¿Por qué no circula la palabra “socialismo” en el capitalismo desarrollista argentino? | Centro Cultural de la Cooperación

¿Por qué no circula la palabra “socialismo” en el capitalismo desarrollista argentino?

Autor/es: Omar Acha

Sección: Investigaciones

Edición: 16

Español:

El argumento parte de la evidencia de una ausencia: el problema del socialismo como horizonte postcapitalista carece de cualquier visibilidad política en la Argentina. Asumiendo la paradoja de preguntarse por algo que no existe, el texto emplea esa interrogación inadecuada para hacer explícitos rasgos de lo que efectivamente tiene existencia en la Argentina neodesarrollista de nuestros días. No se trata tanto de subrayar las inconsecuencias actuales de un programa reformista burgués -que seguirá las oscilaciones de los recursos disponibles y las pujas entre sus facciones- sino de situar un acuerdo mínimo en la izquierda sobre las condiciones para reponer la problemática socialista. 


Problemas mal planteados

Afirmo desde el vamos que la validez de la pregunta contenida en el título de este breve texto no es obvia ni actual. Supone lo que debe probarse, a saber, que el término “socialismo” debería circular en la Argentina de la época kirchnerista. Solo así la interrogación sería viable y operacionable. Entonces podríamos discutir los obstáculos que contrariaron esa circulación, las razones sociales, políticas y culturales de su dificultad, en fin, el drama que le impidió en tiempos recientes tornarse realidad concreta. Sin el supuesto de que debería haber un debate socialista en la Argentina, lo que sigue podría ser un ejercicio ocioso, tan (o tan poco) válido como inquirir sobre por qué en el país no tiene importancia política el significante “fascismo”.

No obstante, hay algunas preguntas que son productivas porque conducen a desnaturalizar lo existente. Es más, generan mejores condiciones para las preguntas realistas, esto es, actuales. Sucede que el pensamiento crítico no consiste en reflejar o analizar “científicamente” un objeto externo. Opera con otra apostura: procede a desarticular la presunta consistencia y legitimidad de lo existente, a la vez que se cuestiona la autonomía especular del sujeto.1 Porque lo concreto no es una realidad empírica maciza y transparente. Es ella misma el precipitado de historias, de relaciones de fuerza, de memorias sociales, de pugnas por calificar su sentido. Es ciertamente algo más que un juego de “representaciones”, de ideas. Por lo tanto, no se trata meramente de observar la correspondencia entre una realidad objetiva y las categorías descriptivas propuestas, como si ambas pertenecieran a dos órdenes paralelos (lo objetivo y lo subjetivo).

Estas nociones epistemológicas tienen una derivación en la teoría social. Desde una posición materialista, eso que denominamos la realidad histórica posee una resistencia, una dureza propia que nunca cabe del todo en nuestros lenguajes. Las condiciones socio-políticas son constitutivas de enunciados y prácticas. Enunciados y prácticas que, sin embargo, definen lo singular de las situaciones analizadas. Es en ese sentido estricto que toda actitud materialista devela otra cosa que una designación metafísica de “lo material” como sustancia, por ejemplo, subyaciendo bajo una superficie fenoménica (digamos, “lo ideal”).

El materialismo histórico destaca en la primacía de las prácticas sociales condicionadas, en un periodo específico, la lógica de reproducción de los recursos que regulan la existencia colectiva. El Marx maduro renunció a construir desde tal afirmación una “filosofía de la historia”.2 En el capitalismo por él estudiado, esa lógica es la fuerza abstractiva del capital. Esta no es propiamente “económica”, sino un principio de mediación que convierte en mercancía todo lo que toca: la fuerza de trabajo, el agua, el aire, el pensamiento, el amor. Al configurar una dinámica global de mediación, la lógica del capital deviene en organizadora de lo real, insisto, no en términos de una “determinación económica” (en primera o última instancia).3 Por eso, desde una perspectiva marxista es imposible desarrollar un pensamiento crítico sin poner en suspenso la naturalización que esa lógica instituye al presentarse como realidad objetiva e incuestionable: esto es, como la única sociedad posible, a la que puede añadirse tal o cual rasgo progresista o reaccionario (según los casos), pero en lo fundamental inmodificable.

