Haití, el Antiguo Régimen | Centro Cultural de la Cooperación

Haití, el Antiguo Régimen

Autor/es: Juan Francisco Martinez Peria

Sección: Investigaciones

Edición: 8

Español:

La Revolución Haitiana fue la primera y única revolución de esclavos triunfante en el mundo y el primer proceso independentista de América Latina. Sin embargo, debido a la cosmovisión racista/eurocéntrica hegemónica en el mundo intelectual occidental y latinoamericano su historia ha sido virtualmente acallada y olvidada. En este trabajo, nos proponemos correr este manto de silencio y abordar dicho proceso, estudiando especialmente las características del Saint Domingue/Haití pre-revolucionario. Analizamos la conquista de la Isla, por parte de los españoles y franceses y nos centramos particularmente en el antiguo régimen colonial, desmenuzando su estructura social, económica y política. En este sentido, nos interesa resaltar las contradicciones existentes en dicho orden social, que giraban en torno a la esclavitud, al racismo y al colonialismo y que enfrentaban a los distintos sectores de la isla: la administración colonial, los blancos plantadores, los blancos pobres, los hombres libres de color y los esclavos afrodescendientes. Así, Saint Domingue era una bomba de tiempo lista para estallar. Una bomba, que finalmente explotó cuando la influencia de la Revolución Francesa agitó la isla. De esta manera nos interesa señalar, en nuestro artículo, la compleja confluencia de causas internas y externas que dieron nacimiento a la Revolución de Haití y el origen de las contradicciones que marcaron el ritmo y el rumbo del proceso durante su desarrollo.

Ingles:

The Haitian Revolution was the first and only triumphant slave revolution in the world and the first independence process of Latin America. Nevertheless, due to the hegemonic racist/eurocentric view in the intellectual western and Latin-American world, her history has been virtually silenced and forgotten. In this work, we try to unviel this mantle of silence and to analyze this process, studying specially the characteristics of the pre-revolutionary Saint Domingue/Haití. We analyze the conquest of the Island, by the Spanish and French and particularly we center in the old colonial regime’s social, economic and political structure. We are interested in highlighting the existing contradictions in the above mentioned social order, marked by slavery , racism ando colonialism, and between white french planters, poor whites, mulatos, and african slaves. Saint Domingue was a time bomb waiting to explode. A bomb that finaly exploded, when the influence of the French Revolution strucked the Island.In this sense, in our article, we try to show the complex confluence, of internal and external causes, that gave birth to the Revolution of Haiti and the origin of the contradictions that marked the course of the process during its development.


Introducción

La Revolución Haitiana fue indudablemente una de las revoluciones más importantes y radicales del siglo XVIII y XIX. Esta afirmación que, en principio, puede parecer exagerada, no lo es, si tenemos en cuenta que significó la primera y única revolución de esclavos triunfante en el mundo y la primera independencia latinoamericana. Sin embargo, a pesar de su evidente relevancia y originalidad, lamentablemente ha sido escasamente estudiada por la historiografía tradicional de Occidente y Latinoamérica. Se ha posado sobre ella un generalizado manto de silencio, que la ha condenado casi al olvido. ¿Los motivos? Como nos dice Michael Ralph Trouillot cuando la Revolución triunfó, los amos del mundo atlántico, no solo le impusieron un cerco político y económico, sino también cultural, destinado a evitar cualquier expansión del ideario libertario. Ese proceso imposible llevado adelante por esclavos “salvajes e irracionales”, que en su concepción no eran genuinos sujetos políticos, debía ser borrado de la historia. Y aunque cueste creerlo, esa negación, fruto de una cosmovisión eurocéntrica, racista y elitista aún hoy, 200 años después, pervive en el imaginario popular y en el mundo académico/intelectual.

Nosotros, convencidos de la injusticia de este olvido y de la universal trascendencia de la Revolución Haitiana, intentaremos en este trabajo aportar una breve introducción a su historia, estudiando específicamente la época colonial y pre-revolucionaria. En este sentido, abordaremos el proceso de la colonización violenta de la Isla de Ayiti y de los pueblos Arawak por España y por Francia, y luego nos concentraremos especialmente en el análisis del “antiguo régimen” desde una perspectiva socio-histórica, intentando mostrar las dimensiones sociales, políticas, económicas y culturales de dicha sociedad y buscando descifrar aquellas contradicciones internas y externas que llevaron a la explosión de la revolución en los años 1789-1791.

La Conquista Española

Hasta 1492, la isla de Ayti era el hogar paradisíaco de los Tainos, una tribu Arawak, originaria del continente que luego sería conocido como América. Alrededor de un millón de indígenas habitaban la Isla divididos en cinco reinos, con una economía de subsistencia basada en el cultivo y en la orfebrería y gobernados por los caciques de las tribus.1 Ese año todo cambio, ese año fueron “descubiertos” por Colón y su tierra natal fue re-bautizada con el nombre de La Española. El encuentro, que al principio fue pacifico, rápidamente adquirió un cariz violento. Los españoles velozmente mostraron sus genuinas intenciones y sometieron por la fuerza a los nativos. Éstos se resistieron, liderados por el Cacique Enriquillo, pero poco pudieron hacer contra el poderío bélico del Imperio Español y las pestes que los europeos traían. Así, en escasos años, los conquistadores lograron imponer su dominación colonial, sometiéndolos a la encomienda y al trabajo forzado, especialmente en la extracción de minerales preciosos, en la ganadería y en el cultivo de caña de azúcar. La explotación de los indígenas trajo prosperidad y La Española se convirtió, a principios del 1500 en el centro administrativo, militar y económico colonial. Sin embargo, dicha prosperidad duró poco, la fuente de la riqueza, el trabajo indígena, comenzó a agotarse, cuando estos empezaron a “desaparecer” asolados por la violencia de los encomenderos, las pésimas “condiciones laborales” y las pestes importadas por los europeos. El estrepitoso descenso de la población indígena puso en aprietos a los colonos, los cuales se vieron ante la necesidad de solucionar la escasez de mano de obra. Fue así que, apremiados por la situación dieron con la solución, que mejor satisfacía sus intereses imperiales, la de importar esclavos de África. De esto modo, ya para inicios del siglo XVI, comenzaron a afluir los contingentes de africanos a la isla y la esclavitud como sistema empezó a suplantar a la encomienda. Así, lograron evitar la decadencia total de La Española. Sin embargo, ésta nunca consiguió alcanzar su riqueza inicial, no solo por la extinción casi absoluta de los indígenas y por el agotamiento de las minas, sino también porque el centro del Imperio en América pasó del Caribe a la Tierra Firme, al calor de la conquista de comunidades más prosperas, como los aztecas, los mayas y los incas y gracias al descubrimiento de las riquezas auríferas que estas poseían.

