Cultura, Integración y Resistencia Latinoamericana | Centro Cultural de la Cooperación

Cultura, Integración y Resistencia Latinoamericana

Autor/es: Vicente Battista

Sección: Invitado

Edición: 3

Español:

En el marco de la I Semana del Libro Venezolano en Argentina, el autor participó del panel “Cultura: integración y resistencia latinoamericana”, donde hizo un recorrido por diferentes momentos de la historia social y cultural de nuestro continente. Hizo comentarios sobre el Boom de la literatura latinoamericana en los 60, al cual entiende como una operación esencialmente comercial, nacida en Europa, en momentos en que la Revolución cubana llamaba a detener los ojos con fascinación en Nuestra América. También se refirió a la situación actual, en la cual varios gobiernos de la región apuestan a políticas más progresistas y humanistas, y a los nuevos vientos que llevan a apostar por la integración y la resistencia.


En los años 60 esencialmente leíamos a autores europeos (sobre todo franceses e italianos) y a autores norteamericanos. Sólo muy de tarde en tarde nos deteníamos en algún escritor latinoamericano. Baste con recordar quiénes eran nuestros referentes: Sartre, Camus, Genet y poquito después Robbe-Grillet, Duras, Butor y sus propuestas objetivistas. Moravia, Vittorini, Pratolini, Calvino, Buzzati, por Italia. Faulkner, Hemingway, Henry Miller, Truman Capote, Norman Mailer, por los Estados Unidos.

¿Pero, en tanto, qué sucedía con la literatura argentina, con sus autores? Por aquellos años recuerdo que me hablaron de Arlt. Fui a buscar sus libros. En las librerías sólo encontré Los siete locos, El juguete rabioso, Las aguafuertes porteñas y El jorobadito. Todo el resto hacía mucho que se había agotado y la editorial que los publicaba, Losada, no se había inquietado por realizar nuevas ediciones. Quedaba claro que Arlt, en los 60, no eran un autor solicitado.

Algo parecido sucedía con Borges. El mismo alguna vez se asombró porque uno de sus libros había vendido creo que 200 o 300 ejemplares.

En cuanto a Marechal, el silencio era absoluto. Adán Buenoayres dormía el sueño de los justos en las librerías porteñas y el resto de sus libros habían sido quitados de catálogo.

Cortázar había publicado su volumen de cuentos Bestiario, pero poco se hablaba de él. En ese año 1960 publicaría Los premios, pero recién en 1963, con la edición de Rayuela, aquel escritor argentino que vivía en París iba a estar en boca de todos.

Acabo de citar a cuatro nombres que de uno u otro modo cimentan la narrativa argentina de mediados del siglo XX. Si poco o nada se hablaba de ellos, ¿en que sitio ubicaríamos a otros grandes autores argentinos contemporáneos así como a los grandes escritores latinoamericanos de ese tiempo?

Sin duda, había un formidable divorcio. Podíamos mentar a los clásicos, pero desconocíamos lo que estaba sucediendo con la producción contemporánea más allá de las fronteras. Poco importaba que tuviésemos una lengua común y, en más de un caso, casi una historia común. Nuestros ojos estaban puestos de la vieja Europa y en el gran gigante del norte. Leíamos con fruición a Franz Fanon, pero a la hora de buscar autores ignorábamos sus propuestas. Hablábamos del eurocentrismo, pero seguíamos dependiendo de los países centrales.

Esto, dicho así, podría provocar un malentendido. En buena hora leíamos a los grandes escritores de Europa y de Norteamérica (personalmente, les debo mucho a todos ellos), pero no parecía preocuparnos nuestra indiferencia por los escritores latinoamericanos.

Aunque resulte paradójico, nuestro interés por la literatura latinoamericana se gestó en Europa. En España, para ser precisos, y dentro de España: Barcelona. Desde allí y de la mano de un editor inteligente y astuto, Carlos Barral, comenzó a hablarse del Boom Latinoamericano.

Así, bajo esa sigla, se iba a agrupar lo mejor del continente. Los nombres disipan cualquier duda: Cortázar, Vargas Llosa, García Márquez (que entonces vivían en Europa) y el rescate de Carpentier, Rulfo, Borges, Fuentes, por solo dar unos ejemplos.

