La hegemonía “revisitada”. Apuntes para una caracterización del nuevo “clima cultural” (y político) en la Argentina poselectoral de 2011 | Centro Cultural de la Cooperación

La hegemonía “revisitada”. Apuntes para una caracterización del nuevo “clima cultural” (y político) en la Argentina poselectoral de 2011

Autor/es: Rodolfo Gómez

Sección: Investigaciones

Edición: 16

Español:

En este breve trabajo volveremos a preguntarnos y a discutir la noción de “hegemonía”, acuñada en los acalorados debates prerrevolucionarios llevados adelante dentro del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) y luego reformulada por Antonio Gramsci en sus conocidos Cuadernos de la Cárcel. Esta búsqueda tiene que ver con observar la pertinencia de dicho concepto al día de hoy en un país como la Argentina, en el marco de un escenario donde la presidenta Cristina Fernandez de Kirchner revalidó su mandato, y donde la segunda fuerza resultó ser una coalición de fuerzas progresistas; pero donde se observan también importantes procesos de reconfiguración de “visiones de mundo” de tipo dominantes promovidas por distintos sectores sociales, conservadores en la mayoría de los casos pero que se proyectan dentro de un nutrido arco de clases medias.


Introducción

Las elecciones presidenciales de octubre de 2011 dejaron una sensación de triunfo para un importante arco del pensamiento progresista. No sólo por el amplio triunfo de Cristina Fernández de Kirchner, sino además porque quien salió en el segundo puesto fue el llamado Frente Amplio Progresista, que nuclea a sectores provenientes de la alternativa Central de Trabajadores Argentinos (CTA), del Partido Socialista (PS), de la Unión Cívica Radical (UCR) en su versión socialdemócrata, de ciertos sectores de izquierda.

Sin embargo, previamente a las elecciones presidenciales, o, más aun, en momentos anteriores incluso a la realización de las elecciones “primarias”; varios actos eleccionarios realizados en distritos de importancia supusieron el triunfo de opciones, o bien la irrupción de candidatos claramente conservadores (como Miguel del Sel). Algo que llevó a ciertos memoriosos a recordar lo sucedido en la década del noventa.

¿En qué sentido decimos esto? Básicamente en el sentido de comprender que lo que pudo verse durante los años noventa fue la configuración de una importante hegemonía neoconservadora que tuvo un fuerte consenso en diversos sectores sociales, una suerte de “transversalidad neoliberal” que atravesó tanto a las clases dominantes como a las subalternas.

Como es sabido, ese “consenso acorazado de coerción” que implicó la hegemonía neoconservadora menemista, en la medida que se encontraba de algún modo “atada” al Plan de Convertibilidad1, prosiguió durante el gobierno de De la Rua, y recién supuso la aparición de fisuras con la crisis política, económica, social, de legitimidad, desatada en diciembre de 2001. Algo que nos indica que la noción de “hegemonía” debe intentar ser pensada en un sentido más estructural, y menos coyuntural, esto es, más ligada la forma de funcionamiento de la esfera estatal, política y cultural en el capitalismo que a la presencia de distintos gobiernos en particular.

Sobre todo después del segundo triunfo de la alianza neoconservadora que llevó a Mauricio Macri a la jefatura del gobierno porteño, la gran pregunta que podríamos hacernos, en términos del funcionamiento de un “clima cultural”, es si efectivamente nos encontramos a la “salida” de una configuración hegemónica dominante.

A nuestro entender toda noción de “hegemonía” se define en el sentido gramsciano del término, como aquella que expresa una configuración de “lo dominante” en el marco del funcionamiento de una sociedad capitalista; por lo que cabría preguntarse entonces si es posible hablar de una “nueva hegemonía” hoy.

De manera que en este trabajo intentaremos utilizar esta noción gramsciana de “hegemonía”, desde una perspectiva más “estructural”, para intentar dilucidar si en este momento es posible hablar de un “posneoliberalismo” (como “neodesarrollismo”) o bien de la aparición de una “nueva hegemonía”.

Realizaremos para ello un análisis histórico respecto del surgimiento del concepto en términos generales y luego sus apariciones dentro del “campo intelectual” argentino, viendo a la vez sus vinculaciones con la noción gramsciana de “intelectual orgánico” y con la sartreana de “intelectual comprometido”; su relación con el funcionamiento de la esfera pública y su impacto en la misma en tanto “política cultural”, hasta llegar a la actualidad.

Los sentidos de la “hegemonía”, los intelectuales y el estado

Antonio Gramsci no acuñó el concepto de “hegemonía”, ni el mismo proviene de los desarrollos teóricos ni de Marx ni de Engels. Dicho concepto tiene un origen claramente “político” en los debates suscitados en el seno del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR) –protagonizados entre otros por Plejánov, Axelrod, Lenin- en momentos previos a las revoluciones sucedidas en ese país en 1917.

Considerando algunos de los textos más “históricos” y “políticos” de Marx, donde se observaba cierto rol más “tradicional” o conservador del orden existente en el campesinado y al naciente proletariado como una “clase” social más dinámica, cosmopolita y por ende menos conservadora, se caracterizaba a esta naciente “clase” como a la “vanguardia” de un inminente proceso de transformación, como el “sujeto” de la misma. En la consideración de los debates desarrollados al interior del POSDR, el proletariado ejercía la “dirección intelectual y moral” –la hegemonía- respecto del conjunto de las clases subalternas, lo que implicaba la construcción de un “consenso” de la “subalternidad” popular que permitía el aglutinamiento y direccionamiento de las mismas hacia el horizonte político de la revolución socialista.2

En los momentos posteriores a la Revolución Rusa de octubre de 1917, nos encontramos con un joven Antonio Gramsci miembro del Partido Socialista Italiano, partido marxista que sin embargo veía con recelo el rumbo que iba tomando el proceso soviético en el país eslavo. Posición que, sin embargo, era criticada fuertemente por un Gramsci que adhería tanto a la Revolución como a la perspectiva política leninista que había llevado hacia la misma. De esta época son textos como La Revolución contra 'El Capital', donde critica lo que para él es el uso cientificista y escéptico de un libro como El Capital de Marx por parte de la pequeño burguesía intelectual italiana, o Nuestro Marx, donde la emprende contra el “objetivismo maximalista” de Mondolfo.

Gramsci creía por entonces en la posibilidad de homologar lo sucedido en Rusia con la realidad italiana de entonces; y en el mismo sentido veía a los recién nacidos “consejos de fábrica” como el gérmen del “estado de nuevo tipo”, como la institución política no burguesa (diferente de los sindicatos, diferente de los partidos y del estado burgués; porque se encontraba fuera de la “legalidad” burguesa) en donde se asentaría la dictadura del proletariado. Pero para ello era necesario que la influencia de esos “consejos” se extendieran más allá de la fábrica, hacia la “sociedad civil”.

Todavía aquí Gramsci entiende a la “hegemonía” en el mismo sentido en que se la comprendía anteriormente en el seno del POSDR, como la capacidad de conducción por parte del proletariado revolucionario sobre el resto de las clases subalternas.