La Colonización Francesa

Para 1603, los españoles, incapaces de sostener el dominio de toda la colonia y acosados por los permanentes ataques de piratas en las costas del Noroeste, decidieron concentrar su administración en la región occidental dejando la oriental casi despoblada y desguarnecida.2 Esta decisión resultó ser fatal para los intereses de la Corona, ya que abrió las puertas para que otras potencias colonizaran la isla y fortalecieran su presencia en el Caribe. Nuevos conquistadores, bucaneros, filibusteros, piratas de todas las nacionalidades europeas, pero predominantemente franceses, comenzaron a asentarse en la Isla de la Tortuga y luego, ante el abandono español, desembarcaron en la parte oriental de La Española. Así, se fue conformando una sociedad de forajidos, sin control imperial, basada en la caza de ganado cimarrón y la piratería. Francia, viendo los avances de la empresa y consciente de la importancia estratégica de la isla, decidió imponer su control administrativo a la colonización. A partir del asentamiento Francés, de San Cristóbal, la Metrópoli mandó a Laveassuer y a un pequeño ejército para hacerse cargo de la isla La Tortuga, en calidad de gobernador. Sin embargo, la misión fue un rotundo fracaso, los forajidos no quisieron saber nada con esta intromisión imperial y la resistieron, dando muerte al propio comandante de la expedición.3 A pesar de ello, Francia continuó su intento por dominar el proceso de colonización, conformó la “La Compañía de las Indias Occidentales” y envió a nuevos soldados, esta vez acaudillados por Bertrand D`Ogeron, quien también había sido pirata. En esta oportunidad, la política francesa resultó exitosa y Oregon, gracias a su prestigio, logró imponerse consiguiendo el apoyo de la mayoría de los forajidos, convirtiéndose, en 1665 en el primer gobernador de La Tortuga y de Saint Domingue, nombre con el cual comenzó a llamarse a la región oriental de La Española.4

Francia de este modo logró hacer pie en una de las islas más importantes del Caribe, y Saint Domingue se convirtió informalmente en una de sus colonias. Y fue recién a partir del Tratado de Ryswick, en 1697, cuando España la reconoció legal y efectivamente como posesión legítima de Francia.5

El periodo que va desde fines del siglo XVII a principios del XVIII es una etapa en la cual se van asentando las bases económicas, políticas y sociales de la colonia, un lento proceso en el que se va conformando el “antiguo régimen” de Saint Domingue.

A fines de la década del 60, se dio un importante cambio en la región oriental de la Isla, muchos de los bucaneros y filibusteros empezaron a asentarse, a trabajar la tierra, gracias a la introducción de nuevos cultivos, especialmente el tabaco. Estos a su vez comenzaron a denominarse a sí mismos habitants y a actuar ya no como aventureros, sino como colonos agrarios. En esta etapa, se empezó a dividir la tierra en pequeñas parcelas, y a cultivar tabaco, azúcar, cacao y añil a mediana escala.6 Sin embargo, uno de los problemas más acuciantes era el de la escasez de mano de obra, ya que los indígenas habían sufrido el genocidio de la conquista y los esclavos negros introducidos por los españoles se encontraban mayoritariamente en Santo Domingo. Para solucionar esta dificultad, los colonos apelaron a la importación de trabajadores europeos, blancos pobres, mediante el sistema laboral denominado engange. Este implicaba un contrato de tres años, mediante el cual el trabajador quedaba sujeto al amo en una relación de servidumbre, a cambio de la cual recibían un pequeño salario, además de hospedaje y alimentación. Pero lo más importante era que al final se les otorgaba una pequeña parcela de tierra para cultivar como libres.7 Este sistema atrajo a un considerable número de europeos que, miserables en su país de origen, decidían aceptar el trabajo semiforzado, por ese periodo, con la esperanza de algún día poder enriquecerse como plantadores. Los éxitos de este sistema fueron muy limitados, debido a los altos gastos que implicaba y las dificultades que los pobres blancos, acostumbrados a un clima más templado, encontraban para trabajar en el abrasador sol del Caribe. Así, como los españoles a principios del siglo XVI, los franceses llegaron a la conclusión de que la “única solución” era la de importar esclavos africanos y eso fue lo que empezaron a hacer alrededor de 1660.8 Así con el correr del tiempo, Saint Domingue se fue (re)poblado de africanos, traídos por la fuerza, hasta convertirse en una de las colonias con mayor población cautiva de toda América. Además, otro factor clave en la transformación social de la isla fue la re-orientación económica que le impuso la política mercantilista de la Metrópoli. En 1680, Colbert elevó los aranceles para la importación de tabaco en Francia, generando de esta manera una enorme baja en la exportación del cultivo que hasta ese momento era el producto más importante de la isla.9 Las consecuencias de esta medida se hicieron sentir inmediatamente en la colonia. Muchos hacendados quebraron y perdieron sus tierras y pasaron a engrosar una clase nueva, la de los pequeños blancos; otros aprovecharon la situación y se enriquecieron ampliando sus terrenos a bajo costo. Así, se fue consolidando el sector de los blancos latifundistas, quienes ahora comenzaron a cultivar azúcar en extensas plantaciones, además de añil, algodón y café.10 Fue justamente esta emergencia del azúcar como cultivo principal de la colonia uno de los factores que también impulsaron la esclavitud a gran escala, ya que para su producción era necesaria una enorme cantidad de mano de obra imposible de cubrir, a costos rentables, mediante el sistema de engange. De esta manera, se profundizó el proyecto de introducir esclavos africanos en la colonia francesa y este sí resultó ser, por casi un siglo, un gran éxito.

Para comienzos del 1700, la proporción entre blancos, libertos y negros esclavos comenzó a aumentar hacia una gran disparidad. Estos últimos crecían exponencialmente gracias al boom del tráfico negrero, mientras que los otros lo hacían lentamente. Esta relación desigual, con el correr de las décadas, no hizo más que ampliarse, hasta que los esclavos llegaron a representar casi el 90% de la población colonial.