Una posibilidad de abrir las costuras del dominio capitalista es, precisamente, desajustar la hegemonía ideológica del statu quo con una pregunta similar a la célebre de Werner Sombart: “¿Por qué no existe el socialismo en los Estados Unidos?”4

Quizá convenga antes de pasar a la médula de nuestra preocupación destacar qué entendemos por socialismo. El amargo saldo del siglo veinte dejó, paradójicamente, como herencia la conciencia de la duplicidad del socialismo, duplicidad que los socialismos realmente existentes desoyeron. El socialismo es la política de socialización (1) de la riqueza y (2) del poder. Su primer rasgo implica el cuestionamiento del capitalismo como lógica global y no sólo ese capítulo que llamamos distribución de la renta. El segundo rasgo es la refundación de la democracia. Parasitada por el capitalismo, la democracia se torna liberal y partidocrática, sistema regulador de la representación política en la sociedad gobernada por el valor.

Entiendo que no hay dudas sobre que en la sociedad argentina actual la riqueza se encuentra subordinada a la mencionada lógica del capital, con otras consecuencias además de la alienación, consecuencias que es imposible abordar aquí (menciono la destrucción del medio ambiente como una de ellas). Las relaciones de propiedad en modo alguno son hoy siquiera reformadas de manera apreciable, incluso en una contención moderada como la ensayada discursivamente por los viejos populismos peronista y cardenista. Juzgo también que debate respecto del funcionamiento de la democracia liberal y representativa funciona a través de los partidos políticos (o sus “frentes”) con élites profesionalizadas, sin una perceptible participación popular. Puede asentirse, quizá, sobre la conveniencia de algún liderazgo, pero dudo que eso pueda ser conectado con una práctica participativa de la democracia.5

Esta doble situación actualiza la pertinencia del socialismo como cuestionamiento del capitalismo y proceso de constitución de una democracia basada en el poder popular. Lo digo de otro modo: es tal la derrota y debilidad de las izquierdas que nadie se atreve a pensar las maneras de recomponer una estrategia adecuada, como si fuera inviable imaginar cambios radicales con participación popular. O bien se persiste en formulaciones dogmáticas solo buenas para grupos reducidos y convencidos, o bien se sube al carro del sector más “progre” del sistema partidocrático capitalista.

Capitalismo y democracia liberal son los más eficaces instrumentos de extracción de plusvalía y dominación por las clases propietarias y por las élites políticas profesionales. Entre ellas se dan acuerdos y conflictos, pero en ambos casos se basan en la expropiación de la plusvalía y el poder del pueblo. Se ha establecido un abismo en las reflexiones políticas de la intelectualidad de izquierda entre las ideas y la acción. Retomando las dos variantes poco antes mencionadas: para el doctrinarismo conforme con incidir en sectores minoritarios (la vanguardia), el ideario está incomunicado con una estrategia capaz de devenir masiva; para el pragmatismo la acción inmediata (realista) se libera de cualquier vínculo sustantivo con el proyecto socialista.

Desde luego, no pretendo hablar del tema ex cathedra, como si tuviera la posta. No solo porque sería una falsedad inocultable, sino porque la reconstrucción de una estrategia política de la izquierda requiere reflexiones colectivas. Es con el afán de aportar en esa tarea, al menos en el plano intelectual, que avanzo algunas interrogaciones.

Las preguntas

Entonces, esbozo la encuesta: ¿por qué no existe una perspectiva del proyecto socialista en la Argentina? ¿Por qué ninguno de los progresismos asociados a la hegemonía neodesarrollista siquiera atina a mostrar una conexión tímida con alguna idea socialista? ¿Cuáles serían las vías efectivas de la construcción de un proyecto socialista? En suma: ¿qué hacer para introducir el socialismo en el debate?

Los ensayos de respuestas nos conducirían a historias de mediano plazo que alcanzarían a la trayectoria del socialismo en la Argentina desde mediados de la década de 1890, la creación posterior de las corrientes comunistas, trotskistas, de la “nueva izquierda” de los sesenta-setenta, de las vertientes de la izquierda peronista, y sobre todo la catastrófica derrota de todas las opciones revolucionarias que sancionó cruentamente la última dictadura militar. Más que a las organizaciones o programas de izquierda radical, lo que la dictadura logró aniquilar por muchas décadas fue la factibilidad de que el socialismo pudiera siquiera ser pronunciado por sectores de alguna relevancia (por ejemplo, en sindicatos, centros culturales, organizaciones sociales, partidos, movimientos). Su salida fue la democracia liberal, más o menos inclusiva, más o menos “progresista”, como ámbitos incuestionable del pensamiento y la acción. Alfonsinismo y kirchnerismo fueron los nombres de la búsqueda de una alternativa al doctrinarismo.

