Introducción | Centro Cultural de la Cooperación

Introducción

Autor/es: Susana Murillo

Sección: Investigaciones

Edición: 16


El texto que hoy presentamos es el fruto de un encuentro que fue habitado por temas y voces diversas que es menester escuchar en la tensión que ellas expresani. Las palabras que transitaron ese espacio denotaron una fuerte preocupación por distintas situaciones de Nuestra América y el mundo y generaron interrogantes diversos.

Desde estas páginas sólo se intenta presentar los ecos que algunas de esas voces y preguntas produjeron en quien esto escribe; el objetivo es exponer algunas de esas resonancias, conservando sus diferencias y a la vez teniendo como horizonte la construcción de un proyecto político en el que la identidad y la diversidad sean respetadas. Se trata de bordar un breve lienzo que muestre aspectos de lo que tuvo ese encuentro en el que surgió un trabajo a la vez personal y colectivo.

En este sentido, entendemos que el núcleo de las preocupaciones que atravesaron nuestros debates está ligado a reflexionar sobre el lugar que hoy tiene entre nosotros el llamado “pensamiento crítico”.

Partimos en este punto de asumir que el pensar es una tarea, la tarea de hacer un mundo humano; donde “humano” resulta aún una categoría por comprender y construir, dado que esto que hasta hoy ha sido la humanidad no parece referir a alguna forma de dignidad para la existencia de todos. Tal vez resulte fuera de época pensar en “lo humano”, palabra atravesada por tantos sentidos complejos y utilizada de modos a veces tan ligados a las formas más atroces del colonialismo, sin embargo, los dolores que hoy padece la humanidad, las fragmentaciones y violencias mutuas ameritan tratar de volver a construir un sentido nuevo para esta palabra.

En esa perspectiva, el pensar es parte de un trabajo de siglos en el que cada palabra nuestra es como una gota en el océano, o acaso una brizna de polvo en la inmensidad del universo. La tarea de pensar es en este punto un desafío a nuestro inevitable narcisismo. Tal vez debiésemos sostener que hablar de pensamiento crítico es un mera redundancia: sólo puede haber pensamiento ahí donde hay un impulso transformador que nos compromete como sujetos, al tiempo que nos insita a asumir que nuestra posición no podrá jamás reflejar un objeto externo en su transparente ser. Por el contrario, el pensar como tarea implica desarticular la presunta consistencia y legitimidad de lo existente.

Pero en este punto es menester superar cierto logocentrismo propio de nuestra cultura y asumir que nuestra existencia constituida históricamente posee una profundidad y una riqueza propias que nunca cabe del todo en nuestras palabras. Hay un insondable abismo entre las palabras y las cosas. Entre los murmullos y los cuerpos hay una oquedad que ningún lenguaje jamás podrá cubrir. De esa fisura imposible de colmar es desde donde brotan las preguntas, las respuestas, los encuentros y desencuentros. Decir y ser se recubren y dispersan constantemente y conforman una realidad que siempre está sobredeterminada de diversas maneras pero cuya totalidad no podemos jamás abordar en las palabras. En este punto, lo real se torna inevitablemente siempre un interrogante; pensar es vivir con ese interrogante siempre nuevo que implica rehacer constantemente la tarea de construir el mundo.

En esa perspectiva, la realidad que transitamos y en la que somos no puede ser leída en una única clave. El mundo que habitamos tiene variadas dimensiones ordenadas, casi de modo ciego, por una lógica que tiende a convertir en mercancía todos sus aspectos. La tierra, el agua, el aire, los trabajos, los afectos, los saberes, todo oculta una lógica que la permea y que transforma en cosa vendible todo lo que es proceso humano. Esta lógica sobredeterminada conforma la dinámica global que intenta hoy organizar lo real. En este punto esa lógica atraviesa nuestros propios cuerpos, deseos, habilidades y aspiraciones. La consecuencia inevitable de esto es que el pensamiento crítico debe ser una tarea situada en el territorio y en su historia.