Asimismo, para esa época, nuevos colonos blancos y libertos, que no poseían grandes fortunas, comenzaron a cultivar café especialmente en la región sur de Saint Domingue. Gracias a que dicho producto requería menos mano de obra y fincas más pequeñas, pudieron invertir su dinero y enriquecerse. Así, lentamente, el café se convirtió en una de las materias primas de exportación más relevantes, hasta llegar a ser la segunda en importancia. Permitiendo el ascenso económico de pequeños plantadores blancos y de los llamados affranchis, modificando parcialmente la estructura social de la Isla.

El Antiguo Régimen

La Economía

La estructura política, social, cultural y económica de la isla se consolidó en las primeras décadas del 1700 a partir del proceso que brevemente hemos analizado. De esta manera, Saint Domingue se fue convirtiendo en una centro económico muy prospero, hasta transformase a mediados de siglo en la colonia más rica de Francia y de todo el Nuevo Mundo. Un verdadero milagro que puede ser fácilmente explicado si se tienen en cuenta los dos motores del crecimiento económico: el azúcar y el esclavismo.

Indudablemente, fue el azúcar la piedra angular, de la prosperidad colonial, ya que dicho producto era uno de los más codiciados en Europa, cotizando a altísimos precios en el mercado y Saint Domingue, rápidamente se convirtió en la exportadora de 2/3 del azúcar mundial. Así, por ejemplo, en 1765, la colonia producía y vendía aproximadamente 90 millones de libras de azúcar y para el 1789, la cifra había pasado largamente los 140.000.0000 de libras por año.11 Asimismo, también producía otros cultivos importantes como café, añil, índigo, café y algodón. Pero, por supuesto, dicha prosperidad no se basó solamente en la competitividad comercial de sus materias primas, sino en el sistema de producción: el esclavismo. Como hongos, surgieron plantaciones modernas, racionalmente organizadas, con cientos de esclavos, que tapizaron el montañoso territorio colonial. Este sistema fue lo que permitió una acumulación originaria de capital y un salto cualitativo en la producción, el cual, indudablemente, mediante el trabajo libre, hubiera sido imposible de dar. Así, para fines de la década del 80 existían, en la colonia, según Torcuato Di Tella, alrededor de: “789 plantaciones de algodón, 3100 de café, 3100 de índigo, 673 de víveres y casi 800 ingenios de azúcar”12, en las cuales trabajaban más de 480.000 esclavos.

A partir de la consolidación de la colonización francesa, Saint Domingue se dividió en tres regiones geográfico-políticas bien delimitadas: el norte, el oeste y el sur. La primera era sin duda la más poblada y prospera, ya que contaba con una fértil planicie, en la cual se afincaban la mayoría de los ingenios azucareros y de esclavos de la isla. Le Cape Français era su capital y la ciudad más importante de la colonia, por su carácter de puerto natural siempre atestado de barcos que traficaban esclavos, materias primas y manufacturas. Conocida, pomposamente, como la París del Caribe, sus habitantes se vanagloriaban de sus elegantes teatros, finos salones y bulliciosos burdeles. Construida a imagen y semejanza de las capitales europeas, Le Cap Français era para los colonos franceses la prueba de lo que los europeos civilizados podían alcanzar aun en un pequeño rincón del Caribe. Sobre la situación económica de esta región, años antes de la Revolución, Moreau de Saint Mery, un reconocido intelectual y plantador blanco de la época, nos dice “la parte norte encierra en si 288 ingenios, 433 plantaciones de añil, 66 algodonales, 2009 cafetales,46 destiladoras de aguardiente, 19 ladrilleras, 6 curtidurías (…) 125 caleras, 11 alfareras.”13

La región oeste era la segunda en relevancia económica y su capital, Pourt au Principe, era asimismo la capital de la colonia. Esta, muy lejos de la suntuosidad de su par del norte, era un modesto puerto y una ciudad administrativa y militar, el lugar donde residía el Gobernador General y las tropas imperiales. Aunque menos prospera que su par del norte, dicha región también contaba con un importante desarrollo económico, siendo el cultivo algodonero el más relevante y productivo de la zona. Según Moreu de Saint Mery, en la región, había: 314 ingenios, de los que sólo 180 producen azúcar en bruto, 1804 plantaciones de añil, 541 algodonales, 811 cafetales, 80 destiladoras, 10 ladrilleras-tejerías, 155 cafetales, 8 alfareras”.14

Aislada parcialmente por una serie cadenas montañosas que cruzaba toda la colonia, se encontraba la región sur, con su capital Les Cayes. Esta, debido a su difícil acceso, fue la última en ser colonizada por los franceses. Por ello, durante un largo periodo, sus tierras quedaron virtualmente vírgenes y sin parcelar, y aún en 1789 era la menos prospera y menos poblada de las tres de la isla. Fue recién a partir del boom cafetero de las primeras décadas del 1700 que los colonos se comenzaron a afincar y a construir las primeras plantaciones que resultaron muy productivas. Sin embargo, lo más singular de esta región era su composición social, ya que la mayoría de los plantadores de dicha zona eran affranchis, los cuales luego de haber alcanzado su libertad emigraron allí, aprovechando las tierras vacantes, para comenzar una nueva vida como propietarios. Así, con el tiempo, dicha región se convirtió en el bastión de su poder, un lugar desde el cual luchar contra los blancos en pos de la igualdad racial. El cuadro que Moreau de Saint Mery pinta para esta zona es el siguiente: “Existen 191 ingenios, de los cuales 143 hacen azúcar negra y 48 azúcar blanca, 903 plantaciones de añil,182 algodonales, 40 cacaotales, 297 cafetales, 56 destiladoras, 7 ladrilleras-tejerías, 10 alfareras, 90 caleras”.15

