La solución sarcástica | Centro Cultural de la Cooperación

La solución sarcástica

Autor/es: Alejandra Varela

Sección: Investigaciones

Edición: 16

Español:

La revista “Barcelona” funciona como ejemplo para presentar al personaje sarcástico, aquel que decide observar la escena política sin involucrarse, protegido en las variadas formas de la ironía. El trabajo busca pensar a esta construcción política y estética como un resabio de los años noventa que a partir de la llegada del kirchnerismo se muestra insuficiente para comprender la realidad política argentina


La revolución ausente

Que la revolución sea un hecho del pasado elimina la idea misma de política. Pensar la realidad bajo ese signo podría significar saber de antemano que no hay espacio para lo nuevo, que vamos a asomarnos a la rutina de una serie de convenciones políticas. Nuestra realidad nacional nos sometió durante muchos años a esta costumbre del aburrimiento y siempre amenaza con volvernos a hundir en ella.

Abandonar la idea de revolución implica perder la inventiva. Es como si nada más pudiera esperarse. Concebir la realidad como una experiencia plana que no tiene más explicación que lo evidente (como si la evidencia no fuera la materia prima de la inspiración de las teorías más disparatadas y variadas). Todo posible cambio abre sentidos y discursos que confrontan entre sí. Alguien se anima a decir aquello que bajo el reinado de la ausencia de revolución sería impronunciable.

La imagen de las ruinas que Nicolás Casullo toma de George Simmel habla de esa fuerte presencia del pasado donde ha triunfado la naturaleza por sobre el espíritu. La naturaleza logró desgastar un edificio que era la manifestación de un espíritu que aspiraba a una permanencia. Como si la naturaleza quisiera volver a ese estado inicial que el hombre se animó a transformar. Es la imagen de una derrota. Tema remanido en la teoría política argentina. El amor al fracaso, el signo de la tragedia parece ser demasiado atractivo para no detenerse a hablar de él. Es que de una derrota no se sale con facilidad, siempre deja secuelas. La ruina es el pasado que se hace presente.

La ausencia de revolución señala un hueco que podría tener la forma de los desaparecidos. Se trata de pensar un territorio poblado de conflictos sin sujetos. Las tensiones están presentes pero el repliegue político borra a los sujetos que puedan encarnar ese conflicto. Un paisaje que se parece mucho a la Argentina de los años noventa. El sustento de este conflicto sin sujeto latía en la imposibilidad que las acciones concretas tenían para cambiar la realidad.

La ausencia de revolución pudo producir un vacío que nos llevara hacia el vértigo de lo nuevo pero siempre debemos luchar contra quines buscan ponerle un nombre para hacer de esa inquietud que provoca toda revolución, un bálsamo conformista. Ya no es necesario cambiar el mundo sino adaptarse. Se trató de un problema generacional que no necesariamente debe pensarse en términos etarios. Se trató de una cultura de lo juvenil, de una reivindicación de la juventud como ese desenfado que borra el pasado, como la mera expresión de su voluntad que se entrega a la simpleza de decir: No me importa la revolución porque se trata de una carga demasiado pesada. Tenemos la libertad de ser seres comunes, planos, conformistas sin la obligación de ser héroes, podemos dedicarnos a vivir sin épica, ser los hombres y mujeres grises de la democracia. ¿Qué pasaría si los sujetos se declararan seres que sólo quieren permanecer? ¿Qué odiaba Quereas de Calígula1? No su poder sanguinario, no el hambre que provocaban sus caprichos sino la capacidad para desnudar la mediocridad de sus vidas. Quereas defendía su derecho a ser mediocre sin que nadie lo inquietara con su anhelo ridículo de desear la luna, de buscar lo imposible.

El personaje sarcástico

¿De qué modo, entonces la sociedad busca rellenar ese hueco? El sarcasmo ha sido el gran consuelo, la tabla de salvación para transitar la nada que, en sí misma, es insoportable. Desde la arbitrariedad más descarada (porque entiendo que la realidad argentina no puede pensarse en términos lógicos), me detengo en la experiencia de la revista Barcelona como una expresión conflictiva de ese sarcasmo. Digo conflictiva porque es políticamente correcto confesar que a uno le gusta Barcelona y, de hecho, no sería reprochable, ya que en sus páginas y en sus derivaciones radiales y televisivas se despliega mucha inteligencia. Los barceloneses nos dicen que el periodismo es ficción, que el modo atrevido con que ellos juegan la ironía no es muy distinto al que se respira en cualquier redacción de la prensa supuestamente seria. Leemos Clarín y nos reímos”, dicen los ideólogos de Barcelona, dando cuenta del carácter ficcional del gran diario argentino.

