Prostitutas, proxenetas y “clientes” | Centro Cultural de la Cooperación

Prostitutas, proxenetas y “clientes”

Autor/es: Juan Carlos Volnovich

Sección: Opinión

Edición: 17


Hasta hace muy pocas décadas atrás los esfuerzos por enfrentar el problema de la prostitución se reducía a arrestar prostitutas y, en el mejor de los casos, incluirlas en algún programa de “recuperación” con la intención de rescatarlas de la calle. Y esto era así porque la prostitución quedaba casi superpuesta con “prostitución callejera”.

Con el correr del tiempo fueron los proxenetas los destinatarios de las campañas para lidiar con la prostitución. La Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR) hizo virtud de la iniciativa de acabar con el proxenetismo basando su accionar en la reivindicación de una prostitución digna. En realidad, al plantear la legalización del “trabajo sexual comercial” AMMARi propuso que sea el Estado quien reemplace a los rufianes, a los proxenetas y a las mafias; que el Estado, con leyes justas, autorización para sindicalizarse, garantías de asistencia a una salud adecuada, obligación de pagar impuestos y otros beneficios, se encargue de administrar la prostitución. Algo así como restaurar la esclavitud que fue abolida por la Asamblea del año XVIII (1813. Libertad de vientres) de las Provincias Unidas del Río de la Plata y que confirmó en su artículo 15 la Constitución de 1853 de la Confederación Argentina. Si a principios del siglo XIX se acabó con la “trata de negros”, ahora la propuesta reside en instalar (para protegerlas, claro está) la “trata de blancas”.

Hasta hace muy pocas décadas, atrás el foco de atención estuvo centrado en las prostitutas y en los proxenetas, pero no en los “clientes”. Tomar en cuenta a los “clientes” no fue un hecho aislado ni debería entenderse como un dato adicional. Tomar en cuenta a los “clientes” supuso toda una modificación en la concepción teórica, ideológica y política de la prostitución.

Y, los “clientes”…esos seres anónimos, comunes, invisibles. Si algo tienen en común los varones homo o heterosexuales que “consumen prostitución” es justamente eso: son invisibles. Casi todos los trabajos de divulgación o académicos que se encargan del tema coinciden en ocultar y silenciar el lugar de los “clientes”. Casi todas las investigaciones acerca de la prostitución eluden detenerse en aquellos que la consumen. Son escritos que, al tiempo que vehiculizan la digna intención de estudiar el fenómeno y denunciarlo, protegen con un manto de inocencia a los usuarios. Así, casi siempre referirse a la prostitución supone hablar de las prostitutas (putas, gays, taxi boys, travestis), de los rufianes y de los burdeles, de las mafias y de los proxenetas, pero no de los “clientes”. La prostitución ocupa mucho lugar en los medios de comunicación de masas, en trabajos sociológicos y es un dolor de cabeza para los organismos internacionales que tienen que elegir entre aceptarla como un trabajo legal o condenarla, pero de los “clientes”, nada se dice. No obstante, el “cliente”, el más guardado y protegido, el más invisibilizado de esta historia, es el protagonista principal y el mayor prostituyente. La explotación de mujeres, de niños y niñas se hace solo posible gracias al “cliente”, aunque su participación en este asunto aparezca como secundaria, como secuela de un flagelo, como subproducto de una oferta.