Entre todos ellos, destacarían dos jóvenes autores: Mario Vargas Llosa que con una novela ejemplar, La ciudad y los perros, había ganado el célebre premio Barral, y Gabriel García Márquez, de quien Carlos Barral había rechazado los originales de Cien años de soledad por considerarla una novela muy localista. Fue Paco Porrúa, entonces editor de Sudamericana, quien supo ver la formidable calidad de esa obra.

Aquella contradicción de Carlos Barral: premiar a Vargas Llosa y rechazar a García Márquez, no hace sino confirmar que el mentado Boom de la literatura latinoamericana era esencialmente una operación comercial.

Vale la pena que nos detengamos un instante en este concepto. Algunos entusiastas han creído ver en el Boom una suerte de movimiento literario proyectado desde Latinoamérica hacia el mundo. Incluso hubo quienes se atrevieron a compararlo con lo que fue el Modernismo a finales del siglo XIX. Recordemos que aquél nuevo movimiento había entrado en España y de ahí al resto de Europa, en 1892, de la mano de Rubén Darío.

Podemos advertir lazos esenciales entre aquellos escritores que adhierieron al Modernismo. Se trataba de una elección de cada cual, un modo de asumir el hecho literario.

No se puede decir lo mismo de los escritores agrupados bajo el rótulo de Boom. No fue una elección personal y salvo su condición de latinoamericanos no tienen mucho en común la escritura de unos y otros. ¿Rulfo y Vargas Llosa? ¿García Márquez y Cortázar?

Se podrá argüir que más allá de que fuera o no una nueva corriente literaria, sirvió para dar a conocer la gran literatura latinoamericana al resto del mundo. Sin duda, ¿pero por qué se produjo ese despertar? ¿Tendremos que atribuirlo a una explosión espontánea o a un gesto iluminado de Carlos Barral?

Nada de eso. Puede ser de ayuda cotejar fechas y verificar lo que en esos días sucedía en Latinoamérica. El 1º de enero de 1959 el ejército rebelde, al mando de Fidel Castro, tomó definitivamente el poder en Cuba. Frente a los ojos de los “bien intencionados” de América y de Europa brillaban esos jóvenes guerrilleros, con sus uniformes verde oliva, sus barbas y melenas. Se trataba de gente de bien, de buenas familias, incluso había un médico argentino que portaba un apellido patricio. Parecían personajes surgidos de una novela romántica.

Era natural que el Viejo Mundo pusiera sus ojos en aquella isla del Caribe. Tres años más tarde, el 4 de febrero de 1962, el comandante Fidel Castro da a conocer la II Declaración de La Habana. Casi al final de su discurso, proclama: “Porque esta gran humanidad ha dicho: ‘¡Basta!’ y ha echado a andar”. Un poco antes había señalado que en Cuba se instalaba definitivamente un régimen socialista. Esto dicho a pocas millas del gigante norteamericano. David contra Goliat. Ahora más que nunca Cuba interesaba frente a los ojos de Europa, y a partir de Cuba todo el continente latinoamericano.

Ese continente albergaba a grandes escritores que era preciso conocer. De pronto nosotros, voraces lectores de franceses, italianos e ingleses, volvíamos a nuestra lengua, a nuestros escritores. En nuestro país, Roberto Arlt y Borges comienzan a estudiarse y a leerse más allá de las cátedras universitarias. Lo mismo sucede con Cortázar. Se redescubre a Marechal.

Por supuesto, esta ola, este interés, se extiende al resto de los países de Latinoamérica. El disparador fue el boom gestado en Barcelona y la razón de ese disparador fue la revolución Cubana. Pero esto hubiera quedado como un mero gesto para la galería si esa revolución no hubiera profundizado su actividad en el campo cultural. Fidel Castro en su Segunda Declaración de La Habana le había dedicado un espacio especial a los escritores y artistas de Latinoamérica, pero sin duda la contribución mayor fue la formidable campaña de alfabetización emprendida en Cuba: “Leer es crecer” fue la consigna en una de las últimas Feria del Libro de La Habana. Paralelamente, se fundaron numerosos institutos dedicados al arte y la literatura.