En esa clave, desarrollar un pensamiento crítico implica para nosotros unirse de uno u otro modo a las luchas emancipatorias de Nuestra América, pero esto a su vez supone desplegar una torsión interior e intentar desnaturalizar esa lógica que nos presenta como evidente e inmutable lo que es producto de una construcción histórica.

Ahora bien, si esto es así, la primera consecuencia de ello es el cuestionamiento del capitalismo como arte de gobierno global, que opera en diversas dimensiones, así como reflexionar acerca de nuestra inserción en él. De donde se desprende una característica que debiese tener todo pensar que intente ser crítico, se trata de la pregunta ética: ¿cuál es nuestra posición en este mundo? ¿En qué medida estamos dispuestos a decir y ser desde el lugar de quien se enfrenta al Amo? ¿En qué medida tenemos el coraje de afrontar la retórica que obtura los procesos de sumisión y en qué medida nos escudamos en ella para calladamente actuar según los dictados del Amo? Es en este punto donde mantener la distancia entre el pensar y el ser adquiere una dimensión fundamental. No es seguro que haya una respuesta definitiva a estas preguntas, tampoco que alguien pueda tener un alma lo suficientemente bella como para asegurar que su hablar sea siempre veraz; no obstante pareciera que sin un interrogante ético profundo sobre nosotros mismos ningún pensamiento crítico es posible. Es cierto que esta afirmación puede ser caracterizada como banal; sin embargo no me lo parece. Experimento la sensación de que la cultura en la que la mercancía ha penetrado del modo más profundo en la existencia humana ha generado una mayor distancia entre el decir auténtico y el inauténtico, o, en otras palabras, entre el pensar y el ser. Y sólo el decir auténtico puede ser parte del pensamiento crítico. Si pensar es la tarea de hacer un mundo humano, no hubo tal vez tiempo alguno antes en la historia en el que fuese tan difícil pararse, enfrentar al Amo y hablar con voz propia, lo cual comporta asumir el riesgo que tal gesto conlleva.

Esto me lleva a plantear otro nivel de análisis que se desplegó en el encuentro que dio origen a este texto. Se trata de la necesidad de volver a pensar la coyuntura que nos atraviesa, más allá de perspectivas diversas y valiosas, en el contexto del proyecto fundamental que vino a imponer el neoliberalismo en Nuestra América, utilizando a la muerte como su compañera. Afirmo esto pues el proyecto Neoliberal (ya desde 1947, cuando se funda la Sociedad Mont Pelerin) fue y es construir un “sano sentido común”, una cultura, unos valores como modo de sustentar una estrategia de largo aliento ligada a someter a la humanidad. Valores y sentido común que intentan ser construidos en Nuestra América, desde hace varias décadas sobre la sangre y los cuerpos despedazados de miles de seres humanaos, pero también sobre la muerte social por falta de trabajo de otros cientos de miles y por la construcción de una cultura degradada que agiganta el espanto, al tiempo que para huir de él ofrece la banalidad de la risa fácil, del sarcasmo vacío, de la indiferencia egoísta que se ensimisma en el propio ser.

Esto lleva a pensar en el sentido y alcance del neoliberalismo, como una fase de la forma social capitalista, la cual evidencia una indudable crisis, que se torna un tema central para pensar y reflexionar sobre la coyuntura actual. Frente a ella, el interrogante es: ¿cuál es su sentido?, ¿es final?, ¿genera formas de rearticulación del neoliberalismo?, ¿puede dar ocasión a alternativas de los pueblos?, ¿cuáles son las derivas a las que puede conducir? Sobre esto, en los debates producidos en el encuentro no hay acuerdos, y entiendo que es a esta altura muy difícil encontrarlos, dado lo transicional de la situación histórica por la que atravesamos.

