Las voces del desierto. Aportes para una genealogía del neoliberalismo como racionalidad de gobierno en la Argentina (1955-1975)
Autor/es: Ana Grondona
Sección: Estudios de Economía Política y Sistema Mundial
Edición: 13
El presente trabajo argumenta en favor de incorporar el período 1956-1975 a la “genealogía” del neoliberalismo como racionalidad de gobierno disponible en la Argentina desde fines de la década del cincuenta. Está organizado en cuatro apartados. En el primero, se delimitan algunos acontecimientos que muestran la emergencia de una matriz neoliberal de gobierno a partir de la denominada “Revolución Libertadora”. En el segundo, se reflexiona sobre las condiciones de bloqueo de la racionalidad neoliberal como modo generalizado de administrar las poblaciones, aun cuando se tratara ya de una alternativa disponible. En el tercero, se analiza otro antecedente clave para la genealogía propuesta: las disputas de sentido que recorrieron la Revolución Argentina. Finalmente, se analiza el “Plan Rodrigo” como acontecimiento clave en el desbloqueo del neoliberalismo posible en nuestro país.
Introducción
Los años de la post-guerra fueron fundamentales en la conformación de una nueva figura, los technopol y de una nueva lingua franca, la teoría económica, como modo de comunicación global.1 En principio, la conformación de un nuevo orden internacional a partir del acuerdo de Bretton Woods y del entramado de instituciones que buscaban garantizar las condiciones internacionales de estabilidad financiera (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial), supuso el despliegue de una red de especialistas capaces de articular estas instancias con las administraciones nacionales. Tal como analizan Markoff y Montecinos (1994), a partir de la necesidad de financiamiento externo, comenzaría a funcionar una serie de rituales y reconocimientos en los cuales estos “nuevos economistas”, formados en una cultura internacional, tendrían un papel fundamental. En alguna medida, tenderían a ocupar el lugar antes reservado a abogados (atados a marcos normativos nacionales) o a los médicos sociales. Este proceso podría pensarse como el “pasaje” del gobierno del cuerpo-nación al del mercado-interno-nación2. Ahora bien, a pesar de la estabilización de ciertas hegemonías en el campo del saber económico, los sentidos de ese gobierno estarían en disputa. Así, una de las racionalidades de gobierno que emergía por esos años sería la del neoliberalismo.
Pues bien, el presente trabajo aborda el contexto argentino y argumenta en favor de incorporar el período 1956-1975 a la “genealogía” del neoliberalismo en su versión local. Entendemos que se trató de años fundamentales para la conformación de esa “tradición” 3 en nuestro país, tanto en lo que hace a la acumulación de un “saber experto”, como en la articulación de una red institucional. Ello aun cuando no lograra mayores éxitos como gobierno efectivo de las poblaciones, pues permanecería bloqueado por el sentido común desarrollista y neocorporativo.4 Esta derrota parcial y momentánea supondría otra acumulación importante para la “tradición neoliberal en Argentina”, un “saber de las derrotas”.
Las reflexiones que presentamos en las páginas que siguen son el resultado de un trabajo de análisis documental orientado por la perspectiva arqueológica de Michel Foucault, es decir, que indaga en las diversas capas discursivas que conforman las memorias discontinuas, dispersas y contradictorias del presente.
Nuestro trabajo, entonces, se inserta en los estudios de la gubernamentalidad, pues se orienta por la pregunta sobre las condiciones específicas bajo las que un régimen de prácticas de gobierno emerge, existe y cambia. Nos referiremos a este concepto según ha sido acuñado por Michel Foucault y, luego, retomado desde la perspectiva de los estudios de gubernamentalidad. En términos generales, esta noción refiere a los intentos de “conducción de la conducta”. Según sistematizaría Mitchell Dean (1999), el gobierno es una actividad racional y calculada llevada adelante por una multiplicidad de agencias y una variedad de técnicas y formas de conocimiento que busca conformar el comportamiento de otros (y de uno mismo) trabajando a través de los deseos, aspiraciones, intereses y creencias, para fines determinados (aunque cambiantes) con resultados y efectos impredecibles (1999: 11). En este sentido, esta conducción de la conducta es una actividad reflexiva que supone a la vez que constituye sujetos reflexivos.
Más puntualmente, la nuestra es una pregunta por las racionalidades de gobierno, entendidas éstas no como una especulación vacua sino como la dimensión programática5 de las prácticas de conducción de la conducta. Éstas se orientan a lograr ciertos fines y ciertas transformaciones, lo que supone delimitar ciertos problemas, poblaciones determinadas (que los padecen, los causan o ambas) y, en consecuencia, diseñar dispositivos de intervención específicos. Ello involucra el despliegue de distintas episteme de gobierno,6 esto es, de matrices de enunciación, de olvidos y de silencios que delimitan ciertos regímenes de saber que movilizan procesos de visibilización e invisibilización.
Sobre estas bases, indagamos en una pluralidad de voces y estrategias a través de las cuales emergió en la Argentina esa forma singular de pensar y organizar la población, el mercado y la intervención estatal que denominamos “neoliberalismo”. Con ese objetivo, ordenamos nuestra exposición en cuatro apartados. En el primero, delimitamos algunos acontecimientos que, desde nuestra perspectiva, justifican hablar de la emergencia de una matriz neoliberal de gobierno a partir de la denominada “Revolución Libertadora”; a continuación de ello, nos detenemos en la trayectoria de un importante emergente de la historia del neoliberalismo de aquellos años: Álvaro Alsogaray. En el segundo apartado, reflexionamos sobre las condiciones de bloqueo de la racionalidad neoliberal como modo generalizado de administrar las poblaciones, aun cuando se tratara ya de una alternativa disponible. En el tercero, tomamos otro antecedente clave para nuestra genealogía: las disputas de sentido que recorrieron la Revolución Argentina. Finalmente, nos referimos al “Rodrigazo” como acontecimiento clave en el desbloqueo del neoliberalismo posible en nuestro país. Por último, proponemos algunas reflexiones a partir del recorrido planteado.