El fracaso de “expandir” la experiencia consejista implicó el abandono del proyecto italiano de relacionar la “hoz y el martillo”. Sin embargo, el balance que Gramsci realiza de ese fracaso es táctico, no estratégico, y la ruptura con el Partido Socialista para fundar junto con Togliatti el Partido Comunista Italiano (PCI), implica la búsqueda de expandir la “acumulación política” en el sur de Italia; a través de una expresión que ahora debiera ser “nacional” (y no como había sucedido con los consejos de fábrica). También aquí la noción de “hegemonía” es pensada en el sentido que los sectores más progresivos, más radicalizados de las clases subalternas, es decir, el proletariado industrial, ahora organizado a través de un partido revolucionario (el PCI); que debía “hegemonizar” con su accionar al resto de las clases subalternas, y sobre todo a un campesinado cuyas prácticas eran más bien tradicionales, diríamos “folclóricas” en la medida que el desarrollo capitalista se encontraba postergado.

Si bien en Gramsci -a partir de su origen sardo y de su participación en una organización política con impronta ideológica “localista” y de sus tempranos estudios de lingüística y antropología- la temática “nacional” y “popular” estaba ya presente tempranamente; lo cierto es que es en este momento en que cobra una importancia fundamental3, en la medida que al mencionado componente “político” de la “hegemonía” le incorpora también una dimensión “cultural”4. Ya que la tarea del partido revolucionario del proletariado será justamente crecer políticamente en todo el país reuniendo bajo su dirección no sólo al activo proletariado del norte de Italia, sino también a las masas campesinas del sur, y para ello no podrán obviarse las diferencias culturales existentes.5

Aquí la incorporación de la dimensión “cultural” enriquece el concepto, en tanto que no va en desmedro de su carácter político. Lo que no indica que se haya modificado aún el significado y el uso que Gramsci hace del concepto, ya que todavía lo comprende en el sentido de la “dirección intelectual y moral” que deberá ejercer el proletariado; es decir, para sintetizar, aún lo comprende en un sentido “subalterno”.

Pero dicha interpretación respecto de la noción de “hegemonía” se modifica una vez que Gramsci es encarcelado, en 1926, por la dictadura fascista. Es algo que va a comenzar a desarrollar en los llamados Cuadernos de la cárcel.

Si en el período que va de 1917 a 1921 no se modifica el sentido original del concepto de hegemonía es porque la experiencia de los “consejos de fábrica” supone también un ascenso de las luchas en el norte italiano industrializado; pero ya en 1926 nos encontramos con el triunfo fascista, de manera que las preguntas de Gramsci por entonces son otras: ¿por qué perdimos? ¿por qué ganaron los fascistas?

Y la respuesta, podría decirse, por parte del autor, va a ser: “porque lograron construir una hegemonía”. De manera que entonces en los Cuadernos de la cárcel, al cambiar la pregunta, cambia también la respuesta y el sentido de la propia noción de “hegemonía”, que ahora se transforma en un sentido –burgués- “dominante”.

Pero una vez esto, el sentido de la noción de “hegemonía” conserva las otras características antes mencionadas. Ya que, como vimos, para que el proletariado sea “hegemónico” respecto de las otras fracciones subalternas, y en la medida que se entiende que los intereses subalternos se encuentran básicamente en consonancia, es necesario que ejerza una “dirección”, y para ello no puede haber “dominio” sino “consenso”. Y lo mismo va a suceder, según el Gramsci de los Cuadernos, con esta otra noción –dominante- de “hegemonía”; ya que la burguesía –a través del fascismo- no pudo haber “hegemonizado” política-cultural-económicamente al resto de las clases en la sociedad capitalista sin un grado importante de “consenso”. Que es también “material”.

Y esto es así porque ese “estado”, como ya lo había observado previamente Lenin en 19206, no es solamente un “aparato de coerción” y de “dominación” sino que, además, básicamente en Occidente, se encuentra articulado con un importante entramado de instituciones pertenecientes a la “sociedad civil”; que permiten ligar la “infraestructura” con la “superestructura”. Esto es lo que Gramsci denominó “bloque histórico” y que da cuenta que nos encontramos con una concepción “ampliada” de estado.7

En esa ligazón, el rol jugado por los “intelectuales” resulta ser un rol fundamental. Si tal como sostiene Gramsci, “cada grupo social, al nacer en el terreno originario de una función esencial en el mundo de la producción económica, se crea conjunta y orgánicamente uno o más rasgos de intelectuales que le dan homogeneidad y conciencia de la propia función, no sólo en el campo económico sino en el social y en el político”8. Esto implica que para que la burguesía haya logrado ser “hegemónica”, organizándose como “clase en el estado” y extendiendo su dominio en el conjunto del “bloque histórico”, debía poseer sus propios “intelectuales orgánicos”.

Estos, en la medida que la “hegemonía” (dominante) se expresa no sólo en las instituciones de la “sociedad política” estatal, sino además en las de la “sociedad civil” (que funcionan como “trincheras”).9

Ahora bien, si la “producción” de hegemonía por parte de los “intelectuales orgánicos” de la burguesía busca “conservar” el “status quo” dominante; ello no se da de una vez y para siempre sino que implica el despliegue de –como planteaba antes Lenin o, más acá en el tiempo, Fidel Castro- una “batalla de ideas” en la esfera pública política frente a los “intelectuales orgánicos” de las clases subalternas. Lo que supone, por otro lado, el despliegue en la “esfera pública” de toda una “política cultural” dominante; que se desarrolla a la vez en tanto y en cuanto dicha “hegemonía” posee base “material”.

En tanto han intentado pensar de modo “ampliado” la cuestión cultural, incorporando además la noción de “hegemonía” comprendida de modo “dinámico”, “inacabado”, conflictivo y contradictorio en el marco de la sociedad de clases, tal vez hayan sido los autores pertenecientes a los Estudios Culturales británicos quienes hayan planteado la noción de una “política cultural” ligada con el proceso de construcción de “hegemonía”.

Es en los trabajos de Raymond Williams, sobre todo en Marxismo y literatura, donde pareciera plantearse la vinculación hegemónica presente tanto en las “tradiciones”, como en las “instituciones” y en lo que Williams denomina “formaciones”.

Con respecto a las “tradiciones”, retoma cierta línea de pensamiento esbozada por Gramsci en “Folclore y vida nacional” (y tal vez por el último Benjamin de las Tesis sobre filosofía de la historia) para distanciarse de muchas de las reflexiones previas al respecto provenientes del marxismo; ya que para este autor lo “tradicional” como lo “folclórico” está sujeto a toda una serie de disputas de sentido, que pueden tornarlo o bien “hegemónico” o bien “alternativo”. Por eso es que si la historia ha sido escrita por los “vencedores”, la “hegemonía” opera configurando una “tradición selectiva”, dejando de lado otros posibles sentidos de dicha “tradición”.

