Escenarios de la narración oral. Transmisión y prácticas. Ana Padovani, Buenos Aires, Paidós, 2014 | Centro Cultural de la Cooperación

Escenarios de la narración oral. Transmisión y prácticas. Ana Padovani, Buenos Aires, Paidós, 2014

Autor/es: Nidia Burgos

Sección: Palos y Piedras

Edición: 21


Ana Padovani, polifacética estudiosa de los campos del arte y las ciencias humanas, ya nos había enriquecido con un libro anterior, Contar cuentos desde la práctica hacia la teoría, fruto de su intensa dedicación no sólo al arte de la narración oral escénica, sino a la investigación del oficio, pero no para sentar cátedra, sino para, humildemente, compartir experiencias y transmitir reflexiones.

Luego de un prólogo de Ivonne Bordelois y una Introducción propia, Padovani en este nuevo libro ofrece un Panorama de la narración oral desde sus remotos orígenes que –siguiendo a Borges– se reducen a la narración de dos historias: la de Jesús en el Gólgota y la de Ulises en su peregrinación de regreso a Ítaca. “En esa relación entre la palabra y el mundo, los primeros cuentos –dice Padovani– entrelazaron una red a partir de la cual se construyó la percepción del mundo y de cada individuo en el sistema comunitario” (p.25)

Pasa rápidamente por diversos países, culturas y edades para destacar la importancia fundamental de la palabra en cuanto transmite conocimientos, sabiduría, entretenimiento, “trazando las bases y los argumentos primigenios para establecer las verdades más esenciales de las sociedades.” (p. 27)

Recorre la evolución del género, las entidades que lo cobijaron, los festivales que se fueron constituyendo, las agremiaciones y escuelas –desde Europa, EEUU, Canadá– y también la experiencia en diversos países de Latinoamérica hasta recalar en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, donde desde 1996 se desarrollan los Encuentros de Narradores –donde año a año– una puede tener el placer de escuchar a cultoras de la palabra como Ana Padovani y Maryta Berenguer, entre otras.

En un rico apartado se ocupa Padovani de la emergencia de este arte en los discursos contemporáneos, en un escenario epocal donde priman la reproducción técnica, la fragmentación, la espectacularización del yo, que convierten a las redes sociales en lo que ella llama con poderoso oxímoron “diarios personales públicos”, y esto no lo hacen solamente los miembros naturales del “Espectáculo”, sino también los políticos y los ciudadanos comunes. Una sociedad, –en fin– donde la exhibición individual es condición de existencia. Por ello apunta a dos virtudes fundamentales de la narración oral: que como arte performático escapa a la voraz reproducción técnica, porque –ya sabemos– posee la cualidad de acontecimiento aurático, convivial, irrepetible. Y porque el material con que se trabaja, los cuentos, son portadores de valores que sobreviven y se comunican, asegurando el tránsito intergeneracional de valores identitarios, éticos y artísticos.

Es importante destacar que a lo largo de los capítulos, Padovani va insertando breves relatos de diversos orígenes, que van desde cuentos tradicionales de distintos países y culturas, hasta cuentos literarios de connotados autores, regalándonos con ello, un repertorio muy revelador de sus valoraciones estéticas, morales y artísticas. Esto es valiosísimo para los narradores porque cuentan aquí con una selección de primera mano realizada por una experta.

En el capítulo “La narración y sus escenarios”, describe qué es contar. Allí explica ante todo la implicancia emocional que claramente se vislumbra en la palabra francesa que significa memorizar: par coeur, pasar por el corazón, porque ella enfatiza que debemos ser conscientes de que los narradores son guardianes de la memoria, y que, cuando cuenta cuentos, el narrador/persona desaparece, porque contar cuentos no es exhibir dotes o virtuosismos personales, sino ponerlos al servicio de ese propósito.

Y se pregunta y nos pregunta: Si contar cuentos se considera un arte ¿hay que ser artista para hacerlo?, ¿quién determina que se es artista?, ¿el propio deseo o la atribución de los demás? Y en ese caso, ¿se nace artista?, ¿se adquiere?, ¿es aquello de lo que se trabaja? Temas muy unidos a la profesionalización del narrador de lo que se ocupa especialmente en otro capítulo.

Se detiene luego en el espacio en que ese narrador, oficiante, maestro, despliega su arte. Pasa revista a los diversos escenarios de este arte milenario: y nos recuerda “el valor de escenario que tiene el aula, y el valor de aula de todo escenario”. Esta breve sentencia alude a la transmisión de valores que conlleva el oficio, ya lo realice un padre que cuenta a su hijo, un maestro, o un oficiante a su público, entre los que fundamentalmente se destaca un tipo de narrador: el narrador social, que muchas veces en una suerte de voluntariado, concurre a cárceles, hospitales, geriátricos, para entretener, curar y educar, movilizando profundos sentimientos humanos. Clasifica los escenarios por el lugar en que se desarrollan las contadas, el objetivo que se proponen y el tipo de remuneración que implican.