1. Entre restauración y renovación: el horizonte posterior al golpe del 55
El primer antecedente relevante que hemos encontrado de circulación de conceptos y referencias al pensamiento neoliberal data de 1946. Ello en el contexto de debate de las leyes posteriores al Plan Quinquenal (o Plan Figuerola) presentado por Juan Domingo Perón. Se trata de dos alocuciones, una de Reynaldo Pastor7 (diputado puntano y conservador) y la otra de Sydney Nicolás Rubino8 (radical y santafecino). En ambos casos, frente a leyes que avanzaban en la conformación de herramientas de intervención política en la economía (la ley de aduanas, en el primer caso y la ley de régimen bancario, en el segundo), los diputados incorporaban a la discusión el recientemente publicado Camino de Servidumbre. La referencia a este trabajo de Friederich von Hayek (de 1944) servía para alertar sobre el carácter totalitario de los planes de intervención política en la economía. Sin embargo, a diferencia de la estrategia discursiva del economista austriaco, el discurso de los diputados argentinos no construía una serie en la que figuras como las de Perón, Hitler y Roosvelt funcionan como equivalentes que compartirían un impulso planificador/totalitario. Por el contrario, Reynaldo Pastor fue uno de los diputados que impulsó la construcción de un monumento a Roosvelt ese mismo año, oportunidad en la que suscribiría a los elogios al New Deal. Rubino, por su parte, se esmeraría en diferenciar la planificación estadounidense orientada por un fin puntual (la protección frente a la crisis del treinta) y por una comisión de expertos y legisladores, de las aventuras de la planificación económica nazi y, naturalmente, de la argentina. En este sentido en el agitado contexto de 1946, pareciera que los conceptos neoliberales antes que introducir una concepción económica, servían como “trinchera” para oponerse a la administración peronista y denostarla por fascista o comunista (en el caso de Pastor, ambos). Entendemos que en este marco aún no funcionaba como racionalidad disponible para el gobierno de las poblaciones.
El período que se abriría a partir de 1955 era singularmente otro; en gran medida, se trataba de una suerte de “restauración liberal-oligárquica”. El deseo de volver a la Argentina previa a 1943 o, mejor aun a la de 1930, parecía animar a muchos de sus protagonistas. El denominado “Plan Prebisch”, a pesar de las innovaciones teóricas ya producidas por su autor en CEPAL, se inscribía en la ortodoxia de los planes de austeridad económica. Sostenido en un sombrío diagnóstico de la política económica peronista, sus recomendaciones apuntaban a resolver los problemas de desequilibrio en la balanza comercial y de pagos, mediante una devaluación. A fin de detener la inflación como “tarea específica del gobierno” se intentó corregir el déficit fiscal, la tasa de creación de dinero, se planificó una disminución del empleo estatal y la racionalización y/o privatización de las empresas del estado. Además, se produjo una liberación de precios, intentando mantener controlados los salarios, lo que impactó negativamente en el salario real. Asimismo, se impulsaron medidas de apertura de Argentina al comercio internacional y mayor participación en los mercados de capitales. Así se firmaría en 1956 el acuerdo de Bretton Woods, que sellaría el ingreso del país al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional. Al año siguiente, Argentina sería, también, uno de los países del “Club de París”.9
A partir de marzo de 1957 el ministro de Hacienda Roberto Verrier intentaría profundizar el camino de la “liberalización” de la economía mediante un nuevo “Plan de austeridad”. Éste preveía la eliminación de los subsidios al transporte, combustible y electricidad, la reducción de la planta estatal, la suspensión de los aumentos salariales a trabajadores del estado, el aumento de impuestos, la importación libre de bienes de capital y maquinaria, el congelamiento salarial y la adopción definitiva del sistema de libre empresa. Sin embargo, el plan no se llevaría a cabo y el ministro sería reemplazado por Krieger Vasena10. Desde la perspectiva del Departamento de Estado de los EE.UU esto implicaba que “las soluciones económicas deseadas [presumiblemente por el propio Departamento] quedan subordinadas a la volatilidad del clima político”.11
La imposibilidad de avanzar en el camino de la liberalización absoluta de la economía indicaba que, aun cuando algunos sectores y sus representaciones intelectuales (vgr. Federico Pinedo), sostuvieran posiciones próximas a la ortodoxia “clásica”, parecía poco probable un mero regreso al pasado que ignorara las transformaciones estructurales de la economía nacional. El liberalismo, como arte de gobierno, pero también como utopía, debía renovarse para estar a tono con los nuevos tiempos.
Los aires renovadores no tardarían en llegar. La experiencia del “milagro alemán”12 tendría impacto en los medios liberales locales e incluso dentro de los gabinetes ministeriales de la década del 60. El liberalismo de Friburgo13 proporcionaba tanto un “diagnóstico” para la coyuntura, así como una “programación” de la política económica. Así, por ejemplo, en la traducción local, el lugar que para los ordoliberales ocupaba el Tercer Reich o la URSS, sería ocupado por Juan D. Perón; del mismo modo, el lugar ocupado por las desviaciones intervencionistas keynesianas que, a pesar de tener “las mejores intenciones”, conducían indefectiblemente al totalitarismo, podría ser ocupado alternativamente por el desarrollismo frondizista o cepalino.14 Como sus colegas alemanes, austriacos y estadounidenses, frente a la hegemonía keynesiana, los neoliberales argentinos desarrollaron un estilo militante y altisonante de enunciación, como predicadores en el desierto. Sin embargo, como veremos, no habría que exagerar la marginalidad de su prédica.
1.1. Aves de paso: la presencia de Von Mises y de Leonard Read en la Argentina
En diciembre de 1958, la Universidad de Buenos Aires aprobaba el primer plan de estudios de una Licenciatura en Economía Política. Poco más de un año después, el 2 de junio de 1959, Ludwig von Mises15 era presentado por el Decano de la Facultad de Economía, William Lesley Chapman, en una serie de seis multitudinarias conferencias. Los encuentros fueron convocados y reseñados por el periódico La Prensa. Entre los pasajes de la alocución que allí se subrayaban estaban las alusiones de Von Mises al problema de la inflación en la coyuntura argentina, y sobre el modo en que la legislación obrera y el intervencionismo estatal habían funcionado como obstáculos para la generación de riqueza y el desarrollo (La prensa, martes 2 de junio de 1959). Sugerentemente, tres semanas después de las conferencias, era nombrado como ministro de Economía, encargado de “frenar la inflación”, el ingeniero Álvaro Alsogaray, reconocido seguidor del neoliberalismo, particularmente influenciado por los pensamientos de Von Mises, Wilhelm Röpke16 y Jacques Rueff.17
Cabe preguntase acerca de las condiciones que trajeron a Ludwing von Mises al auditorio de la Facultad de Economía de la Universidad de Buenos Aires, en una serie conferencia que proponemos leer en términos de “acontecimiento”. El profesor austriaco fue invitado por Alberto Benegas Lynch (padre), miembro fundador del Centro de Estudios sobre la Libertad (1956), institución constituida a imagen de la Foundation for Economic Education (FEE) de EE.UU, que por entonces estaba siendo constituido como uno de los primeros “tanques de pensamiento” neoliberal (previo aun al mítico grupo de Mont Pelerin18). El autor de Human Action no sería el único referente invitado por el Centro. Un tiempo antes, en abril de 1958, Leonard Read, fundador del FEE (a la que espejaba la fundación de Benegas Lynch) dictaba una serie de conferencias en Buenos Aires19. Otras de las figuras invitadas habían sido Federich von Hayek y Wilhelm Röpke20.
