Entrevista a Martín Burgos: “Estado y mercado son cuestiones complementarias” | Centro Cultural de la Cooperación

Entrevista a Martín Burgos: “Estado y mercado son cuestiones complementarias”

28/03/2021

El fenómeno de la soja, las oportunidades argentinas tras la irrupción de China en la escena global y algunas claves para desarrollo económico nacional.

Conversamos con el economista Martín Burgos — Licenciado en economía (UBA) y Master en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS — París, Francia). Doctorando en Desarrollo Económico en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ) — para intentar entender el fenómeno de la soja, la relación de Argentina con el gigante asiático que emerge como nueva potencia mundial y los propios enigmas de ese laberinto que parece ser el desarrollo económico nacional.

¿Por qué es importante la soja para China?

Me parece importante empezar diciendo que la soja es más importante para China que para Argentina. En nuestro país se produce el aceite de soja, que luego se vende a muchos países de Asia y la harina de soja que se vende a muchas naciones europeas, no todo a China. Pero para ellos es muy importante. Tienen como política ser autosuficientes en todos los productos agroalimentarios. En maíz, arroz y trigo ya lo son e incluso logran tener algún cupo exportador. La cuestión es que importan el 80% de la soja que consumen y sólo hay tres países que los proveen: Estados Unidos, Brasil y Argentina. Estos tres países concentran más del 90% de las importaciones de soja de China.

China posee una estructura de importaciones con mucha industria -compra partes y re-exporta- y ahora están en un proceso de sustitución de importaciones y de fuerte inversión en tecnología para reducir su dependencia. Pero en cuanto a los recursos naturales, es un país muy dependiente. Por ejemplo: no produce cobre ni petróleo. Para este último caso tiene diez o veinte países que son proveedores y ninguno supera el 10% del mercado en sus importaciones. El petróleo es sumamente estratégico, pero logró romper la hegemonía y que no hayan dos o tres países que manejen el mercado.

Lo interesante de la soja es que tres países comandan la oferta del único bien que a China le falta para garantizar su soberanía alimentaria. Algo fundamental. Además, uno de esos tres países es Estados Unidos. De ahí la importancia estratégica que tienen para China, Argentina y Brasil.

Siempre digo que la soja no es solo un commodity: es más que un producto estandarizado. Para mí es una mercancía global: su producción es muy limitada, tiene mucho contenido geopolítico y es clave para el futuro de la relación entre China y Estados Unidos. Insisto con esto: tiene un contenido social y geopolítico muy importante.

En tu trabajo “La geopolítica de la soja” mencionás que hace algunos años China compra el poroto de soja para luego producir aceite. ¿Ese es el verdadero interés de China con la soja?

Esta para mí es una de las claves de la cuestión. Primeramente, ellos importan soja porque requiere menos trabajo comparado con el trigo u otros productos agrícolas como hortalizas. Incluso los animales requieren mucho trabajo y valor agregado. China tiene una cuestión interna vital: necesita mantener un equilibrio entre su campo y su ciudad para que no haya una migración que haga explotar sus grandes centros urbanos. Ese fin requiere generar un arraigo rural, priorizando actividades que demanden mano de obra. Este no es el caso de la soja.

Podríamos decir que China se encuentra en un proceso de revolución industrial trazando un paralelismo con lo sucedido en Inglaterra — a modo de ejemplo — donde se produjo un gran éxodo del campo a la ciudad, con la acumulación originaria y todas esas cuestiones que fueron descritas por los clásicos (Marx en particular). China no puede permitir que esto le ocurra: son 500 o 600 millones de campesinos que podrían llegar a rebasar totalmente las condiciones sociales y de infraestructura que necesita la ciudad. Debido a esto, lo que hicieron fue sacrificar la soja, concentrándose en animales y todo lo que pueda aportar valor agregado dentro de su territorio.

Y resulta que una de las industrias que genera valor agregado es el procesamiento del poroto de soja. ¿Para qué les sirve la soja? Ellos la tienen, pero no es transgénica y, a su vez, tienen prohibido cultivar soja transgénica dentro del territorio chino. En primer lugar, esa producción no modificada genéticamente se destina a la alimentación de la población directa (para productos como el tofu, por ejemplo). Luego, el grueso de esa producción junto a la soja importada se industrializa y se destina a la harina (comida para los animales) y aceite (comida para los humanos). Esto es súper importante porque, insisto, implica alimentación animal y humana. Se calcula que las aceiteras de soja emplean aproximadamente 500 mil trabajadores en China, lo que las constituye en una actividad económica significativa, sobre todo en algunas regiones como el noreste.

