La persistencia de saber escuchar: un análisis de Conversaciones con chicos de Griselda Gambaro | Centro Cultural de la Cooperación

La persistencia de saber escuchar: un análisis de Conversaciones con chicos de Griselda Gambaro

Autor/es: Patricia Lanatta

Sección: Palos y Piedras

Edición: 7

Español:

Griselda Gambaro elabora su texto a partir de prestar su oído a niños desde los 6 meses hasta los 12 años. Escucha su lenguaje y se detiene particularmente en la palabra, que está ahí, implícita y persistentemente, para ser comunicada con las cosas, el mundo, los otros. Con persistencia de niña, la retoma y vuelca en conversaciones que datan de 1976 –un año emblemático para la autora, que marca su exilio en España, a propósito de la novela Ganarse la muerte, que la dictadura militar no le permite publicar–. A lo largo de todo el texto, se percibe la idea de conversar con los niños para que ellos nos permitan (a los grandes) descubrirnos, recuperar el sentido de una época donde estábamos despiertos, abiertos a la aventura y predispuestos a lo imprevisto.


Griselda Gambaro elabora su texto a partir de prestar su oído a niños desde los 6 meses hasta los 12 años. Escucha su lenguaje y se detiene particularmente en la palabra, que está ahí, implícita y persistentemente, para ser comunicada con las cosas, el mundo, los otros. Con persistencia de niña, la retoma y vuelca en conversaciones que datan de 1976 –un año emblemático para la autora, que marca su exilio en España, a propósito de la novela Ganarse la muerte, que la dictadura militar no le permite publicar-. Precisamente por este dato histórico, Gambaro decidirá omitir el interés de los niños por la política, y en más de un centenar de páginas, revelará su preocupación por los irrepetibles rincones de la infancia y los efectos de haber padecido un período de violencia y muerte, donde ella misma confiesa no haber encontrado explicaciones suficientes para dar. Sin poder obviar el contexto político que oficia de horroroso telón de estas líneas, esta mujer de vínculos muy fuertes con los niños se atreve a una genuina autocrítica cuando formula: “que los adultos no necesiten decir hablen de otra cosa”, en el equivocado impulso por proteger a los más chicos, acaso porque por aquellos años la palabra ‘política’ era peligrosa y estaba prohibida. Es por esto que en el prólogo a la segunda edición, denuncia con maestría: “(…) cada acto no sólo marca a quien lo padece, marca a las generaciones futuras y nunca habrá duelo suficiente para borrar lo que está en la memoria, reconocido o no”. Griselda vuelve sobre esos niños del 76, que al momento de la edición de Conversaciones… (agosto de 1983), son adolescentes y jóvenes a quienes les tocó crecer en un clima donde el disentimiento no constituía un derecho de la persona, sino un agravio o sospecha. A ellos les dice que deberán vencer la desconfianza, el escepticismo; aprender que el pensamiento político y la actividad que genera son instrumentos necesarios para vivir en una sociedad que se precie de valores sustentables: “Difícil camino les espera, porque no están acostumbrados a manejar la crítica, la consideración por las ideas ajenas, la acción dentro de la tolerancia” –previene-.

A lo largo de todo el texto, se percibe la idea de conversar con los niños para que ellos nos permitan (a los grandes) descubrirnos, recuperar el sentido de una época donde estábamos despiertos, abiertos a la aventura y predispuestos a lo imprevisto. La autora de medio centenar de piezas teatrales representadas en el país y en el mundo, y una vasta obra narrativa que incluye ensayos, novelas y cuentos para niños, ingresa en la arena de la infancia de la mano de sus protagonistas. Se apresura en definir que en la niñez el mundo como totalidad nos es ajeno, pero no la realidad inmediata y próxima que transformamos con nuestra mirada de niños. Cada niño accede a un trozo de mundo y lo vive no como fragmento sino como totalidad; así, la infancia se torna extremadamente vulnerable y cuando un chico no puede proteger su infancia, es decir, su derecho al juego, a la seguridad, al amor, el resultado será un hombre desdichado y resentido. Diagnóstico temible, si los hay, ya que para la autora la desdicha y el resentimiento pueden tener todos los nombres y justificar todas las acciones.

