El manto del rey: Una mirada sobre la puesta de El rey se muere de Lía Jelín | Centro Cultural de la Cooperación

El manto del rey: Una mirada sobre la puesta de El rey se muere de Lía Jelín

Autor/es: Lydia Di Lello

Sección: Palos y Piedras

Edición: 12


El rey (gimiendo):

Ya no estoy por encima de las leyes,

ya no estoy por encima de las leyes.1

Estas observaciones se refieren al ensayo general de El rey se muere, de Eugene Ionesco, bajo la dirección de Lía Jelín, Centro Cultural de la Cooperación, 5 de abril de 2011

Algo del rey nunca muere. Al menos según aquéllos que sostienen la teoría de los dos cuerpos del rey.2 El rey tiene dos cuerpos, un cuerpo “natural” sujeto a las pasiones y a la muerte, y otro cuerpo, el cuerpo político como figura del ungido por la gracia divina. Éste, su cuerpo político, nunca muere.

Los signos externos de la unción divina están en los atributos: la corona, el cetro, el manto. Estos atributos devienen patéticos en este rey en ruinas creado por Ionesco. Un rey que se presenta con los pies desnudos. Un monarca al que el cetro y la corona se le caen con frecuencia.

En la puesta de Lía Jelin la corona es demasiado grande. Hay allí un desajuste entre el símbolo del poder y el poder mismo. La corona real “le queda grande”, el monarca no está a la altura. Pero también la corona le queda grande porque el cuerpo agonizante del rey se empequeñece. Del mismo modo que se achica su reino. El territorio de la monarquía no es más que el cuerpo del rey. El reino se encoge porque se encoge el cuerpo del rey. La grieta que se abre bajo sus pies es la grieta que hiende el cuerpo del soberano.

La corona, tan elocuente en su inadecuación, adopta otras formas. La directora la transfigura en una gorra militar cuando el rey, en una suerte de manifiesto fallidamente autoritario, exige que su nombre prevalezca sobre su cuerpo finito: “(…) Que den mi nombre a todos los aviones, a todas las naves… Que se olviden todos los demás reyes, los guerreros, los poetas… que no exista más que yo en todas las conciencias… un solo apellido para todo el mundo…”.3 Finalmente, la corona degrada en un gorro de dormir. “Una corona que pesa menos”, dice Julieta, la mucama que ahora ha devenido enfermera.

Pero esta puesta va más allá. Pone en valor un atributo poco explotado en el texto teatral: el manto, que se constituye en un elemento dramático clave. Aquí el manto es discurso. Es en el manto real donde se patentiza el drama del rey moribundo.

Si bien en las didascalias no hay ninguna alusión, Jelin ha indicado un manejo del manto que denota el camino irreversible de despojamiento que culmina con la muerte del rey. El derrotero del vestido real señala como el monarca se desenviste.

Momento 1. El manto, el largo manto real, es algo que el monarca maneja con dificultad. Sin embargo, aun torpemente, es él quien dispone de esa suerte de cola que arrastra a medida que avanza. Gobierna su reino con la misma torpeza con la que maneja el manto. Un reino donde el territorio se apoca, donde el río se va por agujeros negros. Su Majestad no ocupa bien el vestido del rey, esto es, el cuerpo simbólico del rey.

Momento 2. Le anuncian su próxima muerte. El rey minimiza la noticia. Él morirá algún día, afirma, pero cuando quiera, cuando lo decida. Sin embargo, es evidente que esta noticia desestabiliza al monarca. Su identidad, su doble cuerpo de rey, se estremece. Y esto se traduce en el manejo del manto. Avanza argumentando en contra de su muerte inminente. De su muerte anunciada. Y se olvida del manto, ya no lo maneja. Mientras gesticula y avanza sin reparar en su vestido, alguien por detrás le va acomodando esa tela que zigzaguea detrás de su figura. A veces es la mucama, otras la reina 1 o la reina 2. Esto es un primer golpe sobre la significación. El rey está perturbado y el manto se lo sostiene otro.

Momento 3. Crece la tensión. El soberano de este reino en ruinas protesta contra su suerte. Se desplaza hacia el fondo del escenario y grita por esta revelación. La certeza de que la muerte aguarda en bambalinas. Saldrá de entre las sombras al final de la función. Momento último de la vida del rey. Momento en que la función de rey quedará vacía. Ya no será ocupada por ese cuerpo. Otro ocupará su lugar. Esta escena es una de las de mayor fuerza dramática de esta puesta. Y aquí el manto adquiere una particular relevancia.