Las respuestas también nos llevarían a incorporar los legados de mediana duración del despliegue estatal de los años treinta, la integración social peronista y su refundación de la clase obrera organizada, la modificación del panorama industrial producido por el desarrollismo, la financiarización de la economía en los años ochenta y noventa, así como el neodesarrollismo del último decenio.6 Este último proceso se debería insertar en un movimiento de las economías sudamericanas, pues antes que el resultado eminente de una voluntad política, lo que caracteriza a la situación argentina actual no se comprende fuera de las tendencias perceptibles en todo el subcontinente latinoamericano. Y, ciertamente, dentro de una debacle global del proyecto socialista sellado por el derrumbe del bloque soviético.

Las propias izquierdas sobrevivientes de las décadas postdictadoriales tienen su responsabilidad en la inviabilidad de adelantar la circulación del vocablo “socialismo”. Por su resistencia a revisar sus concepciones, por su carácter defensivo ante una crisis teórica y política que no puede ser neutralizada con la acusación de “postmodernismo” o “reformismo” ante quienes la plantean.

Aquí es preciso incluir también las modificaciones económicas y sociales que alteraron a las clases sociales y sus composiciones en los últimos decenios. La financiarización y extractivización de la economía, el zócalo estructural de desempleo y trabajo en negro que constituyen datos constantes de la nueva configuración productiva, así como la transnacionalización de los capitales, plantean nuevas condiciones para captar los condicionantes de la acción política. Finalmente, la extensión de la lógica mediática, la emergencia de nuevas instancias de comunicación (sobre todo la internet), imponen problemas que es preciso pensar. Evidentemente, las recetas del socialismo de principios del siglo XX merecen revisiones profundas para alcanzar la meta de una común transformación de la sociedad. Esto no significa, en modo alguno, la fractura con el pasado. Más bien insta a una resimbolización, a la evaluación del siglo XX y la renovación de la agenda socialista.

Reconstruir la pregunta por la estrategia socialista ciertamente contribuirá a esa tarea mejor que el abandono de toda preocupación al respecto.

Para una cultura crítica

En el caso específico de la Argentina, su forma neodesarrollista en lo económico-social y la reciente componenda de democracia liberal y discurso semipopulista ha creado, sobre todo desde el conflicto de la “resolución 125” en 2008, una legitimación de la agenda de un capitalismo integracionista moderado.

El kirchnerismo ocupó el espacio del “progresismo”, con medidas de inclusión social y reconocimiento. Desde antes había promovido medidas de justicia en el campo de los derechos humanos. La confrontación con algunos sectores de poder económico y mediático, sobre todo el Grupo Clarín, llevó a que sectores de la izquierda se alinearan con el aparente retorno de “la política” y la elevación del “piso” para una “profundización” de los cambios progresivos.

Reitero que aquí me referiré a sus efectos en el espacio de las prácticas intelectuales especializadas y en la universidad. Si bien las posturas están divididas en ambientes diferentes, una condición de posibilidad para la aceptación acrítica de una hegemonía capitalista, neodesarrollista, moderadamente cuestionadora de los poderes establecidos, consiste en la disolución de la fuerza crítica del análisis marxista.

El marxismo se ha extraviado en una lectura pluralista de las “instancias”, generalizada discursivamente merced a cierto uso de los textos de Althusser. Entonces la noción de una lógica del capital cedió su lugar explicativo de la alienación a una multiplicidad de instancias, más o menos articulables, pero heterogéneas. Ya no habría principio de mediación abstracta. La destotalización de lo real reconoce así múltiples planos que poseen sus “autonomías relativas”. Entre ellas, vale la pena mencionar la instancia estatal. La inicial crítica marxiana del Estado hegeliano como garante de la comunidad se diluyó, por ejemplo, en los reformismos integracionistas que no ocultan su apuesta por un fortalecimiento de las relaciones sociales dominantes, por supuesto, con redistribución de un porcentaje mínimo de la renta. Pareciera que hemos aceptado –aunque lo neguemos explícitamente– la conclusión de Francis Fukuyama sobre el “fin de la historia”.

Slavoj Zizek lo ha planteado en varios lugares. Recordemos que Fukuyama no planteó que los hechos dejarían de ocurrir, sino que las novedades estarían encuadradas en los marcos de la democracia liberal y la economía capitalista de mercado. Y en efecto, el progresismo que hoy se ufana de “cambiar” y “profundizar” acepta esos marcos como límites infranqueables. No es que considere inoportuno su cuestionamiento: por el contrario, se halla plenamente cómodo en sus contenciones.

