“Los poetas de Mascaró”. Buenos Aires, Ediciones Desde la Gente, 2012 | Centro Cultural de la Cooperación

“Los poetas de Mascaró”. Buenos Aires, Ediciones Desde la Gente, 2012

Autor/es: Ana María Ramb

Sección: Comentarios

Edición: 16


“Los poetas de Mascaró” Buenos Aires, Ediciones Desde la Gente, 2012.

Durante los años de plomo, voces hubo que, emitidas en los subsuelos, lograron burlar las tramoyas de la muerte. Desde las catacumbas de secretos talleres literarios –Abelardo Castillo tiene mucho que contar sobre esto–, o congregados en torno a rústicas mesas pulidas con bronca, se atrevían a mantener la premisa de Juan Gelman: “Hay que aprender a resistir. / Ni a irse ni a quedarse, / a resistir”. Porque tanto en el exilio externo, como en el interno que algunos pudieron inventarse sin salir de las fronteras, lo importante fue y es sostener la premisa de otro gran poeta, Paul Eluard: “Hay otros mundos, pero están en éste”. A la fantasía del acceso a un paraíso prometido más allá de la muerte, Eluard le opuso la posibilidad concreta –o la irremisible obstinación– de construirlo o de recuperarlo a cualquier costo. Aquí, en la tierra. Aquí, en el país.

En los 60 había floreció en Hispanoamérica la poesía coloquial, que asumió los rasgos conversacionales ya presentes en algunos versos de Darío, de Huidobro, Vallejo o Neruda, y, entre nosotros, de precursores como Raúl González Tuñón y Mario Jorge de Lellisi entre los poetas urbanos, y Hamlet Lima Quintana, Manuel J. Castilla y Armando Tejada Gómez en la corriente que transformó con audacia la poesía de nuestro folklore. Las nuevas voces latinoamericanas pertenecían a Ernesto Cardenal, Mario Benedetti, Roberto Fernández Retamar, Fina García Marruz, Roque Dalton, Jaime Sabines, José Emilio Pacheco, entre otros y otras que conformaron la llamada generación latinoamericana del 59. En nuestro país, Olga Orozco era otra voz paradigmática que contribuía a instalar un campo experimental mucho más amplio. El citado Gelman inicia la generación que sumará a Jorge Boccanera, Leónidas Lamborghini, Paco Urondo, Marcos Silber, Ramón Plaza, Roberto Santoro, Miguel Ángel Bustos, Julio Huasi, Luisa Futoransky. Y siguen otras firmas de bien ganado prestigio que, en los 60-70, prefirieron hacer un arte comprometido.

Herederos de la misma línea, en los 70-80 un grupo de jóvenes formados en el legendario Taller Literario Mario Jorge de Lellis –semillero de poetas que, en la actualidad, atesoran una fecunda trayectoria: Leonor García Hernando, Luis Eduardo Alonso, Nora Alicia Perusin, Sergio Kisielewsky y Juano Villafañe– se empecinaron en resistir. Lejos de toda abstracción y mentiras instaladas por el régimen, renovaron el compromiso de la generación anterior y abrazaron el afán de llegar al lector e implicarlo, de aludirlo y no eludirlo, como tantas veces ha ocurrido en la historia de la poesía, en rotundo rechazo al hermetismo de poéticas que buscan su refugio en un vanguardismo de puertas cerradas y púlpitos dorados donde se cultiva l’art por l’art. Eligen opinar sobre el amor y sobre la existencia, hablar de sus problemas, que son los mismos que afectan al lector, pero también comprometerse en sus versos con el doliente momento histórico que se vive. He aquí la marca distintiva de estos jóvenes poetas que, como otros, tuvieron que crear y recrear su propia retórica en medio de la represión y la muerte.

Y en pleno “apagón cultural”, como en la revista Contexto llamó Héctor Agosti el silencio que los sepultureros de la dictadura del 76 impusieron en las artes y letras argentinas, esos poetas que frisaban por entonces los veinte y pico de años, siguieron escribiendo. Incluso, se las arreglaron para publicar casi clandestinas ediciones de autor. Por ejemplo, Sergio Kisielewsky se atreve a incluir en su libro Algo de la época, que data de 1979, su poema “El hecho”:

Resistimos desde la ojera del sueño un destino con la lengua llameante de los ahorcados.