El protagonista vocifera hacia el fondo del escenario mientras el resto de los personajes se alinea detrás suyo. Se agarran de su manto al que despliegan como una bandera. Todos tiran del vestido del rey con una fuerza que se opone a la voluntad de un gobernante que se desmorona. No hay dignidad especial en este soberano devaluado. Hay desesperación, hay miedo al enfrentarse a su cuerpo mortal. Acaso un cuerpo que había olvidado. “No es más un rey, es un cerdo al que están degollando”, afirma Margarita.4

Momento 4. La decadencia se precipita. El atribulado monarca se ha transformado en un niño. Queda desnudo como rey. Expuesto. En ropa interior, con una suerte de enterito de bebé como único vestido, se acomoda en una cuna. El único atributo que le queda es el cetro real. Un cetro al que se aferra con empecinamiento. Esa porfía no es por acaso, ha perdido irremisiblemente el largo manto. Sólo le queda el falo. Un falo que la reina 1 le permite seguir sosteniendo sólo por condescendencia.

Momento 5. El rey es conducido en una silla de ruedas. Es el trono de un inválido. Viste una capa corta color púrpura con una pequeña estola en el cuello. Ya no hay rastros de aquel manto. El manto de la soberbia, el que indicaba el lugar otro del rey con respecto a sus súbditos. El rey ya no protesta. Se abandona al tiempo de la muerte.

Mientras el monarca está vivo, en pleno poder de sus funciones, el vestido del rey coincide con su cuerpo real. Pero, al morir, se separa del vestido, esto es, de la investidura de rey. Es un cuerpo expuesto. La endeble condición humana del rey se revela. Se trata entonces del proceso de separación del cuerpo (político) del rey al cuerpo a secas. Cuando termine la función el traje del rey quedará vacío.

En esta pieza de Ionesco se hacen presentes dos dramas: el drama de la muerte física de cualquiera de nosotros (el monarca devenido niño, meciéndose en la cuna, protesta contra sus padres: “¿Para qué nací si no era para siempre? Malditos padres.”5 y el de la muerte política del rey, que implica la separación de sus dos cuerpos y la transmisión del cuerpo político a otro cuerpo natural. El drama de la muerte y el drama de la sucesión, pues.

En la puesta de Jelín, las dos muertes, la muerte real y la muerte simbólica se simbolizan en un juego de telas que cubren y descubren.

Son los últimos momentos de la vida del rey. Yace en el suelo y la reina 1, como una muerte seductora, se sienta sobre su cuerpo y lo cubre con su capa negra. Lo que sigue es una escena conmovedora en su patetismo. El rey ya entregado se deja llevar, trastabillando, al que fuera su trono. Le cuesta articular palabras. El lenguaje se disuelve en éste, su momento final. De todos modos, para qué le serviría -dirá la reina-, a quién podría hablarle ya. Disuelto el lenguaje, la carne se ordena en materia. El símbolo se desvanece. Se manifiesta lo real.

Buenos Aires, abril, 2011


Notas

1 Ionesco Eugene, El rey se muere, editorial Losada. Buenos Aires, 2010, p. 63.
2 Ficción mística divulgada por los jurista ingleses a partir de la época de los Tudor. Kantorowicz Ernst. H., Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teología política medieval. Alianza Editorial, Madrid, 1985.
3 Ionesco Eugene, op. cit. p. 65.
4 Una conducta similar se observa en el rey Ricardo II creado por William Shakespeare que Slavoj Zizek analiza de este modo: “…el problema básico del drama es la histerización de un rey, un proceso por el cual el rey pierde el cuerpo segundo y sublime que hace de él un rey, y enfrenta el vacío de su subjetividad fuera del título-mandato de rey, en consecuencia cae en una serie de estallidos teatrales…, desde la autocompasión hasta la locura sarcástica y payasesca”. Zizek Slavoj, Mirando al sesgo. Una introducción a Jacques Lacan a través de la cultura popular, editorial Paidós, Buenos Aires, 2000, p. 26.
5 Ionesco, Eugene, op. cit. p. 60.

Compartir en

Desarrollado por gcoop.