Describe la narración en el ámbito familiar, un hábito que se centraba en la mesa familiar y que ha ido quedando relegado. Y aquí la profesional psicoanalista que es Ana, hace su aporte explicando la importancia de poder narrarnos, de poder contar nuestros recuerdos, vivencias, pérdidas, duelos, porque en ese narrar nos construimos personas.

Explica cómo contar historias en familia, cómo prepararnos para hacerlo, y luego aconseja a los maestros cómo hacer que los alumnos lleven sus historias familiares al aula para construir una interacción enriquecedora.

En el capítulo “La narración en el aula” atiende a las dos vertientes que posibilita el arte que nos ocupa: el rescate de la tradición oral y el acercamiento a la Literatura, enriqueciendo tanto el mundo del alumno como el del docente, con lo que se contribuye a la transmisión de valores sociales en el marco de un grupo etario unido por el uso de una lengua común.

Padovani utiliza encuestas que ha realizado a algunas docentes sobre el uso de la narración oral en el aula; y comparte con los lectores cuatro testimonios sobre sus mejores experiencias.

También pondera las virtudes de la lectura en voz alta como otra forma aliada de mejorar la comunicación; porque la considera un recurso expresivo y un lenguaje artístico tan valioso como la narración. Y se detiene en la voz como instrumento fundamental del narrador. Ofrece una guía y deja jugosas conclusiones.

En el capítulo “La narración en el espacio escénico”, vuelca su rica experiencia en estos interesantes temas: la importancia del repertorio, y cómo trabajar con cuentos tradicionales, con relatos autobiográficos, y da invalorables puntos de vista sobre el montaje del espectáculo, el tiempo, el público y los puntos de contacto y diferencia entre teatro y narración oral escénica.

Pero ante todo, este es un tratado de como ser-estar en el mundo, porque los planteos recurren desde lo ético, desde lo estético, y desde lo pasional-sensible (el ámbito del los gustos, las pasiones, la ilusión de alcanzar un sueño); en fin, la vida íntima de un ser humano que constantemente se plantea el porqué y el para qué de su profesión, o sea su finalidad en el escenario de la vida.

Y aquí vienen jugosos capítulos que atañen a la profesionalización de narrador. Se pregunta: ¿Qué es ser profesional de la narración en un mundo de vendedores y consumidores? Y cuenta que en España, un grupo, para agremiarse, necesitaba acreditar su condición profesional, para lo que decidieron adoptar esta norma: un profesional legitimado es aquel que recibe honorarios oficialmente declarados por su trabajo; es decir, quien emite facturas a su nombre. Esto, como ejemplo de un modo posible de convalidación. Pero esto atañe a uno de los aspectos: el económico, pero, ¿cómo medir el talento, la formación?.... Así va abriendo caminos de reflexión. Más adelante cita el caso de Cuba, donde existe un Consejo Nacional de las Artes Escénicas que incluye la narración oral. Un grupo de expertos evalúa el ingreso al sector artístico profesional. Los requisitos para presentarse son: tener un título universitario, haber hecho talleres de narración oral y llevar años ejerciendo la práctica. El que queda, asume el compromiso de realizar un número determinado de funciones anuales que aporten dinero al Centro del Teatro del cual reciben su salario. Al final de este capítulo, expresa el deseo de que la transformación en profesional no haga perder lo mejor del amateur, el respeto, el agradecimiento, el diálogo, el sentido de la amistad, la búsqueda de la propia voz sin ser un mero eco de las otras.

Luego estudia el pasaje de la literatura a la oralidad y viceversa, la traducción literaria, la literatura y el cine, la dramaturgia.

Finalmente, se pregunta: a la hora de contar, ¿que es lo que cuenta? Y en su sentido bisémico enumera: la selección del repertorio, la perspectiva de los autores y cómo asumirlo con integridad profesional y ética.

El último capítulo cierra el círculo que se había abierto con los orígenes del relato, historizando ahora cómo se formaron los primeros narradores, entre los que se cuenta.

La bibliografía no sólo es pertinente a las disciplinas de la oralidad y del relato, sino que se abre a temas éticos, sociológicos, filosóficos y estéticos, donde no faltan nombres como los del sociólogo Zygmunt Bauman, el filósofo Giorgio Agamben, el actor Darío Fo, el poeta Paul Valery. En fin, mundos, en el mundo de Ana Padovani. Porque ella ha aprendido que el arte cura porque es celebración de la existencia.

Concluida la amena lectura, nos queda claro el poder de ensoñación, de espacio y tiempo fuera del tiempo al que puede trasladarnos la palabra.

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