“Conversaciones con Carlos Heller” Buenos Aires, Desde la Gente, 2013 | Centro Cultural de la Cooperación

“Conversaciones con Carlos Heller” Buenos Aires, Desde la Gente, 2013

Autor/es: Alberto Catena

Sección: Comentarios

Edición: 20


En la recopilación final de los artículos de Eric Hobsbawn dedicados a las relaciones entre la realidad social y el arte, publicados en 2013 bajo el título de Un tiempo de rupturas. Sociedad y cultura en el siglo XX, el autor coloca como acápite de su prefacio al volumen unos inquietantes versos del inglés Matthew Arnold, extraídos del poema “Playa de Dover”, de 1867: “Y estamos aquí como en oscura llanura, barrida por confuso estrépito de lucha y fuga, donde ignaros ejércitos combaten en la noche.” Esas voces, que algunos críticos reconocen entre las primeras que produjo la sensibilidad moderna, describían un mundo de dantescas sombras como metáfora, a mediados del siglo XIX, del retroceso de las ideas religiosas, que Arnold juzgaba como una enorme pérdida moral para los hombres.

El propósito de Hobsbawn es claro: poner en clima al lector sobre algunos temas a los que aludirá su trabajo, entre ellos el terremoto global que ha afectado a muchas de las convenciones que rigieron por largo tiempo las relaciones humanas y que comenzaron a desgastarse, poco a poco y en todas partes, allá por las décadas de los sesenta y setenta del siglo anterior.

Este libro, por lo tanto, trata también sobre una era de la historia que ha perdido el norte y que, en los primeros años del nuevo milenio, mira hacia delante sin guía ni mapa, hacia un futuro irreconocible, con más perplejidad e inquietud de lo que yo recuerdo en mi larga vida –corrobora.

No es difícil percibir que el lúcido historiador inglés habla en especial del período que él ubica, no en el libro mencionado más arriba, sino con más precisión en Cómo cambiar el mundo, entre 1973 y 2008. Es el lapso en que la aplicación de los principios del fundamentalismo de mercado, junto con la expansión vertiginosa de la globalización capitalista, destruyen en todo el planeta viejas formas de vida y de relaciones humanas, sin ofrecer a cambio alternativas para superar los duros daños ocasionados a millones de personas. Fue la época en que los think tanks del neoliberalismo, esos equipos pensantes del sistema nacidos para matar, creyeron que el capitalismo había logrado crear un nuevo orden político y económico mundial basado en el crecimiento permanente y la estabilidad definitiva.

Para Hobsbawn ese período culmina en 2008, cuando “el mundo entró de repente en la crisis más seria del capitalismo desde la era de la catástrofe”. Esa crisis continúa a la vista de todos e irradia sus efectos negativos por distintos lugares de la tierra. Tal vez el escenario más grave e ilustrativo de ese desbarajuste sea Europa, no por los abismos a los que el ajuste ha llevado –hay geografías en el globo todavía mucho más castigadas por el cuadro de carencias–, sino por el testimonio concreto que ofrece de la verdadera naturaleza del capitalismo, de su condición depredadora, aquella de la que nos habla su vieja y por algunos olvidada historia de despojos, de soluciones cruentas, siempre despiadadas e inclementes con las clases trabajadoras y benevolente y absolutoria para los poderosos.

La crisis de la que habla Hobsbawn comenzó con el estallido de las llamadas hipotecas subprime en Estados Unidos. Y los cerebros económicos que diseñaban las políticas de este país como los de Europa entraron en pánico: el modelo de la “mano invisible” que desregulaba virtuosa el mercado, de desplazamiento del Estado y de la apología de la rentabilidad fácil y rápida, que tanta ilusión había despertado, conducía al mundo a un descalabro. Fue cuando George W. Bush, acorralado por la crisis que había desatado la caída de la Lehman Brothers, convocó de urgencia a finales de 2008 a la reunión del primer G-20, que con el encuentro de principios de septiembre de 2013 en el Palacio Constantino de San Petersburgo concretó ya su octava cita. Funesto quinto aniversario el que tuvo ahora la quiebra de la Lehman Brothers: mientras escribía un discurso para recordarlo, el presidente Barack Obama fue sorprendido por la masacre ocurrida en un centro naval de Washington, un hecho que prueba que la inseguridad está diseminada por todo el globo y que su generación está mucho más cerca de la Casa Blanca de lo que suelen admitir sus dirigentes.