Saint Domíngue, era la Perla del Caribe, la posesión ultramarina más preciada de Francia, y uno de los motores del crecimiento industrial de dicho país durante el siglo XVIII. La relación que la metrópoli imponía a su colonia era muy sencilla: la exclusif. Esta implicaba una política de monopolio comercial entre la colonia y la metrópoli, por la cual los plantadores estaban obligados a vender sus materias primas a los comerciantes franceses sin poder negociar sus productos con otras potencias europeas. A su vez, a los colonos se les imponía la compra de manufacturas francesas y de esclavos traficados por los barcos del propio imperio. El sistema de comercio colonial era triangular y estaba basado en tres vértices: África, de la cual se adquirían los esclavos a cambio de productos manufacturados, Saint Domingue (y las antillas en General), de la cual se extraían materias primas y Francia la cual vendía manufacturas a cambio de materias primas, y procesaba estas últimas, para re-venderlos a otros países. De esta manera, aunque los plantadores lograban importantes ganancias económicas, el sistema estaba claramente construido para beneficiar a Francia y a su sector comercial e industrial. La colonia existía en función de los intereses de su Metrópoli y gracias a su espectacular capacidad productiva y al comercio colonial, las ciudades-puerto de Nantes, Le Havre, Rouen, Marsella y Burdeos, con sus industrias, florecieron en esos años, significando un enorme impulso al naciente capitalismo francés.16 Este monopolio colonial, inicialmente, en la época de Luis XIV y de Colbert, fue otorgado a una serie de distintas compañías comerciales, primero a la “Compañía de San Cristóbal”, luego a la “ Compañía de las Islas de las Américas ”, después a la “Compañía de las Indias Occidentales”, posteriormente a la “Compañía de Occidente” y por último a la “Compañía de Saint Domingue” hasta 1720.17 Estas, al principio, contaron con el apoyo de la Corona y no solo controlaban el monopolio comercial sino que a su vez, comúnmente, se les concedía la potestad de nombrar las autoridades de la colonia. Además de estas compañías, existían otras encargadas de la trata negrera. Estas tenían asientos en África y eran cruciales para el abastecimiento de mano de obra a las plantaciones caribeñas, por ello existieron hasta el fin de la esclavitud, mientras que las otras fueron disueltas en la segunda década del siglo XVIII. Esta desaparición se debió a que la Corona modificó su política colonial, asumiendo por un lado, el control político directo de las posesiones ultramarinas y por el otro, ampliando el comercio a todos los mercaderes franceses. Esta nueva política resultó ser mucho más rentable y estuvo en la base de la prosperidad económica de la colonia y de la Metrópoli.

La Organización Política

En cuanto a la administración política de Saint Domingue, Francia impuso un férreo autoritarismo que impedía la participación democrática de los colonos. Esta dependía directamente de la Corona, y estaba cargo de dos figuras, el Gobernador General y el Intendente, ambos franceses. Aunque el primero tenía mas potestades, esta dualidad de poder estaba impuesta conscientemente, para que se controlaran mutuamente, con la intención de evitar cualquier proyecto autonomista.

El Gobernador General era el jefe del Ejército y se ocupaba de la defensa militar de la isla y del mantenimiento de la paz social. Asimismo, el orden esclavista interno era resguardado policialmente por la marechausse, gendarmería, compuesta por affranchis, que tenía como tarea atrapar cimarrones y reprimir toda posible rebelión. El gobernador controlaba las riendas militares de Saint Domingue, sin embargo, además intervenía en asuntos civiles, junto al Intendente, reglamentando la distribución de la tierra, el trato a los esclavos y la contratación de funcionarios. Finalmente, también participaba como Presidente en los altos tribunales de justicia conocidos como Concejos Superiores.18 Esta última era la única institución de poder en la que intervenía los colonos de la isla, aunque fuese de manera más formal que real.

El Intendente, por su parte, se ocupaba de las riendas civiles de la sociedad: la gestión publica, de la hacienda, del funcionamiento de los tribunales y de los asuntos jurídicos en general.19 Aunque era importante el verdadero poder, en última instancia, residía en las manos del Gobernador, siendo así el gobierno de Saint Domingue, no solo absolutamente autoritario sino también militar, una administración acorde con la lógica de una sociedad cuyos pilares centrales eran el racismo y la esclavitud.

En conclusión, ambos se ocupaban de que el orden colonial/esclavista prosperara en beneficio de la grandeza del Imperio, teniendo siempre en cuenta los intereses de la metrópoli antes que los coloniales, una política que produjo profundos resquemores entre los plantadores criollos y que fue una de las causas principales que originaron la Revolución.

La Estructura social: Actores y Conflictos

La esclavitud estaba en el centro de la economía de la isla, marcando a fuego su estructuración social, dando como resultado una sociedad fuertemente estratificada, no sólo en términos de posesión económica, sino también raciales. En la cúspide de la pirámide social se encontraban los colonos franceses blancos, propietarios de 3/4 de las plantaciones y 3/4 de los 480.000 esclavos, conocidos como grand blancs, por la inmensidad de sus fortunas.20 Este sector, poco antes de la Revolución, ascendía a un número aproximado de 20.000 y era, sin lugar a dudas, la élite socioeconómica de la isla. Más allá de la considerable homogeneidad cultural y política de dicha clase, es posible distinguir, entre aquellos mayoritarios, que eran criollos, y aquellos que eran metropolitanos (en general aristócratas) que habían arribado a la isla para hacer dinero fácil. En general estos últimos eran dueños ausentistas que regresaban a Francia y dejaban a un administrador a cargo de sus plantaciones, mientras ellos disfrutaban de las mieles del boom azucarero. Entre ambos, existían rispideces menores, propias de sus diversos orígenes, pero actuaban en conjunto, en defensa de sus intereses económicos y políticos.

A pesar del enorme poderío que detentaban los grand blancs, su hegemonía reconocía fuertes limitaciones, como ya vimos, por las imposiciones políticas y económicas de la metrópoli. Además de esta imposibilidad de participar activamente en el gobierno de la isla, otra limitación clave al poder de la elite fue la imposición de la esclusif, la política comercial monopolista por la cual Saint Domingue solo podía vender y comprar productos directamente a la Metrópoli. Asimismo, esta política, tuvo como consecuencia una relación de fuerte dependencia económica entre Saint Domingue y Francia y a su vez una subordinación financiera de los plantadores, frente a los burgueses metropolitanos.

