que el capitalismo en su versión neoliberal viene configurando a nivel global desde hace, por lo menos, 30 años.

El macrismo no moviliza los mecanismos de identificación e idealización del líder que Freud y Adorno estudiaron para los movimientos de masas y que el (pos)marxismo lacaniano repensó en relación con los populismos. Sin embargo, a través de figuras de lo colectivo como las del equipo moviliza de alguna manera la estructura narcisista de un individuo contemporáneo. No se trataría de un individuo que actúa simplemente “contra sus intereses objetivos” orientado por pulsiones autodestructivas, ni tampoco de un cálculo racional según el propio interés que, en todo caso, habría estado mal hecho.

Pensar el modo en el que las interpelaciones macristas se articulan con el narcisismo permite conjugar una crítica del asombro que no puede comprender las pulsiones autodestructivas e irracionales que registra en los votantes, con una crítica de la interpretación del discurso del PRO como un racionalismo pragmático posideológico. El desafío implicaría reconocer el modo en el que el pragmatismo se constituye como una ideología que logra movilizar afectivamente a un Yo contemporáneo, proporcionándole una satisfacción pulsional. Es decir, interpretar las investiduras libidinales que permiten que el discurso macrista funcione sin una identidad colectiva con la que el Yo esté enlazada y, gracias a ello, pueda presentarse como un discurso posideológico.

En Introducción al narcisismo Freud reconoce al narcisismo como ese momento originario de unificación de las pulsiones parciales en el Yo, indispensable para su constitución como imagen unitaria. La salida de ese estado de narcisismo, en el que toda la libido se concentra en un Yo omnipotente, es condición para la construcción de lazos afectivos con otros, es decir, para que la libido pueda distribuirse hacia afuera del sujeto, desplegar sus “pseudópodos” hacia objetos o sujetos otros. Pero algo de esa libido yoica queda atrapada en el sujeto y constituye, lo que Freud va a llamar en ese texto, el “ideal del yo” (anticipo del concepto de Superyó), aquel que es desplazado por la idealización del líder de los movimientos de masas. A pesar de que cierta identificación aspiracional pueda estar en juego en la interpelación macrista, no podría decirse que Macri sostenga un liderazgo afectivo, así como el discurso macrista tampoco se sostiene sobre figuras colectivas que movilicen relaciones de identificación para constituir lazos libidinales con otros. Sin embargo, en ese texto se sugiere que hay otro residuo del narcisismo que remite al sentimiento de sí, el resto de la omnipotencia infantil de un Yo que aún no había atravesado la castración y encontraba la satisfacción sin salirse de sí mismo: el “yo ideal”. Freud explica que el amor significa siempre un empobrecimiento de este sentimiento de sí residuo del narcisismo, porque supone sacrificar la propia completud invistiendo libidinalmente a un otro.

El modo en el que el macrismo se enlaza con la libido yoica no implica esos procesos de identificación a través de los cuales se configuraba una masa cargada de afectividad, sino más bien un fortalecimiento de ese otro resto narcisista con el que todos cargamos que implica una satisfacción sin sacrificio libidinal para el Yo. Cuando el discurso macrista convoca a emprendedores, interpela a un Yo absolutamente libre, un Narciso liberado de toda atadura afectiva a un otro, que no tiene por qué hacerse cargo de la castración, que todo lo puede. De esa manera, se construye un espejo en el que cada subjetividad se ve a sí misma completa, realizada y de allí obtiene su satisfacción. Por lo tanto, el macrismo no requiere que el sujeto se desinvista para investir libidinalmente a otros, porque no se le pide al individuo que sacrifique algo de lo que lo diferencia del resto para entrar en relación con ellos. El carácter individualizante de la interpelación macrista que el timbreo pone en evidencia apela justamente a que cada “vos” pueda ser respondido con un Yo.