El sentido de ambas conferencias (la de Von Mises y la de Read) estaba políticamente marcado, lejos de presentarse como una instancia técnica y apolítica, que prescindiera de un análisis de coyuntura, Read se refería al gobierno peronista como “una docena de años la cruda acción policial (…) bajo el dictador Perón (Read 1958: 9, énfasis nuestro)”. En otro pasaje, recordaba que su presentación en el seminario había sido realizada por Raul Lamuraglia, un “patriota” y presidente del Centro de Estudios sobre la Libertad, a quien Juan Domingo Perón consignaba entre los responsables de su destierro21.22 En un tono semejante, von Mises afirmaba que Perón había recibido su merecido al verse obligado al exilio, destino que deseaba “a todos los otros dictadores, en otras naciones, se le conceda una respuesta similar”.23
En las citas seleccionadas resulta relativamente claro que las intervenciones de estos representantes del neoliberalismo estaban articuladas en un entramado de luchas políticas. Al respecto, es interesante notar la relevancia que le otorgaron a la “cuestión sindical” en ambas conferencias. Así, por ejemplo, en el prólogo a las conferencias en 1959, Leonard Read sostiene que en la Argentina “los sindicatos ejercen una influencia más opresiva que en los Estados Unidos” (1958: 9). Asimismo, en su cuarta conferencia, el fundador de FEE realizaba una crítica radical a la teoría del valor-trabajo, como fundamento teórico en el que se sostenían las distorsivas intervenciones de los sectores obreros organizados (1958: 72).
Del mismo modo, en sus conferencias, von Mises se ocupó de desarticular teóricamente la relación entre precio de la fuerza de trabajo y necesidades del obrero, para supeditarlo exclusivamente a la productividad del trabajo. También en coincidencia con Leonard Read, desde la perspectiva del economista austriaco, los sindicatos resultaban un factor explicativo de la inflación, en tanto habían devenido un poder coercitivo (casi como el Estado) capaz de imponer su voluntad de salarios distorsivos mediante huelgas (de modo análogo al que el gobierno establece salarios mínimos). Para el argumento neoliberal, la consecuencia de la suba del precio del trabajo era, necesariamente, el incremento del desempleo y la consecuente política de devaluación para bajar los salarios reales, que terminaba en una espiral inflacionaria. Esta estrategia de “devaluación” aparecía como un modo indirecto de bajar los salarios reales, un “engaño” del keynesianismo. El único modo de lograr pleno empleo, desde la perspectiva de Mises, era con un mercado liberado, pues como cualesquiera mercancía, la fijación del precio por la libre competencia haría que se equilibraran la oferta y la demanda. Además, el economista austriaco argumentaba en favor de una de-sustancialización del capital y el trabajo como agentes económicos y su sustitución por la figura del “consumidor” como verdadera figura que gobierna (inconsciente e indirectamente) el mercado (“los verdaderos jefes en el sistema económico son los consumidores” 1979: 20).
Así, vemos que junto a la amenaza de la “cuestión sindical”, y estrechamente vinculada a ella, se levanta el fantasma del intervencionismo. Un argumento interesante, que compartieron ambos conferencistas, era que cualquier intervención en el mercado, esto es, la manipulación de cualquier precio, suponía un impacto en todos los demás y, la necesidad de extenderla a cada vez más mercancías. A partir de ello, las diferencias entre las distintas formas de la intervención resultaban irrelevantes, pues la aspiración y tendencia a controlar la totalidad del mercado subyacía en todas ellas24. Entre el fabianismo, el nazismo, el fascismo, el keynesianismo, el Estado de Bienestar -o en el ámbito local, el desarrollismo y el peronismo- no había diferencias sustanciales, pues en todos los casos se trataba de la misma tendencia, contraria a la que garantiza una sociedad libre: la conformación de un mercado sin restricciones como modo mecanismo impersonal para la organización de la sociedad. La intervención del Estado (en cualquier grado) suponía poner una voluntad por sobre las dispersas e infinitas voluntades del consumidor, disparando un juego irrefrenable de intervenciones complementarias que necesariamente tendían al totalitarismo.
Además de las conferencias del propio Von Mises y de Lionel Read, incluimos dentro de la misma serie de acontecimientos la fundación de la citada Asociación Coordinadora de Instituciones Empresarias Libres25 (ACIEL) en 1958. Esta entidad reunía a la Sociedad Rural Argentina, La Bolsa de Comercio y la Unión Industrial. Si bien se presentaba como una organización de intereses, mostraba ya un impulso de desarrollar alternativas teórico-prácticas de corte neoliberal. Así, por ejemplo, solicitaría a Álvaro Alsogaray que invitara a Ludwig Erhard, autor del “milagro alemán”, a dar conferencias a Buenos Aires.26
Ahora bien, en esta serie de acontecimientos no sólo estuvieron presentes las influencias alemanas, también hubo emergentes asociados a la Escuela de Chicago. En efecto, en 1962 se diseñaría un proyecto con la Universidad de Cuyo y la Universidad Católica de Chile (“Cuyo Project”) para desarrollar un polo de formación neoliberal en Mendoza, al estilo del que por entonces se despegaba al otro lado de la cordillera. El hombre clave en ello sería Arnold Harberger27, quien acordó con el decano Corti Videla el arribo de cuatro especialistas (dos de ellos chilenos), así como el financiamiento de estudios de posgrado en la propia Universidad de Chicago (habría un total de 27 becas).
A pesar de estos avances, la expansión de economistas neoliberales en puestos de la Administración Pública Nacional no llegó a concretarse como lo haría en Chile (aunque hubo relevantes excepciones). Ello en razón de los bajos salarios estatales y universitarios, que no lograban retener a profesionales formados, que preferían migrar hacia trabajos mejor remunerados en el FMI o el BM. En este sentido, sería clave el despliegue de los “tanques” como la Fundación de Investigaciones Económicas de Latinoamérica (FIEL 1964), el Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina (CEMA 1978) o la Fundación Mediterráneo (1977), instituciones financiadas por empresas privadas que garantizarían tanto las líneas de investigación que interesaban a esta escuela, como una oferta de empleos capaces de satisfacer las expectativas remunerativas de los expertos.
1.2. El emergente “Álvaro Alsogaray”
Una excepción a las limitaciones en la expansión de la experticia neoliberal sería la singular figura de Álvaro Alsogaray. Por cierto, se trata de una excepción relativa, pues aunque von misiano convencido, no formaba parte de las redes de saber experto en un sentido clásico (ni siquiera se trataba de un economista). En cualquier caso, tres semanas después de las conferencias dictadas por Von Mises en la Universidad de Buenos Aires, asumía como ministro de Economía y de Trabajo, bajo la complacencia (entre otros) de ACIEL. Desde nuestra perspectiva, la figura de Alsogaray, resulta central para comprender la tradición de la alternativa neoliberal en la Argentina. Proponemos concebirlo como una bisagra entre los economistas liberales “nuevos” (reunidos alrededor del FIEL, CEMA, FM y estudiados por Heredia 2004, Cabrera 2009, Canelo 2004) y los economistas liberales “tradicionales” del estilo de Federico Pinedo. Pero sobre todo, su propia trayectoria es la de una compleja articulación y acumulación que van desde la solitaria militancia como adalid de la “Economía Social de Mercado”, hasta la consagración como asesor presidencial de lujo en los 90. Desde un anti-peronismo confeso, hasta transformarse en alquimista de la extraña articulación entre neopopulismo y neoliberalismo.
