35 años de utopías postergadas | Centro Cultural de la Cooperación

35 años de utopías postergadas

Autor/es: Pablo Glanc, Gonzalo Gastón Semeria

Sección: Opinión

Edición: 12

Español:

Se cumplen 35 años del 24 de marzo de 1976. 35 años y, aún, las consecuencias de la tragedia que tiene como referencia aquella fecha, siguen enterradas tanto en la sociedad argentina, como así también en cada una de las personas que la componemos. Las utopías distan de ser meras construcciones teóricas que se juegan en un plano ideal por fuera de lo terrenal; por el contrario, son una expresión manifiesta de descontento con la realidad, un grito de denuncia y desencantamiento unido de cuajo a lo mundano. Una crítica tenaz pero que en definitiva propone algo distinto. Es por ello que este género abrió la puerta a pensar una realidad diferente. Sin dudas, el bullicio de los 70 estaba orientado hacia ese rumbo. Las construcciones utópicas setentistas, con sus matices y vicisitudes, de algún modo reflotaron la tradición clásica que la modernidad cientificista se ocupó de callar y desacreditar con su visión positiva y discurso técnico de la ciencia.


35 años de utopías postergadas

Se cumplen 35 años del 24 de marzo de 1976. 35 años y, aún, las consecuencias de la tragedia que tiene como referencia aquella fecha, siguen enterradas tanto en la sociedad argentina, como así también en cada una de las personas que la componemos.

El 24 de marzo de 1976, el gobierno de María Estela Martínez de Perón fue derrocado por la Junta Militar, con el sustancial apoyo de sendos sectores de la sociedad civil. Desde intelectuales, partidos políticos, la Iglesia Católica hasta empresarixs, la toma del poder de facto por parte de las autoridades militares fue celebrada y sustentada, lo que permitió un ancho margen de acción.

Exterminio llevado adelante por parte del Estado Argentino, a través de la práctica sistemática de secuestro, desaparición forzada, tortura y muerte de las personas. 30.000 personas detenidas y desaparecidas, torturadas, sumadas a la sanguinaria violencia desplegada sobre sobrevivientes, son parte del resultado de tal experiencia. Una deuda externa sin precedentes, un modelo económico que acarreó enormes desigualdades entre empresarixs y trabajadorxs; la desprotección de estxs últimxs y el privilegio de lxs primerxs, es, también, parte del resultado aludido.

Pero para que todo esto fuera posible “… hubo una sociedad que se patrulló a sí misma: más precisamente, hubo numerosas personas que sin necesidad oficial alguna, simplemente porque querían, porque les parecía bien, porque aceptaban esa propuesta de orden que el régimen, victoriosamente, les proponía como única alternativa a la constante evocación de la imagen del caos pre-76, se ocuparon activa y celosamente de ejercer su propio pathos autoritario”.1 Como bien señala Oszlak, plantear esta veta dentro de lo que fue el proceso es, sin dudas, una cuestión problemática y a la vez dolorosa. Pero no por ello debemos negar que en el marco de la distopía autoritaria del discurso del orden infantilizante se han desarrollado micro despotismos; reflejos de una sociedad que fue, como nunca antes, mucho más autoritaria y represiva.

El régimen, supo jugar con la dinámica de los miedos. Los autoritarismos se caracterizan por valerse de un discurso que prioriza por sobre todo la necesidad de orden frente al caos; de lo que se infiere que el régimen es la única solución. Es en este punto donde se percibió la victoria ideológica, en sus primeros años, de la dictadura.

En el año 2011, los juicios contra quienes perpetraron tales ilícitos recién se están sustanciando. Aún hoy, la Argentina no ha saldado esta deuda pendiente; el Estado no ha investigado, como es su deber, tales delitos de acción pública, tales gravísimos delitos, tales violaciones a los derechos humanos. Hoy, 35 años después, el Estado se encuentra en proceso de llevar a cabo tal juzgamiento. Por otro lado, aún hoy, en el año 2011, el erario público sufre las consecuencias del modelo neoliberal iniciado en el período dictatorial y profundizado en la década de los 90.

Pero no solo ello. Hace 35 años, el 24 de marzo de 1976, se dio inicio a un proceso trágico, sangriento, criminal e individualista que barrió por tierra las más grandes utopías de lxs argentinxs. El país libre, el país que redistribuye sus ingresos entre sus habitantes iguales; el país de la alegría, fue tomado por parte de todos los grupos mencionados, clausurando vidas con ideales, clausurando vidas e ideales.

El autodenominado proceso de RE-organización nacional fue mucho más que un quiebre en el sistema democrático de gobierno; la dictadura materializó la posibilidad de concreción de la distopía autoritaria en la Argentina frente al caluroso surgir de las utopías -en plural- que significaban “una denuncia amenazante del presente y una premonición del porvenir2”.