A poco de introducir los diálogos, Griselda intenta explicar el sentido de estas charlas y dice: ”los niños no conversan, hablan. Conversar supone un esfuerzo de comunicación; en el niño, la palabra tiene una carga instantánea, no conversa, simplemente se expresa en el mundo y saltea las coordenadas de la lógica convencional. Por esto y, en especial, al promediar la infancia, su lenguaje se hace fuertemente poético. Gambaro asume haber prestado oído atento a sus decires, aceptando que el texto escrito presenta la imposibilidad de capturar la intensidad del acento, la voz fresca que redondea la frase y el gesto gracioso que la subraya. No obstante, el lector puede perfectamente imaginar a los protagonistas: la palabra posee narratividad escénica. Como en una obra teatral, confiesa haber sentido la necesidad de utilizar acotaciones; no siempre pudo responder a todas las preguntas, prefiriendo la honestidad de un “no sé” a mentir una certeza que no tenía. También, haber incluido a sus propios hijos, por ser naturalmente los pequeños más cercanos. Y con una gran, gran sinceridad, aclara no haber conversado con todos los chicos, en especial, con aquellos que provienen de realidades distantes de los entrevistados en el texto. Cita: “no conversé con el niño de ocho o nueve años que entreví en la esquina de Sarmiento y Pueyrredón, prendido del brazo de una madre que vociferaba obscenidades en completo desvarío”. Tal acercamiento lo juzga imposible: si la palabra no lleva un hecho modificador de la realidad que viven, sería mentirosa.

En ocasiones, relata situaciones compartidas, como una visita (infaltable) al teatro; en otras, sencillamente transcribe sus intensas charlas. Claramente aparece el intertexto, la propia voz de la escritora, entrelazada con las voces de sus interlocutores. Griselda describe a una niña antes de introducir el diálogo: Claudia tiene los cabellos largos y los ojos más hermosos que vi nunca. Ojos grises con un lejano recuerdo de verde. Y el lector ingresa a modo de cuento, a la pequeña narración que nos propone.

En el recorrido por estas jugosas páginas, Gambaro se aproxima a las preocupaciones infantiles por medio de preguntas persistentes, que llegan a ellos sin trampas, para descubrirlos. Hay algunas recurrentes. Por ejemplo: si te doy un cofre, ¿qué te gustaría encontrar? A menudo responden: familia; muchos años para vivir; gente feliz; felicidad. Es decir, responden por la vida. Con impecable lucidez, concluye:

A los niños no les gusta la idea del trabajo, porque a través de la experiencia que le proporciona el adulto y de la propia vivencia en la escuela, lo sienten como castigo y no como goce.

Les preocupa la muerte pero, felizmente, ella entra en la infancia y no permanece:

- Mamá, ¡el abuelo tuvo suerte!

- ¿Por qué?

– ¡Qué viejo se murió!

Los provoca los orígenes del ser de las cosas.

Todos están influidos por nuestra cultura de posesión.

Son reacios a contar intimidades: a decir lo que odian o temen, salvo cuando están en grupo y se apoyan mutuamente.

A determinada edad, se interesan por la política, a través de sus resultados visibles. Y los cuestionan ¡sin miedo!

Aman la fantasía y defienden la imaginación como un terreno inalienable: Me gusta el mar porque le tiro una nave y el mar se hunde y después la lleva a España.

Conversaciones… es un texto que se actualiza en los niños de hoy y mañana, precisamente porque la autora pregunta desde el mismo umbral de percepción que el entrevistado, con transparencia y respeto. Pero regreso a la interdiscursividad, a la poeticidad con que la autora introduce sus diálogos con los chicos: me toma la mano y la coloca sobre su cabeza. Se queda quieto y me mira solemne. Ya no es un chico y no sé bien qué es mi mano. Por el tono inocultablemente afectivo entre ambos, uno supone (y acierta) que se trata de un diálogo entre madre e hijo:

Griselda:- ¿Y ahora qué pasa?

Lucas:- Tu mano es mi corona. Y yo soy un rey.

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