La “hegemonía”, aún en el sentido conflictivo que plantea Williams, se encuentra también “producida”, al interior de las “instituciones”. Pero donde se plasma de un modo menos preciso, y donde se encuentra mayormente presente la oportunidad de ser discutida, de abrir las posibilidades de surgimiento de lo “alternativo” o de lo “contra-hegemónico”, es en las “formaciones”.

Las “formaciones” culturales (en el sentido que Williams le asigna a la noción de “cultura”) no son ni “tradiciones” ni “instituciones” y siempre remiten a lo “novedoso”, aunque no todo lo “nuevo” remite estrictamente a una “formación”, sino que se definen como “los movimientos y tendencias efectivos, en la vida intelectual y artística, que tienen un influencia significativa y a veces decisiva sobre el desarrollo activo de una cultura y que presentan una relación variable y a veces solapada con las instituciones formales”10.

En otro texto, explica también Williams, que de algún modo esta es precisamente la “política” cultural de la vanguardia al interior del “movimiento modernista”; aquello que le permite expresarse como crítica antiburguesa. Sin embargo, va a decir, también, esa crítica anti-burguesa puede tener múltiples aristas, es decir, puede ser expresión de un “movimiento” (formación) revolucionario o bien de uno reaccionario.11

Esfera pública, campo intelectual, política y crítica cultural en Argentina

El origen del campo intelectual en la Argentina (como el concepto de “hegemonía”) tiene un punto de inicio que es al mismo tiempo “político” y “literario”, y se encuentra mediado por el “ensayismo”; un género literario un tanto indefinido o atípico12 que se plantea como asistemático y al mismo tiempo presenta características raciocinantes. Lo que implica que su uso supone carácter pedagógico e impacto en la esfera pública. Las obras más paradigmáticas en este sentido, al momento de origen del campo intelectual en nuestro país, son las de Alberdi y Sarmiento.

Puede verse que el origen del campo intelectual argentino presenta un carácter político y cultural (literario) que supone un impacto en la naciente esfera pública política configurada entre otros actores por la llamada prensa de “ideas” (que hacia el momento de fundación del estado nacional podemos encontrar en periódicos como La Nación o La Prensa).13

La configuración de la discursividad cultural desarrollada desde un “campo intelectual” (“orgánico”) con fuertes lazos con la “política” tiene, desde entonces, puntos de articulación con lo estatal (con el naciente estado capitalista argentino). Y ello supone el carácter “mediador”, entre la infraestructura económica y la superestructura legal, política y cultural; que Gramsci les asigna en tanto productores de “hegemonía”.

La relación entre “campo intelectual” y política en el naciente estado suponía como mencionamos una presencia en la esfera pública política (de la mano de los medios de comunicación) e implicaba toda una “política cultural” (nacional y liberal, con un carácter etnocéntrico, plasmado en el eslogan sarmientino de “civilización o barbarie”) de los sectores dominantes.

La construcción (hegemónica) de lo “civilizatorio” europeo o norteamericano por parte de los sectores dominantes ocultaba en realidad las propias contradicciones presentes al interior de una “civilización” que ya era capitalista.14

De modo tal que fue de esa misma establecida, hegemónica y dominante “política cultural” de donde se produjo ese momento posterior que modifica la situación, con la llegada de la misma inmigración europea. Que promueve una “política cultural” antinómica, de izquierda y clasista; basada sobre todo en la presencia de una crítica cultural que va a modificar el funcionamiento de la esfera pública.

Porque es desde entonces que comienza a transformarse la previa “prensa facciosa” (tanto La Nación como La Prensa) en la “prensa objetiva” que conocemos aún hasta nuestros días. Tal como sucedió en Europa y en los Estados Unidos, donde la burguesía ya vislumbraba la configuración de una “sociedad de masas”, no podía seguir desarrollándose una prensa política que fuera correa de transmisión de las diferentes ideas presentes en una sociedad. Si la potencialidad de las masas tenía su correlato en una prensa de ideas que representara tal “potencialidad” y la volviera “general”, se corría el riesgo de llegar a una “tiranía de las mayorías” (como en la Revolución Francesa, que según la interpretación de los padres fundadores de la “democracia norteamericana” como Adams, de Tocqueville o Madison; implicó la extinción de la democracia), que resultaba la antítesis del “republicanismo” democrático-liberal.

En realidad, tanto la aparición en nuestro país del “periodismo objetivo” como del inmediatamente posterior “periodismo amarillo” representan el intento de la cultura burguesa por “contener” la potencialidad de las emergentes masas inmigrantes que comenzaban a organizarse en sindicatos y partidos políticos, configuradoras de toda una “cultura” propia que irradiaba hacia otros sectores criollos representando toda una variedad de “políticas culturales” que criticaban y discutían la hegemonía cultural dominante.15

El golpe militar de 1930 vino a concluir esta etapa, saldando la disputa hegemónica en un sentido dominante, y dejando en claro aquello que luego iba a afirmar Gramsci respecto del fascismo, que la “hegemonía” era “consenso acorazado de coerción”.16

La conformación del grupo F.O.R.J.A, a mediados de los años treinta, resulta un punto importante dentro del “campo intelectual” argentino. Provenientes de agrupaciones que habían participado de la reforma democrática universitaria de 1918, muchos de estos nombres habían optado por la política, y en su accionar crítico encontraron que, aún desde un campo como el de la “academia” o la “intelectualidad”, para la transformación era necesario cierto vínculo con el estado. De manera que, desde su surgimiento, se presenta cierto vínculo con un partido que era “popular” (antes que “clasista”) y con acceso a puestos de gobierno en el estado, esto es, la Unión Cívica Radical.17

De modo tal que la crítica hacia la política cultural liberal oligárquica no provenía desde una perspectiva “clasista”, sino desde lo “plebeyo” y desde lo “popular”. Punto de vista que luego se mantiene con el posterior vínculo que intelectuales como Scalabrini Ortiz o Jauretche y Discépolo presentan con el peronismo.

Nuevamente, y luego de las dificultades observadas por parte de los sectores dominantes para recrear una hegemonía, en la medida que tampoco los sectores populares pudieron configurar otro “patrón” de dominio, aparece el golpe del 55 como modo de abortar otra vez el proceso de disputa.

Sin embargo, a diferencia de lo sucedido con el golpe del treinta, durante los cincuenta y en la medida que nos encontramos ya con la presencia de una clase obrera numerosa y organizada a través del peronismo, surge la “resistencia” frente a la dictadura junto con una posición “crítica” respecto de la misma.

Porque podríamos decir que tanto los años cincuenta como los sesenta son años de configuración de todo un campo de la “crítica cultural” en el marco de una consolidación y expansión de la cultura de masas en nuestro país18. Es en este contexto que debe entenderse la introducción pionera de los escritos de Gramsci (de los Cuadernos de la cárcel) por parte de Héctor P. Agosti.

Si bien la introducción del concepto de hegemonía en nuestro país debe remontarse a ese trabajo, dicho concepto fue prontamente adoptado y empleado de una manera notablemente productiva más hacia los años sesenta y setenta por el grupo de intelectuales nucleados en la revista Pasado y Presente, como José María Aricó o a posteriori Juan Carlos Portantiero, entre otros.

