Estado y emancipación: dilemas latinoamericanos | Centro Cultural de la Cooperación

Estado y emancipación: dilemas latinoamericanos

Autor/es: Martín Cortés

Sección: Investigaciones

Edición: 3

Español:

El propósito de este trabajo es contribuir a la reflexión sobre la compleja relación entre proyectos emancipatorios y Estado en América Latina. A la luz de los procesos actuales en la región, donde una serie de proyectos críticos del neoliberalismo –con diversos grados de radicalidad- son expresados a través de alternativas gubernamentales, consideramos que asistimos a un retorno del problema teórico y político del Estado, desplazado del centro de atención en la década del noventa. De este modo, el trabajo se propone, en primer lugar, plantear algunos elementos básicos para el análisis crítico del Estado capitalista. En segundo término, ahonda en las contradicciones de la forma específica que éste asume en regiones periféricas, particularmente en América Latina. Por último, intenta inferir consecuencias teóricas y políticas para pensar desde una perspectiva crítica la realidad latinoamericana contemporánea.


Estado y emancipación: dilemas latinoamericanos

Luego de más de una década de virtual silenciamiento, al menos en un plano general1, de los proyectos emancipatorios en la región, el nuevo milenio se vio asaltado por una serie de experiencias que reinstalaron el problema del cambio social radical en la experiencia latinoamericana. Con ello reaparecieron también una serie de problemas ya clásicos para los debates en torno de la transformación social, a saber: el sujeto del cambio, el problema del poder político, la relación entre reforma y revolución, etc.

El propósito de este trabajo es presentar algunos ejes para la discusión alrededor de lo que se ha revelado como una característica saliente de los procesos más conflictivos de la región: la cuestión del Estado. En términos generales, la pregunta que nos formulamos es por el lugar del Estado en los procesos de cambio social, atendiendo particularmente a las peculiaridades de las formaciones sociales latinoamericanas. Para avanzar en la elaboración de una respuesta, la problematización recorrerá tres momentos sucesivos: una indagación en torno de la naturaleza -génesis y funcionamiento- del Estado capitalista, un acercamiento a elaboraciones que dieron cuenta de lo propio del Estado en las regiones periféricas en general y en América Latina en particular y, por último, un análisis de orden más político, vinculado precisamente a la política que podría pensarse a partir de lo anterior.

El Estado capitalista

Para un análisis crítico del lugar del Estado en los procesos emancipatorios, una primera cuestión imprescindible es determinar su lugar en el orden social. En ese sentido, es importante en principio no emprender un análisis del Estado concibiéndolo como una entidad de naturaleza diferente a la sociedad en su conjunto. Por el contrario, el punto de partida debe ser su restitución en la totalidad social. Ahora bien, si se trata de restituirlo, debemos dilucidar entonces la razón por la cual esto es necesario, vale decir: ¿qué características tiene la sociedad capitalista que hacen que el Estado aparezca como una instancia diferenciada de la sociedad civil?

Son múltiples los abordajes emprendidos, a partir de la obra de Marx, para dar cuenta de ello2. El punto de partida es el análisis genético de las relaciones sociales capitalistas, vale decir, la pregunta por el modo en que se constituyeron tal cual se nos presentan. En ese sentido, lo distintivo del capitalismo es que es la primera sociedad donde las relaciones de dominación no son directas. Esto implica que no son relaciones inmediatas de sujeción, sino mediadas, en este caso, por el intercambio de mercancías. La dominación, al igual que en sociedades anteriores, está sustentada en la apropiación de trabajo ajeno, pero por primera vez no existe coacción al interior del proceso de trabajo para llevar adelante dicho fin.

