¿Cómo los viejos y nuevos discursos construyen subjetividad?: la “condición”, un término peligroso | Centro Cultural de la Cooperación

¿Cómo los viejos y nuevos discursos construyen subjetividad?: la “condición”, un término peligroso

Autor/es: Nathalie Goldwaser

Sección: Investigaciones

Edición: 16

Español:

El siglo XX puede identificarse por el hecho concreto del ingreso de las mujeres al derecho político "universalmente". Época en que las voces “de los sin voz” (acalladas por un régimen moderno, patriarcal, capitalista, racista, xenófobo, liberal, según a qué país y momento histórico nos refiramos) emergieron en el espacio público/político, se visibilizaron. Entonces, la condición de la mujer hasta muy entrado el siglo XX, como la condición laboral (obrera), la condición de nacimiento (hombre/mujer) en relación a las elecciones de la sexualidad (heterosexualidad/homosexualidad, entre tantas posibilidades de sexualidad) plantearon rever de manera histórica su curso de acción. Esta visibilidad también nos permite denominar al pasado siglo como el de despliegue de los Medios de Comunicación. Si el siglo XIX fue la época de ebullición del diarismo o producción gráfica; el siglo XX, sin duda es el de los medios audio-visuales. Discursos, palabras, conceptos, se traducen en imágenes o metáforas audio visuales que exigen, no sólo historizar lo que aparece como una novedad, sino también un esfuerzo de interpretación mayor para evitar anacronismos. Así, la publicidad, las telenovelas, los noticieros y diferentes géneros audio visuales exigen atender a los lenguajes que perduran y se extienden en el tiempo.


El carácter misterioso de la forma mercancía estriba, por tanto, pura y simplemente, en que proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo de éstos como si fuese un carácter material de los propios productos de su trabajo (…) y como si, por tanto, la relación social que media entre los productos y el trabajo colectivo de la sociedad fuese una relación social establecida entre objetos, al margen de sus productores. (…) Es algo así como lo que sucede con la sensación luminosa de un objeto en el nervio visual, que parece como si no fuese una excitación subjetiva del nervio de la vista, sino la forma material de un objeto situado fuera del ojo. Y, sin embargo, en este caso hay realmente un objeto, la cosa exterior, que proyecta luz sobre otro objeto, sobre el ojoi.

Algunos y algunas pensadores/as han denominado al siglo XX como “el siglo de las mujeres”. Esto puede interpretarse como la época en que las voces “de los sin voz” (acalladas por un régimen moderno, patriarcal, capitalista, racista, xenófobo, liberal, según a qué país y momento histórico nos refiramos) emergieron en el espacio público/político, se visibilizaron. Entonces, la condición de la mujer hasta muy entrado el siglo XX, como la condición laboral (obrera), la condición de nacimiento (hombre/mujer) en relación a las elecciones de la sexualidad (heterosexualidad/homosexualidad, entre tantas posibilidades de sexualidad) plantearon rever de manera histórica su curso de acción. Esta visibilidad también nos permite denominar al pasado siglo como el de despliegue de los medios de comunicación. Si el siglo XIX fue la época de ebullición del diarismo o producción gráfica; el siglo XX, sin duda es el de los medios audio-visuales. Discursos, palabras, conceptos, se traducen en imágenes o metáforas audio visuales que exigen, no sólo historizar lo que aparece como una novedad, sino también un esfuerzo de interpretación mayor para evitar anacronismos. Así, la publicidad, las telenovelas, los noticieros y diferentes géneros audio visuales exigen atender a los lenguajes que perduran y se extienden en el tiempo. Sin duda hay que sumarle los artículos de los periódicos de masas.

He tomado dos de los interrogantes propuestos para este intercambio, como disparadores generales de la temática que quisiera abordar: “¿Nuevos lenguajes?, ¿y nuevos sujetos?”. Sin embargo, podría reformularlos: ¿cómo los viejos y nuevos discursos construyen subjetividad? En particular quisiera detenerme en un término que ha atravesado todo el siglo XIX y que llega hasta nuestra contemporaneidad, aún no muy analizado: “la condición”. En el siglo XIX, se hablaba y escribía explícitamente sobre la idea de condición codificando a una persona o grupo de personas al punto de hacer de ellos un estado a la vez exterior e interior al individuo.