Los trabajos que se dedican al tema los ignoran y a los “clientes” mismos les cuesta aceptar su condición. Se resisten a representarse como tales. No se reconocen así.ii Los “clientes” son tipos como cualquier otro: abogados, policías, arquitectos, psicoanalistas, gente de trabajo, políticos y desocupados. Señores de cuatro por cuatro y muchachos de bicicleta. Son púberes de más de trece años, adolescentes, jóvenes, viejos y ancianos. Casados y solteros. Son diputados y electricistas; rabinos, curas y sindicalistas. Son capacitados y discapacitados.iii Son tipos sanos y enfermos. En definitiva, todo varón homo o heterosexual es un potencial cliente una vez que ha dejado de ser niño. Así, no sería demasiado exagerado afirmar que la sola condición de varón ya nos instala dentro de una población con grandes posibilidades de convertirnos en consumidores. Y el consumo viene aumentando. Desde mediados de los años 90, la prostitución viene acusando un significativo crecimiento a escala internacional. Desde la caída del muro de Berlín y la apertura de las fronteras que promovió el “capitalismo mundial integrado”; junto al progreso de la “globalización” y al triunfo de la sociedad de mercado regida por su lógica implacable, asistimos a la expansión y al perfeccionamiento de redes de trata, al desarrollo de la industria del sexo y del turismo sexual, y a la masificación de la prostitución. Hoy en día ésta práctica reviste, como nunca antes había sucedido, una dimensión transnacional. Y los circuitos por dónde se despliega el tráfico de personas destinadas a ser prostituidas, la red por la que transita el comercio de los cuerpos, suele coincidir con las mismas redes que administran el tráfico de drogas, el tráfico de armas y el blanqueo del dinero.

Con todo, la prostitución como venta o alquiler de servicios sexuales no es, como se concibe habitualmente, uno de los “progresos” de la civilización y de la creciente mercantilización de servicios que se pueden adquirir con dinero. Es cierto que con el capitalismo aparecen los intermediarios o “celestinos”, proxenetas que, como en todo comercio, se tornan indispensables para asegurar la mejor satisfacción y organización de la demanda que le da al consumo una particular inscripción simbólica pero la prostitución como tal, como recompensa económica por favores sexuales, antecede al capitalismo. Sin duda que la figura que transita por el imaginario social no ha sido siempre la misma en las diferentes culturas y en épocas distintas, pero hay sobradas evidencias como para afirmar que la prostitución no es un invento del capitalismo. No obstante, es necesario aceptar que, así como en la actualidad, de manera sincrónica, encontramos “clientes” en toda las clases sociales, de manera diacrónica la prostitución atraviesa toda la historia de la humanidad cambiando, eso sí, la inscripción simbólica que la legitima o que pretende legitimarla cuando no legalizarla.

Afirmaba, antes, que el hecho de que los intermediarios aparezcan a menudo como independientes y con poderes iguales o mayores a los de los consumidores, no tiene porque hacernos olvidar que han sido generados por estos. De modo tal que si bien la oferta pareciera orientar y fomentar la demanda, se trata no sólo de dos factores que se realimentan entre sí, que inciden uno sobre el otro, sino, de una demanda preexistente cuya materialidad está garantizada por las representaciones que circulan en el imaginario social; figura de varones racionales y sensatos, inocentes víctimas del estímulo y la facilitación de tanta oferta; estereotipo tradicional de la sexualidad como expresión de la “naturaleza animal” del varón que consiste en lo siguiente: una vez que los varones hemos sido provocados y excitados, ya no somos responsables por nuestros actos. Entonces…son las mujeres las responsables. Son las mujeres las que deben asumir la culpa por qué, en última instancia, son ellas las que despiertan, incitan o estimulan nuestra “naturaleza animal” y desatan nuestros “instintos”. Así, la obligación que asumimos los hombres de “poner a las mujeres en su lugar”, se entiende como el trabajo de ubicarlas en el doble sitio que les corresponde: paradójicamente culpables de nuestras pasiones y, al mismo tiempo, dominadas y a nuestro servicio.