La Argentina ya encontraba por ese entonces un importante desarrollo de la industria cultural que había impactado y transformado el funcionamiento de la esfera pública, como así en un contexto internacional –digamos keynesiano- de posguerra donde se habían modificado la naturaleza y las características de las políticas estatales y de la misma “forma” estado. En concreto, digamos que el capitalismo -que ya en las primeras décadas del siglo XX se había transformado en sentido “imperialista”- había mutado, se había vuelto una sociedad compleja, de modo que ese cambio de fisonomía sin dudas también iba a tener impacto en el funcionamiento de la esfera pública política como de un “campo intelectual” atravesado por la cultura de masas.

Si bien ya en los años cincuenta, de algún modo estas condiciones, ya estaban dadas, lo cierto es que figuras como Agosti, poseían una clara identidad partidaria, es decir, una “orgánica” del partido. Pero los años sesenta ven emerger otra figura de intelectual que era capaz de esquivar la “disciplina partidaria” y por tanto ejercer su rol crítico en la esfera pública con cierta “independencia partidaria”. El ejemplo más paradigmático al respecto fue europeo, aunque su influencia en América Latina y en la esfera pública mundial fue notable: hablamos de Jean Paul Sartre y lo que dio en llamarse el “intelectual comprometido”.

Varias de las más grandes figuras del campo literario e intelectual argentino de los años sesenta, aquellas ligadas a la revista Contorno, como Ismael y David Viñas, León Rozitchner, Juan José Sebreli, Ramón Alcalde, Carlos Correas, podrían catalogarse dentro de dicha “categoría”. Como así el mencionado grupo nucleado en torno de la revista Pasado y Presente, por entonces escindido del Partido Comunista.

En franca relación con un pensador como Sartre, la figura del “intelectual comprometido” implicaba algo que comenzaría a ser común dentro del “campo intelectual” en el marco del funcionamiento de las sociedades capitalistas “tardías” o “avanzadas”, incluso como modo de supervivencia, su vinculación con el campo periodístico y, por tanto, a través de un estilo “ensayístico”, un impacto en la conformación de la “esfera pública”. Pero también esta figura de “intelectual” se vincula con otro “campo”, el de las nacientes “ciencias sociales”; sobre todo con aquel que comienza a desarrollarse dentro de la “academia”.

El ejemplo más claro dentro esta posición fue Eliseo Verón, aunque además de él tal vez debiera ubicarse allí a Oscar Massotta. Ahora bien, podría pensarse también esa posición en relación con la tarea de investigación que por entonces se desarrollaba en el Instituto Di Tella, que “abría” la noción de “ciencia social” para incluir todo un grupo de desarrollos desplegados desde el “campo artístico”19; con lo que entonces no sólo se ampliaba el campo de las ciencias sociales, sino la propia figura del “intelectual comprometido”.

No puede obviarse que las relaciones entre posiciones más “orgánicas” o más “comprometidas” dentro del campo intelectual de ese entonces, y sus varias vinculaciones con lo “político” en términos de impacto en la esfera pública, se modificaron a raíz del fuerte impacto de la Revolución Cubana.20

Lo que, por otro lado, hacia fines de los sesenta, observa otro punto de articulación y a la vez de radicalización política en el encuentro con las “vanguardias artísticas”.21

No será nuestra intención aquí trabajar los crecientes vínculos entre “vanguardia artística” y “vanguardia política” ni especificar las transformaciones que se dieron en la misma hacia los setenta22, pero sí quisiéramos remarcar que cruzado el umbral de la década de los sesenta y radicalizado el accionar político con la incorporación de la “teoría del foco” en varias de las más importantes organizaciones tanto sindicales como político-partidarias; digamos que nuevamente allí la figura del “intelectual orgánico” cobró de nuevo importancia, ya que se veía que la otra figura importante (el “intelectual comprometido”) se había vuelto poco “eficaz”: si bien el intento de la “vanguardia artística” (y podríamos decir algo similar dentro del campo intelectual en general) había sido reconciliar “arte” y “vida cotidiana” subvirtiendo las “reglas” de la institución arte; lo cierto es que ello no había “liquidado” al “arte burgués”; para “realmente” terminar con la “autonomía” del arte debía este ser dejado de lado para pasar a militar políticamente, esa era comprendida como la “verdadera” acción revolucionaria.

Sin embargo aquí, en este momento, donde parecía que la “Revolución” se encontraba muy próxima, como en el momento de la cercanía de la “Revolución” bolchevique en Rusia, la noción de “hegemonía” que podía ser utilizada era respecto a quiénes “comandaban” el proceso dentro de los sectores subalternos, en relación a quién era la “vanguardia”.23

Es en los ochenta, a la salida de la dictadura, y en un primer momento por parte de grupos importantes de exiliados, donde el concepto vuelve a aparecer en la misma clave que Gramsci utilizaba en los Cuadernos, como un concepto “dominante”, como un concepto que pudiera dar cuenta de la “derrota”.

Por eso es que el empleo del concepto, a un nivel ligado al campo intelectual (o en el académico ya más cerca de los años noventa) y también al político, fue más propio de los años ochenta del siglo pasado; y tuvo que ver nuevamente con las reflexiones desarrolladas por Aricó, Portantiero, Terán, etc., por ese entonces.

Unos de los primeros “usos” fue el realizado por estos intelectuales (Portantiero, Aricó) en el llamado seminario de Morelia, por el nombre del lugar donde se llevó a cabo, y a nuestro entender no puede disociarse del empleo del mismo en las condiciones de “producción” discursivas presentes en el exilio.24

Como mencionábamos, a diferencia del Gramsci “de los sesenta”, que suponía tomar las reflexiones en un momento donde el clima cultural vislumbraba un auge de las luchas por la transformación social, el Gramsci “de los ochenta” cumplía con otras dos funciones, a saber: era útil para pensar la derrota de la “vanguardia revolucionaria” (de allí que Gramsci se presentara enfrentado a Lenin), y también era útil para pensar que la salida de las dictaduras era un momento de “transición” (no hacia el socialismo) a la democracia (burguesa), a donde se llegaba luego de la derrota del campo popular. En este caso, el Gramsci escogido fue el de los llamados Cuadernos de la cárcel.

Por eso las lecturas que se rescataban eran aquellas que referían a pensar la revolución “a largo plazo” (en la contraposición entre “oriente” y “occidente”), que la misma no podía ser pensada sino en términos masivos (y no vanguardistas), y que también implicaba previamente “una gran transformación cultural”.

Algo similar, aunque con otra impronta teórica, podemos encontrar en las interpretaciones estructuralistas de Gramsci. No tanto en aquellas desarrolladas en las décadas de los sesenta y setenta por autores europeos como Althusser o Poulantzas, pero sí claramente por las desarrolladas hacia los años ochenta (no casualmente en ese momento) por autores más ligados al pensamiento postestructuralista o bien por otros autodenominados posmarxistas como Ernesto Laclau; donde la noción de hegemonía tomaba una clara connotación “politicista” en detrimento de otros componentes más totalizadores.