En el capitalismo, el intercambio que se da en el plano del mercado (la venta de fuerza de trabajo) es lo que habilita la posibilidad de que la explotación acontezca en el ámbito de la producción. Ahora bien, el prerrequisito para la producción capitalista es la existencia de hombres libres (vale decir, sin lazos de sujeción directa y sin medios para producir, de ahí su carácter de “doblemente libres”, tal como lo estableciera Marx) que se vean obligados a venderse como fuerza de trabajo en el mercado. Para ello es necesario un disciplinamiento tanto en un sentido “originario” (la separación entre productores y medios de producción, al estilo del célebre capítulo XXIV del primer tomo de El Capital) como de manera permanente (tal separación debe ser sostenida; en otros términos, debe asegurarse que los hombres acepten su condición de fuerza de trabajo y no pretendan excederla). De manera que el hecho de que no haya coacción al interior del proceso de trabajo no significa que la sociedad esté desprovista de dominación. Por el contrario, la violencia es concentrada en una instancia específica que aparece como separada del momento de la producción, pero que es tanto su requisito como su consecuencia, vale decir, es co-constitutiva. Tal instancia es el Estado. Llegados a este punto, podemos definirlo como un aspecto de las relaciones sociales (de dominación) capitalistas.

Toda relación de dominación es, por definición, una relación de antagonismo y, por ende, una relación inestable, atada al devenir de la propia confrontación. Por ende, el Estado es también una relación contradictoria. Para aclarar esto es necesario plantear la cuestión en términos menos abstractos. El Estado en tanto relación social aparece de manera concreta bajo la forma de instituciones, en las cuales se plasma de manera más visible el carácter de dicha relación. 3 Vale decir, ellas expresan -institucionalmente, esto es, de manera refractaria y bajo una lógica determinada- un conflicto que las excede. El Estado aparece como una entidad exterior a la sociedad porque estas instituciones toman una forma propia, objetiva4, son un producto de una relación contradictoria que no se reconoce como tal, en la medida en que se sustenta sobre la abstracción de las desigualdades reales y la producción de una igualdad formal. La abstracción es, de este modo, una abstracción real o, en otras palabras, una ilusión verdadera: no es un problema de la conciencia de los sujetos -ver o no ver al Estado por encima de la sociedad-, sino el modo en que se configura la realidad en la sociedad capitalista -el Estado aparece por encima de la sociedad-.

En términos de Castoriadis5, se trata de una sociedad heterónoma, en la cual lo instituido (en este caso el aparato estatal), que es producto de la actividad colectiva, oculta esta autocreación que le dio origen y aparece como un elemento extra-social. La actividad social en el capitalismo es antagónica y mediada, dado que ella se coordina no por la libre asociación de sus miembros sino por el intercambio mercantil (expresado en el valor como aquello que rige las relaciones sociales capitalistas6). De allí que necesariamente sus productos no aparezcan como lo que son, sino como entidades autonomizadas, vale decir, fetiches.

Para este trabajo, basta con preservar dos cuestiones: el Estado es eminentemente capitalista, en tanto es un momento de las relaciones sociales capitalistas y, por ello, se materializa de manera contradictoria; es la institución de la actividad social –antagónica- bajo la forma de Estado. La política entendida como puesta en cuestión de este escenario alienante7 no puede pensarse en el capitalismo por fuera del carácter contradictorio de la sociedad, sino como una potencia que dormita en el seno de esa tensión. A continuación desarrollaremos esto teniendo en cuenta las particularidades del Estado en formaciones sociales “periféricas”.

El Estado en América Latina

Los textos fundacionales del marxismo poco dicen acerca de América Latina, menos aún de las particularidades de su dimensión estatal. La noción marxiana, presente en los Grundrisse, de “formaciones secundarias” remite a una cuestión no menor: el desarrollo del capitalismo en regiones periféricas no responde a un proceso de desenvolvimiento de contradicciones sociales en sus territorios sino a una implantación desde fuera, lo que supone que varios determinantes específicos del modo de producción capitalista no están presentes y deben ser articulados de manera artificial. En este marco, el Estado es el elemento saliente que garantiza la posibilidad de desarrollo capitalista, determinando su posición fundante en la totalidad social, no solamente en aquel momento primigenio, sino de manera permanente, más allá de matices históricos y geográficos.