Estas limitaciones al poder de los grandes blancos crearon una profunda animosidad de este sector hacia la metrópoli, la burocracia y los mercaderes franceses, que se expresó en una serie de revueltas blancas en 1722 y 1768, contra el orden colonial. Estas fueron reprimidas violentamente por las tropas realistas, pero a su vez, para pacificar la situación, se les otorgaron algunas concesiones en materia economía a dicho sector. Sin embargo, las fuertes contradicciones persistieron, generándose en los grand blancs, para la década del 80, un intenso deseo de mayor autonomía que fue una de las causas originales de los conflictos que llevaron al estallido de la Revolución Haitiana.21

Dentro de la casta de los blancos, se encontraba otro sector conocido como los petits blancs, conformado, a fines del siglo XVIII, por aproximadamente 10.000 criollos y franceses. De origen plebeyo, eran artesanos, soldados, empleados, comerciantes, administradores de plantaciones, etc. Muchos de ellos, llegaron a la isla en las primeras décadas de la colonización, como enganges, y una vez liberados, habían tratado de convertirse en grandes plantadores con escaso éxito. Otros arribaron, cuando esta ya florecía, con el sueño de enriquecerse, deseo que se mostró imposible de concretar. Sin embargo, no ocupaban un lugar muy inferior en la pirámide social, gracias a que contaban con un capital intangible, su color de piel. Estos tenían contradicciones con los plantadores blancos, nacidas de su difícil situación económica y de su consecuente voluntad de ascenso social, y por ende revindicaban un discurso plebeyo y económicamente igualitario. Sin embargo, a pesar de sus diferencias, al fin de cuentas siendo blancos y parte de la casta dominante, eran sus aliados, haciendo del culto al racismo, su bandera más importante y promoviendo la dominación de los estratos negros y mulatos.22

Los affranchis u hombres libres de color constituían otro de los sectores sociales importantes durante el Antiguo Régimen. Este estrato, años antes de la Revolución, estaba compuesto por aproximadamente 30.000 mulatos y de negros libertos. Conformaban una suerte de clase media, cuyo poderío se asentaba en su capital económico. La mayoría de ellos eran dueños de plantaciones medianas, en general de café, pero también de azúcar, índigo, añil, cacao y paradójicamente, al igual que los grand blancs, poseían 1/4 de todos los esclavos de la isla. Sin embargo, aun siendo adinerados, tenían impedido el acenso social por la segregación racista que, desde la década de 1760, los blancos habían impuesto en la isla.23

El origen de dicho estrato se remonta a los comienzos de la colonización francesa, a mediados del siglo XVII, especialmente al momento en cual nuevos contingentes de esclavos fueron introducidos a la isla, por las compañías comerciales. Escasos de mujeres, los colonos, aprovechándose de su poder, comenzaron a tomarlas por la fuerza como amantes y de ese amancebamiento, nacieron hijos mulatos, los cuales para la ley eran esclavos. Sin embargo, siguiendo a CLR James podemos decir que muchos de los colonos, frente a la creciente disparidad entre blancos y negros decidieron liberar a sus hijos mulatos, con la intención de tenerlos como aliados frente a los esclavos. Esta situación fue formalizada, mediante el Code Noir, estableciéndose que los mulatos y negros libertos poseían los mismos derechos que los hombres blancos.24 A pesar de ello, es importante destacar que esta moderada igualdad, muchas veces no se concretaba en la realidad y por supuesto de ninguna manera se hacía extensiva a los esclavos negros.

Gracias a esta parcial apertura en la barrera racial, surgió, lentamente, a fines de siglo, un sector social de mulatos y negros libres, los cuales pudieron adquirir esclavos y tierras, convirtiéndose ellos también en medianos plantadores. Este sector, con el correr del tiempo, se multiplicó y alcanzó una importante posición económica. Tan fuerte fue el ascenso socio-económico de dicho sector que, según James, los blancos vieron amenazada su posición de casta dominante. Fue entonces, especialmente a partir de 1760, que (re)surgió un espíritu racista, dirigido ahora no solo contra los esclavos negros, sino también contra los affranchis, un racismo que se expresó en una serie de leyes segregacionistas destinadas a remachar el orden de castas.

Siendo ellos mismos esclavistas/plantadores, compartían intereses económicos con los grand blancs, así participaban de la dominación y la explotación de los esclavos, a los cuales lejos de verlos como hermanos en desgracia, los maltrataban igual que los propios blancos. De esta manera, en una típica actitud propia del sujeto colonizado, asumían la cosmovisión del colonizador y despreciaban a los cautivos por su origen africano, considerándolos bárbaros e indignos de vivir en libertad.25 Asimismo, en coincidencia con los grand blancs, se oponían al autoritarismo de la burocracia y criticaban duramente el monopolio imperial impuesto por la Corona y los burgueses metropolitanos. En este sentido, los affranchis de ninguna manera estaban dispuestos a alterar el sistema, base de sus propias riquezas. Sin embargo, en ruptura con los blancos, tenían una conciencia anti-racista fuerte y luchaban por el fin de la segregación, en pos de la igualdad de todos los hombres libres. Dicha conciencia surgió, en primer lugar, a partir de su propia experiencia como sujetos discriminados, sujetos que tenían que soportar la vejación y la burla de parte de los blancos, que los veían como naturalmente inferiores, solo por su color de piel y su origen africano. A su vez, gracias a que muchos de sus líderes como Rigaud y Beauvis, habían sido enviados a la metrópoli a estudiar, se empaparon del pensamiento iluminista, que luego al volver a su patria, buscaron implementar. Finalmente, la Revolución Norteamericana, influyó en este sector, de manera indirecta gracias a la difusión de su ideario libertario e igualitario mediante la prensa, y de forma directa, ya que muchos participaron en el proceso, luchando por esas ideas contra el Imperio Británico.26