La crítica radical deviene entonces táctica parcial. Presuntamente realista, política y pragmática, la mirada postmarxista se hace apologética del neodesarrollismo y carece de un aporte incluso a las dimensiones transformadoras que ese neodesarrollismo puede habilitar. Por ejemplo, al destacar que una medida que no se puede dejar de apoyar, como la Asignación Universal por Hijo, o la distribución de netbooks en las escuelas, son a la vez que medidas de inclusión socio-cultural, políticas estatales de incentivo del consumo (y por lo tanto destinadas a promover la acumulación de capital), formación de nueva fuerza de trabajo para la producción de plusvalía, educación del trabajo para la obtención de un mayor plustrabajo. ¿Destacar y desplegar estos temas ya carece de sentido? ¿Es “ultraizquierdismo”?

Al imponerse la defensa del progresismo se establece, para decirlo a la Laclau, una “frontera” contra cualquier esfuerzo por pensar una alternativa diferente, incompatible con el neodesarrollismo capitalista y la democracia liberal con un mínimo maquillaje populista. Toda divergencia pasa a ser “destituyente”. El paso final es la pérdida de cualquier autonomía crítica, por cierto que con proclamas de pertenencia “popular” y quizá convenientes alusiones “emancipatorias”.

Se clausura, entonces, la posibilidad de una reflexión sobre el socialismo, alteración del principio de realidad yugulada por el pragmatismo defensivo que acepta definiciones bien discutibles. Por ejemplo, que nos hallamos en la Argentina ante un “modelo” antineoliberal cuando sus deudas con aquel son esenciales y no marginales, que nos encontramos ante un populismo cuando en América Latina el populismo correspondió con la aspiración a una autarquía improbable en nuestra era global, o que se construye una cultura “nacional-popular” en una sociedad cada vez más lanzada a los flujos globalizados (que incluso un Mercosur exitoso no podría sino matizar).

Conclusión

Palabra fuerte y exagerada seguramente la de conclusión para lo que quiero subrayar aquí de lo antes dicho.

En primer lugar, la interrogación sobre por qué el socialismo merece un lugar en el panorama argentino está justificada por su incidencia para cuestionar lo existente. Que yo sepa, y no lo celebro, todavía no ha surgido una perspectiva de crítica radical que cuestione los trazos fundamentales de la sociedad capitalista y del monopolio de la política por élites partidarias. Repito que las estrategias revolucionarias y reformistas de las izquierdas fueron derrotadas y por lo tanto retomarlas tal cual sería un error básico.

Sin embargo, los principios del socialismo no son ideales abstractos, solo vigentes en los imaginarios de izquierdas doctrinarias que tienen como brújula construir un partido leninista para replicar el asalto al Palacio de Invierno en 1917. De hecho, durante los tiempos que rodearon a la crisis del 2001 emergieron en los movimientos sociales demandas de otra democracia y una fuerte impugnación del capitalismo. Y perseveran en algunas formas de militancia actual. No sale de allí la estrategia que necesitamos. Pero son imprescindibles para pensar lo que se nos dice es impensable, loco, absurdo.

En segundo lugar, hay buenas razones para la marginalidad del proyecto socialista, por motivos históricos nacionales y mundiales, así como por las dificultades propias que el socialismo no ha sabido revisar.

En tercer lugar, la crítica marxista no puede ser reemplazada por las variantes postmarxistas que disuelven el análisis de las dos grandes tareas del socialismo: la democratización de la riqueza y del poder. Por cierto, el marxismo no es una teoría compacta. La más simple ojeada a su historia atribulada revela que es un campo de disputas alrededor de la crítica del capital.

Nada de esto puede ser pensado fuera del contexto sudamericano. Pero no basta con citar las experiencias interesantes de Bolivia y Venezuela. Debemos debatir lo que acontece en la Argentina y medir allí nuestra capacidad de comprensión. Más allá de lo que podamos discutir sobre el “socialismo del siglo XXI” en la Venezuela chavista, el debate sobre las posibilidades de una política y crítica socialista deben ser encaradas aquí y ahora. Sinceramente, ya fatiga esas discusiones aparentemente sofisticadas de Adorno y Mariátegui, o Gramsci y Guevara, sin ninguna conexión sistemática con las posiciones pro sistema (progre, naturalmente) adoptadas en la política real.