Pero si la reflexión de Gramsci había sido fundamentalmente política25, el momento de los exilios fortalecía otro elemento además del político, que era el “cultural”, presente en el concepto; de modo que en muchos casos (y esto fue fuerte sobre todo en el grupo nucleado en torno a Punto de vista) la entrada a Gramsci estuvo acompañada de las constantes referencias a la crítica y el análisis cultural de otros autores de la talla de Richard Hoggart o Raymond Williams, quienes escribían en otro momento diferente al del autor italiano y en otro país –si bien europeo- también diferente. De hecho, son estos autores –junto con Bourdieu- (más que la “herencia directa” gramsciana) los que van a configurar en la década de los ochenta ese campo difuso pero prolífico que se conoce como “estudios culturales latinoamericanos” y que tiene probablemente como principales referentes a García Canclini, Brunner, Barbero, Giúdice, Ortiz, Mato, Achúgar, y en nuestro país Jorge Rivera, Eduardo Romano o Aníbal Ford. Con la salvedad que estos últimos, sí habían sido lectores de “un” Gramsci posible, el del estudio del folclore y la cultura popular, sobre todo, cuando esta cultura popular se homologaba a su componente “nacional”.

La caída del muro de Berlín modificó aun más la perspectiva de la interpretación de un autor como Gramsci que nunca dejó de definirse como marxista. Y ello no se dio solamente en el caso de los autores latinoamericanos a los que estamos haciendo referencia sino también en el caso de los Estudios Culturales británicos que vieron, sobre todo luego del thatcherismo, “esfumarse” el “objeto de estudio”privilegiado de la “primera generación” (la cultura y las prácticas de las clases obreras y populares) y su modificación en la “segunda” generación por otros objetos (las prácticas desarrolladas por grupos de activistas en el campo del “género” o en el “étnico” o “juvenil”).

Parecía que, a pesar de estar viviendo en sociedades capitalistas, habían desaparecido las “clases sociales”; y, por ende, también entonces la noción de “hegemonía” había perdido su carácter para comenzar a pensarse en términos de “hegemonías sexuales” o bien “étnicas” o etáreas, volviendo difusa cualquier noción de “totalidad”.

Fue precisamente ese panorama –bastante diluido en términos incluso de la búsqueda de las potencialidades democráticas- dentro del “campo intelectual” el que hizo eclosión a fines de diciembre de 2001, no permitiendo a muchos de los más importantes intelectuales argentinos ver esta emergencia crítica, sino como un “ataque” a las instituciones.26

Lo que habían impedido los desplazamientos teóricos de los ochenta y noventa era ver que había otras formas de hacer política más allá de las establecidas por los límites de la democracia capitalista.

La hegemonía como categoría analítica para pensar un primer punto de crítica a las políticas neoliberales

Hasta aquí, intentamos desarrollar el itinerario sobre la noción de hegemonía, desde las discusiones desarrolladas dentro del POSDR hasta los desarrollos presentes en el pensamiento de Gramsci, y desde la propia evolución dentro del campo intelectual en Argentina, para ver de algún modo cómo fueron modificándose algunos sentidos en distintos momentos históricos y para ver la potencialidad de ese concepto hoy.

Por ejemplo, no es casual, luego de la crisis argentina de diciembre de 2001, la recuperación por parte de algunos intelectuales argentinos y latinoamericanos (Boron, Sader, Almeyra, Sánchez Vázquez, Thwaites Rey, Campione) de una noción “clasista” de hegemonía.

La recuperación de esa noción clasista para pensar la hegemonía vino a la vez acompañada del intento de pensarla además determinada por una dimensión “material” (además de la “cultural”). Por eso es que en un texto como el de Bonnet se buscó fundamentar la configuración de una “hegemonía neoconservadora” menemista a partir de la articulación de niveles económicos, políticos y también culturales (esto es, una perspectiva “totalizadora”) en la “ley de convertibilidad”.

Desde entonces, la devaluación marca una ruptura del modo en que se había configurado la hegemonía dominante en Argentina; pero no necesariamente supone la aparición de una “nueva hegemonía” o bien implica la articulación de una hegemonía difusa y por momentos hasta contradictoria. Esto que puede verse en el modo de funcionamiento del sistema de partidos o bien en algunas discusiones presentes dentro de algunas de las diferentes fracciones de capital del “bloque en el poder”, o incluso en el plano cultural (con fisuras y contradicciones entre actores presentes dentro del “sistema de medios comerciales” y también en los frentes político culturales).

Esta ausencia de una hegemonía clara es lo que permite dar cuenta de un “nuevo momento”. La crisis económica y política de diciembre de 2001 tuvo su impacto también en lo cultural: supuso no sólo un fuerte cuestionamiento del sistema de partidos y su capacidad para gestionar en un sentido inclusivo para el conjunto de la población, o un cuestionamiento del tipo de política económica presente hasta entonces; sino que implicó de modo claro un cuestionamiento a una forma cultural que refería a valores farandulescos, a que ganar dinero no era una cuestión de trabajo o de esfuerzo sino de “cínico pragmatismo” con ausencia de valores de todo tipo, de férreo individualismo despectivo de toda forma de solidaridad y por ende de exaltación del “dios mercado” (sobre todo por encima de cualquier tipo de intervención estatal).

La “salida” de la convertibilidad pareció, al mismo tiempo, más aun en términos culturales, el traslado hacia el pasado de una concepción “neoliberal” y cínica de hacer política.

Esto pareció plasmarse ya en 2002 con el gobierno de Duhalde, con la sanción de la doble indemnización, con un discurso tendiente a criticar la especulación financiera y a reivindicar el papel de la producción o también, en parte, con la vuelta a la histórica política de abstencionismo frente a Cuba.

Esta sensación fue aun más lejos con el gobierno de Néstor Kirchner. Ya que si bien en un principio supuso continuidad en estos aspectos mencionados con el gobierno de Duhalde, por otro lado, implicó que a esa continuidad se sumaran la política de derechos humanos, la renovación de la corte suprema, la negociación por la quita del monto de la deuda externa y a posteriori una política que reservaba al gobierno cierto “margen de maniobra” en lo que a intervencionismo estatal respecta y desde 2005 (aunque esto estaba manifestado antes) una mirada más latinoamericana en la política exterior.

Ahora bien, si esto en principio no era poco, tampoco implicaba un discurso anticapitalista, sino más bien el intento por reconstruir lo que en el discurso oficial de entonces sería un “capitalismo normal”, una respuesta dada desde el sistema político a la crisis desatada en diciembre de 2001.