El Estado en América Latina es ante todo contradictorio, es fuerte y débil en un mismo movimiento. En el primer caso, tiene un peso decisivo en la articulación de la formación social en su conjunto. Siguiendo a Zavaleta Mercado8, en América Latina el Estado no puede situarse vulgarmente en la “superestructura”, es más bien una activa fuerza productiva, la precondición para la producción de una base económica capitalista. Dado que la Nación no es, a diferencia de Europa, preexistente al Estado, tampoco aparece un mercado nacional como base para el nacimiento de éste. De hecho, tanto el mercado como la Nación (en términos de pautas culturales comunes) son prácticamente creaciones ex novo del Estado. Hasta la burguesía es prácticamente inexistente como tal en los momentos de conformación del Estado nacional. En situaciones “normales” el Estado es producto de la Nación, vale decir, del mercado nacional en franca constitución. No son procesos exentos de violencia (la violencia es, tal como escribió Engels, la “partera” de la nueva sociedad que brota de las entrañas del viejo orden), pero tampoco son productos directos de ella. En el caso de muchos Estados latinoamericanos, no es este el proceso. Pues no se trataba simplemente de abrir el camino a un proceso social conflictivo sino más bien de introducir determinadas condiciones externas al desarrollo endógeno de las formaciones sociales latinoamericanas. El Estado es productor y precondición del mercado, y luego garantía extra económica del funcionamiento correcto de los roles al interior de éste9.

Esta “productividad social” del Estado no se liga solamente a las clases dominantes sino a la articulación de la sociedad en su conjunto, por ello también a los sectores subalternos, cuya identidad está atravesada por la constitución de lo nacional desde el Estado. Si bien este proceso fue históricamente posterior (ligado a los populismos), no por eso es menos fundante del tipo de sociedad periférica, donde la idea de Nación, e incluso el Estado, aparecen como significantes centrales de las luchas sociales. Aricó10 explica el desencuentro de Marx con América Latina en parte como producto de estas cuestiones. Su herencia hegeliana, tanto en un sentido positivo como negativo habría determinado el campo de lo visible en sus análisis: en sentido positivo, Marx parece fuertemente influenciado por la idea de pueblos sin historia de su viejo maestro. Esto hace que los países de la región no sean analizados en profundidad sino como apéndices del capitalismo central. En un sentido negativo, el rechazo de Marx al Estado-centrismo hegeliano, le impide siquiera pensar en el Estado como posible productor de la sociedad civil, y no como mero producto “parasitario” de ella. Así, tanto el caracter no endógeno del desarrollo del capitalismo en América Latina, como sus consecuencias sobre las instancias que deben impulsarlo en dichas circunstancias -centralmente el Estado-, no son estudiados en profundidad por Marx, quien centra sus escasos papeles sobre la región en críticas, algo apresuradas, a los proyectos "estatistas" de Bolívar.

Asimismo, el Estado periférico cuenta con una debilidad estructural como producto del mismo proceso histórico. Allí lo político es una esfera privilegiada, decisiva en la reproducción de la dominación. Ello se debe a que las contradicciones propias de la sociedad capitalista no son resueltas ni opacadas a otro nivel. Los debates de las décadas del sesenta y setenta (incluso hasta los tempranos ochenta) relacionaban el permanente “estado de excepción” (dictaduras militares y demás formas políticas autoritarias) de la región con esta problemática: la imposibilidad de resolución de conflictos inherentes a la sociedad capitalista en el ámbito de la sociedad obligaban a un permanente disciplinamiento coactivo. Aún cuando hoy haya que repensar esta cuestión a la luz de la “transición democrática”, las condiciones que estructuran la forma de existencia del Estado periférico persisten. Según el trabajo clásico de Tilman Evers11, la heterogeneidad estructural (coexistencia de diversas formas de producción) y la dependencia subordinada al mercado mundial son las dos determinaciones centrales de las formaciones secundarias. Ellas producen un Estado que no sólo debe garantizar condiciones para la producción capitalista sino también imponerlas, bajo la presión de un capital extranjero que no precisa del desarrollo integral del país sino que persigue la obtención de ganancias en el corto plazo. De esta manera, conviven intereses dominantes difíciles de conciliar bajo la forma de un interés general, lo que da lugar a una paradoja: “de la imposibilidad de una política auténticamente “general” resulta una ampliación potencial de la autonomía estatal”12, donde el Estado termina por ser la instancia privilegiada de disputa entre diversas fracciones burguesas.

