"Abya Yala. Hijos de la tierra" de Sebastián Miquel. Buenos Aires, Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación, Universidad Nacional de Quilmes, Página/12, 2010. | Centro Cultural de la Cooperación

"Abya Yala. Hijos de la tierra" de Sebastián Miquel. Buenos Aires, Ediciones del Centro Cultural de la Cooperación, Universidad Nacional de Quilmes, Página/12, 2010.

Autor/es: Ana María Ramb

Sección: Comentarios

Edición: 9/10

Español:

Durante la crisis de diciembre de 2001, cuando muchos hablaban del “despedazamiento” de nuestro tejido social, e incluso de la “destrucción” de las identidades colectivas, en esa provincia la Organización Barrial Túpac Amaru lo desmentía y empezaba a generar trabajo genuino con la construcción de hornos y la venta de comida. Siguió con la edificación de viviendas. Sebastián Miquel, joven fotógrafo sanluiseño, sensible a los temas sociales, políticos y culturales, quiso registrar con su lente esta extraordinaria experiencia. Miquel podría haber enfocado, para mostrar la magnitud de la organización, la contundente acumulación de realizaciones materiales. Que no faltan en este libro de imágenes. Pero el autor privilegió aquella “última trinchera” de la que hablaba Benjamin: el rostro humano.


En 1999, dentro de un contexto general dominado por la videopolítica del menemato, surgieron en nuestro profundo sur los piquetes, conformados por hombres y mujeres que habían perdido sus trabajos y salían a reclamarlo en las rutas de un país, en apariencia, sumido en la apatía. Los piqueteros ponían en riesgo el propio cuerpo, porque sabían que sólo a través de esta decisión podrían adquirir visibilidad. Al mismo tiempo en el norte, precisamente en Jujuy, ocurría otro tanto. Hubo quienes se propusieron ir más allá del bloqueo de rutas. Milagro Sala, entre ellos.

Durante la crisis de diciembre de 2001, cuando muchos hablaban del “despedazamiento” de nuestro tejido social, e incluso de la “destrucción” de las identidades colectivas, en esa provincia la Organización Barrial Túpac Amaru lo desmentía y, haciendo una inesperada gambeta para que sus compañeros desocupados no se cayeran del mapa de la inclusión, empezaba a generar trabajo genuino con la construcción de hornos y la venta de comida. Siguió con la edificación de viviendas. “Nosotros no fuimos a buscar a ningún puntero político para realizar las obras”, señaló Milagro Sala, dirigente de la Túpac, ante la asamblea de Carta Abierta, con la que dialogó a fines del año pasado. Ocurre que las noticias de aquella pedagogía de lucha llegaron a los oídos de Alicia Kirchner (ministra de Desarrollo Social), quien envió a un grupo de asistentes para ver la obra in situ. Y como conocerla fue también reconocerla, la Túpac Amaru, organizada en cooperativa de trabajo, comenzó a recibir financiamiento del Programa Federal de Emergencia Habitacional, en el que intervienen, para la asignación de recursos, institutos provinciales de vivienda y municipios.

Un mayor presupuesto permitió multiplicar las acciones y abrirse a otros ámbitos. Hoy, la Túpac Amaru reúne un tercio de los quince mil cooperativistas jujeños, y desarrolla actividades en 16 provincias, lo que le da carácter nacional. La integran setenta mil afiliados y congrega a cuatro mil trabajadores. Levanta casas a un ritmo de mil metros cuadrados por año. Opera cinco fábricas: una textil, dos metalúrgicas, una carpintería y una bloquero-adoquinera, que entre todas dan trabajo a unas 600 personas, en el marco del Plan “Manos a la Obra” del Ministerio de Desarrollo Social. Los servicios de salud de la Túpac cuentan con un tomógrafo de funcionamiento gratuito, y firman convenios para extender su atención a otras obras sociales.

Milagro Sala, que además integra la CTA, dijo en su exposición ante Carta Abierta que la Túpac Amaru no se define como una organización “K”; y aunque valora la relación con el Gobierno, el movimiento tiene una identidad propia. La Túpac intenta ser un espacio sin estructuras rígidas, si bien se sabe que su fundadora y dirigente establece acuerdos de convivencia que deben ser respetados a rajatabla; por ejemplo, no se admite la violencia doméstica; ¿quién puede estar en desacuerdo con estos valores?

Como la gran batalla de nuestro tiempo se libra en el campo de las ideas, la educación y la cultura, la Túpac cuenta con el colegio secundario “Germán Abdala”, con su propia señal de radio experimental; también con un Instituto de Educación Superior, sin hablar de sus jardines maternales y escuelas, ni del museo que reivindica la identidad de los pueblos originarios.

Sebastián Miquel, joven fotógrafo sanluiseño, sensible a los temas sociales, políticos y culturales, quiso registrar con su lente esta extraordinaria experiencia. Parafraseando a Walter Benjamin, hoy nos parece trasnochada la disputa sin cuartel que al correr del siglo XIX mantuvieron la fotografía y la pintura en cuanto a valor artístico de sus productos. Según el mismo autor, en la fotografía el valor exhibitivo avanza sobre el valor cultural. “Pero éste no cede en resistencia, ocupa una última trinchera que es el rostro humano”. Miquel podría haber enfocado, para mostrar la magnitud de la organización, la contundente acumulación de realizaciones materiales. Que no faltan en este libro de imágenes. Pero el autor privilegió aquella “última trinchera” de la que hablaba Benjamin: el rostro humano. Rostros en la escuela, en el trabajo comunitario sin contaminación de plus valor. Rostros en el comedor, ante las máquinas de coser, en la fragua. Rostros de chicos que toman sol al borde de una pileta de natación, que emergen del agua con alegría inédita, que disfrutan de la fiesta, que hablan con Milagro. Rostros de gente que ha dejado atrás la postergación, la desesperanza y el desamparo, y que no recibe caridad, sino justicia.

Con la fuerza de convicción incomparable de la demanda popular que construye su propia y rotunda respuesta, estas realizaciones traducidas en imágenes provocaron –no podía ser de otro modo–, un efecto revulsivo en los sectores más reaccionarios, que focalizaron sus ataques en la figura de Milagro Sala. Una suerte de condecoración para la Túpac, que confirma aquellas palabras de Héctor Oesterheld en el prólogo a su obra El Eternauta: “El único héroe es el héroe en grupo, nunca el héroe individual, el héroe solo”.

El “valor exhibitivo” y el valor cultural, artístico y político de estas fotografías se funden en estas fotos, que son, qué duda cabe, arte. Arte fotográfico, sí. Arte al fin. Arte subrayado por epígrafes escritos por el muy reconocido ensayista, crítico y poeta Noé Jitrik. Con prólogos de Juan Carlos Junio, director del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini; de Gustavo Lugones, rector de la Universidad Nacional de Quilmes; y del mismo autor, este libro reúne las fotos documentales que estuvieron en exhibición en el Palais de Glace a lo largo de tres meses.

Dice Sebastián Miquel:


Abya Yala habla de un pueblo donde no falta nada. Todo está ahí, sobre la tierra, nadie toma más de lo necesario. Cuentan las leyendas que los antiguos de Nuestra América bendecían el sol, la luna y la tierra, eran poseedores de la alegría más pura y todo cuanto estaba en ellos y junto a ellos era sentido, saboreado, olido, visto y cantado con el amor más verdadero. Era el tiempo sagrado. Eran mujeres y hombres genuinos, viviendo en comunidad y compartiendo los frutos de la tierra: sus hijos predilectos.

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