Miguel Angel Bustos. Prosa. 1960- 1976 | Centro Cultural de la Cooperación

Miguel Angel Bustos. Prosa. 1960- 1976

Autor/es: Susana Cella

Sección: Comentarios

Edición: 1


TapaCuando se publicó la antología poética Despedida de los ángeles (Libros de Tierra Firme, 1998) de Miguel Angel Bustos, que reunía una selección de poemas inéditos y otros de sus varios libros, fue para muchos el descubrimiento de un poeta cuya obra era desconocida, o sencillamente, para otros (con honrosas excepciones), se había perdido en los pliegues de la desmemoria resultante de la operación de desaparición simbólica que siguió a la de desaparición física operada por la dictadura instalada en Argentina en 1976 y de la cual Bustos fue una de sus víctimas -se lo llevaron de su casa el 30 de mayo de ese infausto año y pasó a ser uno más de los "ni muertos ni vivos, desaparecidos".

La exactitud y éxito de la supresión por otros medios que siguió a la dictadura y duró más de dos décadas, con invenciones tales como la teoría de los dos demonios, con la instauración de un clima cultural propicio al cinismo, la banalidad y la indiferencia, que se articulaba con la continuidad y profundización de políticas neoliberales, no podía sino obturar lo que había antecedido mediante la erradicación de nombres (propios o que remitían a ciertas prácticas, concepciones e ideas) o bien a partir de diferentes modos de descrédito o menoscabo, de manera tal que cuanto tuviera que ver con debates y cuestionamientos sociales, políticos o estéticos y con una necesaria revisión del pasado, quedaba diluido o depreciado para ser reemplazado por elucidaciones acerca de temas como la modernidad, la postmodernidad o el (nuevo) rol de los intelectuales y artistas, temas que desde luego merecen atención pero que, exentos de una conciencia crítica capaz de analizar los supuestos teóricos y los contextos sociales en que surgen, volatilizan su propia validez.

En cuanto al plano estético, podría decirse que primó también la imposición disfrazada de democracia de dictámenes en cuanto a qué escribir o cómo, menos vinculados con búsquedas artísticas que con maniobras tendientes a hegemonizar y dictaminar (reafirmando ese clima cultural), lo que influyó sobre las prácticas y producciones de escritura, en una lógica que en gran medida reproduce la del mercado en cuanto al achatamiento, emparejamiento y pérdida de complejidad y calidad de las obras.

Es en tal contexto donde hay que situar ese desconocimiento (u olvido) de la obra de Bustos, tanto su poesía como sus trabajos ensayísticos y periodísticos. Esta operación de silenciamiento se ratifica cuando se tiene en cuenta que Miguel Angel Bustos no era un autor inédito o apenas iniciado en la literatura y el periodismo cuando fue secuestrado. Sino más bien al contrario, valga como demostración las referencias por parte de poetas o críticos a su obra, las entrevistas, su presencia en el ámbito cultural, el reconocimiento por parte de otros escritores no sólo argentinos, su labor periodística o el acceso a una editorial como Sudamericana. Miguel Angel Bustos había comenzado su carrera literaria en la década del cincuenta con el poemario Cuatro murales, de 1957. Había completado en 1951 la secundaria e iniciado estudios en la Facultad de Filosofía y Letras que no concluyó, en cambio nunca dejó de estudiar idiomas desde los más habituales como inglés, francés o portugués hasta el rumano. A esta suerte de sed de conocimiento a través de la lengua se agregan los viajes por el norte argentino, Brasil, Bolivia y Perú. Así tuvo oportunidad de contactarse con el movimiento de la poesía concreta brasilera cuando surgía. Inició luego estudios de dibujo y fueron numerosas las ilustraciones que realizó, entre ellas las de sus propios libros. En 1959 aparece su segundo poemario Corazón de piel afuera, prologado por Juan Gelman, al que sigue seis años después, Fragmentos fantásticos (1965). Fue Leopoldo Marechal, a quien Bustos reconoció como maestro quien, en 1967, expresó su valoración del poeta en el texto introductorio a Visión de los hijos del mal. El último de los libros completos y publicados sería el Himalaya o la moral de los pájaros (1970). Quedaron inéditos una serie de cuadernillos que datan de 1957 a 1962 hasta que se conocieron, en gran parte, gracias a la antología Despedida de los ángeles, la cual recién apareció en 1998, veintidós años después de la desaparición del autor.