Quiero detenerme un momento en Casa de las Américas y lo que ha significado y continúa significando para los escritores de este lado del mundo. En primer termino, su revista, que se inició con la dirección de Haydeé Santamaría y continuó luego bajo el gobierno de Roberto Fernández Retamar. En aquella isla que no hacía muchos años era un mero apéndice de los Estados Unidos de América, un sitio en el que libremente operaban las mafias de aquel país (y cuando hablo de mafias no me estoy refiriendo sólo a Al Capone, a John Dillinger o a Frank Costello), se estaba editando una de las más importantes revistas culturales del continente.

Pero Casa de las Américas no es solo su revista. Además de las múltiples actividades que realiza, desde ediciones de libros hasta exposiciones a las que se presentan los mayores artistas del mundo, año a año realiza un premio literario. Hace un par de años me tocó ser uno de los jurados. Entonces pude comprobar dos cosas esenciales. Una, el poder de convocatoria de Casa de las Américas: llegaron originales de todos los países de Latinoamérica. La otra, la transparencia del premio: no existen prejurados (un sutil modo de la selección y la censura), los jurados reciben la totalidad de originales que concursan.

Recuerdo las palabras de Fernández Retamar en su primera reunión con los jurados. Pidió que los textos se calificaran por su calidad literaria, no por su compromiso ideológico.

“Cultura: Integración y resistencia latinoamericana” es el tema de esta mesa. Entiendo que en lo que hace a la integración hoy el panorama, según intenté explicarlo, es más alentador de lo que era a comienzos de los años 60, pero deberemos reconocer que aún queda mucho por hacer.

Creo que encuentros de este tipo colaboran a cimentar esa integración, sirven para que nos conozcamos mejor, para cambiar ideas y orquestar propuestas que redundarán en beneficio de la tan proclamada resistencia e integración.

Por eso conviene insistir en qué situación se encontraban los países latinoamericanos en los años 60. Entonces, a la propuesta cubana intentaron unirse Nicaragua y Chile. Sabemos cómo terminaron una y otra. Luego se multiplicaron las dictaduras militares que llevaron a cabo políticas neoliberales destinadas a endeudar y empobrecer la región. Más tarde, cuando ya no eran necesarias esas dictaduras, se instauraron gobiernos civiles que continuaron alentando las economías neoliberales.

Hoy otros vientos soplan en nuestra Latinoamérica. La revolución Cubana sigue en pie y los gobiernos de diversos países, pienso en Chile, en Paraguay, en Bolivia, en Ecuador, en Brasil, en nuestro propio país, apuestan a políticas más progresistas y humanistas. De a poco se van quitando el duro lastre que les dejaron las economías neoliberales. Esto parece inquietarles a los países centrales. Las medidas discriminatorias que están ejerciendo ciertas naciones de Europa y la IV Flota Estadounidense a punto de recorrer nuestros mares, no dejan dudas de eso.

No, no me he olvidado de Venezuela. Creo que por ser el país convocante de este encuentro, y, sobre todo, por la política que está llevando a cabo, merece una mención especial.

Hace algo más de 30 años el presidente Salvador Allende intentó realizar en Chile lo que hoy está realizando el presidente Hugo Chávez en Venezuela.

Allende pagó con la vida ese sueño y la dictadura que lo derrocó les quitó por muchos años el sueño a los chilenos. Las mismas fuerzas que voltearon a Allende quisieron voltear a Chávez. Fracasaron y ese fracaso fue un nuevo triunfo para las fuerzas progresistas de América Latina.

Hay que reconocer que los tiempos están cambiando. La derrota del ALCA y la victoria del ALBA, así como la consolidación del Mercosur, son la mejor prueba de ello.

Por eso no dudo acerca de la integración y de la resistencia. Esa humanidad que evocaba Fidel Castro en la II Declaración de La Habana, no ha dejado de decir “¡Basta!” y una vez más se ha echado a andar.

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