Lo central de estos aportes para el trabajo que nos ocupa es la centralidad que el Estado asume como lugar de la disputa social, que entrelaza las disputas entre fracciones de capital y el antagonismo entre capital y trabajo. Es una pugna entre sectores dominantes en tanto las desfavorecidas burguesías locales apelan al marco nacional para legitimar sus pretensiones hegemónicas. De ese modo, se producen momentos históricos de interpelación a los sectores populares para reforzar su posición, sobre todo en momentos en que la relación entre fracciones dominantes locales y externas alcanza picos de tensión. Asimismo, esto debe pensarse dialécticamente -y, por ende, como lucha-: no se trata solamente de burguesías locales llamando a las masas a apoyarlas sino también de la activación efectiva de éstas y la búsqueda de las clases dominantes de un modo de canalizar esa energía sin poner en riesgo el sistema en su conjunto.

Entre la autonomía y la institución, o una política para América Latina

Quizá el mayor aporte de pensar específicamente –y desde una perspectiva crítica- el Estado en las regiones periféricas es la posibilidad de habilitar una lectura no instrumentalista del Estado, como quizá ciertas corrientes “ortodoxas” hicieron (y hacen), que permita abordar la complejidad del problema político sin reducir las instancias estatales a meros apéndices de las clases dominantes, pero teniendo en cuenta al mismo tiempo el carácter capitalista de las mismas.

De manera que una política, en el sentido antes citado de Castoriadis, debe contar con lo anterior como una determinación del ámbito sobre el cual pretende operar. ¿Cómo pensar la autonomía en tanto autoinstitución no alienante en dicho contexto? Lo interesante es que en los últimos años se ha dado en la región, en el marco de una crítica a la tradición leninista y a los diversos modos de “estatismo”, un auge de formas de organización de nuevo tipo, que hacen énfasis en modos alternativos a la forma partido y sus diferentes dimensiones (centralismo, toma del poder, etc.). En este marco, se revalorizó el trabajo territorial -local- como ámbito en tensión con las relaciones sociales capitalistas. De algún modo, los noventa podrían caracterizarse -en términos de formas de resistencia- como tendencialmente anti-estatales, quizá con su epicentro en la visibilización del zapatismo y su repercusión en el resto de América Latina. El concepto de autonomía como capacidad de hacer propia (un tiempo y un lenguaje propios y antagónicos a los tiempos y lenguajes del Estado) fue una de las claves de lectura del ciclo de luchas de la década.

Ahora bien, el surgimiento de gobiernos críticos del neoliberalismo -con diferentes matices y presencia de los movimientos en su seno- da pie en la región al retorno del debate estratégico13, vale decir, a la discusión del problema del poder y del Estado. Esto constituye un desafío a las posiciones radicalmente anti-estatales. La fuerza de las políticas neoliberales en la década del noventa opacaba las diferencias en el campo de la resistencia que parecían pasar, en ese entonces, sólo por una cuestión de métodos. Sin embargo, la aparición de alternativas gubernamentales que retoman -aunque más no sea parcialmente- las demandas planteadas por los sectores movilizados supone un desafío a estas posiciones, pues abre un abanico de matices más amplio en términos de la relación con las instancias institucionales. Parece abrirse una tensión entre las formas de autoorganización que proliferaron en los últimos años y alternativas institucionales críticas del neoliberalismo.