Recordemos de paso, porque es pertinente, que Hobsbawn, al hablar de crisis, se refería, sobre todo, a Europa y los Estados Unidos y, claramente, excluía en ese cuadro de análisis a América Latina, donde él sabía que se estaba gestando un proceso político y social distinto, que conoció en varios de sus viajes a nuevo continente. En alguna entrevista llegó a confesar que se sentía más “en su casa” en América Latina porque allí se hablaba los lenguajes que él utilizaba, los de la tradición revolucionaria y transformadora de los siglos XIX y XX.

¿Qué es lo que obnubiló tanto a los garúes ideológicos del sistema, que creyeron, o en todo caso quisieron hacer creer a los demás, pero sin tomar ningún recaudo por si ocurría lo contrario, que la fiesta de los años que siguieron a la caída del Muro de Berlín duraría a perpetuidad? La historia ha demostrado hasta el hartazgo su alta capacidad de alterarse a sí misma, de modificar su rostro. ¿Cómo pensar con tanta ligereza que los hombres, o sea los instrumentos que la historia utiliza para mutar, se convocarían al reposo absoluto de sus voluntades de cambio y no intentarían ya en adelante provocar variaciones en aquello que no compartían o los dañaba? ¿Cómo creer que los mortales cavarían la tumba de su propio deseo de progreso sin mover nunca más ni una uña?

Es verdad que, por cercanía histórica, la mirada corta nos lleva, al hablar de grandes transformaciones sociales y políticas, a reparar en lo fundamental en lo sucedido en los siglos XIX y XX. Pero la batalla por mejorar las condiciones de existencia de las sociedades es tan antigua como el mismo hombre y se pierde en el tiempo inmemorial. Siempre aparecieron luchadores, personas que se convencían de que los sistemas en que vivían eran injustos y se rebelaban contra ellos. Pasó antes y seguirá pasando. Los conflictos materiales de intereses, en cuyo magma se dan las confrontaciones de ideas que pujan por hacer prevalecer la hegemonía de su mirada en la constitución de un orden económico, social y político, son la savia de la historia. Y no hay otros portadores de esas ideas que no sean los hombres.

Este libro, el segundo de una colección que precisamente quiere albergar y dar vuelo a ese debate ideológico tan necesario para remover los obstáculos que surgen frente a los intentos por marchar hacia una sociedad más justa, dedica precisamente sus páginas al diálogo con uno de esos luchadores que, como comentábamos, surgen en la historia de todas las sociedades y en todas las épocas para alzarse contra la inequidad y la naturalización del dolor humano, esos hombres (y mujeres también como han sido las Madres de Plaza de Mayo o las infinitas y extraordinarias líderes que en el mundo combatieron contra la opresión en cualquiera de sus formas) que, convencidos de la probidad de sus ideas, dedican sus vidas a la nunca apagada causa de concluir con todos los yugos que pesan sobre la convivencia de las personas.

Nos referimos en este caso al diputado nacional y presidente del Banco Credicoop, Carlos Heller, un dirigente que en el último medio siglo de la Argentina ha entregado, desde la trinchera del cooperativismo solidario, parte de sus más valiosas energías como individuo a ese esfuerzo cuyo norte innegociable ha sido hacer de la Argentina un territorio más equitativo en lo económico, social y político, y receptivo a esa sensibilidad fraternal sin la cual ninguna construcción con el otro, con el semejante, es posible. La larga presencia de Heller en las muchas pulseadas que el cooperativismo de crédito protagonizó en los últimos cincuenta años (a veces en condiciones realmente adversas y persecutorias como fueron las que se vivieron durante el régimen de Onganía o la dictadura militar que se instauró en 1976), siempre para denunciar los abusos del poder o alentar desde su institución la aplicación de políticas más justas y protectoras para los sectores más débiles de la sociedad, avala una trayectoria impecable y coherente, y méritos políticos que resisten la inspección de cualquier archivo, operación sobre el pasado que no resistiría más de una figura pública de este país.

Eso sin contar algunas otras conocidas participaciones en otras entidades, como fue su paso por la vicepresidencia del club Boca Juniors durante diez años, y, sobre todo, su actuación como Diputado Nacional del Frente para la Victoria por la Capital en los últimos cuatro, que lo mostraron sumamente activo en la labor legislativa pero también muy apto para el debate de ideas en los foros periodísticos que se suscitan en la radio, la prensa gráfica o la televisión (sus apariciones en 6,7,8 o su intervención en el programa de los sábados de Eduardo Aliverti en La Red son en ese sentido ejemplares) o en las conferencias a las que con regularidad es invitado en universidades y otras instituciones. Esa condición de polemista incisivo y claro e intelectualmente diestro, lo ha convertido en una de las figuras más convocadas en esos debates para reflexionar sobre los temas que más apremian a nuestro país y el mundo.