De manera general, las condiciones para una praxis socialista en la Argentina son extraordinariamente difíciles y no pueden ser pensadas sino en el largo plazo. Nos alejaremos de esa faena titánica y quizá imposible si cedemos en la radicalidad del pensamiento, en el oportunismo de los espacios concedidos por la hegemonía neodesarrollista y en la renuncia a pensar que todo lo que existe lleva en sí su propia historicidad. Para comenzar a debatir tendríamos que ponernos de acuerdo sobre si nos interesa la pregunta de por qué no circula la palabra “socialismo” en la Argentina neodesarrollista.


Preguntas de Martín Cortés, Andrés Tzeiman, Alan Baichman tras la exposición

1-El proyecto kirchnerista presenta elementos de identificación con la simbología y la práctica del peronismo clásico. Numerosos rasgos que le son característicos lo atestiguan, como la verticalidad, la reinvindicación de la conciliación de clases (“fifty-fifty”) y la estética nacional y popular, entre otros. La hegemonía lograda por el kirchnerismo, así como su sensible inserción en amplios sectores del pueblo nos plantea la cuestión de si es posible concebir una hegemonía alternativa que logre fundir peronismo y socialismo en un proyecto emancipatorio ¿Lo creés posible? ¿Son para vos ambos términos reconciliables considerando las características arriba mencionadas? ¿Existe una posibilidad de disputar, en el presente, con un horizonte liberador la tradición peronista? ¿O tu pregunta por la perspectiva socialista en la era kirchnerista es meramente un disparador a la reflexión crítica sobre el “modelo”? En ese sentido, decís que la realidad es "el producto de la historia, de relaciones de fuerza": ¿cómo se puede pensar desde esa idea el momento actual argentino? ¿Qué implica el kirchnerismo en este sentido, qué relaciones conjuga? ¿No creés que el concepto de “partidocracia” que usás simplifica esa conjugación, colocándola en una historia lineal puramente negativa y limitando el análisis en torno a las diferencias concretas que se presentan en la arena política?

2-Por otro lado, a nivel más general, sobre la ausencia del “socialismo” en los debates contemporáneos. Coincidimos con ello, y con los problemas que acarrea en términos de perspectivas. Sin embargo, nos surgen los siguientes interrogantes:

¿Qué potencialidad política real le daría al debate intelectual el uso de la palabra socialismo? Sin fuerza social que lo encarne, ¿qué garantía brinda su inclusión en el discurso progresista-de izquierda-etc.?

Pensando en otros momentos del debate intelectual argentino, incluso en los que nosotros trabajamos: ¿Qué garantía le dio a pensadores como Aricó y Portantiero, que articularon socialismo y democracia en el exilio mexicano, pero que apoyaron la guerra de Malvinas primero y a Alfonsín después? En este sentido, queda claro que un discurso socialista no vale por lo que dice de sí mismo (ser socialista), sino por la fuerza que tenga en un campo de discursos (entendidos como inescindibles de prácticas sociales que los encarnen) en disputa. Con lo cual volvemos a la primera pregunta: ¿de qué modo reintroducir el socialismo en el debate argentino sin que resulte una bandera meramente teórica desligada del “movimiento real”?

Respuestas de O. Acha:

Respecto del primer grupo de preguntas, yo repensaría la relación señalada entre el kirchnerismo y el nombrado “peronismo clásico”. Evidentemente hay vínculos, pero sobre todo transformaciones. La historia del peronismo es una historia de transformaciones. No creo que las bases sociales y económicas puedan ser consideradas iguales. El discurso recientemente pronunciado por el sindicalista Hugo Moyano respecto de que en el Partido Justicialista no hay peronismo destaca que esa relación está en disputa. Por otra parte, la solidez de la “inserción” del kirchnerismo es muy distinta de la forjada por el primer peronismo. La “hegemonía” kirchnerista es muy inestable. Los 54 puntos obtenidos por Cristina Fernández a mediados de 2011 no son votos que se puedan considerar asegurados. Así como en 2009 el conurbano recibió bien el discurso de Francisco de Narváez, en un par de años puede modificarse la prevalencia electoral nuevamente.

Respecto de la posibilidad de “fundir” peronismo y socialismo, lo que digo en primer lugar es que no está planteada en ninguna parte. ¿Quién la propone? Por otra parte, eso se puede pensar históricamente, y la verdad es que los intentos fueron todos fracasados. Esto no significa que las dimensiones plebeyas del peronismo deban ser condenadas. Lo mismo que sucede con los problemas del socialismo, algunas tradiciones peronistas –como el “peronismo de base” – deben ingresar en la construcción de un nuevo proyecto de poder popular. Lo que digo es que eso será inimaginable si no se lo discute abiertamente y se deja de aludir a una metafísica “profundización” que consolida el neodesarrollismo capitalista y la partidocracia.