No obstante, hay una reflexión que se produjo y que entiendo es necesario resaltar: se trata del hecho de que la crisis del neoliberalismo tuvo sus primeras expresiones más elocuentes en Nuestra América. Aunque a menudo silenciadas e invisibilizadas, las luchas de movimientos sociales contestatarios ya desde los años 80 se opusieron al avance de políticas privatizadoras de los bienes comunes, a la destrucción del medio ambiente, así como a la transformación de las ciudades de Nuestra América en mercancías ligadas a intereses inmobiliarios. Las luchas de Nuestra América en ya más de veinte años tomaron una dirección destituyente que puso en cuestión la legitimidad del neoliberalismo en su conjunto. No obstante, esa fuerza social, esa energía, ese trabajo social, ha venido tomando diversos sentidos y direcciones; y sobre ella distintos grupos, algunos organismos internacionales, corporaciones financieras y multinacionales (entre otros), han operado distintas estrategias, que vienen suscitando también formidables transformaciones, en la relación Estado-sociedad civil, en lo que respecta a una perspectiva macro-social; pero también en las tácticas, técnicas y tecnologías de gobierno de las poblaciones y sus racionalidades políticas.

Esto abre otra dimensión de análisis que estuvo presente en el encuentro, ella despliega varias preguntas que son hoy uno de los objetos centrales del debate crítico. Se trata de pensar si estas transformaciones rompen con algunos de los niveles de sobredeterminación que el neoliberalismo supone: culturales, subjetivos, económicos, políticos, geopolíticos, linguísticos.

No obstante, entiendo que la discusión sobre estos diversos niveles de sobredeterminación no puede soslayar dos temas que diversos trabajos abordan con mayor o menor intensidad, pero que condicionan las derivas posibles en la construcción de alternativas para nuestros pueblos; se trata en primer lugar de las tres reformas impulsadas por el Consenso de Washington, la última de las cuales ha comenzado un fenomenal saqueo de los bienes comunes de la naturaleza en Nuestra América. En ese sentido, la pregunta que emerge es ¿cómo construir una forma de equilibrio socio-ambiental, a la vez que generar recursos para responder positivamente a los derechos fundamentales de los pueblos? ¿Cómo desplegar espacios de disputa a nivel global, sin reproducir matrices imperiales, que se sostienen en nuevas formas de colonialidad de los poderes, los saberes, los recursos, los sentimientos, la moral?

La segunda cuestión que no puede ser soslayada, es el hecho de que según se afirmó en el encuentro, es menester dejar de lado la comparación de la crisis actual con la de 1929, dado que ésta fue una condición de posibilidad para políticas keynesianas que intentaron generar integración; a diferencia de ello, la crisis actual, como la de 1873, ha generado en Europa salvatajes de bancos, que entonces, como ahora, se centraron en construir una cadena financiera parasitaria que ejerció y ejerce la hegemonía sobre el capital a nivel mundial. Este capital parasitario, reflexiona uno de los trabajos, adquiere una independencia respecto de la producción y se sostiene en el endeudamiento que consume a los sujetos. El neoliberalismo significa, entre otras cosas, una legitimación de ese capital parasitario y su crisis devela que los principales de gobiernos de Europa y de los Estados Unidos son fundamentalmente el sostén de empresas neocoloniales. Empresas que al tiempo que gestan capitales “ficticios” se apropian, comercializan y distribuyen los bienes comunes de la naturaleza, la mayor parte de los cuales residen en Nuestra América; esos capitales parasitarios generan cultivos y minería que no sólo amenazan con terminar con los recursos sino con envenenar a la población mundial. En este punto, es donde todo indica que la crisis del neoliberalismo, aun cuando hoy sea fuerte en EEUU y Europa, nos amenaza desde diversos ángulos. Precisamente, según afirman recientes documentos del Banco Mundial, dado que América Latina ha experimentado niveles de crecimiento importantes en los últimos años, debiera implementarse una mayor complementariedad con ella a fin de que ese crecimiento ayude a paliar la crisis del centro. De modo análogo a 1873, la crisis del centro intenta aliviarse sobre el dolor de la periferia, esto es algo que no podemos obviar para reflexionar acerca de las transformaciones y consideraciones acerca de la etapa actual.