En lo que hace a su formación, se nutría sobre todo de los aportes de la Escuela Austríaca y Alemana. Aún cuando no hubiera realizado cursos de posgrado en el exterior, en sus escritos resulta claro que estaba orientado por los debates del campo de la economía académica. Ahora bien, como muestra Heredia (2004), el paso por las universidades estadounidenses no sólo iba a dotar a los economistas neoliberales de un saber experto, también les otorgaría una red de contactos, sobre todo en las agencias internacionales. Pues bien, el papel de Álvaro Alsogaray en el entramado de relaciones entre los distintos gobiernos de facto de los que participó y los Estados Unidos lo transformaron, sin dudas, en un hombre clave28.
Pues bien, en 1959 el ex-funcionario de los gobiernos de Lonardi y de Aramaburu asumía como ministro de un gobierno “desarrollista” signado por el fantasma de la traición, de la que su propio nombramiento era un testimonio acabado. Alsogaray frente a la cartera de Economía, posponía las expectativas del Programa de Avellaneda de la UCRI a cambio de un horizonte mucho más sombrío. Entre imperativo y amenaza, el objetivo sería “pasar el invierno”.
La figura del “traidor”29 resulta sugerente para pensar la administración frondicista, por diversos motivos. Por un lado, su fama de político maquiaveliano, la misma que le permitió llegar a la presidencia, terminaría por dejarlo sin apoyos y apresurar su caída; por otra parte, como toda traición, las suyas abrieron camino a una serie de paradojas: “renegando de su pasado socializante y antiimperialista, Frondizi se convirtió a la libre empresa; librepensador y laicisista, declaró su fe católica y apoyó la enseñanza libre. Severo antiperonista, resultó electo por los votos peronistas”.30 Así, factores que resultarían claves en la reconformación estructural de la Argentina por esos años llegaron de la mano del actor menos pensado.
El complejo entramado de “traiciones”, el contexto inflacionario y la creciente conflictividad social habían debilitado a Frondizi, a pesar del ortodoxo “Plan integral de estabilización”, que había sido puesto en marcha a fines de diciembre de 1958. Sin conquistar ni a propios ni a ajenos, rodeado por el “partido militar”, terminó aceptando sus condiciones: una política más represiva respecto del sindicalismo y el alejamiento de Rogelio Frigerio de su puesto de asesor. La designación de Alsogaray era una señal para los altos mandos militares, con los que el ingeniero estaba vinculado por su hermano, y para los EE.UU, reticentes a la figura de Frigerio, que solían vincular al “izquierdismo”31. Sin embargo, el papel del ingeniero se vería bastante limitado a contener la inflación mediante el “Plan de austeridad”. Entre las reformas intentadas, se encontraría el avance en la “racionalización” del Estado mediante programas de retiro voluntario y pago de indemnizaciones, el pase a manos privadas de las empresas que dependían de la Dirección Nacional de Industrias del Estado (creada bajo el peronismo) y la privatización del sistema de transporte colectivo de la Ciudad de Buenos Aires.32 No obstante los “éxitos” en la estabilización de la inflación, y en virtud de las diferencias con Frondizi y Frigerio (que seguía influyendo las decisiones de gobierno), Alsogaray terminaría sus funciones en abril de 1961, sucedido por Alemann.
En aquellos años la prédica neoliberal no lograba exceder los momentos de crisis (vividas como agudas y “excepcionales”), esto es, no lograba establecerse como programa estable de gobierno. Entendemos que en gran medida ello se vinculaba al fuerte predominio de la “nación” como proyecto económico-político, y al escaso desarrollo de utopías capaces de ocupar un lugar equivalente (como, años después, podrían hacerlo la del “consumidor” y el “mercado”). También funcionaría como obstáculo el contexto internacional, aún signado por las promesas de la Alianza para el Progreso. Así, por ejemplo, en una conversación privada entre Kennedy y Alsogaray, el ministro hizo un resumen de las políticas económicas a desplegar, destacando su estímulo a la iniciativa privada y la libertad respecto de la intervención gubernamental; frente a ello, la respuesta del presidente estadounidense fue por lo demás cauta: en términos de los documentos de la Foreign Office “expresó cierta preocupación política que uno demasiado conservador y prudente y deflacionarias satisfacer los intereses y deseos de los grupos privilegiados y los banqueros, pero no a las necesidades de todo el pueblo”.33 Como puede verse, no era aún la hora de los paquetes neoliberales. Sobre los obstáculos que funcionaron como bloqueo al despliegue de esta racionalidad avanzaremos en el apartado que sigue.
2. La polisemia de “la nación”: ¿trinchera o caballo de Troya?
Como queda claro según nuestro recorrido, aunque disponible en el “repertorio de posibilidades” desde fines de la década del 50, por esos años la alternativa neoliberal no se generalizaría ni aquí, ni en el resto de América Latina. En efecto, la promesa de desplegar las potencias de las economías nacionales iba a generar adhesiones mucho más estables. Este hecho resulta inescindible del contexto internacional de la conformación de los estados llamados de “Bienestar”, traccionados, ente otros factores, por la amenaza que se desplegaba tras la cortina de hierro. Estos modos de intervención en la cuestión social combinaban estrategias de seguridad social, inversión estatal en la economía (basada en la economía keynesiana) y modos de negociación tripartita. Así, el “bienestarismo” supuso una conjugación de un nuevo saber experto capaz de intervenir económicamente sobre variables macroeconómicas (según su propia dinámica), un sistema de negociación neocorporativa34 que conformaba un sistema de acuerdos y los esquemas de seguro ensayados desde fines del siglo XIX.
Ahora bien, la “traducción” argentina, escandida por su propia “tradición” y diversas luchas, tendría una singularidad: estos elementos no se conjugaron del mismo modo que en el bienestarismo de los países centrales. Por un lado, se articularía una racionalidad de gobierno neocorporativa que intervenía políticamente en la economía a partir de un sistema de acuerdos y negociaciones colectivas (1944-1955); por el otro, una racionalidad tecnocrática desarrollista orientada a actuar económicamente en la esfera de la producción (aunque a partir de objetivos programados políticamente), pero sin movilizar (al menos sin sobresaltos importantes) un sistema de negociación tripartita. Asimismo, el sistema de seguros tampoco llegaría a consolidarse en un área clave: el empleo.
Sin embargo, ambas racionalidades (la neocorporativa y la desarrollista) movilizaban, aunque de modos diversos, una representación imaginaria común: la nación, como fin último del gobierno ya fuera económico (desarrollismo) o político (neocorporativismo).
