Teatro, política y militancia. Crónicas sobre un manifiesto inconcluso | Centro Cultural de la Cooperación

Teatro, política y militancia. Crónicas sobre un manifiesto inconcluso

Autor/es: Manuel Santos Iñurrieta

Sección: Palos y Piedras

Edición: 18


Llegó al teatro un señor bien vestido,

impaciente dejó su sombrero y abrigo,

pidió su entrada y corrió hacia el palco.

Y preguntó rabioso,

acalorado, a los saltos.

¿Y dónde demonios están mis payasos?

Breve

¿Dónde demonios están mis payasos? Pregunta un hombre acalorado que asiste al teatro. Él entiende bien, o por lo menos intuye que la transacción económica le concede a su ánimo y conciencia la autoridad de exigir. Y ya sean objetos y sujetos lo mismo da, haber pagado un boleto lo autoriza tanto a divertirse como a comportarse como un asno. En fin, dejando de lado sus bravuconadas, cabe que nos preguntemos: ¿los payasos dónde están?

Ayer una mujer parió un soldado,

le dieron a ella dos morlacos.

Entendió ella el procedimiento, es sencillo,

pudo poner pepinos en su feo guiso.

Advierte este tiempo político, social y cultural la necesidad de responder a la invitación que la historia nos hace. La crisis del capitalismo a escala mundial encuentra una región como la nuestra, casi desde la provocación, elegir otro rumbo, distinto, genuino, singular. Los procesos sociales abiertos y en marcha en Latinoamérica y el Caribe contagian los imaginarios libertarios y se traducen en múltiples y diversos acontecimientos que promueven cambios en las estructuras de nuestras sociedades. Como consecuencia, ante las implicancias que traen aparejadas los cambios, la ansiedad cruza los “sentires” de los grupos que ostentan el poder y la hegemonía social, abriendo focos de conflicto por temor a perder sus intereses y sus posiciones dominantes. Así en nuestro país, el periplo y la novela televisada e impresa del monopolio Clarín.

El tratante de blancas, que en el pasado boxeaba,

pensó en “la mujer” y dejó las trompadas.

Consiguió rápidamente tener empleadas, que tenían terror

al mirar su cara.

El debate instalado alcanza todas las instancias y territorios del trabajo imaginables, y la cultura y el arte no están por fortuna ajenos a esta realidad.

El teatro se discute así mismo en las poéticas y estéticas actuales como también en sus políticas y modos de producción. Y esta discusión también se torna ética en tanto debe mediar entre su deseo de ser y el mercado laboral. Porque la relación social de producción de este sistema (capital-trabajo asalariado) no da lugar al deseo de ser sin tener. Y esto es una gran dificultad cuando son muy pocos los que tienen.

En este marco el desempeño de una actividad colectiva y grupal por excelencia como el teatro, batalla para no sucumbir ante la norma que pondera al individuo antes que al grupo, y al negocio empresarial a la calidad. Así el teatro debe inventase y reinventase para poder sostenerse, a su pesar.

El hombre de la fábrica de hierro,

trabajó el doble por el mismo sueldo.

Entendió el procedimiento, es sencillo,

pudo beber aguardiente, casi un medio litro.

 

Así como toda práctica social, la artística/cultural está condicionada por múltiples factores, tanto económicos como políticos, ideológicos etc. Quiero decir, no goza de excepcionalidades, ni exime su desarrollo a otras normas, más las que impone un sistema de vida como el capitalismo.

El emparentar o asociar la práctica artística a la libertad supone un error.

Primero: Porque la libertad no existe todavía.

Segundo: Porque los circuitos culturales siguen siendo creación y patrimonio de las clases dominantes.

Tercero: Porque las vanguardias artísticas (de existir) son procesos genuinos que inteligentemente tienden a ser absorbidos y asimilados, conformando nuevas elites culturales, licuando así las singularidades del fenómeno.

Cuarto: La producción, la legitimación y el tráfico de la obra de arte está supeditada a las leyes del mercado y a las voluntades políticas de las industrias culturales, y a los medios de difusión masiva, que muchas veces son la misma cosa. Así como también al déficit que sigue representado el presupuesto estatal destinado al desarrollo de la cultura, sumado a cierta tibieza política de los organismos estatales encargados de pelear y ejecutar los presupuestos.

Quinto: Porque los artistas no son ni más ni menos que trabajadores, bajo la misma relación social de producción que el resto de los mortales. Quiero decir, sufren del mismo modo la explotación.

Si no entiende está bien,

dijo el vanguardista,

la foto con su nombre

salía ahora en las revistas.

Solo quiero tres cosas repitió:

trabajo, dinero

y un teléfono que no pare de sonar.

Podríamos distinguir varias esferas o territorios que el trabajo cultural nos plantea, y que como trabajadores de la cultura y el arte se abren como frentes para la disputa. Entendiendo el diálogo que se produce entre ellos, la interrelación permanente de los mismos hace que no puedan pensarse nunca como esferas aisladas o compartimentos estancos, aun cuando cada una de las esferas tengan sus reglas, límites y requieran de un alto desarrollo en lo específico. Reconocemos como territorios entonces:

-La práctica específica (poética-estética, lenguaje).

-la idea de gestión o producción del acontecimiento.

-La idea de las políticas culturales (a razón de pensar los modos producción, las industrias culturales, los organismos estatales, privados e independientes etc.).

-La política.

Un actor valiente, de carácter,

se rajó un tiro entre los dientes,

ya que no pagaba sus cuentas,

interpretando a Othelo de W. Shakespeare.

El carácter que tenía,

de mucho no sirvió ¡Amén!,

ya que más que valentía se necesita

en cuestiones de hambres y economías.