Es en este contexto donde el encuentro abrió otra serie de interrogantes y consideraciones acerca de iniciativas diversas de los gobiernos de Nuestra América, los cuales no están actuando de manera semejante, en momentos en los que la unidad regional se torna valiosa, aunque no puede ser una unidad a cualquier precio. En este punto pareciera que más allá de las disputas en el nivel de los partidos políticos y en las esferas gubernamentales, sólo las luchas emancipatorias de los pueblos pueden construir relaciones de fuerzas capaces de impulsar y sostener a sus gobiernos en la construcción de verdaderas alternativas.

En esta clave de análisis, el problema del Estado y su relación con la sociedad civil asume una urgencia tanto teórica como política, en la medida en que vuelve a situarse en el centro de las interrogaciones acerca de los procesos de transformación que se suceden, con sus variados matices en la región. Ahora bien, en este punto surge una interesante observación por parte de uno de los participantes del encuentro, quien sostuvo que “no puede hablarse de los estados como meras ‘expresiones’ de las relaciones de fuerzas, porque tal cosa supondría una transparencia entre el plano social y el político. Por el contrario, la complejidad del vínculo reposa precisamente en el problema del estatuto relativamente autónomo de la política, ya que los gobiernos operan sobre las relaciones de fuerza. Vale decir, no solamente cristalizan situaciones que los preceden, sino que participan activamente de aquellas relaciones”.

Esta relación entre lo político y lo social fue tematizada de diversos modos y en referencia a diversos lugares de nuestra América.

En esta dirección, varias exposiciones reflexionan sobre el caso argentino, y aquí se instala un debate sano y necesario. Por un lado, se advierte la importancia de la acción política, cuando el gobierno tomó medidas más progresivas en momentos de debilidad política (por caso, la estatización de las AFJP, luego del conflicto con las patronales agrarias y la Ley de Medios, luego de la derrota de las elecciones de 2009). En esa misma clave, se valoran otros aportes, tales como la Asignación Universal por Hijo, la estatización de Aerolíneas Argentinas, la política jubilatoria y, en síntesis, las transformaciones en las políticas sociales. Ellas parecen haber elevado la posibilidad de sectores indigentes y pobres y esto no es una cuestión menor. Sin embargo, algunos expositores se preguntaron hasta qué punto, en el caso específico de la asistencia social, puede hablarse de un efectivo proceso de contrarreforma o si, por el contrario, deberíamos preguntarnos si nos encontramos frente a nuevas modalidades de intervención social tendientes a “asegurar” la asistencia hacia aquellos sectores considerados “inempleables”.

La lucha por los Derechos Humanos fue también valorada en sus dificultades y en los logros de los movimientos, en particular, la conformación de ese tema en problema de Estado en Argentina y de ciertos avances en la región. Sabemos que esto también genera discusiones, pues cuando una lucha se institucionaliza corre riesgos, es cierto, pero también puede abrir nuevos caminos.

En síntesis, pareciera que en el caso argentino el núcleo de las discusiones refiere a la construcción de una nueva hegemonía, la cual se muestra como compleja. Su dificultad radicaría, por un lado, en algunas alianzas del gobierno nacional con grupos que en ciertas regiones tienen una larga trayectoria ligada a los sectores más tradicionales y que tienen fuertes lazos con los grupos que depredan los bienes comunes y expulsan a los pueblos de sus lugares originarios; por otro lado, la construcción de esa nueva hegemonía se enfrenta a la necesidad de analizar cuidadosamente los resultados de las últimas elecciones, teniendo en cuenta que en la ciudad de Buenos Aires y algunas regiones del país un gobierno claramente neoliberal triunfó con amplia mayoría. Gobierno que ha triunfado tomando como estandarte la inseguridad presuntamente generada por los pobres y que entiendo está subsumida a dos fenómenos complementarios: la expulsión de pobres de zonas rurales, su migración forzosa a los centros urbanos y en estos la agudización de la cuestión social, pues los grupos hegemónicos, tal el caso de Buenos Aires, tienen la aspiración de construir un nuevo paradigma urbano centrado en la ciudad concebida como empresa.