Al mismo tiempo, las figuras de lo colectivo que utiliza no implican ningún límite para el sujeto, o bien porque aluden a un “Vamos juntos” indeterminado e ilimitado, o, como sucede con la imagen del equipo, porque implican que hay un lugar diferenciado para el Yo allí, una función que potencia sus capacidades. El equipo implica una articulación eficiente de funciones que optimiza las chances de éxito individual proponiendo un lazo que no restringe al individuo sino que lo suma como individualidad que encastra perfectamente con el conjunto. Se trata de una imagen del todo social que se compone armónicamente, una organización funcional distribuyendo roles diferenciados que niega la existencia de todo conflicto. Como en el deporte, los diferentes jugadores se ordenan según el criterio de optimización de las chances en la competencia deportiva. De esa manera, el equipo promete una unidad operativa que mejora las condiciones individuales para entrar en la competencia (económica o social).

Si, como Freud sostenía, el narcisismo es el complemento libidinoso del egoísmo, no caben dudas de que podríamos llamar narcisista a la interpelación individualizante y renegatoria de la castración del PRO. Sus apelaciones a la eficiencia y la optimización de recursos que vienen a suplantar a los pesados ideales políticos cargados de historia configuran ese pragmatismo leído muchas veces como posideológico. Sin embargo, es porque proyectan la imagen de una sociedad sin conflicto y un sujeto sin castración que su pragmatismo tiene efectos ideológicos potentes. No es el interés en la eficiencia lo que convoca en esas imágenes, ni tampoco una identificación con el colectivo sin nombre “equipo” o con el supuesto líder del mismo, sino su interpelación a ese Yo ilimitado del narcisismo. Es precisamente de esa manera que logra convocar la libido de un Yo que no se siente enlazado a ningún colectivo.

Por lo tanto, la interpelación macrista no sólo actúa esa clausura del conflicto social sino también del conflicto del Yo, pues no se le pide que haga ningún sacrificio de su sentimiento de sí para enlazarse afectivamente a otros. De esa manera, la vulnerabilidad del Yo por su dependencia afectiva de otros es negada y en esa recomposición del narcisismo las relaciones con otros aparecen desafectadas, descargadas libidinalmente, y sólo necesarias en cuanto puedan potenciar al Yo.

Eso no implica que el discurso sacrificial no aparezca como modo de darle sentido a los efectos destructivos de la política macrista sobre las vidas subjetivas, pero el sacrificio no implica una renuncia libidinal sino que la libido yoica se ve reforzada. Vale decir, si ese llamado a sacrificarse por el equipo funciona es porque no se pide la renuncia a algo propio en pos de un otro, que está más allá del sujeto. El discurso del sacrificio se inscribe más bien en la lógica de un esfuerzo que el Yo omnipotente y triunfante tiene que ser capaz de hacer.

Por eso no hay tensión entre la figura del equipo y la del emprendedor responsable de su propio destino, así como tampoco la hay entre el lema publicitario del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires “En todo estás vos” y el “Vamos juntos” de la campaña presidencial de Macri de 2015. La interpelación macrista no funciona a pesar del individualismo sino a través suyo, pues ella convoca a un retorno de la satisfacción narcisista más plena. Por eso, su movilización política no produce una afectividad colectiva sino que se sostiene sobre afectividades individuales, lo cual deja al individuo aún más desapegado afectivamente. Es precisamente porque la competencia se despliega como principio ordenador de lo social que la interpelación macrista funciona, de manera que su éxito expone la extensión de una subjetividad que se siente desatada libidinalmente de los otros y al mismo tiempo promueve ese desanudamiento de los lazos.