A diferencia de la fisura producida en la hegemonía neoconservadora en 2001 y 2002, la conflictividad social presente en la sociedad capitalista argentina, institucionalizada a través de los conflictos presentes dentro del conjunto del sistema político, da cuenta de las características de una hegemonía que no está del todo constituida (no puede hablarse por ejemplo de una “nueva forma” de estado completamente definida, como la que podríamos haber pensado respecto del estado capitalista de la convertibilidad en Argentina; tampoco puede hablarse de un consenso definitivo presente al interior de las distintas fracciones de capital dominantes al interior de ese estado capitalista27).

Esta búsqueda por parte del capital se ha expresado en el llamado conflicto entre el gobierno y el campo y también en el posteriormente desatado en torno a la ley de servicios audiovisuales. En ambos casos, como mencionamos en un trabajo anterior28, pudo verse reflejado el conflicto al interior de la esfera pública a partir del despliegue, tanto por parte de los sectores del “campo”, del “sistema” de medios masivos comerciales de comunicación y del gobierno, de sendas “políticas culturales”.

Si en los dos primeros casos, la propia “naturaleza” de los medios masivos comerciales y sus funciones “garantizaban” de por sí la existencia de toda una “política cultural”; ello no estaba tan claro en la acción que se desplegada desde la esfera gubernamental.

En este caso la “política cultural” se desarrolló en torno a las políticas públicas desplegadas respecto los medios masivos comerciales de comunicación (la llamada “Ley de Medios”) y en relación con la aparición de un “clima cultural” destituyente por parte de los sectores ligados al capitalismo agrario concentrado como de la oposición político-partidaria. Lo que llevó a un grupo de académicos, artistas e intelectuales con fuerte predicamento dentro de la esfera pública (y esto es lo que nos interesa destacar en este artículo) a dar origen a lo que desde entonces se denomina Carta Abierta.

La “línea” político-cultural desde la que esta agrupación comenzó a disputar la “hegemonía” que el arco opositor nucleado en torno a los sectores agropecuarios y los medios masivos de comunicación comercial pudo concretar desde mediados de 2008; tuvo que ver, en un primer lugar, con una defensa de la “democracia” (en la medida que se diagnosticaba la existencia de un “clima destituyente”) y del gobierno elegido por el voto universal, y en un segundo lugar con una crítica hacia varias declaraciones de activistas del “campo” descalificatorias del kirchnerismo en un claro sentido racista. Otros elementos importantes tuvieron que ver con una defensa de la política de derechos humanos del gobierno y con la defensa (y este era un punto importante que habían logrado poner en discusión los sectores agropecuarios) del intervencionismo del estado, sobre todo en el ámbito económico.

Sin embargo, fue tal vez la promoción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual por parte del gobierno, que contó por supuesto con el apoyo de “Carta Abierta”, el punto más alto de la confrontación y de disputa por la “hegemonía cultural” respecto de los sectores más conservadores en el país.

La discusión en torno a esta ley era estratégica, sobre todo porque dentro del “campo intelectual”, los sectores más conservadores o “liberales” (representantes de una concepción de “cultura alta”) articulaban su presencia en la esfera pública desde las páginas de La Nación. Las principales defensas hacia una “libertad de prensa” comprendida en términos de “libertad de empresa” por parte de autores como Marcos Aguinis, Mariano Grondona, Abel Posse y Santiago Kovadloff, podían leerse desde ese matutino que, más que un diario como Clarín, funcionó como elemento “aglutinador” de lo que podría denominarse la “fracción republicana” del “campo intelectual”. Esto fue tan así en un primer momento que, otros autores, más ligados a una tradición “liberal-democrática”29, como Beatriz Sarlo o Sebreli también encontraron allí eco a sus intervenciones públicas.

Aunque en un segundo momento, cuando el enfrentamiento –Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual mediante- entre el gobierno y Clarín se había tornado más explícito, varios de estos intelectuales más “liberal-democráticos” también encontraron eco en las páginas, pantallas y el “aire” del multimedios argentino.

En términos de discursividad, si en el primer grupo de “republicanos” encontrábamos fuertes críticas hacia el “intervencionismo estatal” (sobre todo en el ámbito económico), no sucede lo mismo en este segundo grupo, donde la principal crítica es hacia el “personalismo” y la falta de discusión pública, transparencia en la gestión y democratización de las decisiones por parte del gobierno.

La cuestión es que la respuesta del gobierno, más que “cultural” o “intelectual”, fue política; y se plasmó por un lado en la sanción de la ley antimonopolios de medios de comunicación masivos, por el otro en la sanción de la ley de matrimonio igualitario; lo que implicó en ambos casos toda una “política cultural”. (pp. 12-13)

Tres hechos más iban a sumarse para modificar el “clima cultural” de “derrota” del gobierno, a uno que iba a ser de victoria.

Uno primero que tiene que ver con toda una “política” desarrollada en la esfera pública y desde el interior del “sistema” de medios masivos comerciales, con epicentro en la TV pública: desde el éxito obtenido por el programa 6, 7, 8, pasando por el rol “crítico” desplegado hacia los mismos medios comerciales por programas emitidos en Canal 9 como TVR, Duro de domar (todos programas, incluido 6, 7, 8, producidos y realizados por la productora PPT) y Bajada de línea conducido por Víctor Hugo Morales, hasta la presencia de matutinos como Página 12, Miradas al Sur o Tiempo Argentino, entre otros. El segundo más contextual y espectacular, que tuvo que ver con la política comunicacional y cultural desplegada por el gobierno con respecto al Bicentenario: efectiva porque unificó en un mismo discurso una “política cultural” que remitía a la historia y la identidad nacional (tradicionalismo) pero también configuraba una noción de democracia que postulaba la necesidad de democratizar sin perder la “memoria”, rechazando cualquier referencia autoritaria. El tercero, coyuntural e inesperado, que tuvo que ver con la muerte de Néstor Kirchner; donde también pudo recrearse cierta noción de lo “nacional” ligado a lo “popular” en torno a la figura del ex–presidente, pero proyectada hacia la actual mandataria.

En concreto, podemos decir que, luego de esto, lo que se observa es un cambio en lo que respecta al “clima cultural” en la Argentina, el que ha pasado de ser claramente desfavorable al gobierno entre mediados de 2008 y hasta fines de 2009 e inicios de 2010, a ser claramente favorable, siendo el corolario de ello la re-elección de Cristina Fernández de Kirchner como presidenta de la Nación en octubre de 2011 por un amplio margen de votos respecto de todos los candidatos de la oposición.

Pero este cambio de “clima”, sobre todo en lo que respecta a los discursos “hegemónicos” en la esfera pública, no podía producirse sin la búsqueda política de un amplio marco de apoyos en distintos sectores de la “sociedad civil”, entre los que encontramos no solamente sectores populares o de trabajadores sino además capas medias e importantes sectores del empresariado (nacional o transnacional). Lo que indica que entonces la búsqueda es por “reconfigurar” una “hegemonía”, no sólo cultural sino también económica, política, social.