El último escalón de la pirámide social estaba conformado por los esclavos, los cuales, siendo en 1789 aproximadamente 480.000, representaban la abrumadora mayoría de la población de Saint Domingue.27 Como vimos, la esclavitud, fue establecida por los españoles, pero fue recién a partir de la colonización francesa y gracias al fracaso del sistema de engange, que empezaron a afluir masivamente los esclavos. Una importación que comenzó lentamente con algunos cientos de africanos y que luego superó la decena de miles por año. De este modo, años antes de la Revolución, solo un 1/3 de los esclavos eran criollos, carentes de la experiencia de la libertad, mientras que la vasta mayoría eran de origen africano, comúnmente llamados bozales, los cuales habían perdido recientemente su autonomía importados por la fuerza.28 La población esclava era la que sostenía la economía de la isla, sin ninguno de sus beneficios. De a doscientos, cultivaban la tierra en las plantaciones, organizadas racionalmente, según James y Aime Cesaire casi como una industria moderna. Seis días a la semana, catorce horas al día, sin libertad y bajo la amenaza del látigo, esas eran las condiciones impuestas por los amos. Para comprender la lógica de las plantaciones es importante considerar la división de tareas y cómo afectaba a la socialización de los cautivos. Así, además del dueño, existía un administrador, un petit blanc, que se ocupaba de forma directa del funcionamiento cotidiano de la hacienda. Luego, existía una elite esclava compuesta por los capataces que controlaban a los cultivadores, imponiendo las órdenes de los administradores. Estos solían ser criollos y, paradójicamente, gracias a su experiencia de mando, tuvieron una destacada intervención durante la Revolución, tanto es así que la mayoría de los líderes, Toussaint Louverture incluido, habían sido capataces.29 La masa de los cautivos, por su parte, estaba organizada en cuadrillas, que cumplían distintas funciones, según género y edad. Así los más fuertes cultivaban la tierra y participaban en la zafra, mientras que las mujeres, niños y ancianos realizaban tareas menos pesadas. Asimismo, tanto en el campo como en las ciudades existía un subgrupo minoritario, que vivían en las casas de los amos o trabajaban en negocios, realizando tareas domésticas. Estos, gracias a que no sufrían la terrible explotación rural, también conformaban una suerte de elite y aunque mayoritariamente fueron leales durante la revolución, muchos, participaron como líderes, siendo, indudablemente, el caso del cocinero Henri Cristophe, el más relevante. También es importante destacar que los amos ponían particular atención y esfuerzo en generar otras divisiones entre los esclavos. De este modo, rompían los núcleos familiares y evitaban unir a cautivos de las mismas etnias, buscando siempre la mayor diversidad posible. Esta estrategia inicialmente fue exitosa, sin embargo, a la larga, la experiencia de la esclavitud pesó más y surgieron nuevas expresiones culturales que homogenizaron a los cautivos y les dieron una identidad colectiva propia, más allá de su origen étnico-nacional.

Luis XIV y Colbert promulgaron, en 1685, una serie de normas conocidas como Code Noir, que reglamentaban la condición jurídica de los esclavos y su régimen laboral. Este, obviamente los consideraba como objetos de propiedad, así el artículo 44 establecía: “Declaramos seres muebles a los esclavos y como tales entran en la comunidad”,30 negándoles todo tipo de personalidad jurídica. Eran para la ley verdaderos muertos civiles. Expresamente les negaba el derecho a casarse sin el consentimiento de los amos, a portar armas, a reunirse, a tener propiedad, a realizar acciones jurídicas, a participar en juicio, etc. Además, establecía un duro sistema de disciplinamiento, fijando de forma claramente inequitativa las condenas que los esclavos merecían por sus actos delictivos. Penas aflictivas correspondían a robos y hurtos menores, mientras que una lesión grave o un homicidio era penado con la muerte violenta y tortuosa del esclavo. En contraposición, si un amo mataba a un esclavo, debía pagar una multa pero nunca más que eso. Asimismo, fijaba un severísimo régimen laboral, aunque teñido de un sesgo católico prohibía el trabajo en los días fastos, y establecía que los esclavos debían ser alimentados y cobijados por los amos. Declaraba al Catolicismo como credo oficial y promovía el bautismo y la expansión del evangelio entre los esclavos. Finalmente, establecía con precisión los pocos casos en que los cautivos podían ser liberados.31

Muy lejos estaba el código de ser favorable al esclavo, más bien todo lo contrario, a lo sumo se podría decir que establecía mínimas restricciones al poder de los amos, para racionalizar el sistema y lograr su reproducción en el tiempo. Sin embargo, estos últimos lo veían como una limitación injusta a su propiedad, por ello solo cumplían aquellos artículos que les convenían, dejando al resto como letra muerta. Así, desconocían las normas sobre la alimentación y la vestimenta, y en vez de abastecerlos diariamente con comida, les otorgaban pequeñas parcelas de tierras, las cuales estos se veían obligados a cultivar en su tiempo libre. A su vez, contrariando las disposiciones del Código, impedían todo tipo de cristianización de los cautivos. Convencidos de que el mensaje de igualdad y libertad, expresado en el evangelio solo podía promover la insurrección, preferían al esclavo idolatra, pero sumiso antes que católico y rebelde. En la plantación, la voluntad del amo era la única ley y se imponía de forma violenta. Justin de Chantras los describe como “(…) pequeños tiranos que con su espíritu (...) de venganza, ejercen un poder absoluto en su propiedad (…)”32, y sigue: “(…) Se comprende entonces que [el amo], a pesar de las ordenanzas más precisas será tan déspota como le sea posible”.33 Así apenas arribados a la isla, a la hora de ser comprados, los cautivos eran marcados con un hierro caliente. Luego, en las plantaciones, el látigo era la tortura más común, frente al trabajo a desgano o a cualquier falta, los cautivos recibían decenas de latigazos, que muchas veces eran acompañados con la colocación de sal en la herida para profundizar el martirio. Cadenas, máscaras de hierro, collares de ahorque eran otras de las tantas brutalidades que los civilizados amos administraban a sus “bárbaros” esclavos para imponer sus órdenes. Como nos dice James, las faltas más graves (como el intento de fuga) eran penadas con mutilaciones de miembros y los homicidas eran condenados a las muertes más tortuosas, como la hoguera.34 La violencia no era una cuestión aislada, era indudablemente la lógica del sistema colonial, un aparato represivo extendido en toda la isla para someter y administrar los cuerpos y la subjetividad de más de 480.000 cautivos, en fin, cosificarlos. Un dispositivo técnico, cuyo único objetivo era maximizar la extracción de plus-trabajo y acrecentar la riqueza de los amos y cuya legitimación se basaba en el racismo, la supuesta inferioridad y barbarie del negro africano y la natural superioridad del hombre blanco y su civilización “universal”.