I

Propongo algunos ejemplos, pero en este caso enfocados en mi objetivo principal: pensar -aún hoy- las menciones a las distintas figuras de la mujer. Estos ejemplos pretenden mostrar cómo desde el siglo XIX hasta nuestros días, a pesar que se han abierto corrientes de pensamiento que señalaron ciertas violencias discursivas, aún persisten de manera solapada.

¿Qué significados conlleva el concepto “condición”? El libro de referencia inmediata es La condición humana de la filósofa alemana Hanna Arendt escrito en 1963ii. Dice esta autora:

La condición humana no es lo mismo que la naturaleza humana, y la suma de las actividades y facultades humanas que corresponden a la condición humana no constituye nada de lo que puede llamarse naturaleza humana.iii

En este caso, condición permite historizar la vida genérica del ser humano. Según la autora, la condición humana abarca más que las condiciones bajo las que se ha dado la vida al hombre. “Los hombres son seres condicionados, ya que todas las cosas con las que entran en contacto se convierten de inmediato en una condición de su existencia”.iv Es claro que en esta frase hay un solapamiento de lo humano por “el/los hombre/s”. No obstante, el gran esfuerzo de Arendt es captar cuál fue el origen de la condición humana, aunque la palabra condición como el concepto de género, parafraseando a la filósofa francesa contemporánea Geneviève Fraissev, dan una respuesta antes que arrojar una problemática. Condición y género parecen ser dos conceptos que limitan pensar lo ontológico de la diferencia sexual y lo político de la búsqueda de igualdad.

Aquí entonces estamos no sólo ante una advertencia del orden epistemológico e ideológico, sino también metodológico. Recurrir a algunas proposiciones, que forman parte de la historia de las ideas y de los conceptos es el modo para poder evitar un análisis binario entre sexo/género, naturaleza/cultura, etc.

En el pensamiento de los juristas y iusnaturalistas del siglo XIX, la “condición de la mujer” tenía un claro papel dentro del debate jurídico-político. Alexis de Tocquevillevi, hombre de la política francesa escribe en 1835 y 1840 la célebre obra La democracia en América. Sorprendido de lo que encontró en Estados Unidos decide comenzar la empresa de describir aquella revolución callada y subrepticia como lo fue la puesta en marcha de la democracia en aquel “nuevo” mundo. En la tercera parte del libro II, asevera:

Todo lo que influye en la condición de las mujeres, en sus hábitos y en sus opiniones tiene a mis ojos un interés político muy grandevii.

En la lectura que se hace de esta obra, la palabra condición no confunde la naturaleza de la construcción psicológica, social, individual. Al contrario, la condición es puesta aquí como sinónimo de estado social en un momento determinado. Según Tocqueville, “condición” está ligada directamente al “sexo”. Para corroborar esta afirmación basta seguir con una cita de este autor quien, repetimos, está escribiendo en los albores del siglo XIX:

Hay personas en Europa que, confundiendo los diversos atributos de los sexos, pretenden hacer del hombre y de la mujer dos seres no solamente iguales, sino semejantes; dan las mismas funciones al uno que al otro, les imponen los mismos deberes, les conceden los mismos derechos y los mezclan en todas las cosas, trabajos, placeres y negocios. Es fácil concebir que, esforzándose en igualar de este modo un sexo al otro, se degrada a ambos, y que de esta mezcla grosera de las obras de la naturaleza, no podrán nunca salir sino hombres débiles y mujeres deshonestas.viii

Y cierra el capítulo XII escribiendo:

Me preguntan a qué se debe atribuir el progreso singular y la fuerza y prosperidad crecientes de este pueblo (norteamericano), respondería sin vacilar que a la superioridad de sus mujeres.ix

Recordemos que es Fourier el primero que proclama, en 1808, que el grado de emancipación de la mujer en una sociedad es el barómetro natural por el que se mide la emancipación general. ¿Es aquí la mujer la condición necesaria o medio de intercambio para proclamar o fundar la libertad de todos?