Pues bien, las paradojas de la historia harían de las “estrategias del desarrollo” una fuerza corrosiva para el programa de “nación”. En particular, en lo que hace a la estrategia de la Alianza para el Progreso que articulaba desarrollismo económico y Doctrina de Seguridad Nacional. Esta última asumía la subordinación económica a los EE.UU. en virtud de la geopolítica, al tiempo que se aceptaba la declinación del papel del Ejército como actor central para el desarrollo económico y la industrialización.35 Este último punto es central, pues refiere a la paradoja de que aun cuando la DSN pusiera a los militares en el papel de nationbuilders -cuya responsabilidad era la conformación de la nación como espacio de contención a la amenaza disgregante del comunismo-, al mismo tiempo, reducía su función a la de policía imperial, supeditada a la estrategia panamericana.36 Este aspecto de la DSN resulta claro en lo que hace al tipo de financiamiento y ayuda otorgados. Tal como exponía Mcnamara (1968) “en virtud de la improbabilidad de un ataque convencional, equipamientos y asistencia mutaron para responder a la actual amenaza del frente interno” (1968: 28). A diferencia de las concepciones de defensa nacional de las décadas anteriores, que no implicaban un asunto exclusivamente militar, sino un elevado juicio sobre la potencialidad económica de la nación, la defensa del occidente cristiano supondría una especialización del Ejército como máquina de terror. Fueron pocas las voces que se alzaron dentro del Ejército para criticar esta progresiva desnacionalización y socavamiento de su rol en el proceso de industrialización.37
Mirado desde el presente, una condición de desbloqueo del neoliberalismo como modo de gobierno de las poblaciones sería, entonces, la crisis de la “nación” como horizonte de la acción política y económica. Ello no sólo en lo que hacía al papel del Ejército (alejado de sus funciones industrializadoras para concentrarse en policía ideológica), sino también de procesos estructurales de extranjerización de buena parte de la económica. Este proceso sería particularmente intenso desde 1976, pero tenía antecedentes claros en la década del 60 (con la consolidación de las empresas trasnacionales) y también en los años frondicistas.
En efecto, a pesar de su trayectoria nacionalista, las primeras acciones de Frondizi rápidamente contradijeron sus posiciones como opositor radical del segundo gobierno de J. D. Perón. Si éste fue el caso de la denominada “batalla del petróleo”, la promulgación de la ley de inversiones extranjeras de 1958 lo confirmaría. Según explicaba Arturo Frondizi a John F. Kennedy, uno de los éxitos de su administración habría sido alejar la cuestión del desarrollo nacional del debate respecto de la nacionalización de las industrias (Foreign Relations of the United States, Volume XII, American Republics, Document 174). En nombre del desarrollo nacional se abrían las puertas al capital extranjero.38 Así, uno de los aspectos más interesantes de la estrategia de Frondizi-Frigerio fue su relación paradójica con las empresas multinacionales. Si por un lado éste es el momento histórico en el que claramente se despliegan en la estructura productiva y de servicios39, por otra parte, son identificadas como “enemigas” del desarrollo, en tanto su objetivo era, precisamente, borrar las fronteras nacionales. El argumento para fomentar la entrada de capitales era la velocidad requerida para realizar transformaciones capaces de resolver “problemas de naturaleza estructural”, que no podían ser solucionados “con adiciones de elementos a la estructura existente”: El pasaje del subdesarrollo al desarrollo debía ser rápido para ser efectivo y para evitar “dolores innecesarios”.40
En este sentido, “la nación” parece haber funcionado como trinchera que habría obturado el despliegue del neoliberalismo como racionalidad de gobierno. Sin embargo, articulada por el discurso desarrollista, también habría funcionado como “caballo de Troya” de los sentidos y las prácticas más paradójicas.
3. Las disputas del onganiato: entre la heterodoxia y el compromiso con “la nación”
Otro eslabón fundamental en el proceso de extranjerización de la estructura productiva sería la política económica del onganiato. Sin embargo, aun cuando entre sus efectos más relevantes estuviera la consolidación de las empresas transnacionales, esta etapa no estuvo exenta de debates y ambages. En efecto, las perspectivas desarrollistas encontrarían eco entre algunos militares cercanos al régimen (Guglialmelli), al tiempo que el nacionalismo (en diversos sentidos) sería uno de los significantes vacíos alrededor de los que éste se aglutinaría. En este sentido, este período resulta interesante para una genealogía de neoliberalismo en virtud de la tensión, confrontación y solapamiento entre racionalidades divergentes.
Asimismo, entendemos que es una etapa de interés en virtud de las singularidades del “Plan de normalización” de Adalberto Krieger Vasena, emergente singular del recorrido que aquí intentamos cifrar. Resulta complejo definir la orientación de este programa. En un interesante ranking de reformas neoliberales en la Argentina propuesto por Glen Bligaiser (2010), el Plan de 1967 suma seis puntos, tan sólo uno menos que el de Martínez de Hoz, pero la mitad que el “Plan de convertibilidad” de 1991. En efecto, se trata de una pregunta de difícil respuesta, en virtud de que Krieger se apartó de las recetas clásicas de “enfriamiento de la economía”. La aceptación del esquema por parte del FMI estuvo más vinculado al prestigio del ministro en los medios financieros internacionales, que a su punto de partida diagnóstico, que no asociaba la inflación a la expansión monetaria producida para financiar el déficit público, sino a un problema de costos. Por ello, si bien se repitió la fórmula de la devaluación, habría una batería de medidas complementarias que incluso sería posible asociar al keynesianismo.41 Entre las más polémicas, las retenciones a las exportaciones agrarias.
Aunque el carácter heterodoxo del plan de normalización resulta inobjetable, tampoco debiera ignorarse que el propio ministro afirmó haberse inspirado en la experiencia de Francia de 1958, el “Plan Rueff-Pinay”, versión francesa de la avanzada neoliberal y bibliografía obligatoria del mencionado Álvaro Alsogaray. Por otra parte, resulta clara la orientación del tipo “teoría del derrame” que supone la tesis (fundamental para el plan) de que el momento de la acumulación (el “tiempo económico”) no podía ser el mismo que el de la distribución (posición que antagonizaba con las premisas del gobierno neocorporativo de la fuerza de trabajo en su versión peronista). Asimismo, en virtud de su actuación a cargo del ministerio y la reputación que de ello devendría, sería luego vice-presidente para América Latina del Banco Mundial, organismo clave en la difusión de recetas afines al neoliberalismo.
En cualquier caso, el plan Krieger Vasena es un hito en la tradición neoliberal en la Argentina en tanto enseñó una importantísima lección, justamente, la de la heterodoxia. Finalmente, heterodoxo sería también el Plan de Convertibilidad de 1991. El camino de la liberalización más radical (al estilo “pasar el invierno” de Alsogaray) había mostrado muy rápidamente sus límites, mientras que el de Krieger sería un experimento mucho más “exitoso”. Del mismo modo, se repetía la interesante paradoja de que las intervenciones “liberales” aparecían envueltas en un caballo troya nacionalista, con todas las diferencias separan al nacionalismo de Frondizi-Frigerio del corporativismo católico de Onganía42.