Sin embargo, como todo sector subalternizado, los esclavos resistieron de mil maneras y fueron conformado su propia contracultura, su original cosmovisión que expresaba sus anhelos de libertad. Así, por ejemplo, surgió de manera sui generis el creole, una lengua sincrética, constituida por elementos de idiomas africanos y del francés, hablada casi exclusivamente por los esclavos. Similar génesis tuvo la religión vodu, nacida de interrelación de cultos y creencias de orígenes africano con elementos del cristianismo. Ésta rápidamente se convirtió en una religión muy popular, y reconoció una importante “institucionalización informal” a lo largo de la colonia, con cientos de sacerdotes, de santuarios y ceremonias establecidas.35 Los cautivos realizaban reuniones clandestinas en las que bailaban al ritmo de los tambores y al son de cantos en creole efectuaban rituales voudus, socializando sus penas y armándose de esperanzas de un futuro mejor. Así mantuvieron sus ancestrales tradiciones locales pero las resignificaron creativamente a partir de sus nuevas experiencias y del contacto con las del amo, dando nacimiento a una contra-cultura sincrética. En este sentido el Vodu y el creole fueron dos factores centrales en las vidas de los esclavos, dándoles cohesión social/cultural, rompiendo con las divisiones étnicas que los amos buscaban imponer y una cosmovisión de oposición frente a la dominación. En palabras de José Franco: “La religión Vodu sirvió a los esclavos (…), tanto o mas que el creole -el lenguaje de las plantaciones- para luchar contra sus explotadores”.36Tanto es así que ambos jugaron rol fundamental en la organización y en el desarrollo de la Rebelión Esclava de 1791.

Una cosa debe quedar clara, como señala Eugene Genovese, no existía esclavitud, sin resistencia de los esclavos, y esta comenzaba tan pronto como eran capturados en África, comerciados y subidos a los barcos para importarlos a América.37 Son innumerables las historias de motines en los buques y los casos de cautivos que prefirieron arrojarse al océano antes de someterse al cruel destino que los blancos les habían impuesto. Y, por supuesto, la lucha seguía una vez arribados a América. Así en Saint Domingue (como en otras sociedades esclavistas), el cimarronaje era la práctica más importante contra la esclavitud. Este podía ser de dos tipos, “pequeño” o “grande”. El primero era bastante común entre los esclavos e implicaba de acciones de resistencia individuales, como: breves evasiones, prácticas de vodu, envenenamiento de animales y de los amos, hasta abortos autoinducidos. El segundo significaba una verdadera alteración del orden social, con la conformación de bandas de esclavos fugitivos y rebeldes que, aprovechando la intrincada geografía de la isla, se atrincheraban en las selvas montañosas, estableciendo comunidades libres y hostiles a los amos, que atacaban las plantaciones. La primera de estas rebeliones se dio en 1522 bajo la dominación española, cuando los esclavos se unieron a los indios, en un levantamiento violento contra los colonos. Por supuesto fueron aniquilados. A pesar de ello, esta tradición de lucha resurgió en Saint Domingue y a principios del 1700 se dieron nuevas experiencias de rebelión y cimarronaje conformándose comunidades de esclavos en la zona selvática y del centro de la isla. Entre ellas, siguiendo a Franco, las más importantes fueron la liderada por Michel en 1719, en la zona de Bahoruco, la cual llegó a contar con miles de esclavos en la década del 50, y la dirigida por otro fugitivo, de nombre Polydor, en los años 30.38

Sin embargo, uno de los movimientos de resistencia más resonantes fue el liderado por François Makandal en el periodo 1752-1758. Este esclavo cimarrón, armado de un discurso vodu organizó y realizó parcialmente una suerte de insurrección subterránea, instrumentada mediante el envenenamiento de los amos europeos. Inicialmente tuvo un éxito importante, llevando a la muerte a cientos de plantadores, sembrando el pánico entre la casta dominante. Sin embargo, finalmente fue derrotada, cuando Makandal fue hecho prisionero y quemado en la hoguera. La intentona fracasó, pero quedó como un gran hito en la historia de la resistencia a la esclavitud, y Makandal, quien se creía inmortal, se convirtió en una figura mítica y popular, revindicada por los cautivos en su lucha por la libertad.39 A partir de los 70, el gran cimarronaje reconoció cierto descenso, pero pervivió el pequeño y la resistencia contra la opresión, expresada de mil maneras por los esclavos de la colonia.

El mantenimiento del orden esclavista era lo que sin duda unificaba a todos los sectores que se beneficiaban con él, así la burocracia, los grand blancs, los petit blancs y los affranchis actuaban al unísono en la represión de la resistencia de los cautivos. Estos sectores veían con pánico la lucha de los esclavos y por ello constituyeron la Marechausse, para aplacar todo intento de fuga e insurrección. Sin embargo, como nos dice agudamente el filosofo haitiano Michel Rolph Trouillot, su postura era paradojal, ya que, aunque siempre temían una rebelión, en general no la consideraban del todo factible, porque desconfiaban de la racionalidad de los “bárbaros” esclavos africanos para organizar y llevar adelante una revolución que subvirtiera radicalmente el sistema. Es por ello que cuando sucedían conatos de resistencia, los amos solían entenderlos en términos individuales/conjuntarles, en vez de dar una explicación estructural y social del suceso.40 Y sin duda, este es el motivo por el cual, cuando la Revolución comenzó en la metrópoli, los grand blancs, los affranchis y los petits blancs empezaron a agitar las banderas de igualdad y libertad (dándole un significado particularista) en la isla sin preocuparse demasiado por la recepción que estas ideas podían tener entre los esclavos. Y es por ello que cuando la rebelión finalmente estalló, aquella fatídica noche del 22 de agosto de 1791, la sorpresa fue tan grande y la pesadilla fue mucho peor de lo que los amos hubieran podido imaginarse.

Conclusión

En este breve trabajo hemos intentado analizar el Antiguo Régimen, prestando especial atención a sus contradicciones sociales, económicas y culturales internas, las cuales hacían de la colonia una olla a presión lista para estallar.

Recapitulando y a modo de resumen esquemático, podemos decir que la principal línea que dividía la sociedad era la que giraba en torno a la esclavitud y la libertad. De un lado se encontraban los amos y los hombres libres: la burocracia, el clero, los grand blancs, los petit blancs y finalmente los affranchis, del otro los condenados, los cautivos. La otra fractura interna era la racial, que segregaba no solo a los esclavos, sino a los propios affranchis, los cuales por ello revindicaban un discurso relativamente igualitario. Los más privilegiados, como vimos, eran los blancos, sin embargo, dentro de dicha casta también existían importantes divisiones y tensiones. La principal giraba en torno a la riqueza y separaba a los grand blancs de los petit blancs, plebeyos. La política monopolista y el autoritarismo impuesto por la metrópoli, generaba, a su vez, fuertes contradicciones entre los comerciantes franceses, la burocracia y los grand blancs, los cuales querían ampliar su poder mediante el libre comercio, la participación en el gobierno y un status de autonomía para la colonia. Durante el siglo XVII y XVIII estas contradicciones, produjeron numerosos conflictos internos: recelos y revueltas de los blancos contra la administración, rebeliones esclavas y cimarronaje contra los amos, enfrentamientos entre petit blancs y grand blancs, choques raciales entre blancos y affranchis, etc.; disputas que generaron experiencias políticas y discursos bien definidos en los distintos actores sociales. Sin embargo, a pesar de estas contradicciones y esta compleja historia, el orden colonial/plantar/racial/esclavista logró reproducirse y mantenerse en el tiempo, hasta que la agitación revolucionaria explotó en la Metrópoli y fue ahí, en ese momento, cuando comenzó el principio del fin.