Esta palabra (condición) provoca siempre el cruce entre la duración, la permanencia en el tiempo; y el acontecimiento, el transcurrir, la transformación. Pues entonces, ¿por qué no nos atrae dicha noción? ¿Qué es lo que no nos satisface? La mujer, como el dinero, es aquí un medio que existe al mismo tiempo en sí y para otra cosa, esto es lo que se llama reificación.

Este proceso, al decir de Arendt, es producto del homo faber quien ha sacado de su lugar natural, ya matando un proceso de vida o bien interrumpiéndolo. Sin duda este es un acto de violación y de violencia. La mujer-objeto, artificio humano, proporciona seguridad y satisfacción. Este no se puede realizar sin la guía de un modelo, imaginario, con el cual se construye un objeto. Este modelo está al margen del fabricante individual, de sus deseos, dolores, placeres que son irrepresentables. Lo representable y posible de reificación son las imágenes, ideas o modelos mentales. La representación de la mujer puede vender cosas, pero también permite la transacción de ideas y el trueque político

II Leer entrelíneas: la forma en lugar del fondo

Este apartado tiene dos “musas”: la primera es aquellas publicidades en las que se liga “un objeto/mercancía” a una figura femenina. Tal es el caso de aquella que quiere vender un auto cuya imagen principal es una mujer, estilizada, con una mirada desafiante, con el auto de fondo y que lleva como slogan “Ocupo un puesto, no un lugar. Lo que hay que tener”. En aquella imagen, es nítida la contigüidad entre poseer una mujer con tales características y el automóvil, potencia virilx. Pero podríamos pensar en tantas otras publicidades que ligan objetos de limpieza, cuidado de los niños, con una mujer.

La segunda es un artículo de opinión. Luego de las elecciones presidenciales (octubre de 2011), se pudo leer en uno de los más importantes diarios del país una “nota de color” sobre la forma en que nuestra Presidenta apareció en públicoxi. Allí se la caracterizó de “actriz”, “autoinventada”, de “Directora de una obra” y luego se la adjetivó de viuda (con mayúscula). ¿Por qué se la critica desde ese ángulo? ¿No hubo nada más que notar una puesta estética y escénica, que dicho sea de paso es inherente a la actuación en la arena política?

Los roles/papeles que una mujer ocupa en su vida componen su “condición femenina”, aunque no siempre son elegidos (hay mujeres que han sido un objeto del pather familia, otras han sido madres sin desearlo, otras han sido viudas sin celebrarlo); mientras que hay mujeres que, con su consentimiento -e incluso compartiendo la decisión con Otro como tener hijos o formar una familia- han ocupado papeles fundamentales tanto en la escena pública como privada. La condición femenina no tiene que ver con la biología.

En una nota intitulada “La presidenta sexy”xii, Juan Carlos Volnovich apuntaba que en el momento de la jura como Presidenta de los argentinos, Cristina Fernández anticipó que le iba a ser más pesada la tarea ejecutiva por el hecho de ser mujer, la sexualidad de la Presidenta irritó e irrita a algunos y algunas. Se escuchaban y leían toda clase de insultos contra su sexo.

Hoy, el eje de las críticas se desplazó pero bajo la misma forma. A partir de un suceso trágico como la muerte de su compañero de toda la vida, y de nuestro ex Presidente, se resalta uno de sus roles no queridos. ¿Qué hay detrás de la adjetivación de “viuda”? Sin dudas, una nueva forma de cosificación, el desplazamiento de su ser mujer ocupando el rol de Presidenta, y por lo tanto borrando su empoderamiento por segunda vez por más de la mitad del electorado.

