“Las danzas del tiempo” de Geisha Fontaine. Buceando en las fuentes. | Centro Cultural de la Cooperación

“Las danzas del tiempo” de Geisha Fontaine. Buceando en las fuentes.

Autor/es: Dulcinea Segura Rattagan

Sección: Palos y Piedras

Edición: 18


Geisha Fontaine, doctora en Filosofía del Arte –además de bailarina y coreógrafa de la compañía Mille Plateaux Associés–, nos invita a bucear en los intersticios del movimiento del cuerpo y del pensamiento mediante este poético ensayo que conjuga sus prácticas y saberes en la danza y en la investigación filosófica.

El libro, editado por el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, es la primera publicación de la autora en la Argentina, y un valioso material referido a danza y filosofía. Su lectura es jugosa, tanto para quienes gustan de estas disciplinas –las practiquen o no– como para quienes se interesen en el arte y la cultura. No es un texto simple, pero tampoco está plagado de tecnicismos que impidan su disfrute sin ser conocedores de la materia.

El trabajo plantea las formas del tiempo en su relación con la danza de manera dinámica. Según palabras de la autora, su concepción ha sido realizada como una obra de arte en donde la estructura del texto está construida como una pieza de danza. Podría agregarse de tiempos corporales, de movimientos e inmovilidad.

El libro en sí está organizado en distintos segmentos que se presentan como una danza. Partes que la autora nombra como Momentos (donde habla de las obras y propuestas coreográficas), Instantáneas (en las que relata su experiencia personal) y Tiempos (donde desarrolla el enfoque filosófico de la noción de tiempo).

El texto funciona como una puerta que se abre a muchos caminos que se bifurcan. Lo hace a través de las preguntas sobre el tiempo y la corporalidad. ¿Dice algo la danza que otras artes no dicen? ¿Puede ser la danza un conocimiento del tiempo?

Fontaine reflexiona desde el lugar de unión o inflexión del movimiento coreográfico y el movimiento del pensamiento (un entrecruzamiento hecho adrede). Entre ellos propone acercamientos filosóficos que plantean la concepción del tiempo y sus aporías, sus imposibilidades de nombrar. Siguiendo a San Agustín, juega con la imposibilidad de acceder a un saber tan impalpable como el tiempo.

Desde este enfoque, su reflexión reutiliza nociones filosóficas en el dominio de la danza, de la que cuenta con su propia experiencia en el ámbito del hacer coreográfico.

Para desarrollar su propuesta decide hacer un recorte específico en la danza contemporánea occidental. Se centra en la producción de algunos coreógrafos que le resultan significativos por el uso de la temporalidad y por el trabajo que proponen sobre/con el tiempo. Analiza las estrategias temporales de Merce Cunningham, Jérôme Bel, Xavier Le Roy, Myriam Gourfink, Hideyuki Yano, Anne Teresa de Keersmaeker, Pina Bausch y Trisha Brown.

A lo que agrega su propia práctica como intérprete, coreógrafa e investigadora de danza, experiencia que le resulta enriquecedora a la hora de profundizar el tema que aborda.

Lejos de emitir juicios o afirmaciones categóricas, la autora se pregunta, se cuestiona, plantea interrogantes que invitan a recorrer sus intrincados relieves.

¿Podemos pensar la danza como una práctica productora de tiempo y al cuerpo como una materialización del tiempo? Para la coreógrafa, el cuerpo es concebido como una “temporalidad provisoria que produce otra temporalidad provisoria: el movimiento”.

De las tres características –tiempo, espacio y energía– que definen al movimiento, Fontaine elige profundizar en el tiempo y preguntarse si éste forma la danza o la danza forma su tiempo. Y así, indagar en las cuestiones de durabilidad y en la noción de permanencia como algo que valoriza el mundo occidental, que depende de un criterio cultural. Tal como el culto del cuerpo puede ubicar al mismo en calidad de consumidor con un período finito para ser usado, y confrontarlo con su propio envejecimiento y finitud.

La coreógrafa plantea la danza como experiencia misma del tiempo, el tiempo creado por la danza y la danza creadora de distintas formas de tiempo, siendo la danza “un presente que guarda el cuerpo” (p. 39).

Desde su propuesta de creación coreográfica entre el divertimento y la investigación, Fontaine también aborda la relación con la música y sus distintas temporalidades.

Finalmente, trata de plantear una danza humana y pensante, “sin el pensamiento no hay más que proezas físicas”, según expresa Trisha Brown, citada en el libro. (p. 253). Por eso se trata de una combinación entre el cuerpo y la conciencia, de la conciencia del cuerpo y el cuerpo de la conciencia, en un juego de palabras que filosofan en el texto.

Parafraseando a Paul Ricoeur, Geisha Fontaine aventura: “...el tiempo deviene tiempo humano en la medida en la que es articulado de manera coreográfica; a su vez, la danza es significativa en la medida en que ella modifica los puntos de referencia de la experiencia temporal.” (p. 274)

En un campo local que avanza en investigaciones de envergadura, conjugar una indagación tan abismal como la profunda pregunta por el tiempo (por la aporía temporal) en una reflexión sobre la producción del movimiento y la cultura coreográfica contemporánea es un acto de responsabilidad y valor. Un acto ontológico que busca en las mismas fuentes.

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