En el prólogo de presentación de La Argentina actual y los desafíos para el camino, el último libro escrito por Heller, el conocido intelectual y director de la Biblioteca Nacional, Horacio González, luego de elogiar las dotes de polemista del autor de ese texto, decía:

Heller muestra un estilo y una actitud política de notable ejemplaridad al proponer un compromiso político cuyos fundamentos surgen de la experiencia de los grandes movimientos populares que atravesaron el siglo XX, y de un espíritu de lucha acrisolado por el estudio, la escritura y un polemismo cuya calidad proviene de la frecuentación de las teorías sociales que lo lleva a presentar con juicios medidos las convicciones más profundas, esto es, el anuncio de los postergados cambios que siguen golpeando a nuestras puertas.

Y en otro párrafo agrega:

Para el político que vive la política como una verdadera autobiografía –aquel del que hablaba Max Weber en sus famosas conferencias de los años 20, aludiendo al que piensa que algo es posible a pesar de que haya que “taladrar duras vigas de madera”–, una época es siempre dificultosa y renueva en todo momento sus problemas.

Este es un tiempo que renueva día a día sus problemas y que convoca a los luchadores, a los hombres de pensamiento como Heller, que por fortuna han vuelto a resurgir potentes en estos años, a desafiar su propia experiencia y su inventiva para encontrar siempre cada vez mejores respuestas a esos problemas que la realidad les cruza en su camino. De ahí que nos parecía que nuestro entrevistado era un dirigente ideal para incorporar al debate de la colección Desde la Gente.

Lector voraz de la información periodística diaria de naturaleza política, económica y social, pero también de trabajos ensayísticos, libros de historia, biografías y novelas (cita entre algunos de sus autores más leídos a Antonio Gramsci, Eric Hobsbawn, Jorge Amado, Eduardo Galeano, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, José Saramago, Eduardo Galeano o Felipe Pigna), Heller es uno de esos individuos cuya curiosidad de conocimiento no se sacia fácilmente ni con cualquier material. Su labor como legislador durante estos cuatro últimos años –en octubre de 2013 se presentaba de nuevo para renovar su cargo de Diputado Nacional por la ciudad de Buenos Aires– le ha venido exigiendo una regular actualización y preparación sobre los temas que convocan el interés del Parlamento o de los debates que luego se sustancian en los medios de comunicación y que lo tienen a él como una de las espadas fuertes en las esgrimas contra la oposición. Nada de eso se logra sin una lectura constante. Heller no es de esos diputados que frente a una cámara o un micrófono le esquiva el bulto a una pregunta.

En la línea que suelen tener sus entrevistas en diarios, radio o televisión, el diálogo que Heller mantuvo con este cronista a lo largo de varias charlas se caracterizó por la misma claridad expositiva que se le conoce y una marcada preocupación por contestar a todos los interrogantes que se formularon lo más exhaustivamente posible. Los tópicos abordados fueron muchos y difíciles de enumerar en su totalidad: desde el espesor de la tarea del entrevistado en el Parlamento hasta los retos de toda clase que impone la hora actual al proceso de cambios iniciado por el kichnerismo; desde el largo camino de logros alcanzados en los últimos diez años hasta la agenda de realizaciones pendientes o inconclusas; desde la experiencia recorrida por los pueblos de América Latina en busca de su integración en esa meta añorada que es la Patria Grande hasta las actuales asechanzas del capitalismo y de su metrópoli imperial en el mundo y la región; desde la crisis europea hasta las continuas conspiraciones desestabilizadoras de la oposición de derecha en la Argentina; desde las abdicaciones de la justicia y la bochornosa prédica de los medios de comunicación hasta la necesidad de producir una verdadera revolución cultural progresista en la sociedad.

Estos y otros asuntos fueron inspeccionados y relevados en una travesía cuyo rasgo principal es la insistencia por arrojar transparencia sobre las obscenas fechorías de los epígonos del neoliberalismo acá y en otros lugares. Y todo dicho en el espacio fluido de un diálogo de diseño muy libre. Porque estas charlas no siguieron un recorrido lineal o cronológico, sino más bien temático o conceptual. A la manera en que pensaba el teatro Harold Pinter, las preguntas sometidas al escrutinio de Heller pueden empezar con algunos hechos más cercanos al tiempo de la redacción final del libro e ir luego hacia atrás o, en el tránsito, dar saltos en distintas direcciones.