Teniendo en cuenta la fecha de su nacimiento (1932) y la aparición de sus poemarios, podría ubicárselo dentro de la denominada generación del sesenta, sin embargo, fue un autor atípico en ella, ya que no se encuentran en su poesía ciertos rasgos característicos de esa etapa. Vale la pena aclarar que cuando se trata de una voz poética consolidada, esos agrupamientos generacionales sirven más bien para intentar cierta organización de un conjunto de textos que para definir a un poeta con su peculiar estilo. Bustos compartió la problemática de su tiempo e intervino en ella, con sus propia voz en los poemas, artículos y ensayos que escribió. Por otra parte cabe consignar que la postulación de generaciones o épocas puede ser un recurso legítimo en cuanto al estudio de una literatura, pero también, una coartada para autolegitimar determinada propuesta en una acción que descarta todas las demás autoproclamándose como única, es decir, una maniobra de mercado simbólico correlativa a las políticas de exclusión en el plano social. Tal situación es la que precisamente caracterizó las décadas finales del siglo XX, y podría decirse entonces que, si sumamos esto a lo antedicho, Bustos se había vuelto un poeta ilegible, en tanto las reglas de lo que debía leerse estaban en otra parte, lejos de las incursiones de Bustos por los mundos de la imaginación o el espíritu, a partir de lecturas muy diversas y atención a la tradición literaria. Pero no fue esa singularidad, que se expresó a veces como la actitud de un poeta metafísico, lo que determinó su ilegibilidad, ya que también se verificó en otros poetas de su tiempo y que asimismo habían desarrollado una importante obra, como Francisco Urondo, que en algunos tramos exhibe rasgos de lo que se llamó el sesentismo. Lo que queremos decir, es que más que de una poética, se trataba del rechazo a un modo de encarar el arte y la vida que debía desautorizarse por el medio que fuera. Porque no sólo en las temáticas y el tratamiento que de ellas hizo Bustos radicaba esa no-lectura sino también en lo extremo de su búsqueda poética que daba por sentado que la elaboración de la palabra es lo que atañe al poeta y no el mero descriptivismo, lo puramente anecdótico y mucho menos el desdén por la herencia literaria y cultural, que en Bustos se valoriza muy nítidamente, por ejemplo, en sus indagaciones y escritos que tienen como referencia las culturas precolombinas.

Con ser bastante no es todo, hay otro elemento fundamental de no poca complejidad. Bustos no sólo fue un periodista brillante, un agudo estudioso de la literatura universal y la plástica, y un poeta exquisito, sino que además militaba en el Partido Revolucionario de los Trabajadores, cuyo brazo armado era el Ejército Revolucionario del Pueblo, el ERP. Este solo hecho bastaba para incluirlo entre uno de los dos demonios y por tanto, siendo víctima, quedaba emparejado a los victimarios. Aparte de esta burda o más bien horrenda postulación, hay un punto que quizá merezca, debilitada hoy esa interesada teoría, mayor atención, porque repone cuestiones que justamente estaban en plena discusión en la época en que Bustos desarrollaba al mismo tiempo estas actividades. Me refiero a la escisión entre el artista y el militante, separación que tal vez se comprueba en la actitud de quienes se sorprendieron de que un poeta en cuyos versos raramente se explicitaba lo político, fuera al mismo tiempo miembro de una organización armada. Más allá de las íntimas y peculiares elecciones que cada quien hace, no está demás considerar que puede estar operando en esta suerte de separación el estereotipo por el cual un poeta militante debería escribir exclusivamente algo así como panfletos o poemas de temática política dejando de lado el resto de pasiones, sentimientos, interrogantes, etc., que son parte indisociable de cualquier persona, de su concepción del mundo y por tanto no escindidos de sus posiciones políticas. Ese estereotipo supondría también que el militante se desentendería de la poesía como si ésta fuera un pasatiempo y un desasimiento de su circunstancia histórica. No está demás recordar que tales inquietudes se remontan a muchas décadas atrás y fueron objeto de polémicas que antes de la pax neoliberal circularon vivamente en un contexto que podría decirse mundial desde las primeras décadas del siglo XX, basten ejemplos como los de César Vallejo o René Char para desechar la idea de que es el "contenido" la medida del valor de un poema -y que muchas veces es puro clisé o deviene tal ahuecando así el peso retador de la palabra- y, en cambio valorar una búsqueda que es revolucionaria no porque llene el poema de la palabra "revolución", "pueblo" u otras similares, sino porque intenta ese acto revulsivo y pleno -que es una revuelta, una revolución- en la configuración del poema, porque alienta crear nuevas sensibilidades e imágenes que desafían lo establecido y naturalizado, es decir, la ideología en el sentido marxista del término.