Respecto de la segunda tanda de cuestiones, coincido plenamente con la inutilidad de levantar banderas teóricas que carezcan de viabilidad estratégica. Yo trato de pensar eso, por el momento, en el plano intelectual. Es decir, me preocupa sobre todo la disolución de toda crítica profunda en el terreno intelectual. Allí, desde un lugar si se quiere modesto, me interesa cuestionar la pretensión de que es necesario estar con la corriente, a la altura de lo “real”. Como decía en mi ponencia, lo real es algo que debe ser criticado porque no es evidente. Es el resultado de historias de diverso tipo. El socialismo fue derrotado en el siglo veinte y probablemente pasen muchas décadas hasta que sea nuevamente una opción (seguramente cambiada) de sociedad. Hay momentos en que es preciso ser inactual para pensar radicalmente. Si solo se puede pensar lo que está con la época, Marx no habría pensado nada. A mediados del siglo diecinueve no había ningún “fantasma” que recorriera Europa, como dicen Marx y Engels en El Manifiesto Comunista. No siempre se actúa ni piensa en circunstancias elegidas ni ideales. Suele ocurrir lo contrario. Quizá hoy sea preciso rescatar la idea que está en Friedrich Nietzsche y en Walter Benjamin, pero también en Antonio Gramsci y en Lenin, de la “inactualidad”. Hay épocas en que, antes que ir contra la corriente, es preciso reflexionar sobre adónde lleva esa corriente y si abre vías de cambio. Creo que en la Argentina de hoy asistimos a una refiguración neodesarrollista del capitalismo (con una limitada inclusión social) y a la relegitimación de la partidocracia elitista. Eso no implica que carezcamos de fuerzas populares interesantes. En realidad, las demandas del socialismo, respecto de una democracia participativa y plebeya y de una socialización de la riqueza, no son exigencias abstractas. Hace poco, en 2001-2002, estuvieron en el tapete. No lograron plasmarse en un proyecto político, y hay que extraer consecuencias de ello. Pero circularon por la sociedad y seguramente volverán. Hoy son inactuales, pero quizás no lo sean mañana.


Notas

1 Horkheimer, Max Teoría crítica. Buenos Aires: Amorrortu, 1974.
2 Anderson, Kevin B. Marx at the Margins. On Nationalism, Ethnicity, and Non-Western Societies, Chicago: Chicago University Press. 2010.
3 Adorno, Theodor W. Dialéctica negativa, Madrid, Akal, 2005 [1966]; POSTONE, Moishe Tiempo, trabajo y dominación social. Una reinterpretación de la teoría crítica de Marx, Madrid/Barcelona: Marcial Pons. 2006.
4 Sombart, Werner. Why Is There No Socialism in the United States? New York: Sharpe, 1906.
5 Las reivindicaciones del populismo no han puesto en suspenso ninguno de los fueros del elitismo y la partidocracia. El progresismo se sostiene satisfecho en la política como “sociedad del espectáculo”: las mayorías asienten o deploran la toma de decisión, básicamente ajenas, productos de mesas chicas.
6 Rolando Astarita ha organizado los datos provistos por la Cepal para mostrar que las referencias macroeconómicas que en la Argentina solemos considerar derivadas del “regreso de la política” y el “modelo” corresponden a una coyuntura latinoamericana. Las salidas de la crisis del neoliberalismo y la recomposición de los precios internacionales de los commodities llevó a un cambio de signo de las cuentas corrientes, reducción de la deuda externa, mejora de la distribución del ingreso, caída del desempleo, todas novedades ocurridas incluso –con sus matices– en países más atenidos a las recetas liberales tales como México, Colombia y Perú (ver Astarita, Rolando “Crisis y recuperación económica en América Latina, análisis alternativos”, en Nuevo Topo, núm. 8, setiembre/octubre de 2011). Esto no significa que la política no interese, sino que su interpretación es inseparable del modo en que las élites políticas se adecuan a las exigencias y posibilidades de las tendencias económicas. Sostener el imperio de la “decisión política” sin observar el modo en el que las posibilidades burguesas se organizan en torno de las necesidades del capital (por ejemplo, en una variante progre e intervencionista del kirchnerismo y otra variante conservadora y pro mercando como la del macrismo) es hacer mala teoría y desoír los datos fácticos.

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