Agustín Lewit fue un miembro activo del CCC y colaborador de esta revista, en este mismo número se incluye un trabajo suyo.
Hoy, lunes 25 de enero de 2016, recibimos la noticia de la muerte de nuestro querido compañero Agustín Lewit.
Incrédulos, perplejos, atónitos son palabras que componen un sentimiento y una sensación general que se resume en el término “desolación”. Así estamos hoy.En pleno crecimiento personal, profesional, militante Agustín –y decimos esto desconociendo las causas de su fallecimiento– nos deja muy temprano. Y aunque el dolor por su ausencia obnubila el pensamiento, aturde hasta la indignación, debemos decir que deja en su corto tiempo de vida un legado y un ejemplo.
Agustín fue un ser humano íntegro y sensible, su compromiso activo con la construcción de una sociedad más justa vibraba en la organización de las reuniones y las tareas, se revelaba cada día en su correr múltiple, simultáneo e incansable para dar respuesta a la urgencia militante.
Su energía expansiva daba cuenta de su inagotable rebeldía, más no se trataba de una explosión irracional. Más bien Agustín manifestaba a menudo una irreverencia inteligente, reflexiva, siempre pasionaria y tal actitud repleta de convicciones se derramaba generosa en sus análisis, en sus producciones e incluso en sus justificados enojos con los ajenos y con los propios.
Trabajador incansable, gran compañero, solidario, aportó como pocos a la construcción de nuestro Centro Cultural de la Cooperación.
Ninguna palabra puede reemplazar el sentimiento colectivo que angustia a quienes lo conocimos, que apura el llanto, que manifiesta una bronca porque no podemos explicarnos que un joven combatiente de potentes realizaciones y promisorias proyecciones haya visto cegada su existencia.
Queremos hacer llegar nuestras palabras de consuelo y nuestro abrazo a sus padres; a su compañera, a su hijo Simón en este momento de dolor intenso, de tristeza profunda, de una incomprensión por este desenlace inesperado, imprevisible y a todas luces injusto – si es que hay justicia en las cosas de la vida y de la muerte–. Por el enojo que nos corroe, porque nos lastima la inaceptable partida de Agustín, tan necesario, tan compañero, tan querible, tan nuestro, tan generoso, sólo el transcurrir del recuerdo hace ganar lugar a una tristeza profunda y oscura.
Pero quisiéramos también sostener la memoria de nuestro compañero con la alegría de las siembras fértiles que él concretó, de los puentes tendidos de la ternura entre nosotros, de las complicidades de las miradas y los abrazos que transitábamos mientras compartimos construcciones y luchas, apuestas y discusiones, esfuerzos comunes para librar muchas batallas por unos mismos sueños.
Decía Alí Primera: “los que mueren por la vida, no pueden llamarse muertos. A partir de este momento, es prohibido llorarlos. Que se callen los redobles en todos los campanarios, vamos pu pal carajo que para amanecer no hacen falta gallinas, sino el cantar de gallos”.
Agustín, por materialistas que seamos no podemos dejar de decirte, donde estés, que el mejor homenaje que sigue a este llanto desolado y al dolor de tu partida será continuar las batallas que libraste con coherencia y con pasión, y conservar la huella de tus actos y tus gestos para las próximas edades terrestres.De los imprescindibles brechtianos, decimos como en la Venezuela de la esperanza que no serás enterrado, sino sembrado para florecer en las próximas labores colectivas, que llevarán tu nombre y tu memoria por bandera.
Tus compañeros y compañeras del Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini
Agustín presente ahora y siempre