¿Qué es la derecha y por qué nunca fue ni será democrática? | Centro Cultural de la Cooperación

El Búho y la Alondra

¿Qué es la derecha y por qué nunca fue ni será democrática?

Autor/es: Atilio Borón

Edición: Ciclos y viceversa


A través de un recorrido por distintos autores de la teoría política moderna, este artículo no sólo impugna la categoría “derecha democrática” que circula en el debate argentino actual, sino también la muy extendida tesis que hace equivaler “liberalismo” y “democracia”.

Una de las mayores dificultades de la ciencia política ha sido lograr una adecuada caracterización de la derecha. En una primera aproximación puede decirse que aquella es, en el plano del pensamiento, la proyección práctica del orden social vigente, es decir, de la sociedad burguesa. Y, parafraseando a Brecht cuando dijera que el “capitalismo es un caballero que no desea que se lo llame por su nombre”, diríamos que la derecha es una dama que no desea que sus secretos sean revelados y dados a conocer ante el gran público. No hay que olvidar que la opacidad es uno de los rasgos distintivos del capitalismo, y que esta característica se despliega en las más diversas manifestaciones de la vida social. Entre ellas, en la ideología. Por eso la derecha procura, siempre y en todo lugar, pasar desapercibida o adoptar nombres que oculten su verdadera identidad: “centro”, “progresista”, “moderada” y otros eufemismos por el estilo.

Pero hay otro rasgo que complica la adecuada intelección de lo que es la derecha en el mundo actual: la debilidad de su andamiaje teórico. La derecha es sobre todo una práctica político-ideológica y mucho menos una elaborada formulación teórica o una corriente articulada y coherente de pensamiento. El anclaje más firme de esa matriz doctrinaria se encuentra en la tradición conservadora y sobre todo en la obra de Edmund Burke, ferozmente crítica de la Revolución Francesa. En menor medida se la encuentra en los refunfuños de algunos pensadores y publicistas contrarrevolucionarios como Joseph de Maistre y Louis de Bonald. Solo al promediar el siglo XX, asegura Perry Anderson, la derecha encuentra una expresión sistemática en la obra de Friedrich von Hayek y, agregaría por mi parte, Ludwig von Mises.

El pensamiento de la derecha es inherentemente reaccionario y asistemático. Más que un cuerpo doctrinario orgánico lo que hay es una colección de fragmentos de distintos tipos de discursos que, en el pasado, exaltaban las virtudes del orden social premoderno. Allí se condensaba una manifiesta hostilidad hacia:

  1. La Ilustración, la Modernidad y el mismo advenimiento del capitalismo, exaltando las virtudes de la tradición, la monarquía, la costumbre, la propiedad privada familiar, la jerarquía, la religión y el papel educativo de la Iglesia además de una implacable crítica al estado laico;

  2. hostilidad y rechazo también a la democracia, refrendando la importancia de la jerarquía y los valores y las instituciones propias de la aristocracia y su variante moderna, el elitismo o la tecnocracia. Fragmentos de ese discurso se encuentran en José A. Primo de Rivera, Charles Maurras y, de manera notable por su sistematicidad, en la obra de Wilfredo Pareto y Gaetano Mosca ya a comienzos del siglo XX;

  3. hostilidad y rechazo, por último, en relación al socialismo, replegándose sobre las últimas defensas posibles: la propiedad privada (haciendo caso omiso de la desaparición de la pequeña propiedad familiar o la gran propiedad territorial de la aristocracia), la familia heterosexual (y sus secuelas: la penalización y condena moral al aborto, la no educación sexual, etc.), y el mantenimiento del control de la educación en manos tradicionales, sobre todo la Iglesia.

Ahora bien, con la consolidación del capitalismo, el pensamiento conservador tuvo que redefinirse para ocupar su puesto en la batalla cultural en que aquel está empeñado. Las reminiscencias del pasado precapitalista no podían sino suscitar una reacción melancólica y políticamente inoperante en el mundo de una burguesía que a comienzos del siglo XIX ya estaba firmemente establecida. El auge del utilitarismo de Jeremy Bentham y James Mill y el liberalismo económico de Adam Smith y David Ricardo tuvieron un efecto revulsivo sobre las instituciones fundamentales del viejo régimen sentenciando la obsolescencia de las argumentaciones propias del conservadurismo tradicional.