Venimos con el tormento de una ira / que no vence el horror de nuestros ojos /

(una bala quebrando cualquier hora de la noche) / venimos a sugerir en esta mesa que

ayer se sentó el malevo / qué haremos ahora con menos pedazos de los nuestros / qué

haremos pregunto con esta cama deshecha / estas ruinas que alzan gestos, restos de

cenizas, ave / la tibia foto que nunca fue amarilla. / Resistimos el embate final de los

desesperados / a los que sólo les queda nuestros mejores cuerpos hinchados de sudor,

la certeza de que uno no dice porque otros no dirán / y otros tal vez sí / recibiendo la

lluvia de su salivazo más torpe. / Detrás de un adoquín amarillo (tan verde) /

la sangre de un joven / comienza a dar niebla.

Nora Perusin quiere rendir homenaje al mítico lugar donde una vez faltaron a la cita Claudio Ostrej, María Elena San Martín y Claudio Valetti. A estos compañeros desaparecidos dedicó el poema “Taller Literario”:

Fuimos viajantes del transiberiano / entre la noche y el vértigo del amanecer, casi niños.

Poesía, déjanos hablar, llegar hasta el fondo. Escribir. / poesía era

el paso de Gerard Philipe bajo la lluvia, / fotos y sombras disipándose entre los dedos,

en retumbe de una avellana triste / en su marcha hacia plaza de mayo /

el resplandor de la palabra socialismo / agitándose en el agua.

La memoria traiciona detalles / del rostro de esos jóvenes.

(...)

Leonor García Hernando recuerda aquellos tiempos de furia sin sonidos audibles:

tuvimos un tiempo de morir. / Recuerdo largos alambres donde se colgaban las sábanas.

Los rieles en piedras desparejas prometían un sonido que / no llegaba / todo era quedo /

y permanecíamos tocados / cargando las ropas blancas de los esgrimistas.

Tuvimos un tiempo en que los parricidas / escapaban a caballo por campos de salitre /

era invierno y las bibliotecas ardían en pozos del jardín. /

Aumentaban el frío de los pasillos. / La circulación de voces /

retenía el soplo de las caravanas; una insistencia de telas / pálidas aguadas en oscuridad

todo era quedo / y tras las persianas entornadas los hombres miraban su patria.

(...)

Luis Alonso escribe “La vida por Perón”:

dijeron la vida por Perón / y murieron peleando con un palo contra los aviones

corriendo con una piedra en la mano / como un delantero hacia el arco del avión

contrario / sin banderas, izando su camisa rota por todo estandarte, tu ropa sucia,

dándole a los bombos en ese incendio del que no huimos porque / tanto cansancio nos

demora / o quizá sólo pasábamos por esas calles que se hunden en el río

y pudimos dejar la muerte / extraviarla en un sueño donde se dan cuenta los hombres

de que van a morir / ven de noche en extrañas fábricas que la vida por Perón no fue

una muerte brusca / sino esta lenta agonía.

Eros y Tánatos. Impulso erótico y deseo de destrucción. Dos instintos básicos cuya ubicua presencia y continua fusión caracterizan el proceso de la vida. Los poetas de Mascaró no iba a quedar hipotecados a Tánatos (del que el genocida está impregnado), sino que apelan también al instinto de vida (que palpita en la poesía). Levantan el Eros que sostiene la vida misma, que debe ser el instinto de vida, el erotismo como preservación y enriquecimiento de la vida frente al hecho brutal de la muerte campea en poemas como “Una leona entra en el mar” de Juano Villafañe:

Una leona entra en el mar / hacia las arenas / ella la grande / ante lo colosal que

dejan las mareas / las medusas frías / y los caracoles muertos.

Cientos de bañistas dioses fundadores revuelan su olfato / lo precioso de un felino

que se moja en las aguas / en lo natural de una zona de playa

que invita a esa fiesta entre soles y peces / a la gran fiesta / entre demasiado

público / y el gran público de mar que invade los veranos.

Una leona sale al mar / hacia la música de playa / ella la grande /

ante lo colosal que invade los veranos / con los golpes de sol

con los golpes de agua.

(...)