Sostiene Sarlo, esto fue posible porque el gobierno kirchnerista supo accionar de manera “audaz” pero sin dejar de lado el “cálculo” político (la “realpolitik”). El problema a nuestro entender de la interpretación de esta autora tiene que ver –esta vez- con la estrechez de miras con la que utiliza el concepto de “hegemonía”.30

El problema que presenta es, de alguna manera, que su análisis se encuentra aún preso de los desplazamientos conceptuales de los ochenta, y en ese sentido es que la “hegemonía” pareciera poder expresarse sobre todo en términos culturales, prescindiendo de un empleo más clasista (y contradictorio). Una concepción más “totalizadora” y por tanto más materialista de la “hegemonía” debiera permitirnos explicar además los reiterados intentos de la derecha y el neoconservadurismo político, económico y cultural de presentar candidatos partidarios con menor “autonomía relativa” (respecto de los intereses de las distintas fracciones dominantes del capital) de la que poseen los “kirchneristas”.

Conclusiones

Si seguimos a Engels cuando planteaba en aquella introducción al libro de Marx La lucha de clases en Francia, que las elecciones burguesas son una suerte de termómetro de la lucha de clases, deberíamos considerar que el triunfo de CFK no supone ni la recomposición de la hegemonía dominante ni la puesta en cuestionamiento definitiva de la misma. Porque la hegemonía supone un proceso constante –no absoluto- de producción y recreación de dominación. De modo que la batalla cultural, política, económica, ideológica, se encuentra siempre en los inicios. Por eso, la importancia de volver a preguntarnos por las características de la noción gramsciana de hegemonía.

Hasta ahora pudimos ver, en este itinerario propuesto por los usos que el campo intelectual realizó de dicha noción algunas limitaciones “politicistas”, “consensualistas”, “culturalistas”, “populares”, de la misma que redundaron en explicaciones por momentos cercenadas de lo histórico, lo político, económico y cultural. Tal vez sea entonces este un buen momento de recuperar en un sentido marxista y dialéctico, la dimensión material (“totalizadora”) de dicho concepto.

Los desplazamientos de sentido producidos dentro del campo intelectual argentino (y podríamos decir también latinoamericano) respecto de la noción de “hegemonía” durante los años ochenta y noventa impidieron asumir otra noción que no sea la “dominante” (aquella utilizada por Gramsci para explicar la derrota frente a los fascistas), dejando de lado el originario concepto “subalterno” y reduciendo a la política únicamente a sólo aquello que transcurre al interior del “sistema político” burgués (de allí el rol conservador que jugó por ejemplo Portantiero durante la crisis argentina de diciembre de 2001).

Ciertamente que la noción de “hegemonía” tomada de los Cuadernos de la Cárcel fue importante a la hora de analizar el momento de la “transición”, para explicar por qué ganó el “golpe” y triunfó una opción reaccionaria, para explicar por qué era necesario en democracia plantearse la construcción de un consenso de masas antes de realizar la pregunta por el horizonte del socialismo.

Si luego de la crisis de diciembre de 2001, la dinámica de la lucha de clases en Argentina reflotó conceptos olvidados durante los ochenta y noventa como los de “ideología” o “imperialismo cultural” (o “a secas”), promoviendo incluso búsquedas de reformulación de los mismos (valga mencionar los intentos de Zizek respecto de repensar la noción de “ideología” o bien los desarrollos de Negri respecto del de “imperialismo” o en nuestro país por parte de Astarita para discutir tanto la noción de “imperialismo” como la “teoría de la dependencia” o incluso más acá en el tiempo al “desarrollismo”); lo cierto es que hoy, a diez años de esos sucesos y al momento de aparición en América Latina de experiencias de gobiernos “pos-neoliberales” (más allá de los matices), se hace necesario rediscutir la noción de “hegemonía”. En principio porque dicha noción, a nuestro entender mejor que la de “ideología”, permite explicar de manera bastante precisa los triunfos electorales de las “nuevas derechas” (que triunfa no sólo por el apoyo de los medios masivos monopólicos de comunicación, sino por todo un conjunto de “prácticas” concretas y materiales que generan consenso entre distintos sectores y clases). Pero, por el contrario, y a raíz del uso que se realizó de dicha noción en años anteriores, la misma presenta dificultades para tratar de explicar o aun promover la emancipación de las clases subalternas. Se hace necesario entonces seguir reflexionando sobre la dimensión subalterna, clasista, materialista, y totalizadora del concepto; retomar a un Gramsci que pueda ser pensado junto con Lenin, y que no pueda ser pensado sin Marx, un Gramsci debatido “más allá” de Gramsci.