Para que el trabajo cultural y artístico no se convierta en un simple gesto de voluntad de unos pocos que concentran sus esfuerzos, diría intermitentemente, con un espíritu asistencialista de lo cultural, me pregunto ¿no hace falta además de esta “buena voluntad” dar la pelea en un plano político-político y político cultural, y poder realmente salir de las iniciativas samaritanas y filantrópicas, para que el desarrollo de la cultura en el barrio, en la ciudad y el país sea un derecho transformado en ley?. ¿No debemos pelear por leyes que protejan y aseguren el desarrollo constante, sin prisa ni pausa de la cultura, y que estimulen el ingreso y el acceso de todo sujeto a las mil distintas prácticas por donde se vehiculiza el arte y la cultura en general?

Será tarea del artista también dar la batalla en el plano súper estructural, ahí donde se discuten, confeccionan y se hacen las leyes. Porque es tarea discutir el tipo y el carácter de la cultura que queremos para nuestro país.

El jockey principiante

agradecido estaba a Dios por ser petiso

y buen corredor.

Cinco carreras pasaron y en ninguna él ganó.

Pero su nombre a boca de todos llegó

cuando en una carrera del caballo bajó.

Sacó el jockey principiante una 45

y en medio del hocico al caballo partió.

Todo fue un gran escándalo,

pero él declaró:

¿Sus piernas valen mucho más que yo?.

Las esferas y territorios a abordar desde el trabajo cultural, dialogan entre sí, y nos proponen pensar el trabajo en su conjunto. Pensamos aquí y vamos a la búsqueda, de la idea del artista como un intelectual integral que pueda desempeñarse activamente en el conocimiento pleno de estos territorios.

E insistimos en esto en tanto y en cuanto hoy resurge como tema de discusión la noción de militancia, de intelectuales militantes, de artistas militantes, etc. En sintonía a una nueva época y al derrumbe de un andamiaje ideológico instalado y asimilado en los años noventa con “el fin de la historia”, la “muerte de las ideologías”, que en el arte se traducía conceptualmente en el postmodernismo, en “el arte por el art”, etc. Y que redundaba en intentos por descontextualizar las prácticas, analizar específicamente los fenómenos y desvincularlos de la realidad y de sus lazos con la historia presente, pasada y futura. Con el claro objetivo de desmovilizar las organizaciones (en este caso culturales) y despolitizar y desguazar de contenido a toda producción, colocando, incluso como deseo, la suerte individual como valor y meta. ¡Oh… aquí la batalla es de ideas!

¿Cómo llegué hasta aquí? ,

se preguntó la actriz,

Si yo amaba el teatro de Arte, se dijo

entre humos de bajo fondos,

plumas, borrachos y pederastas.

No llegó a responderse,

y desnudó su cuerpo

ante cinco furibundos

burgueses.

Dentro de las múltiples discusiones sobre el lenguaje, se advierte la existencia de una negación y cierto desprecio por elementos que también son parte y atributos constitutivos de la potencia del teatro. Me refiero a la idea del teatro como herramienta formativa y transformadora, la idea de lo didáctico, de lo pedagógico, incluso del panfleto, la propaganda etc. etc. etc.

Vale la crítica en tanto el teatro se niegue a sí mismo argumentando un supra-valor por esta condición, o intente erigirse como única posibilidad para “ser”.

Pero de ninguna manera cabe la aceptación de los argumentos que pretenden soslayar el fenómeno sin ponderar la riqueza que estos rasgos manifiestan y significan al teatro, por considerar el sentido de este ajeno a intereses, posiciones, conciencias e ideologías.

Hoy se habla en materia de lenguaje del canon imposible, de la necesidad de construir nuevas herramientas y bases del conocimiento para el análisis de una vasta diversidad de estéticas y lenguajes que los múltiples espectáculos ostentan. Me permito decir que esto es sumamente necesario e imprescindible. Ahora bien, la pregunta que cabe es ¿desde qué puntos de vista y posiciones construimos el gusto? Esta es una gran dificultad en tanto hoy lo que se ve, es. Lo que se promociona y legitima también es un canon impuesto por los que construyen y delinean el gusto, mal que nos pese. Claro que siempre hay excepciones. Pero el circuito existe, manda, incluye y excluye.

Entre la fábrica y la academia,

vivió el intérprete sus años y lecturas.

Con el título en la mano,

de artista nuevito y santo

salió al mundo haciendo fila,

esperando algún llamado.

Pero la realidad de purpurina y lentejuela

no era la que él había aprendido.

Así que volvió a la fábrica lamentándose,

cabizbajo, dolido.

Prefería el dolor en mameluco,

sin disfraz,

ni falso lujo.

Podríamos decir que el arte busca objetivar lo subjetivo. Hacer concreto lo que a simple vista es inasible. El pintor que pinta un paisaje le imprime su mirada singular, su subjetividad a lo que finalmente es su obra, que se traduce en objeto, en cuadro quizás. En la disputa política observamos diariamente esta práctica y el intento de construir una realidad donde prevalezca una visión de la historia. Hoy los medios de comunicación masiva son el instrumento dilecto, eficaz, para esto: “miente y miente, que algo quedará”. Y por ello, cómo poner en práctica toda nuestra inventiva y nuestra fuerza en esta disputa desigual.

El director teatral ensaya una pieza,

con veinte actores muy bien dotados.

El reparto de papeles ya está acordado.

Se habla allí de la importancia del argumento,

pero dos o tres le piden aumento.

No hay aquí dinero explica el director,

-¡Entonces nos vamos a la televisión!

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