Por cierto, el “éxito” del programa económico fue limitado, probablemente en virtud del proceso de redistribución contra los sectores pampeanos (a los que se intentaba modernizar) que limitaría su apoyo al interior de la clase dominante. Asimismo, la rápida superación de la crisis económica que había precedido al plan y la recomposición de fuerzas de los sectores relegados (cuya expresión fue el Cordobazo) minaron las bases de su legitimidad. Fundamentalmente, había en el horizonte otra alternativa capitalista viable que hacía difícil creer en la inevitable caída en el caos en caso de fracasar el plan kriegerista. Por el contrario, la crisis previa al golpe de 1976 (de una adhesión más “ortodoxa” al neoliberalismo) iba a ser una crisis hegemónica aguda, que convocaría fantasmas lo suficientemente espeluznantes como para adherir a una parte importante de la población a respuestas represivas.43
Luego del Cordobazo y del alejamiento de Krieger Vasena, iba a asumir de Dagnino Pastore como ministro de Economía, otro emergente relevante en la historia del neoliberalismo en la Argentina. El flamante funcionario era el director de la Fundación de Investigaciones Económicas de Latinoamérica (FIEL), uno de los más importantes think tanks neoliberales de las siguientes décadas. Su gestión al frente del Ministerio (que volvería a encabezar en 1982) estuvo signada por la continuidad respecto de la anterior. Otro tanto podría decirse de Moyano Llerena, que le seguiría en 1970 (bajo la presidencia de Roberto Levingston), un economista liberal de la escuela clásica de Oxford pero también influido por el Doctrina Social de la Iglesia.
Resulta de particular interés que el principal competidor del Moyano Llerena como candidato a ocupar el cargo de ministro haya sido Juan Enrique Guglialmelli. Ello, en virtud de sus enormes diferencias ideológicas, que confirman las disputas al interior de la Revolución Argentina.44 La decisión respecto de quién debía ocupar el cargo fue dirimida en una reunión convocada por Roberto Levingston. En el libro que la describe45 (120 días en el gobierno, del propio Guglialmelli), quedan expuestas las diversas discursividades en tensión, los sentidos hegemónicos presupuestos en el discurso, así como los límites marcados por ciertos preconstruidos más allá de los cuales, hasta nuevo aviso, no podía avanzarse. Ciertas gramáticas de lo enunciable relegaban determinados enunciados a la periferia.
La figura de Guglialmelli (y esto es lo que él mismo intenta decirnos en su texto) aparece como una disonancia en el concierto de voces liberales. Así, en una de sus primeras intervenciones señalaría la ausencia de “sectores del nacionalismo, del desarrollo, incluso del peronismo”.46 Una vez establecidas estas ausencias, su alocución –sostenida en citas de autoridad a Raúl Prebisch y a la encíclica Populorum Progressio- estuvo orientada a criticar el destino “pastoril” de la Argentina, trayendo para ello, paradójicamente la figura del “milagro alemán” cada vez más alejado del “Plan Morgenthau”47. El abandono de este plan, según reconocía el general, se había debido a las tensiones sociales que este iba a generar. En este sentido, era normal que el desarrollo trajera disputas en la distribución del ingreso, en tanto despertaba expectativas y potencialidades. Terminante (y profético), el general sostenía que “seguramente en la edad media sólo tenían inquietudes los patronos, pero en este momento, ya no se puede evitar que la tengan los demás (...) y si queremos tranquilidad absoluta, entonces tenemos que hacer de este país un gran cementerio”.48
Frente a este avance retórico, los demás asistentes a la reunión debieron retomar la palabra para deshacer algo del camino “antidesarrollista” que hasta allí se había construido, y sostener, en cambio, que
Esa eliminación de una política pastoril no puede dejar de ser compartida por nadie (...) La colocación del país como líder de América Latina y en una posición autosuficiente, tampoco puede ser discutida. Para ello es necesario el desarrollo de la industria pesada, una infraestructura adecuada. Pienso que tampoco eso puede ser discutido. Sencillamente entendíamos que de lo que se trata ahora es ver las primeras medidas de la política económica para afrontar la crisis coyuntural en que nos encontramos49.50
Esta extensa cita nos permite sostener que, a pesar de los diversos avances que hemos consignado, el neoliberalismo como modo de gobierno de las poblaciones estaba aún bloqueado por enunciados y prácticas incuestionables (lo que “no podía ser discutido”) y vinculadas, genéricamente, a “la nación” como horizonte de la política económica. La designación de Aldo Ferrer como sucesor de Moyano Llerena y el giro “nacional” que intentaría la “Revolución Argentina” son otras muestras de ello.
El desbloqueo del neoliberalismo como arte de gobierno requeriría de un contexto de crisis hegemónica más agudo y de una gran deslegitimación del rol del Estado y de “la nación” como forma catectizada del “nosotros”51. Sin embargo, el saber acumulado entre 1956 y 1974, a partir de la emergencia y bloqueo de una racionalidad política neoliberal debe ser tomado en cuenta, pues configuró una memoria de las derrotas en base a la cual los expertos de otras décadas (muchos de ellos, repetidos) extraerían valiosas lecciones. La fundamental: la apuesta por una redistribución regresiva del ingreso que “recuperara” la relación de fuerzas previas a 1943 era incompatible con un proyecto industrialista. La presencia del sindicalismo obrero, aun en condiciones de proscripción política, fijaba un límite ineludible. En este sentido, el neoliberalismo posible en la Argentina estaría mucho más vinculado a la financierización de la economía, que a la reconversión (al estilo alemán) de un proyecto industrial. Menos Escuela de Friburgo y más Escuela de Chicago iba a ser la consigna de los economistas a partir de 1976. El “Rodrigazo”, por otra parte, iba a configurar el desbloqueo de ese neoliberalismo posible en la Argentina.
4. El Rodrigazo: el desbloqueo del neoliberalismo posible en la Argentina
Las medidas de lo que se conoció como “Plan Rodrigo”52 incluyeron una megadevaluación de 150% del peso en relación al dólar comercial, un aumento del 100% en servicios y transportes y un incremento de cerca del 180% en combustibles. Por su parte, el aumentos salarial para hacer frente a la nueva estructura de precios era de sólo de un 45%. El equipo económico que trabajó con Celestino Rodrigo en el plan estaba conformado por tres actores clave en el despliegue del neoliberalismo en la Argentina: Pedro Pou53, Monsueto Ricardo Zinn54 y Nicolás Catena55.