Pero Barcelona es algo más. Es el permiso para satirizar, la certeza de que no existe nada sagrado. Hay comicidad en el modo de hablar sobre la desaparición de Julio López como en la manera de presentar las delirantes ideas de Mauricio Macri. Todo pasa por su filosa mirada sin el menor atisbo de piedad. Este camino es inquietante. En su estilo satírico aparece la verdad, especialmente en esos momentos donde la realidad misma habla su propio idioma. La impunidad menemista fue, entre otras cosas, una experiencia cultural que eliminó el pudor. La realidad se ha vuelto disparatada y en ese punto, Barcelona da cuenta de esa transformación donde el estilo de un diario como La Nación queda totalmente fuera de época.

La ironía puede ser muy útil si nos pensamos como observadores de la realidad pero si su ideología se difunde como el único modo de ser inteligentes, como el pasaporte hacia el mundo de los políticamente correctos, no podremos crear sujetos de acción, dispuestos a cambiar las cosas, nos costará mucho pensarnos como sujetos reales. Porque la política requiere de personas que puedan tomarse en serio algo, creer en ideas, en conceptos o en acciones y jugarse por ellas a riesgo de parecer ridículos. Los sujetos reales a veces necesitan de la seriedad y de la bronca, no pueden estar siempre chispeantes, ingeniosos y sarcásticos. A veces también se emocionan, no pueden ser seres de una sola pieza porque la vida les exige cambiar. En el mundo de Barcelona, los hombres y mujeres que piensan imaginan y escriben lo hacen desde un único lugar, si se salen de ese rol todo su universo se desmorona. Construir una realidad política cargada de sentidos conspira contra la ironía, por eso sus ideólogos se preocupan por cubrir todos los frentes, por inyectar la risa incrédula en todos lados, no sea cosa que alguien se tome en serio la vida política de nuestro país.

La ironía, el sarcasmo y sus derivaciones satíricas son hoy, en la segunda década del siglo XXI, un elemento de dominación, no ya las herramientas hacia la lucidez que pudieron ser útiles en otros contextos.

Se podrá argumentar que es un arma eficaz para exponer la banalidad mediática, que realiza un acto de mimetización con esa frivolidad a tal punto que apenas se notan las diferencias, pero lo verdaderamente revolucionario en la Argentina de hoy sería poder tomarse en serio algo. La ausencia de la idea de revolución de la que hablaba Casullo es esa falta de voluntad frente a lo real, es un abatimiento que me dice que no puedo creer en nada de lo que veo, que todo es ficción, que todo va a fracasar. Es la reducción de la política al mero juego de intereses.

La ironía en su expresión tan totalizadora, tan excluyente como la que padecemos por estos días, conspira contra la posibilidad de un sujeto activo. Es un refugio absolutamente cómodo en el que la realidad se vuelve una película que jamás puedo tomarme en serio. Una risa que sangra tiñe a ese sujeto espectador del más oscuro resentimiento. No le resultará difícil odiar a aquel que se decida a romper con la convención y convertirse en un protagonista de la realidad. Un sujeto anacrónico, pasado de moda que ilumine nuevos conflictos. El irónico no es un ser de batallas. Él se atrinchera en su sarcasmo y reparte puñaladas seguro de que jamás será herido porque nadie puede lastimar al que no se toma en serio nada, al que pelea escondido en su bunker. Como el irónico se convierte en un ser absolutamente insensible, qué le importa un ultraje, él nunca pierde porque no está en carrera, es un outsider al que sólo le interesa enmantecar la pista para que los demás se caigan, así puede reírse de sus tropiezos.

En el fondo el irónico es un fatalista que cree en un destino ya trazado, una realidad que no se puede cambiar. Con su sarcasmo achica al sujeto a la expresión de un ser que ha venido al mundo inútilmente. El dolor que encierra su risa es la certeza de que su presencia en la tierra es absolutamente intrascendente.


Notas

1 Me refiero a la obra de teatro Calígula de Albert Camus.

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