Epopeya, identidad y anacronismo en la historia | Centro Cultural de la Cooperación

Epopeya, identidad y anacronismo en la historia

Autor/es: Julio Fornelli

Sección: Opinión

Edición: 11

Español:

El debate generado en relación a la conmemoración de los hechos de “la Vuelta de Obligado” conlleva ciertos prejuicios y atajos. La historia oficial argentina ha sido escrita por la clase dominante conservadora argentina y ha contado con la pluma de grandes escritores como Mitre y la Academia Nacional de Historia. En este sentido, afirmar absolutamente, por ejemplo, que Sarmiento era un reaccionario porque pretendía marginar a los aborígenes ocultando su política revolucionaria con respecto a la reforma agraria y la educación popular es igual de pobre que definir a Rosas como un simple dictador por haber creado la mazorca, sin traer a composición su identidad con los sectores populares y la defensa de la soberanía cuando, por ejemplo, la conjunción anglo-francesa intentó dominar una parte importante del territorio y fracasó rápidamente.


Tanto el debate histórico como el político, íntimamente vinculados, están siempre atravesados por las subjetividades y pasiones, lo que no debe actuar como un manto para ocultar, tergiversar o negar hechos y procesos constitutivos en las distintas etapas del desarrollo de las sociedades, de los países y sectores que conforman el conglomerado humano.

En torno al intercambio surgido por estos días en relación a la conmemoración de los hechos de “la vuelta de obligado”, se percibe cómo ciertos prejuicios y “atajos” se hilvanan como recurso defensivo a partir de considerar a la historia como un panteón solo para “entendidos” y una coraza que no debe cuestionarse.

La historia oficial argentina, enseñada durante largas décadas en las escuelas y repetida en la prensa, ha sido escrita por la clase dominante conservadora argentina y ha contado con la pluma de grandes escritores como Mitre y la Academia Nacional de Historia. Los sectores sociales que gobernaron durante mucho tiempo, fundamentalmente los provenientes de la oligarquía y del Ejército, repitieron hasta el cansancio un relato histórico bastante pobre y bronceado de estatuas, que ha sido cuestionado desde el surgimiento del revisionismo histórico, entendido este como un movimiento historiográfico heterogéneo con sus aristas tanto nacionales como de izquierda, que intentó renovar la historia con mayor o menor éxito, pero con algunos aportes importantes sin lugar a dudas. El más importante a mi entender es el de ubicar a los sectores populares como protagónicos de la construcción de la sociedad y no solo a los dirigentes y las elites, típica marca de la historia liberal oficial.

Los “atajos” en la interpretación histórica generalmente conducen a “callejones sin salida” que opacan y estancan a la historia que debe ser una disciplina y una ciencia tan dinámica como certera.

También, la búsqueda de epopeyas históricas que permitan construir identidades político-culturales muchas veces lleva a la construcción de “absolutismos históricos” presentando a personajes o describiendo hechos como perfectos e inmaculados o recortando aspectos determinados y ninguneando otros para así reconfigurarlos, otorgando nuevos “sentidos” particulares. Esta práctica muchas veces plaga a las interpretaciones históricas.

El anacronismo es una enfermedad del análisis histórico, que maniquea y disimula la riqueza constitutiva del “objeto histórico” justamente por no comprender que se trata de sujetos dinámicos y complejos que configuran el terreno contradictorio y abigarrado del proceso histórico.

Afirmar absolutamente, por ejemplo, que Sarmiento era un reaccionario porque pretendía marginar a los aborígenes ocultando su política revolucionaria con respecto a la reforma agraria y la educación popular es igual de pobre que definir a Rosas como un simple dictador por haber creado la mazorca, sin traer a composición su identidad con los sectores populares y la defensa de la soberanía cuando, por ejemplo, la conjunción anglo-francesa intentó dominar una parte importante del territorio y fracasó rápidamente.

Si siguiéramos la misma tónica podríamos afirmar que Marx era igual de reaccionario e imperialista porque alguna vez pensó que la colonización de la Indía por el imperio ingles jugaría un rol positivo al llevar el capitalismo a una región atrasada o cuando describió a Bolívar como un simple dictador.

Más, cuando la historia liberal y que parece que casi todas las corrientes historiográficas, al menos las que conozco, dividen las reyertas políticas de casi medio siglo entre unitarios y federales, no producen otra cosa que un verdadero reduccionismo mediocre, al pretender encorsetar en solo dos bandos lo que realmente presentaba una gran diversidad de corrientes y partidos. Unitarios y federales, doctrinarios y lomos negro, liberales y conservadores, nacionalistas y hasta socialistas (aunque incipientes) se manifestaban entre 1810 y 1860 a partir de distintas experiencias e interpretaciones, y muchas veces sucedía lo de Facundo Quiroga, que se consideraba a sí mismo como un unitario de alma a pesar de que todos lo identifican en el bando federal. O que Alberdi se pretendía un federal a pesar de que era aborrecido por estos. No se puede reducir la riqueza, la disparidad y la densidad histórica solo para recortar aspectos y encasillar personajes y hechos del pasado para consumo de identidades del presente.

Esto de ninguna manera es un intento de “neutralizar” la construcción de identidades culturales y populares, sino todo lo contrario. Es una invitación a revisar la historia, a interpelarla sin el permiso de los que se creen poseedores de la llave del conocimiento solo porque acapararon durante un par de décadas los picaportes de las oficinas de editoriales, departamentos de publicaciones y redacciones de matutinos. De la misma manera que es menester diferenciar a aquel José Luis de este Luis Alberto, el primero un gran historiador, pobremente criticado, justo él que fue defenestrado en su propio partido por pretender interpretar al peronismo desde otras coordenadas que la “línea oficial” de una corriente dudosamente de izquierda sin lugar a dudas caduca y retrógrada.

La “Vuelta de Obligado” es un símbolo de la construcción de la soberanía nacional en el marco de luchas económicas entre distintos sectores que tenían intereses contrapuestos en un contexto de luchas intestinas entre provincias y regiones que se fueron reconfigurando y buscando síntesis en un proceso que continúa aún hoy. La Vuelta de Obligado no elimina a La Mazorca como el pedido sarmientino de sangre aborigen no borra su prédica antioligárquica y su programa de educación popular que lo llevó a ser un cuasi paria entre la élite gobernante.

Aunque la historia se repita periódicamente, nunca un proceso es igual a otro, ni en tiempo ni espacio. La diferencia, por más mínima que parezca, es suficiente para encontrar una particularidad que hace a cada proceso significante en relación a otros pero con una carga de identidad propia.

Las epopeyas históricas, como la semana trágica, el 17 de octubre, el Cordobazo y tantas otras deben ser reivindicadas como momentos de fuerte condensación histórica tan complejas cuanto más significativas. Las identidades culturales se construyen sobre esta dinámica y solo el cuchillo de la “verdadera” ciencia histórica puede romper los prejuicios y los anacronismos que solo sirven para mantener determinados “status quo”, esos verdaderos monopolios de la historia que no quieren revisar nada; tan parecidos a los monopolios que hoy pretenden hacernos confundir entre la defensa de las instituciones populares con sus más oscuros intereses corporativos.

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