La de Rodrigo sería una política de shock distributivo a favor de los sectores concentrados, quienes no tardaron en prestarle su apoyo (así lo hizo Martínez de Hoz, Fortabat, Perez Compac y Techint).56 La búsqueda de “sincerar la economía” implicaba, más que nada, un deterioro (intencional) del salario real, que horadaba el sistema de acuerdos sobre el que se había articulado la racionalidad neocorporativa. Esta estrategia se insertaba en un contexto signado por el fenómeno de la stagflation (estancamiento e inflación) que rompía con la tendencia de crecimiento sostenido de la economía entre 1965-1974. Como en el resto del mundo, la articulación de fenómenos de estancamiento e inflación desafiaban los marcos diagnósticos desplegados por la perspectiva keynesiana, pero también por el estructuralismo.
Ahora bien, desde la perspectiva de David Harvey (2007), el neoliberalismo no sería tanto una estrategia de resolución de este problema de stagfaltion (pues el modelo neoliberal no se caracteriza por mejorar el crecimiento), sino una estrategia para la recomposición de la relación de poder interclases, puntualmente, para la recomposición de clase dominante a través de una redistribución regresiva del ingreso después de las experiencias del “liberalismo embridado”.57 Esta restauración, sin embargo, no suponía que las clases dominantes fueran las mismas que durante las décadas precedentes. En este proceso de restauración/conformación de una nueva clase dominante, la acumulación de poder (y renta) por parte de la élite financiera global no se basaría ya en el crecimiento del producto bruto interno ni, por consiguiente, de las economías nacionales. Por el contrario, se (re)inauguraría una acumulación por “desposesión” en la que se reproducían ciertos aspectos de la denominada acumulación originaria.58 Esta desposesión operaría mediante la fragmentación, por ejemplo, del mercado de trabajo.
A partir de este marco, creemos que resulta claro que el “Rodrigazo” se inscribe en la historia de los derroteros del neoliberalismo en la Argentina. Así, un cronista de cierto renombre se asombraba desde otra columna de la Revista Mercado:
Pocas veces los argentinos se han sentido tan confundidos, tan desconcertados, como en estos últimos días. Su estado de ánimo se explica en parte por el cambio brusco y total de las reglas económicas, pero obedece, en el fondo, a una razón más profunda: al hecho de que ese cambio haya sido precipitado por un gobierno peronista. Se intenta pasar de un sistema cuyo eje era la distribución de los ingresos a un sistema cuyo eje sea la acumulación del capital.59
El texto continuaba, haciendo referencia a las mutaciones permanentes del peronismo que, sin embargo, habría mantenido una constante: su carácter populista (de izquierda o de derecha). El Plan Rodrigo (aunque “valiente y realista”, según el mismo periodista) impugnaba precisamente esta imagen, en virtud de la cual el peronismo dejaba de ser un punto de referencia fijo y confiable. Lejos de celebrar esta novedad, el cronista se concentraba en la crisis de confianza y estabilidad que de ella resultaba, en virtud de una alteración de “sub-stancias”, que en su análisis derivaban en problemas cuasi-metafísicos.
Vemos aparecer, así, nuevamente la figura de la “traición”, como elemento fundamental que hizo avanzar la agenda neoliberal en la Argentina, en tanto un gobierno popular “traería” los vientos neoliberales. En ella tendría un papel clave Ricardo Zinn, alma mater del plan. En este punto, el texto publicado en 1976 (La segunda fundación de la república) por el Secretario de Programación y Coordinación Económica resulta esclarecedor respecto de los supuestos que sostenían la política de ajuste de 1975.
En el diagnóstico de Zinn, la Argentina era víctima no de una “crisis”, sino de un proceso de “decadencia” que, desde el sufragio universal de 1912 marcaba el declive de su economía. La pérdida de esta “solidez que venía de la tierra”60 había sido el resultado de “políticas suicidas” y de un populismo “desenfrenado” que había exacerbado un consumo subsidiado, haciendo que el pueblo devorara a la nación.61 Frente a este escenario, el sinceramiento de la economía llevada adelante en 1975 justamente buscaba pasar de la decadencia a la crisis, como una instancia redentora que purificaría la economía de quienes habían crecido a expensas de un proteccionismo enfermo, haciendo de la quiebra un mecanismo de depuración. Se trataba de un proceso de destrucción creativa. que debía revertir etapas de quietismo pernicioso (1916-1930), de comodidades distorsivas y estatistas (1930-1943), de demagogia (1943-1946), y de un populismo permisivo, astuto y pueril que había dopado al pueblo, transformándola en una masa abyecta inducida a un delirio ocioso (1946-1955). El populismo, como abuso patológico del pueblo, había producido una multitud insectiforme de comportamientos animales, solamente conjurable mediante la fundación de una democracia de conducta humana ética.
Otro aspecto importante del pensamiento de Ricardo Zinn estaba vinculado a su posicionamiento geopolítico y la convicción de que Argentina estaba en el área de influencia de los EE.UU, debiendo abandonar las perspectivas pasadas que reivindicaban ese “espacio selvático” del “Tercer Mundo” con el que nada teníamos que ver.62 Esto implicaba, además, superar las posiciones nacionalistas articuladas en términos de autarquía, para comenzar a pensar en las coordenadas de la interdependencia (por entonces “descubierta” por la Comisión Trilateral, y poco después por el Banco Mundial, ver Corbalán 2002, Murillo 2005, 2008). En tanto nuestra pertenencia era a “occidente”, ello implicaba tomar parte de la Guerra Fría y comprometernos con la guerra contra el comunismo (pues, “ignorar la guerra, es perderla”63.64
Las transformaciones a las que debía someterse a la Argentina en esta segunda fundación no eran exclusivamente económicas, sino fundamentalmente culturales. Este es un punto sumamente relevante que hace a la mutación del gobierno de las poblaciones, en tanto refiere a la dimensión imaginaria que moviliza cualquier forma de intervención.
En primer lugar, había que revertir el imaginario que postulaba que el éxito material era pecaminoso.65 En segundo lugar, la política debía dejar de ser un terreno de antagonismos y retóricas, para convertir a las elecciones en actos de consumo y a las plataformas políticas en “proyectos para consumidores”. Había que recuperar el sentido de responsabilidad individual de protección de la salud y el bienestar mediante comportamientos ecológicos y sanos, que superaran la “orgía demagógica”66 que había implicado la extensión de la seguridad social y habían corroído las bases productivas.67
De un modo claro y directo, el autor indicaba que para hacer competitiva a la economía debían ajustarse los salarios reales y la seguridad social y suprimirse la estabilidad del empleo, en virtud de que ésta desarticulaba los mecanismos psicológicos de preocupación por la eficiencia individual.68
En consonancia con el ordoliberalismo, Zinn hacía de la libertad el valor fundamental ante el cual los otros debían subordinarse (igualdad, bienestar). Este valor era el propio y distintivo de la humanidad, como don preciado y modo de participar en la naturaleza divina69. Ahora bien, la libertad requería ciertas condiciones de marco: en principio, la iniciativa privada y un horizonte de paz social (“vivir sin miedo”70). Ninguno de estos dos factores estaba garantizado, razón por la cual debían operar “transformaciones profundas” antes de institucionalizar el sistema de libertad, lo contrario sería “un acto de suicidio y un regalo al enemigo”.71 Quedaba delimitado, de este modo el papel de las fuerzas armadas en esta segunda refundación: a) erradicación de la subversión; b) saneamiento de la economía (con las connotaciones analizadas); y c) depuración de la escena política y sindical de todos los protagonistas culpables de la situación de 1975.