Recuperada la democracia, estos jóvenes poetas fundan la revista Mascaró, en homenaje al escritor Haroldo Conti, uno de los primeros desaparecidos por la dictadura del 76, y a su novela Mascaró, el cazador solitario, Premio Casa de las Américas 1975. Los poetas del grupo Mascaró pronto descubren que hay otras batallas que librar, e inauguran un sello editorial. No cabe duda de que la poesía y el trabajo de estos entusiastas dispuestos a cambiar el “yo poético” por el “nosotros poético” fue una forma de resistencia cultural que implicó una línea de fuga ante el vaciamiento simbólico, agregado a la devastación y la muerte operadas por los dictadores, sus amanuenses y promotores intelectuales.

Jorge Boccanera, referente de la anterior generación de poetas, recuerda la década de los 80-90: “En la pantalla de neoliberalismo y la posmodernidad todas las películas empiezan con la palabra fin: el fin de las vanguardias, el fin de la historia, el fin de la lucha de clases, el fin de las utopías. Un sistema que anuncia la conclusión de todo y el surgimiento de nada”. Como respuesta ante ese escenario, la poesía de estos hijos de De Lellis –en los 80, seres ya maduros– se transformó en resiliencia, cuando no en combate de ideas, ante la andanada de semióticas capitalistas que en los 90 intentaban anular la diversidad e imponer el discurso hegemónico y el dinero como único significante de la civilización.

Según George Steiner, “hoy la censura es el mercado”. Con la creación poética como baluarte de resistencia contra la pretendida hegemonía del pensamiento único, Mascaró sobrevivió no sólo a la dictadura cívico-militar, sino también a la dictadura del mercado, cuyo campo de batalla es la mente del lector, devenido consumidor para el mercadeo. Si bien la palabra poética no pudo ser apresada ni en los años de plomo como tampoco bajo el neoliberalismo de los 90, el sello editorial Mascaró no pudo sobrevivir a la tormentosa crisis económica de fin de milenio, y dejó de publicar en 2001.

El 28 de agosto de 2012 el público porteño, y el que visita esta Buenos Aires tan fecunda en su campo cultural, tuvo ocasión de oír en la sala Solidaridad del Centro Cultural de la Cooperación –que este año celebra sus primeros diez años de vida– una selección de los poemas de la antología Los poetas de Mascaró, editada por Desde la Gente con compilación y prólogo de Juano Villafañe. El acto resultó una auténtica epifanía: los versos de los poetas de Mascaró recuperaban la resonancia de la viva voz en la interpretación de Leonor Manso, Ingrid Pellicori, Patricio Contreras, Elena Tasisto, Walter Quiroz y Claudia Tomás. Pudimos disfrutar de lo que Jorge Dubatti denomina el convivio, ese intercambio aurático entre el público, los artistas y los técnicos para producir un determinado acontecimiento. De este modo, los asistentes al acto alcanzamos un estado superlativo de estética y emoción; y los que tuvimos la lejana experiencia haber oído algunos de esos poemas recitados por sus mismos autores, experimentamos la percepción de haber participado, en un cruce ya inasible entre espacio y tiempo, en el momento irrepetible de su creación.


i Mario Jorge de Lellis (1922-1967). Poeta epónimo del taller donde se formaron los poetas de Mascaró. Influyó en la obra de Juan Gelman, Juana Bignozzi y Humberto Costantini. Según Isidoro Blaisten, “De Lellis era un estupendo creador verbal, capaz de soliviantar los menudos sucesos, darlos vuelta del revés y producir siempre algo inesperado.” Y desde un lugar insospechado de pertenecer a la izquierda, Jorge Edwards reconoce: “lo siguen ninguneando”. Porque el poeta chileno admira al creador de “Canto a los hombres del pan duro”, texto que poetiza la tragedia de un laburante, tal como lo hace en “Construcción” Chico Buarque de Holanda. Y como a todo buen poema, siguiendo con la recomendación de Edwards, al poema paradigmático de De Lellis “...hay que montarlo en pelo, se deben sentir los ritmos, las palpitaciones, los sonidos que bajan y suben tonalidades, los pies deben caminar descalzos por el suelo lleno de esos versos largos, medianos o mínimos, que se esparcen desparejos como la vida”.

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