A través de figuras retomadas por el macrismo como la del emprendedor, el neoliberalismo viene reproduciendo esa ideología del borramiento de los límites de un sujeto que es convocado a realizarse y superar todos los obstáculos que pueda encontrar para eso. Esa omnipotencia de un Yo que solo puede autoayudarse promueve esa sobreinvestidura narcisista y la consecuente retracción de la libido de todo lazo exterior. Pues en el neoliberalismo la cultura no promueve la renuncia a la satisfacción libidinal plena (esa renuncia que Freud reconocía como el fundamento de la cultura en El malestar de la cultura) sino que refuerza esos modos de satisfacción de tipo narcisista. Por eso, no se puede obviar que el macrismo no solo trabaja, ni inventa sus discursos sobre lo ilimitado, sino que se monta sobre el discurso neoliberal que ha venido funcionando por fuera e incluso en sentido contrario del discurso estatal de la última década.

Esa deslibibidinización de los lazos sociales se compatibiliza perfectamente con la renombrada “falta de sensibilidad” del macrismo. El sufrimiento ajeno no afecta al individuo que solo encuentra satisfacción en el engrandecimiento de su Yo y se une con otros únicamente por ese móvil y no por una apertura afectiva hacia ellos. Eso no explica solamente la poca indignación social ante el discurso de un funcionario que se refiere a una persona que vive en la calle como un “perrito”, o ante los enunciados de Carrió sobre el caso de Santiago Maldonado, sino también la insensibilidad frente a la violencia explícita que se ejerce repetidamente desde el Gobierno sobre quienes no son capaces de sumarse en el equipo.

Pero además, esa violencia es parte de la interpelación macrista porque permite canalizar la agresividad que el Yo dirige hacia afuera cuando se constituye como una imagen unificada. Freud registraba que la unificación pulsional en el narcisismo tenía un costo: la expulsión de la atomización hacia afuera del Yo. El autoritarismo social que se expresa en el discurso punitivista y la celebración de la represión violenta del conflicto social es la contracara del narcisismo que moviliza la interpelación PRO a través de sus figuras felices del emprendedor y el equipo. En ese sentido, la represión en manos de la fuerzas de seguridad no puede ser interpretada como un simple exceso no controlado. Por el contrario, esa violencia estatal en aumento debe ser entendida como un elemento de esa economía libidinal que convoca a un sujeto que obtiene su satisfacción de su sí mismo, al tiempo que descarga su propia fragmentación negada como violencia hacia el otro. Por lo tanto, el conflicto que la interpelación macrista ocluye reaparece no sólo como competencia en la que el individuo saca ventaja al asociarse, sino también como agresividad hacia el que queda afuera de la imagen de la integración sin límite.

Insistir en la dimensión sensible de los desafíos políticos contemporáneos no implica solamente preocuparse por producir mejores imágenes, más inclusivas y menos conflictivas. De eso puede ocuparse el marketing político. Esa estructura afectiva de la interpelación macrista nos presenta un desafío mayor: la necesidad de intervenir sobre la deslibidinización social que su éxito confirma. Paradójicamente, para producir un involucramiento afectivo con los otros es necesario reintroducir la dimensión de la conflictividad social que la interpelación macrista niega y así abrirse a esa vulnerabilidad del Yo que el narcisismo contemporáneo ocluye. Intervenir sobre ese status quo narcisista es el mayor desafío para una política que no converja con el neoliberalismo que marca la hora de nuestros tiempos.

(La autora, nos aclara: “Una versión anterior de este trabajo fue presentado en las Jornadas de Sociología de la UNLP en diciembre de 2016. Un texto anterior, sobre el equipo como figura privilegiada de la interpelación macrista se publicó en la Revista Mancilla, Nº 12-13, julio de 2016 con el título “Crítica de una política del equipo”.)

Cómo citar este artículo:
Lucía Wegelin. "Un narcisismo sin nombre propio: apuntes sobre la interpelación macrista ". El búho y la alondra [en línea]  Enero / Junio 2018, n° Ciclos y viceversa. Actualizado:  2018-01-18 [citado 2024-04-16].
Disponible en Internet: https://www.centrocultural.coop/revista/ciclos-y-viceversa/un-narcisismo-sin-nombre-propio-apuntes-sobre-la-interpelacion-macrista. ISSN 2618-2343 .

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