Las utopías distan de ser meras construcciones teóricas que se juegan en un plano ideal por fuera de lo terrenal; por el contrario, son una expresión manifiesta de descontento con la realidad, un grito de denuncia y desencantamiento unido de cuajo a lo mundano. Una crítica tenaz pero que en definitiva propone algo distinto. Es por ello que este género abrió la puerta a pensar una realidad diferente; “la utopía despliega una dialéctica negativa orientada a crear las condiciones necesarias para producir un cambio social sustantivo3”. Sin dudas, el bullicio de los 70 estaba orientado hacia ese rumbo. Las construcciones utópicas setentistas, con sus matices y vicisitudes, de algún modo reflotaron la tradición clásica que la modernidad cientificista se ocupó de callar y desacreditar con su visión positiva y discurso técnico de la ciencia.

Los ideólogos de la modernidad se han encargado de asignarle un sentido negativo a las construcciones utópicas. De alguna forma, han equiparado la noción de utopía con la de distopía. Produciendo una confusión tal que el mismo termino significó tanto una cosa como su opuesto. De este modo, se imponía la idea de que las construcciones utópicas que pretendían cambiar la realidad tenían en su interior el “germen” del autoritarismo. Semejante afirmación no fue una casualidad. Las utopías de por sí no implican la instauración de un régimen totalitario como el que se les adjudica. Si bien el proyecto de Moro, en un marcado dialogo intertextual con la Politeia platónica, tiene ciertos aspectos de estratificación y control social; esto no significa que todas las construcciones utópicas adquieran esa característica. Lo común en todas es la idea de una sociedad más justa y equitativa en la que se ponga fin a los flagelos de la humanidad. En consecuencia, los diseños de cada proyecto pueden ser juzgados separadamente sin que ello implique una sentencia contra el género. Desde este punto podríamos atacar a los actuales detractores del género, como Popper, que al sostener tal generalización falaz caen en su propia trampa deductivista. Será quizás que las utopías pueden venir a trastocar el orden establecido y eso, se quiera admitir o no, despierta reacciones defensivas del propio status quo.

La distopía, portadoras de una concepción antropológica negativa, en marcada oposición a las utopías, son reflejos de la sociedad capitalista del siglo XX y de su proceso político distintivo: los totalitarismos. Son las construcciones distópicas hechas realidad las que empañan y confunden los proyectos y diseño de sociedades que idealicen la perfección como meta. Quizás habría que explorar sobre esta cuestión para ver si no es en la búsqueda ciega de la perfección donde los proyectos utópicos devienen en distópicos.

La dictadura materializó, así, una máquina que se encargó de negar la posibilidad de la puesta en marcha de las utopías; “se ha hecho carne la idea de que el presente no puede ni debe modificarse4”, lo cual lleva intrínseca la unión marital entre la idea de perfección con lo estático y totalizante.

Distintos. Todos ideales distintos. Todas fantasías, sueños y porcentajes mínimos de posibilidades de crecer. Todos distintos, todos iguales de válidos. Necesidades distintas que provienen de la diversidad de un territorio por demás extenso. Todas necesidades, todos sueños compatibles con la libertad, con la vida en un país libre. Todos sueños postergados, clausurados, consecuencia del individualismo autoritario de los grupos que se hicieron cargo del aparato del Estado.

El golpe cívico-militar de marzo de 1976 trajo consigo algo más que la muerte de las utopías: trajo su desaparición. Podemos notar que su discurso pretende “un orden social geométricamente diseñado, cerrado y autárquico que estrangula las disidencias, la libertad, el arte y la pluralidad. Se imaginan maquinas estatales delirantes que como un macro-cuartel hacen funcionar a individuos grises y homogéneos, subordinados a todos y cada uno a la bestialidad corrosiva del Estado”.5

El golpe cívico- militar del 24 de marzo de 1976 representó la transformación de la Argentina en un autoritarismo sin lugar para la diversidad.


Notas

1 O´donnell, Guillermo., Democracia en la Argentina micro y macro. En Oszlak, Oscar (compilador), Proceso, crisis y transición democrática, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1984, p. 17.
2 Casella Karina, y Ruiz del Ferrier, María Cristina, Un viaje hacia otro pensar. Límites y lenguaje de la utopía política. En Forster, Ricardo, (comp.). Utopía: raíces y voces de una tradición extraviada -1ed-, Buenos Aires, Altamira, 2008, p. 15.
3 Spagnolo, Mauro,Cartografías del deseo: Utopía, distopía y antiutopía en el pensamiento contemporaneo en Forster, Ricardo, (comp.). Utopía: raíces y voces de una tradición extraviada -1ed-, Buenos Aires, Altamira, 2008, p. 230.
4 Casella, Karina y Ruiz del Ferrier, María Cristina, ob. cit., p. 25.
5 Casella, Karina y Ruiz del Ferrier, María Cristina, ob. cit., p. 27.

Compartir en

Desarrollado por gcoop.