De este modo, uno de los grandes interrogantes y desafíos actuales en América Latina para pensar la emancipación en un sentido fuerte parece ser la relación que se establece entre las prácticas de autoorganización y el Estado. Y no es éste un problema moral o un debate entre posiciones asépticas y negociadoras. El Estado es una cabal expresión del modo de existencia de la sociedad capitalista. Pero, en tanto instancia de articulación, es él mismo una forma institucional contradictoria. Su crítica, por ende, es bien compleja, pues las consecuencias políticas de la concepción de Estado que una organización tenga juegan un rol protagónico en las potencialidades transformadoras de la misma. Por ello, se trata de un juego de finas tensiones donde el concepto de autonomía debe jugar un rol central. La autonomía debe ser pensada como una tensión que no pretende resolverse sino inaugurar nuevas tensiones (habría una dialéctica de la autonomía, una política que busca instituir novedad de manera permanente sin devenir institución). La plena autonomía de los sectores subalternos es, en última instancia, imposible de realizar en la sociedad capitalista (por su propio carácter de subalternos respecto de). Desde un punto de vista opuesto, el capitalismo produce modos de integración (políticos, culturales, etc.), que por definición no pueden nunca ser plenos, pues se trata de una sociedad, tal como decía Gramsci, “lacerada por contradicciones internas”. Por ello, la autonomía es un proceso permanente de disputa ante las tendencias integradoras del Estado y el capital. En cuanto tal, y al menos hasta la superación del sistema capitalista, sólo puede tener por objeto la apertura de nuevas preguntas, interrogantes y tensiones que pongan en duda la inexorabilidad del presente.


Notas

1 Si bien el sandinismo gobernó en Nicaragua en los ochenta y el zapatismo chiapaneco irrumpió públicamente en México en 1994, es indudable que desde la década de 1970 la posibilidad de pensar una radical transformación social en América Latina se ha visto fuertemente disminuida a manos de la hegemonía neoconservadora en prácticamente todo el sub-continente, al menos hasta fines de la década de 1990.
2 Ver, entre otros: Poulantzas, Nikos: Estado, poder y socialismo, México, Siglo XXI, 1991; Holoway, John: Marxismo, Estado y Capital, Buenos Aires, Fichas temáticas de Cuadernos del Sur, 1994; O´Donnell, Guillermo: “Apuntes para una Teoría del Estado”, en Oszlak, Oscar (comp.): Teoría de la burocracia estatal, Buenos Aires, Paidós, 1984; Thwaites Rey, Mabel “Estado: ¿qué Estado?”, en M.Thwaites Rey y A. López (comp.): Entre tecnócratas globalizados y políticos clientelistas. Derrotero del ajuste neoliberal en el Estado argentino, Buenos Aires, Prometeo, 2005.
3 Poulantzas, Nikos. Op. Cit.
4 O´Donnell, Guillermo, Op. Cit.
5 Castoriadis, Cornelius: “La democracia como procedimiento y como régimen”, en Revista Iniciativa Socialista Nº38, Madrid, 1996.
6Para un mayor desarrollo del valor como forma del lazo social en el capitalismo, ver Backhaus, H.G: “Entre la filosofía y la ciencia: la economía social marxiana como teoría crítica”, en W. Bonefeld, A Bonnet, J Holloway y S. Tischler (comps.): Marxismo Abierto, volumen II, Buenos Aires, Herramienta, 2007.
7 Castoriadis, Cornelius. Op. Cit.
8 Zavaleta Mercado, René: El Estado en América Latina, La Paz, Los Amigos del Libro, 1990.
9 Zavaleta Mercado, René. Op. Cit.
10Aricó, José: Marx y América Latina, México DF, Alianza Editorial, 1982.
11 Evers, Tilman: El Estado en la periferia capitalista, México, Siglo XXI, 1989.
12 Evers, Tilman. Op. Cit: pág 127, cursivas nuestras.
13 Bensaïd, Daniel: “Sobre el retorno de la cuestión político-estratégica” [CLASE]. En: Curso virtual Resistencias, luchas emancipatorias y la cuestión de la alternativa, Programa Latinoamericano de Educación a Distancia, Centro Cultural de la Cooperación, Buenos Aires, Octubre 2007.

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