Una breve evocación ecuatoriana | Centro Cultural de la Cooperación

Una breve evocación ecuatoriana

Autor/es: Carlos J. Aldazábal

Sección: Comentarios

Edición: 19


Durante el mes de junio, el centro del mundo fue una selva hermosa y verde. Selva de lenguaje repartida entre Quito, Ambato y Esmeraldas. Selva de sentidos traducida a poemas. La excusa: el 5º Encuentro Internacional Poesía en Paralelo Cero, convocatoria que crece año a año, impulsada por Xavier Oquendo Troncoso, con el apoyo del Estado Ecuatoriano, y que en este 2013 tuvo el privilegio de contar con la presencia de Juan Gelman, poeta de Nuestra América, Ciudadano Ilustre de Quito.

No sé qué emocionaba más: si la Revolución Ciudadana que se respiraba en el ambiente, o la imagen del Che, presidiendo el salón de actos de una universidad estatal; si la original hermosura de este país pequeño, o la voz de Juan Gelman recitando; si leer poemas para alumnos de Esmeraldas, o escuchar tambores y marimbas, en una algarabía de color desenfadada.

Sí sé que todo conspiraba para el deslumbramiento: las comidas criollas, la Casa de la Cultura Ecuatoriana Benjamín Carrión, la arquitectura de las iglesias, el estadio de fútbol, vestido con los colores de Ecuador y Argentina, con el resultado equilibrado del empate.

De todo lo que nombro, recuerdo dos anécdotas especialmente significativas para mí: la primera, una caminata con un grupo de poetas, entre ellos el querido Juan, rumbo a una cascada, y la evocación de Raúl González Tuñón en la charla con Gelman. La segunda: una guitarreada a la orilla del mar, en Esmeraldas. La poesía y la música, como se sabe, son parientes cercanas, y a mí se me ocurrió cantar “Tonada del viejo amor”, porque me acordé de Falú y Jaime Dávalos; y aunque muchos de los colegas latinoamericanos o españoles desconocían la canción, no pudieron dejar de percibir la calidad del texto, la perfección de la música: yo sé que no vuelve más/ el verano en que me amabas/ que es ancho y negro el olvido/ y entra el otoño en el corazón, terminaron coreando todos.

Ahora, con la muerte cercana de Eduardo Falú, las dos anécdotas se vuelven más significativas, porque me permiten pensar en lo que implica escribir poesía desde dos tradiciones literarias argentinas, aparentemente lejanas, pero, desde mi mirada, absolutamente constitutivas. Y cuando hablo de “tradición”, no hablo de un pasado remoto, anquilosado. Por “tradición” entiendo lo que el crítico Raymond Williams llamó “tradición selectiva”, ese pasado que se actualiza en el presente. Como salteño y argentino, hablar de Falú y de Gelman es pensar en mi propia selección estética, los referentes de la cultura nacional, regional y latinoamericana, que me interpelan al momento de la escritura, pero también al momento de la nostalgia o de la admiración.

Ahora, ya en Buenos Aires, el centro del mundo se ha transformado en evocación: el sentido de la Revolución Ciudadana, traducido a realidad; la lucha de Juan Gelman y la importancia de su obra, corroborada en la coherencia de su bonhomía, la eficacia de las canciones de Eduardo Falú, eternas, impecables, sonando a la orilla del mar en una noche estrellada. Instantes de felicidad que ni el invierno más frío logra apartar de mis recuerdos.

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