Si la opinión de quien dio forma definitiva a esta larga entrevista vale de algo –y digo “vale de algo” porque el criterio final del lector puede estar muy lejos de esa apreciación–, podría decir que escribirla me produjo siempre la sensación de estar ante un material muy sólido, sin grietas. Ese atributo, de existir, no proviene de un hecho casual ni mágico. Procede de la compacta solidez que transmiten las argumentaciones de Heller, un hombre profundamente convencido de lo que dice, pero también de que aquello que dice es perfectamente alcanzable, realizable. No por efecto de algún ínsito y misterioso mecanismo que garantiza el cambio en la historia –y justifica de ese modo el optimismo de nuestra parte– sino por la certeza de que la acción del hombre, más allá de todas las murallas que se han interpuesto en su camino, ha demostrado capacidad para transformar la vida. Y que esa capacidad de volver real lo que antes está en el verbo, en la letra hablada como simple promesa, pertenece al campo de la política, es el numen de su vitalidad, de su sentido y razón de ser. Claro que la concreción de esos sueños requiere a menudo mucho tiempo. Y para sostener el impulso y no caer en el desencanto es tan buena la pasión y la esperanza como la paciencia.

Muchas cosas se pueden decir a favor de esta década de realizaciones. Una de las más valiosas, tal vez sea el regreso a un sentimiento que el cinismo acomodaticio de los noventa llenó de desprecio: la esperanza, ese fuego entrañable y reparador del deseo de seguir viviendo, esa ilusión de que las abominables sombras que oscurecen la vida de las personas pueden ser despejadas, de que no existe ningún fatalismo en la vida social que indique que los tiempos de la injusticia, a pesar de la larga vida y vigencia que ha tenido en la historia, no puedan terminar si los hombres se deciden a hacerlo. Pero la esperanza no puede sostenerse, como se dijo antes al aludir a las convicciones de Heller, y es bueno insistir en ello, en el mero y zonzo entusiasmo de que las cosas sucederán por que si, porque esa sería otra forma del fatalismo, nada más que al revés. Debe ser sustentada con la actitud activa del que hace y comprueba haciendo que las cosas pueden cambiar. Y poniendo a disposición de esa acción, y de la conciencia de que siempre toda marcha tiene obstáculos y contratiempos, ese vínculo inclaudicable que debe existe entre el amor a la justicia y la creatividad, el aporte innovador y la amplitud de miras con que siempre hay que servirlo para hacerlo cada vez más potente.

Y para abundar en la esperanza, oigamos estas líricas palabras escritas por el gran escritor inglés John Berger en su libro Con la esperanza entre los dientes, en las que evocando, o dialogando imaginaria con el extraordinario poeta turco Nazim Hikmet, ya fallecido hace varios años, dice:

Quiero preguntarte sobre el período que vivimos. Mucho de lo que creíste que ocurría en la historia, o que creíste debía ocurrir, resultó ilusorio. El socialismo, como tú lo imaginaste, no se construye en lugar alguno. El capitalismo corporativo avanza sin obstáculo; aunque se le confronte más y más y las Torres Gemelas hayan estallado. El mundo, superpoblado, se hace más pobre año tras año. ¿Dónde está el cielo azul que alguna vez miraste con Dino? Sí, aquellos anhelos, respondes, están hechos jirones, y sin embargo ¿qué es lo que altera ese hecho? La justicia sigue siendo plegaria de una sola palabra, como lo canta Ziggy Marley en tu tiempo, ahora. La historia toda estriba en anhelos que se mantienen, se pierden, se renuevan. Y con las nuevas esperanzas llegarán nuevas teorías. Pero para los hacinados, para aquellos que tienen muy poco, o nada, excepto a veces el arrojo y el amor, la esperanza funciona de manera distinta. Es entonces algo que morder, algo que poner entre los dientes. No olvides esto. Sé realista. Con la esperanza entre los dientes, llega la fuerza para seguir aun cuando la fatiga nos acose, llega la fuerza cuando es necesaria, para elegir no gritar en el momento equivocado, llega la fuerza, sobre todo, para no aullar. Una persona, con la esperanza entre los dientes, es un hermano o hermana que exige respeto. Quienes en el mundo real no tienen esperanza están condenados a estar solos. Lo más que pueden ofrecerle a otros es lástima. Y cuando se trata de sobrevivir las noches e imaginar los días venideros, poco importa si la esperanza entre los dientes es fresca o está hecha jirones.

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