En ese contexto complejo y contradictorio, emerge la idea de Socialismo del Siglo XXI como parte de los nuevos lenguajes de la región, enarbolada sobre todo por la propuesta venezolana. Y en el marco de ella, pero asumiendo lenguajes diversos, tanto en el estado plurinacional boliviano, como en Ecuador se retoman a nivel político, antiguas nociones referidas al Vivir Bien o al Buen Vivir, de la mano de movimientos sociales históricamente invisibilizados. Se trata de un proceso constituyente, donde emergen nuevos sujetos atravesados a la vez por sus culturas ancestrales, el racismo y el colonialismo. La pregunta que abren estos procesos refiere a en qué medida las tradicionales nociones del Vivir Bien pueden ser canalizadas en el orden social vigente, hasta qué punto pueden ser colonizadas o en qué medidas ellas serán capaces de interpelar y transformar algunos de los aspectos que conforman la estructura sobredeterminada del capitalismo precisamente en el momento de su crisis.

En el otro extremo del espectro, otras exposiciones pusieron el acento en que luego de la crisis con la que se inició el milenio en muchos territorios nuestroamericanos se acentuaron o profundizaron tendencias conservadoras mediante diagramas de militarización social (denominado “neoliberalismo de guerra” por Don Pablo González Casanova), en México y los países Centroamericanos, Chile, Colombia y en particular la tragedia del pueblo Haitiano, y la intervención militar a la que es sometido comandada por países hermanos.

En ese sentido es sugerente subrayar otra dimensión a tener en cuenta para pensar los temas que convocaron ese encuentro, se trata del aspecto cultural; estimo que es dudoso pensar que la hegemonía que el neoliberalismo tomó se haya roto. Esta dimensión, en tanto desde ella se produce la interpelación ideológica que constituye a los sujetos, es, creo uno de los aspectos que debemos atender con cuidado. La batalla cultural es tal vez la batalla más dura y sobre la que el neoliberalismo trabaja desde la década del 40 en el mundo, batalla que si bien no ha ganado definitivamente tiene sus núcleos en la difusión del egoísmo y la competencia. En este punto deseo insistir en algo: el neoliberalismo es fundamentalmente una cultura, y como tal está en nuestros cuerpos. Estas reflexiones nos conducen a otro nivel de análisis, se trata de volver a pensar de qué modo las subjetividades son interpeladas y el sentido común es construido. La batalla cultural es, en ese sentido, fundamental y desde esa perspectiva es necesario articular los problemas políticos y sociales con el análisis de los diversos aspectos de la cultura: desde el programa más visto de la televisión, hasta el tipo de arte que se desarrolla y propugna, pasando por el modo en que se transforman los lenguajes y los sentidos que adquieren las palabras. Los sujetos son interpelados y construidos en su subjetividad desde estas diversas dimensiones. Sería un error analizar sólo al Estado, o aislar la problemática del Estado de estas otras dimensiones.

Desde esta perspectiva, los textos interpelan a pensar en la conformación de los imaginarios populares, que no tienen una línea unívoca, pero que son conformados constantemente desde la construcción de la sensación de inseguridad la cual se ha transformado en los últimos años en una de las dimensiones centrales para el tratamiento de la cuestión social implicando con ello una subordinación del derecho a la ideología de la seguridad, lo cual ha gestado una serie de requerimientos por parte de la llamada “sociedad civil” a generar procesos tendientes a la penalización y control de la protesta social.

Esta sensación de inseguridad que puede rastrearse en capas diversas de la memoria lleva a una omisión en el lenguaje cotidiano, se trata de la ausencia de la palabra “revolución”, se trata de la imposibilidad de hablar de ella y aquí es donde el uso del sarcasmo y la ironía como modos absolutos de ser en el mundo implican una renuncia a pensar una transformación radical. Esto se instaló en los 90, aunque con fuertes antecedentes en la dictadura de los 70 y ello no fue casual sino deliberado. Las reflexiones acerca de la cultura del sarcasmo sacan a luz un aspecto fundamental de la cultura neoliberal: la banalidad, la risa superficial, lo efímero como modos de ser en el mundo. Pensar la revolución supone seriedad, dudas, bronca. Esto nos conduce, retomando otra de las exposiciones, a la celebración de la escritura como forma de compromiso con los otros.