Tal parecería ser que, para los varones, la sexualidad viene de un espacio que está afuera de nosotros mismos. Y la ira, y la violencia, también. Ambas tienen rostro de mujer. En definitiva, si las emociones no son nuestras, nada indica que tengamos que hacernos cargo de ellas. Si los varones estamos acostumbrados a pensarnos como gente razonable poco afecta a reconocer los sentimientos, es fácil pensar que lo que nos ocurre son solo reacciones a estímulos externos con los que las mujeres nos abruman permanentemente. De ahí que para los varones heterosexuales (aunque esto sólo es vigente en la apariencia) es menos amenazante participar de contactos sexuales, sin otro tipo de compromiso afectivo, que mantener antes que contactos, relaciones sexuales integradas a un lazo afectivo que incluya, inevitablemente, una cuota de vulnerabilidad emocional siempre incompatible con el ideal de masculinidad. Como varones heterosexuales hemos sido adiestrados para tener contactos sexuales pagos con tal de eludir el alto precio del compromiso afectivo, que es sinónimo de una debilidad inaceptable para aquellos que se precien de una identidad de género sino soldada, al menos próxima a la norma. Entonces, sobre los “clientes”, esos seres inocentes, víctimas ante el estímulo y la facilitación de tanta oferta, esos varones subordinados a una normativa de género que los habilita como tales, recae la responsabilidad de ser los principales reclutadores de prostitutas y los principales impulsores de la cada vez más reducida edad de la “mercadería” que consumen.

Decía que al poner el foco en las mafias; al penalizar a los proxenetas y a las prostitutas, se elude a los “clientes” y, de esta manera, la sociedad en su conjunto se encarga de aliviar la responsabilidad que cae sobre aquellos que inician, sostienen y refuerzan esta práctica. De modo tal que cualquier intervención en este problema debería tener en cuenta las representaciones que en el imaginario social legitiman la prostitución. Las leyes de Códigos Penales  o los tratados internacionales necesarios como son, nunca serán suficientes para contrarrestar prácticas convalidadas por las costumbres: derechos de los hombres sobre los cuerpos de las mujeres, derechos de los poderosos sobre los cuerpos de los débiles. 

Decía que si hay algo que llama la atención es la ausencia de los “clientes” en los discursos acerca de la prostitución. Los “clientes” brillan por su ausencia y, si aparecen, lo hacen desde la psicopatología. Por eso pienso que los psicoanalistas debemos estar muy alertas acerca de este tema. Si rápidamente nos allanamos a etiquetar como perversión sexual las prácticas que los “clientes” sostienen con las prostitutas; si clausuramos el problema con el título de sadomasoquismo porque un empresario contrata a una prostituta para que orine sobre él en una exaltación jubilosa de la “lluvia dorada”; o si nos conformamos con cerrar la cuestión del señor que demanda púberes para su satisfacción sexual como “paidofílico”, corremos el riesgo de llevar agua para el molino del ocultamiento. Ninguna duda cabe que la paidofilia es una grave infracción a la ley y un abuso intolerable, pero el término “paidofilia” tanto como el de “perversión sexual” designan a una patología que podría suponer, por derivación, a los “clientes” que frecuentan prostitutas como anormales, desviados sexuales que demandan nombre propio dentro de una nosología psiquiátrica, de manera tal que se evaporaría su carácter de abuso de poder y de violación de toda ética humana. Tanto si aceptamos la naturalidad de esta práctica, como si consideramos al cliente un enfermo mental (seguro que los hay, pero este no es el caso) nos equivocaríamos mucho, estaríamos eludiendo la responsabilidad del usuario y, lo que sería peor aún, eludiríamos la perspectiva política de las prácticas prostituyentes.


Notas

i Haciendo diferencia con AMMAR, en el año 2003 un grupo de mujeres en situación de prostitución se desvincularon de la CTA (Central de Trabajadores Argentinos) a partir de cuestionar la validez de la figura “trabajadoras sexuales” y, conservando su sigla –AMMAR Capital–pasaron a conformar la AMADH (Asociación de Mujeres Argentinas por los Derechos Humanos).
ii Bouamama, Said, L’Homme en question. Le processus du devenir-client de la prostitution. “Les images des clients par les clients. Les typologies binaires”. En: http: www.mouvementdunid.org/les-clients-en-question-etude

" target="_blank">http://www.mouvementdunid.org/les-clients-en-question-etude">www.mouvementdunid.org/les-clients-en-question-etude


iii Frecuentemente las madres de jóvenes con síndrome de Down contratan prostitutas para que visiten a sus hijos.

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