Notas

1 Hablamos por supuesto de “consenso” en la medida que Menem gozó de una gran legitimidad en las políticas que desarrolló desde el estado. Pero además hablamos de “coerción” en tanto que la puesta en funcionamiento del Plan de Convertibilidad también supuso una férrea disciplina fiscal y la imposición de un orden represivo frente al estallido de los conflictos sociales, incluidos los protagonizados por sectores del ejército. Cfr. al respecto Bonnet, A., La hegemonía menemista, Buenos Aires, Prometeo, 2010.
2 Algo que luego, en la retórica gráfica revolucionaria iba a plasmar en el símbolo de la alianza “obrero-campesina” presente en la hoz y el martillo de la bandera de la URSS.
3 Algo que queda expresado a nuestro juicio de un modo bastante claro en los escritos sobre “folclore y cultura nacional” y la preocupación por “el problema vaticano” desarrollado en “La cuestión meridional”.
4 Son los autores nucleados en los llamados “Estudios culturales” británicos los que a nuestro entender han hecho la lectura teórica más provechosa respecto de la “hegemonía” contemplando este importante elemento “cultural”, especialmente E.P.Thompson y Raymond Williams; al definir a la cultura como un conjunto de prácticas sociales que representan conflictivamente tanto al “sentido común” como a una “estructura de sentimientos” presentes en las diferentes clases sociales antagónicas en el seno del capitalismo.
5 Cfr. al respecto Gramsci, A., La situación italiana y las tareas del PCI (tesis de Lyon) en Escritos Políticos (1917-1933), México, Siglo XXI, 1998 (sexta edición).
6 Para la relación entre la evaluación que por ese entonces realizaba Lenin y los posteriores escritos gramscianos al respecto Cfr. Anderson, P., Las antinomias de Antonio Gramsci, Barcelona, Fontamara, 1981.
7 Para una interpretación de la noción “ampliada” de estado en Gramsci Cfr. Thwaites Rey, M., El estado “ampliado” en el pensamiento gramsciano en Thwaites Rey, M. (Comp.), Estado y marxismo. Un siglo y medio de debates, Buenos Aires, Prometeo, 2007.
8 Gramsci, A., Los intelectuales y la organización de la cultura, Buenos Aires, Nueva Visión, 1972.
9 Para una fundamentación “material” del concepto de hegemonía Cfr. Thwaites Rey, M., Legitimidad y hegemonía. Distintas dimensiones del dominio consensual en THWAITES REY, M. (Comp.), Estado y marxismo. Un siglo y medio de debates, Buenos Aires, Prometeo, 2007.
10 Williams, R., Marxismo y literatura, Barcelona, Península, 2000.
11 Williams, R., La política de la vanguardia en La política del modernismo, Buenos Aires, Manantial, 1997.
12 Grüner lo define como un género “culpable”. Cfr. al respecto Grüner, E., Un género culpable. La práctica del ensayo: entredichos, preferencias e intromisiones, Rosario, Homo Sapiens, 1996.
13 Cfr. al respecto De Diego, J.L., ¿Quién de nosotros escribirá el Facundo? Intelectuales y escritores en Argentina (1970-1986), La Plata, Ediciones al Margen, 2007.
14 Aunque lo fuese de un modo “desigual y combinado”.
15 Cfr. al respecto Mangone, C., “Izquierda y políticas culturales” en revista Utopías del Sur, N°4, Buenos Aires, 1991.
16 Cfr. al respecto Gramsci, A., Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y sobre el Estado moderno, Buenos Aires, Nueva Visión, 1984.
17 Culturalmente podrían definirse las prácticas del radicalismo como “populares”, antes que “clasistas”. Esto a nuestro entender tiene que ver con el propio origen de la UCR, ligado por un lado a sectores “medios” de pequeños propietarios agrarios, protagonistas del “Grito de Alcorta” (de algún modo enfrentados a la gran oligarquía terrateniente que designaba las políticas de los gobiernos conservadores de entonces); y por el otro a sectores “medios” urbanos, básicamente pequeños propietarios y empleados de “rango medio”, aunque también pudiesen participar de dicho agrupamiento político algunos sectores obreros que no adherían a las distintas fracciones de la izquierda reformista o revolucionaria.
18 Algo de lo que da cuenta Rivera en su texto sobre la investigación en comunicación en Argentina. La “crítica” no era necesariamente una crítica progresista, sino como comentábamos respecto de la vanguardia, con críticas que caracterizaban a las masas y a su cultura de un modo francamente reaccionario –siendo el ejemplo más emblemático al respecto el de José Enrique Miguens. Cfr. al respecto Rivera, J., La investigación en comunicación social en la Argentina, Buenos Aires, Puntosur, 1987.
19 Cfr. al respecto Oteyza, E., El cierre de los centros de arte del Instituto Torcuato Di Tella en AAVV, Cultura y Política en los años ’60, Buenos Aires, Oficina de publicaciones del CBC-IIGG-FSOC-UBA, 1997.
20 Cfr. al respecto Mangone, C., “Revolución cubana y compromiso político en las revistas culturales”, en AAVV, Cultura y política en los años ’60, Buenos Aires, Oficina de publicaciones del CBC-IIGG-FSOC-UBA, 1997.
21 Cfr. al respecto Longoni, A., Tucumán Arde. Encuentros y desencuentros entre vanguardia artística y política, Buenos Aires, Oficina de publicaciones del CBC-IIGG-FSOC-UBA, 1997.
22 Cabe mencionar que el accionar de los “intelectuales comprometidos” desde los años sesenta en Argentina, y la vinculación entre estos, las vanguardias políticas y las artísticas radicalizadas, recibieron un fuerte impulso no sólo en Argentina sino en toda América Latina a partir del impacto de la Revolución Cubana. Cfr. al respecto Mangone, C., op. cit., en AAVV, Cultura y política en los sesenta, Buenos Aires, Eudeba, 1997.
23 En los setenta, más que el concepto gramsciano de “hegemonía”, era el althusseriano de “ideología” el mayormente presente en los debates dentro de un campo intelectual fuertemente vinculado con la “vanguardia política”, así como la caracterización que ese autor francés hacía de un estado capitalista conformado por “aparatos ideológicos” y “represivos”. Aunque De Ipola no lo menciona, esa mirada había tenido mucho que ver con la divulgación realizada del pensamiento de Althusser por parte de Marta Harnecker. Cfr. al respecto de Ipola, E., Para ponerle la cola al diablo en Aricó, J. M., La cola del diablo, itinerario de Gramsci en América Latina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005.
24 En el texto mencionado de Ipola considera que puede hablarse de “cuatro etapas” en el pensamiento de Arico, una de ellas (la tercera) correspondiente al momento del exilio. Cfr. de Ipola, E., op. cit. en Aricó, J.M., La cola del diablo, itinerario de Gramsci en América Latina, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005.
25 Puede verse, una vez desarrollada la discusión respecto del empleo original del concepto de hegemonía, que el uso del término tiene que ver la estrategia política. La preocupación y utilización del concepto por parte de Gramsci tiene que ver con las preocupaciones de un político (antes que de un teórico). Sin embargo, en la preocupación por fundamentar de manera “material” la hegemonía, Gramsci no puede prescindir de vincular el concepto tanto con elementos “infraestructurales” como “superestructurales”; búsqueda que a veces no se encuentra en posteriores usos teóricos del concepto, donde el mismo es utilizado como modo de fundamentar el punto de partida de una “ciencia” como la “ciencia política”, que desde el vamos muchas veces declara “prescindente” al marxismo. Planteamos esta discusión en un texto anterior. Cfr. Gómez, “Los años ochenta en el campo de la comunicación y la cultura en Argentina. Un análisis crítico de las concepciones de estado, política y conflicto en Jorge Rivera y Oscar Landi”, en Revista Cuadernos Críticos de Comunicación y Cultura, año 2, Nº2, Buenos Aires, Ediciones Cátedras Comunicación I y II (Mangone), Carrera de Ciencias de la Comunicación, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires, otoño de 2007.
26 Cfr. al respecto Portantiero, J.C., “Los desafíos de la democracia. El sistema político argentino frente a la crisis de representación” en revista Todavía. Pensamiento y cultura en América Latina, Nº 2, Buenos Aires, Fundación OSDE, septiembre de 2002.
27 Cfr. al respecto Bonnet, A., “Las relaciones entre estado y mercado. ¿un juego de suma cero?” en Bonnet, A. (Comp.), El país invisible. Debates sobre la Argentina reciente, Buenos Aires, Ediciones Continente/Peña Lillo, 2011 y SANMARTINO, J., Crisis, acumulación y forma de estado en la Argentina post-neoliberal, Buenos Aires, Cuestiones de Sociología-Revista de Estudios Sociales N°5, Departamento de Sociología, UNLP-Prometeo, marzo 2010.
28 AAVV, “Políticas culturales, Estado, Esfera pública y campo intelectual en Argentina”, en Anuario del CCC - año 2011, Buenos Aires, Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini, 2011.
29 Matías Maiello realiza una distinción en este sentido, dentro de los grupos de intelectuales opositores al kirchnerismo, entre los “halcones republicanos” (Grondona, Aguinis, Alejandro Rozitchner) y las “palomas republicanas” (Sarlo, Sebreli, Tomás Abraham). Cfr. al respecto Maiello, M., “La intelectualidad argentina. Entre el nuevo conformismo y la restauración” en revista Lucha de Clases, N°9, Buenos Aires, Ediciones IPS, junio de 2009.
30 Cfr. Sarlo, B., La audacia y el cálculo, Buenos Aires, Planeta, 2011.

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