En otra dimensión de análisis de los procesos culturales, algunas exposiciones nos pusieron a pensar sobre la importancia de las culturas juveniles. En este aspecto, las reflexiones sobre la ligazón entre el campo del rock y el del fútbol obedecen en gran parte a la desestructuración de espacios donde se construían identidades en otro tiempo, como los partidos políticos, sindicatos y otros símbolos de pertenencia provenientes del mundo del trabajo. Entre los componentes que comunican y articulan los dos ámbitos –fútbol y rock– emerge la afirmación de un nosotros y la posibilidad de sobrevivir frente a un modelo injusto.

Complementariamente, otras exposiciones nos muestran modos más fuertes de resistencia a esa cultura neoliberal: las políticas de rescate de las memorias, particularmente a través de programas escolares. Si bien en este punto también surge el debate acerca de en qué medida en tanto las políticas de la memoria se tornan políticas de Estado, iconizan ciertos recuerdos y obturan otros.

En otra dimensión de análisis de los modos de resistencia cultural emerge en los estudios literarios y culturales el género testimonial, así como el lugar de la crónica; ambas direcciones para algunos recuperan la “voz del subalterno”, desnaturalizan los modelos consagrados y en particular los relatos atravesados por la palabra del Amo. Sin embargo, hay otras posiciones respecto de estos géneros, algunos los consideran “otra” forma de literatura sancionada por el poder y la autoridad académica, dado que finalmente reconstruye desde la palabra autorizada la presunta verdad de lo subalterno. En este punto es singularmente sugerente la semejanza con los análisis provenientes de las Ciencias Sociales: algunas corrientes dan importancia a “dar voz a los sin voz”. Sin embargo, muchos son quienes están alerta con respecto a esa posición, pues hay claros indicios de que ella es una estrategia estimulada o colonizada a veces por los organismos internacionales a fin de obtener información sobre el hábitat y costumbres de pueblos que habitan regiones ricas en fuentes naturales de energía, materias primas y alimentos.

Finalmente, quisiera terminar señalando la importancia de la vinculación entre arte y política y, por ende, entre arte y procesos sociales. Surgen entonces una serie de interrogantes a ser pensados: ¿Cómo se posiciona el discurso artístico a partir del lenguaje y de su propia especificidad? Yo diría, retomando una de las exposiciones, que la lucha es por la desmonumentalización en un significado muy amplio de la palabra, que en todo caso reenvía a la construcción de nuevos sentidos. Históricamente la imagen y la palabra han sido objeto de disputa simbólica. Un primer ejemplo concreto de esto lo constituyen los denodados esfuerzos, de la mano de Osvaldo Bayer como su cara visible para desmonumentar a Julio Argentino Roca, entre otros. En este punto me interesa destacar una idea plasmada en uno de las exposiciones, se trata del concepto de que la desmonumentalización no alude sólo a desestimar la intención que el monumento porta, sino que junto a ello es necesario abrir el juego, recuperar todo lo que ese monumento opaca, lo que invisibiliza. Y esto no refiere únicamente a una expresión metafórica: se trata de la disputa por el espacio y la palabra y sus valores simbólicos que conforman sentido común. En esa clave el salto cualitativo sería poder pensar una lógica “antimonumento” que eche luz sobre lo denegado a través de nuevos lenguajes.

Vale la pena pensar cómo el imaginario cultural sobre lo “latinoamericano” debe volver a poner en conflicto la política a través de otros modos de representación, nuevos lenguajes, distintos modelos y otros marcos teóricos o categorías epistemológicas que señalen de manera irreverente su sentido ideológico tanto desde la especificidad del arte como del de las ciencias sociales.


Notas

i Esta introducción surge de una reflexión a partir de la lectura de todos los trabajos presentados en el SIT 2011, también de aquellos que no fueron ampliados para su publicación en este Dossier. Se han incluido esas voces, de este modo mediado, pues todas formaron parte de un potente y fructuoso debate colectivo

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