Cuando se recorre la obra poética de Bustos, desde los cuadernos inéditos que son a la vez testimonios de su recorrido por Nuestra América hasta El Himalaya o la moral de los pájaros, se ven matices de una expresión, variada, seguramente, depurada o bien enriquecida con alusiones culturales, que se presentan en formas que van desde el verso breve a la prosa poética, o al versículo. En esa multiplicidad, sin embargo, hay un tono que es como la nota común a toda su obra poética: no estentóreo, ni exclamativo, sino más bien un sostenido parejo, como eco de una reflexión que se va desplegando frente a lo que aparece ante los ojos o se manifiesta en la imaginación y la memoria. Y donde el sol, el siempre presente sol, es como un centro, cuya luz se contrapunteara con la noche oscura, y fuera ese instante auroral capaz de brindar algún conocimiento del mundo cuyos misterios se busca develar, o sea lo que precisamente hace Bustos, lo que llena sus poemas de breves relaciones, interrogantes, sutiles imágenes y palabras precisas habitando entre el silencio.

La producción periodística de Bustos se manifiesta fundamentalmente en la década del setenta. Sus notas aparecieron en revistas y diarios que ocupaban un lugar central en la cultura argentina y que se caracterizaban por un amplio número y espectro tanto de lectores como de colaboradores: Panorama, Siete Días, La Opinión y El Cronista. Una revisión a estas notas indica los múltiples temas e intereses que animaron esos escritos, en los cuales se advierte la maestría en la escritura propia de un poeta, y también el hecho de que sobrepasan una bibliográfica o comentario para acercarse a formas de la exploración y elaboración propias del ensayo. Entre los autores de cuyos libros se ocupó figuran Lautréamont, Thomas Mann, Pablo Neruda, Serguei Esenin, César Vallejo, Georges Gusdorf, Julio Godio, Claude Lévi-Strauss, Ernesto Cardenal, Mario Benedetti, Roger Garaudy, Henri Michaux, Fernando Alegría, René Daumal, Miguel Angel Asturias, Hölderlin, François Villon, Nerval, Chuang-Tzú, Miguel León Portilla, Ariel Dorfman, Víctor Sklovski y muchos otros. Esta somera enumeración sirve para dar cuenta de la capacidad de abordar esa diversidad -en cuanto a la procedencia de los textos, a las épocas, a los temas- y, al mismo tiempo, de la extensión de lo que capturaba su atención.

Pero además estos artículos ponen en escena todo un clima de época no sólo en cuanto a lecturas y publicaciones sino también a la difusión, mediante estos medios masivos, de importantes producciones culturales. En este sentido la recopilación de la obra en prosa de Miguel Angel Bustos que ha realizado su hijo, el poeta Emiliano Bustos, tiene el doble mérito de rescatar una obra dispersa o inédita que tiende a completar su figura como escritor y de mostrar un momento particularmente rico y clave del periodismo en la etapa que gradualmente se fue cerrando hasta la clausura con el golpe de Estado del 76. Emiliano Bustos trabajó con los materiales que su padre había dejado encarpetados, es decir, con lo que podríamos definir como "originales", a lo que sumó una indagación de archivo a fin de completar, en la medida de lo posible, esos escritos. A estas notas agrega un ensayo-poema sobre la imagen en poesía, escrito entre 1960 y 1966, además de otros textos y notas inéditas, traducciones, cartas, valoraciones críticas sobre la obra de Bustos, entrevistas al poeta y una cronología. El extenso prólogo que antecede a esta compilación da cuenta en detalle de la tarea desarrollada por M. A. Bustos y de la época -no faltan explicaciones, remitencia a acontecimientos, anécdotas, citas- al mismo tiempo que ofrece, a partir del conocimiento inmediato propiciado por el vínculo, una serie de datos esenciales para la justa reposición y mejor comprensión de todo lo reunido en el volumen. El rigor en la investigación se entreteje en el texto de Emiliano Bustos con el entrañable afecto filial y también con una experiencia que no deja de dar, como antes los textos del padre, un lúcido testimonio de un tramo de nuestra historia cultural, que, pese a los sesgamientos, distorsiones y negaciones sigue incidiendo hasta hoy. Lo cual hace de este libro mucho más que un rescate para convertirlo en un aporte a los imprescindibles debates sobre el presente y futuro.

Si a esto sumamos la próxima publicación de la Poesía Completa de Miguel Angel Bustos, podría decirse que además de reponer una larga ausencia, permiten la lectura de una obra en conjunto, posibles cotejos entre ambas zonas, puntos de contacto y divergencias junto con específicos aportes en el campo de la lírica que suman, en tanto sedimento a partir del cual efectuar, sobre bases sólidas, tanto continuidades como rupturas o reformulaciones.

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