Ricardo Zinn escribe su opúsculo desde el fracaso del “Plan Rodrigo”, obsesionado por castigar a los sectores (fundamentalmente sindicales) que indicaba como responsables. Ahora bien, se trató tan sólo de una derrota parcial, en tanto, si bien hubo un aumento de 180% de los salarios en virtud de la protesta social, éste fue absorbido por la inflación, iniciando con ello una tendencia al declive de la participación del salario en el PBI que perduraría por décadas. Asimismo, hay un aspecto fundamental en la experiencia de 1975 que no puede ser dejada de lado y que hemos consignado: la reaparición de la “traición”, una dinámica histórica singular mediante la que los “contenidos” más insospechados aparecen bajo las “formas” más paradójicas. En experiencias posteriores, sin embargo, estos contenidos (la agenda neoliberal) ya no se presentarían en antagonismo con su forma (la tradición populista, el discurso peronista), sino como su continuación y realización, a partir de un mecanismo de “conversión” política que fundará un nuevo lugar de enunciación posible. Y, por cierto, el cronista al que nos hemos referido más arriba tendría menos preocupaciones metafísicas respecto de las sub-stancias.
Reflexiones finales
A lo largo de este trabajo, nuestro objetivo fue subrayar la relevancia de extender las genealogías del neoliberalismo en la Argentina más allá del 24 de marzo de 1976. Así, intentamos mostrar que se trata de una racionalidad de gobierno disponible desde fines de la década del 50, en virtud de lo cual mostramos distintos acontecimientos y trayectorias que indican su temprana emergencia. Otro período que entendemos resulta interesante para nuestro proyecto es la Revolución Argentina, pues ella se presenta como una etapa de tensión entre racionalidades divergentes, en la que, sin embargo, aún priman las racionalidades desarrollistas y neocorporativistas. Un tiempo en que, según el decir de Emile Durkheim, los viejos dioses no terminaban de morir y los nuevos no llegaban a nacer.
Este último punto se vincula con una segunda hipótesis que organiza el presente trabajo: la centralidad de “la nación” como objeto programático y utopía del gobierno fue uno de los principales obstáculos para el despliegue del neoliberalismo en nuestro contexto72. Por una parte, éste aparecía como el objeto a gobernar económicamente, pero también como el medio que delimitaba la posibilidad de la negociación de los intereses entre capital y trabajo. Para decirlo sintéticamente, el marco del pacto capital-trabajo era la economía nacional, en tanto sólo mediante ciertas protecciones respecto del mercado internacional pueden negociarse las condiciones de explotación de la fuerza de trabajo. Por el contrario, las condiciones de “globalización” suponen una asimetría irreparable entre el poder de negociación de los empresarios y el del capital, allí una “mesa tripartita” resultaría inviable o estéril.
En este sentido, es fundamental subrayar que el neoliberalismo cuestiona al mismo tiempo al Estado y a la nación. En este punto, la racionalidad neoliberal pretendía desvincular definitivamente el gobierno económico de la razón de Estado, minando las bases de la Volkswirtschaft73. Ahora bien, la relación entre gobierno económico y razón de Estado ha sido históricamente compleja, pues “no hay que olvidar que ese nuevo arte de gobernar (...) lo menos posible [es] una especie de duplicación o, en fin, de refinamiento interno de la razón de Estado”.74 Ello aparece claramente reflejado no sólo en el caso de los fisiócratas y su Rey Economista, sino también en el caso de la economía política escocesa. Después de todo “la riqueza” a la que se refería Smith era de las naciones.
Sería justamente esta vinculación Estado-nación-economía la que los ordoliberales intentarían romper cuando impugnaban el concepto Volkswirtschaft, cargado por lo demás de significantes peligrosos como “pueblo”, “nación” y “territorio”. Desde la perspectiva de Von Mises, la Volkswirtschaft (término sin equivalentes satisfactorios fuera de Alemania), ya desde los impulsos imperialistas de Bismark, impulsa el despliegue de un extenso aparato gubernamental dispuesto a programar la economía nacional y a sacrificar el interés individual en virtud del bien nacional75. Ello supone sustituir la voluntad individual (única que verdaderamente existe) por constructos sostenidos en una supuesta “voluntad general”, gesto siempre totalitario y contrario al principio de la libertad. La autarquía que debe convertirse en horizonte político no es la de la nación, sino la de los individuos, lo que supondrá una ética de la libertad y la responsabilidad individual.
En este punto resulta iluminador recurrir a Michel Foucault (2007) y su análisis del carácter bifronte del gobierno liberal. Según explica nuestro autor, el liberalismo emerge como respuesta al problema de la limitación del poder público, pero el modo de resolver esa cuestión abrió dos caminos. Por un lado, estaría el liberalismo francés rousseauniano, que trataría de definir los derechos naturales u originarios que corresponden a todo hombre, cuáles de ellos deben cederse y cuáles conservar en tanto “ciudadano”. De este modo, se determinaban los límites que la acción pública del Estado no podía transigir, pero también, las condiciones de ejercicio de esos derechos que debía garantizar. En este marco, la ley sería resultado de una voluntad política colectiva que se constituye como orden supraindividual. Así, a poco de andar este camino aparecen la necesidad del Estado-nación (andamiaje legal y alma colectiva) como articulación necesaria del gobierno de las poblaciones.
El otro camino (anglosajón) no parte del derecho del hombre, sino, justamente de la práctica gubernamental, se propone limitar la acción pública a partir de su utilidad. Desde esta perspectiva, la ley no resulta de una voluntad, sino de una transacción que separa los gobernantes y los gobernados, respetando el sentido de sus movimientos, que son los de sus intereses. La posibilidad misma de estos movimientos es lo que la ley debe garantir. En este sentido, la intervención está justificada no sólo para dejar en libertad esos intereses (y su comercio), sino también para garantizar que las posiciones diferenciales que hacen posibles que subsistan. Al contrario de lo que veíamos más arriba, la condición del ejercicio de esta forma de gobierno de las poblaciones es rehuír a instancias totalizadoras.
Resulta interesante que en este tercer milenio, cuando el sentido de la acción política parecía fatalmente ganado por una de estas racionalidades, la trama de estrategias y tácticas se muestra abierta, una vez más, a los avatares de la historia, siempre disponible a nuevas articulaciones. En efecto, algunas de las pugnas aquí reseñadas parecen cifradas en un lenguaje curiosamente semejante a las de nuestro presente.
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