La Revolución Francesa estalló en 1789, con la conformación de los Estados Generales, la conversión de estos en la Asamblea Nacional y la consiguiente “Declaración de los Derechos del Hombre y del ciudadano”. Fueron estos acontecimientos los que generaron una rápida movilización de los sectores de la colonia, los cuales buscaron sacarle provecho a la nueva situación. Los grand blancs intervinieron agitando su bandera de participación política, librecambio y autonomía, los petit blancs radicalizados abrazaron un discurso anti-aristocrático y económicamente igualitario, y los affranchis se movilizaron para ser reconocidos como ciudadanos. Así, todos juntos pusieron en marcha el proceso de la Revolución Haitiana, ese mismo año. Desde 1789 hasta 1791, estos fueron los actores principales y sus intereses marcaron las líneas fundamentales del proceso. Las consignas de Libertad e Igualdad surcaban la colonia, pero lo hacían cargadas de un particularismo racista y clasista, que las vaciaba de contenido. Los esclavos, aprovechando el caos reinante, entraron finalmente en escena, el 22 de agosto de 1791, mediante una rebelión masiva en pos de la libertad. Esta insurrección de miles de esclavos enardecidos, agitó el orden social de la isla, y fue a partir de ese momento, que el proceso cambió su curso para siempre. Serán ellos y sus ideales de igualdad y libertad universal los que marcarán, de ahí en más, el rumbo de la Revolución.


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  • -----, Haiti, II tomos, Alianza Mexicana, México, 1988.

Notas

1 Von Grafenstein, Johanna, aití, Ed Alianza Mexicana, México, 1988, p. 12.
2 Franco, José, Historia de la Revolución de Haití, Editora Nacional, Santo Domingo, 1966, pp. 56-57, y Vitale, Luis, “Haití Primera nación independiente de América Latina”, en Todo es Historia, Nº 245, Buenos Aires, noviembre de 1987.
3 Von Grafenstein, J., op. cit., p. 20.
4 Ídem, p. 20 y Franco, op. cit., p. 80.
5 Dubois, Laurent, Avengers of the new world, Harvard Press, Boston, 2004, p. 17.
6 Von Grafenstein, J., op. cit., pp. 21 y 22.
7 Ídem, p. 21.
8 James, CLR, The Black Jacobins, Vintage, New York, 1989, p. 5.
9 Von Grafenstein, J., op. cit., pp. 22 y 23.
10 Ídem, pp. 23 y 24; y Garrigus, John, Before Haiti: Race and Citizenship, in French Saint Domingue, Ed. Palgrave Mcmillan, New York, 2006, p. 31.
11 Von Grafenstein, J., op. cit., pp. 180-183.
12 Di Tella, Torcuato, La Rebelión de Esclavos de Haiti, Ed. Ides, Buenos Aires, 1984, p. 23.
13 Moreau de Saint Mery, Desription Topographique physique,civile,politique et historique de la partie francaise de la ile Saint Domingue, vol 1, pp. 118-120, citado y compilado por Johanna Von Grafenstein, op. cit., p. 79.
14 Moreau de Saint Mery, op. cit., vol 2, pp. 715-723, compilado por Von Grafenstein, op. cit., p. 82.
15 Moreau de Saint Mery, op. cit., vol 2, pp. 715-723, compilado por Von Grafenstein, op. cit., p. 82; y a su vez, sobre las regiones, vease: Dubois, op. cit., pp. 22-28.
16 James, CLR, op. cit., pp. 46 y 47; Franco, op. cit., pp. 134-135; y Dubois, op. cit., p. 32.
17 Von Grafenstein, op. cit., pp. 16 y 17.
18 Franco, op. cit., pp. 110 y 111.
19 Ídem, pp. 110 y 111.
20 Ott, Thomas, The Haitian Revolution, University Tenneasse Press, Knoxville, 1973, pp. 10 y 11.
21 Dubois, Laurent y Garrigus, John, Slave Revolution in the Caribbean 1789-1804, Boston, 2006, p. 16; Di Tella, op. cit., pp. 41 y 42; y Geggus, David, Haitian Revolutionary Studies, Indiana University Press, 2002, p. 6.
22 James, CLR, op. cit., pp. 33 y 34.
23 Dubois, op. cit., pp. 61-70; y Cesaire, Aime, Toussaint Louverture, Instituto del Libro, La Habana, 1967, p. 39.
24 James, CLR, op. cit., p. 37.
25 Ídem, pp. 48 y 49.
26 Geggus, op. cit., 2002, pp. 8 y 9.
27 James, op. cit., pp. 6-27; y Dubois, op. cit., pp. 36-59.
28 Ídem, pp. 41 y 42.
29 Ídem, p. 38.
30 Torre López, Fernando, El código Negro de Luís XIV, Lupus Inqiuisitor, México, 2002, p. 102.
31 Ídem, pp. 45-123.
32 Girod de Chantras, Justin citado y compilado por Von Grafenstein, op. cit., p. 107.
33 Ídem, p. 107.
34 James, op. cit., p. 12, para un opinión contraria, aunque escasamente fundada, Ott, Thomas, op. cit., p. 10.
35 Franco, op. cit., pp. 164-167; Dubois, op. cit., pp. 43-45 y Geggus, op. cit., pp. 69-81.
36 Ídem, p. 166.
37 Genovese, Eugene, Da Rebelião a Revolução, Ed.Global, San Pablo, 1983, pp. 1-30.
38 Franco, op. cit., pp. 167 y 168.
39 Dubois, op. cit., p. 51; Cesaire, op. cit., p. 42; Fick, Carolyn, The Making of Haití, Ed University of Teneasse Press, Knoxville, 2006, pp. 60-71.
40 Trouillot, Michel Rolph, Silencing the past, Beacon Press, Boston, 1997, pp. 83-85.

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