La razón de esto es fácil de comprender: la derecha tradicional, precapitalista, siempre miró con desconfianza al capitalismo: su desenfrenada mercantilización y la secularización que de él se derivaba implicaba una erosión irreparable de los valores y las instituciones del Ancien Regime y se convertían en la involuntaria antesala del socialismo. Es a causa de este talante que las relaciones entre liberalismo y conservadorismo fueron siempre muy complejas, tirantes y, las más de las veces, conducentes a duros enfrentamientos. En América Latina persistió hasta hace muy poco tiempo atrás, sobre todo en Colombia, país en el cual el enfrentamiento entre el bloque conservador (sujeto político de la aristocracia, el latifundio y la Iglesia) combatió sin cuartel a un liberalismo visto como la entronización del Estado laico, la empresa capitalista y la burguesía, instituciones y clase incompatibles con la primacía de la Iglesia católica.

El paso del tiempo hizo que, una vez consolidado el capitalismo, el liberalismo se convirtiera en el pensamiento hegemónico de la derecha. Ya carecía completamente de sentido esforzarse por defender a la monarquía, las jerarquías inmutables del orden premoderno, la tradición y las costumbres en una sociedad que para sostenerse necesitaba “revolucionarse incesantemente”, tal como Marx y Engels lo aseguraban en el Manifiesto Comunista. Pero si el liberalismo fue renovador y reformista en su lucha contra el orden premoderno y precapitalista, se conservatiza cuando el capitalismo alcanza su plena madurez. Aparece entonces, hablamos de la segunda mitad del siglo XIX, un híbrido: un “liberismo” económico (como lo denomina Norberto Bobbio) que exalta las virtudes de las fuerzas del mercado emancipadas de cualquier interferencia estatal acompañado por un liberalismo político de carácter elitista y excluyente. Este no tiene en su horizonte la construcción de la democracia sino que se limita a postular una reingeniería de las instituciones del Estado (separación de poderes, gobierno mínimo, moderada representación política, defensa de libertades individuales, etc.) pero a partir de un supuesto: el demos, que está constituido sólo por las clases propietarias. Por lo tanto, es un liberalismo elitista o aristocratizante, en donde la bandera de la democracia jamás fue izada por ninguno de sus teóricos. Tal como lo hemos explicado en otros lugares, la democratización del capitalismo requirió grandes luchas y hubo que derrotar en numerosas batallas a la burguesía y sus clases aliadas para que el liberalismo político admitiera la legitimidad de la democracia. En una confusión nada inocente el saber convencional ha predicado la equiparación entre liberalismo y democracia. Nada podría ser más equivocado toda vez que ni la tradición liberal ni la derecha en las sociedades capitalistas maduras, ¡para no hablar en los capitalismos periféricos!, nunca fue democrática ni aceptó el ideal democrático. No hubo un solo proponente de la democracia entre los pensadores del liberalismo clásico. Hubo críticos de la democracia, Tocqueville el más brillante, pero no apologistas de ese régimen político. Y sus descendientes actuales solo han aceptado a la democracia cuando esta fue despojada de su capacidad para construir un orden social más justo, reduciéndola a un periódico ritual completamente inofensivo para los poderes establecidos.

La propuesta democrática, en cambio, recorre una línea que parte de la república democrática de Maquiavelo, prosigue con Rousseau y culmina con Marx. Las premisas subyacentes a cada etapa de este recorrido plantean invariablemente la conflictiva y contradictoria relación entre la dominación de una minoría –sea esta una burguesía o una aristocracia feudal– y la organización democrática de la polis. Dominación de clase y autogobierno de los productores son incompatibles; en nuestro tiempo, esa contradicción es la que marca la difícil y por momentos tumultuosa relación entre democracia y capitalismo. Realizado el balance histórico, la conclusión que podemos extraer, en línea con lo que afirmara Ellen Meiksins Wood, es que “cuanto más democracia, menos capitalismo”. O con la sagaz observación de Rosa Luxemburgo cuando escribiera que “sin socialismo no hay democracia”.


Cómo citar este artículo:
Atilio Borón. "¿Qué es la derecha y por qué nunca fue ni será democrática?". El búho y la alondra [en línea]  Enero / Junio 2018, n° Ciclos y viceversa. Actualizado:  2018-01-18 [citado 2024-03-28].
Disponible en Internet: https://www.centrocultural.coop/revista/ciclos-y-viceversa/que-es-la-derecha-y-por-que-nunca-fue-ni-sera-democratica. ISSN 2618-2343 .

Compartir en

Desarrollado por gcoop.