Su reciente condición tiene un interés político –parafraseando al Tocqueville antes citado- pero de ningún modo obnubila el resto de las características que componen su ser político. No nos olvidemos que las condiciones exteriores que se imponen pueden transformarse en una condición interior que se fija como representación de sí. El siglo XIX pareciera estar más próximo a nuestro tiempo que algunos/as que escriben y piensan. En la Argentina de Sarmiento y de Alberdi, en tiempos de censura política, mencionar a la ‘figura de la mujer’ (cuya condición, para estos hombres, era temporal porque iba llegar prontamente su emancipación) fue, muchas veces, el modo de resistir a los embates contra la violencia política y también un modo de hablar de la Nación por venir. Hoy se la vuelve a utilizar pero con los fines inversos: no para resistir, no para hablar de política, sino para evitar el análisis de fondo de un proyecto que tiene el consenso mayoritario.

III Una reflexión final

La tan utilizada “condición femenina” ha hecho que ocuparse del concepto ‘mujer’ sea trabajar en los márgenes o fuera del juego. Varios son los argumentos para oponernos a la noción ‘condición ’:

1. La condición obrera, esclava, femenina, la gente de condición en general (que en tiempos pasados se oponía a la gente de calidad) es expresión de una sociedad que atribuye un lugar codificado, fijado a ciertos individuos. ¿Quién dice que se está en “condición” y qué intención se tiene cuando se proclama ese orden?

Parafraseando a Georges Canguilhemxiii, si la búsqueda de un “orden” es un modo terapéutico de tratar lo patológico, ¿qué sucede cuando lo patológico se convierte en “normal”? Lo que se quiere advertir aquí es que si tener una condición caía dentro del orden de la normalidad; hoy podemos vislumbrar que aceptar esa condición es síntoma de una sociedad que aún pretende encasillar a sus miembros, estatizarlos, inmovilizarlos.

2. Se rechaza la fórmula “condición femenina” porque la referencia al lugar jerárquico o a la durabilidad de la categoría no podría evitar la acción humana.

La mujer recibe su cambio de condición a través de la historia: ella no es ni su causa eficiente, ni su artesana concreta. En este sentido la mujer es también productora de significación. Una vez más difícil es aceptar que también las mujeres hacemos la historia. Y hacer la historia es cambiar la historia, hacerla a su manera: invocar aquí la “condición” es sostener que es mejor ser sometido que rebelde, que es mejor estar sometido a representaciones normadas que ser atraído por el riesgo de la transformación (Fraisse). Riesgo que implica, retomando la observación de Arendt, pensar nuevos modelos (para una corriente progresista) o pensar-nos sin modelos (si queremos ser un poco más anarquistas). La condición entonces soslaya la autonomía de un individuo, por ende el devenir sujeto tiene todo que ver con un proceso pendular de desapropiación-apropiación: por un lado, desapropiarse de la fijación en la condición, y por el otro apropiarse de la libertad que cada uno posee para rebelarse. De allí que la representación pueda ser subvertida.

Estamos ante el gran desafío: pensar, no nuevas representaciones, sino ir más allá ¿qué modelo necesitamos adoptar? O acaso ¿qué implicancias tiene pensar un modelo? Estas preguntas nos reenvían a la ya clásica cuestión de la utopía, de un proyecto utópico que nos permita críticamente reflexionar sobre el modelo de sociedad al que adscribiríamos en donde sea posible pensar-nos sin condiciones, como uno de los principios para la emancipación y libertad de cada persona en sociedad.


Notas

i Marx, Karl El Capital. Crítica de la Economía Política, Siglo XXI, México, 2000. [1867]. p. 38.
ii Arendt, Hannah. La condición humana, Buenos Aires, Paidós, 2005.
iii Ibídem, pp. 23-24.
iv Ibídem, p. 23.
v Cfr. Fraisse, G. Desnuda está la filosofía, Buenos Aires, Leviatán, 2008. De la misma autora: Du consentement, París, Seuil, 2007 y  La controverse des sexes, París, PUF, 2001.
vi De Tocqueville, Alexis. La democracia en América, México, Fondo de Cultura Económica, 2002.
vii Ibídem, p. 545.
viii Ibídem, p. 554.
ix Ibídem, p. 556.
xii Remitimos a la nota aparecida en el diario Página 12 el 5/3/2010: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/subnotas/5556-588-2010-03-05.html
xiii Canguilhem, Georges. Lo normal y lo patológico, Buenos Aires, Siglo XXI, 2005.

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