La producción de soja constituye una industria por la cual se están peleando estos cuatro países productores (Brasil, Argentina, Estados Unidos y China). En los años 90’, en un marco de crecimiento de la producción, hubo un gran desplazamiento de las industrias aceiteras desde Estados Unidos hacia Argentina y Brasil, que la utilizó mucho como fuente de alimentación interna. Argentina empezó a exportar y desarrolló todo su hub alrededor de Rosario, lo cual colaboró a satisfacer las necesidades chinas. A partir del 2008–2009 China comenzó a sustituir las importaciones de aceite de soja, generando ciertas trabas y conflictos con nosotros (cortando las importaciones alegando cantidades de medidas antidumping tomadas por Argentina, por ejemplo). Entre 2010 y 2011 no hubo exportaciones hacia China y la razón de fondo es que ellos iban aumentando cada vez más su capacidad de crushing o molienda.

Este es el segundo movimiento que hay en los últimos 25 años: un desplazamiento de la capacidad de producción aceitera hacia China. Además, al interior de su país las empresas nacionales desplazaron progresivamente a las trasnacionales, que hasta entonces concentraban un 60% o 70% del mercado de crushing. El gobierno chino hizo mucho para incentivar a los inversores nacionales a pelear internamente contra las trasnacionales e indirectamente terminó disputando contra las importaciones de aceite del resto del mundo. Hubo un proceso de sustitución de importaciones con muchísimas inversiones.

Después aparecieron las grandes empresas estatales chinas como Cofco o las químicas como ChemChina que directamente absorbieron empresas para adquirir una mayor porción del mercado entre los traders a nivel internacional. Aquí hay otra trama a nivel de las empresas: las ABDC que son ADM (Estados Unidos), Bunge (se desconoce el orígen de su capital, aunque oficialmente procede de Bahamas), Cargill (Estados Unidos) y Dreyfus (Francia), manejan el mercado de la soja y antes el de trigo y otros cultivos. China tiene una disputa en el mercado con estas empresas. Intenta no ser tan dependiente de ellas y reducir el sobrecosto que puede representar el comercio internacional entre las diferentes filiales de cada una de estas empresas.

¿Argentina puede aprovechar esta situación, captando inversiones chinas sin dirigirse hacia una primarización de su economía focalizada en monocultivos, dejando de lado otro tipo de desarrollo industrial con mayor valor agregado?

Una de las tramas aquí es que la soja tiene dos funciones principales. Por un lado, sirve para consumo humano; pero otra porción grande sirve como alimento animal. Una forma rápida de buscar un upgrading es que Argentina comience a especializarse en todo lo que es animales y venderlos a China. Brasil comenzó a realizar esta actividad desde hace aproximadamente 10 años. Aquel tema que resonó tanto en la prensa de los “chanchos chinos” está cercano a esta cuestión. ¿Por qué cerdos en Argentina? Porque aquí se puede encontrar el insumo para alimentarlos (maíz, por ejemplo) y así reemplazar un barco de soja por un barco de carne cortada, freezada en containers refrigerados. Esto implicaría una exportación con un valor mucho más alto por tonelada. Hay algo aquí que nuestro país debe explorar, lo cual significaría — por supuesto — un mayor nivel de inversiones, pero a su vez mayor nivel de exportaciones.

El asunto de los chanchos acarrea un montón de problemas. Hay tensiones que uno cree no deberían ser tan problemáticas, pero que en Argentina terminan siéndolo por distintas circunstancias. Primero tenemos el inconveniente de la distribución del ingreso. Lo vimos este verano cuando tuvimos dificultades con las exportaciones de maíz y el Gobierno tuvo que intervenir la cadena del maíz (podemos discutir si se intervino bien o mal, pero efectivamente existía un problema). Ahora tenemos inconvenientes con el precio de la carne. ¿Por qué sube su valor? Porque aumenta el precio del maíz. Están vinculadas una cosa con la otra. El maíz es insumo de la producción de carne y el aumento de costos termina impactando en el precio final. Estamos exportando cada vez más carne a China y eso, en vez de ser un beneficio en términos de reservas, termina siendo un problema en términos distributivos, generando inflación como último efecto.

Todo esto merece una reflexión sobre cuál es el papel de las retenciones, cuál es el papel del Estado, si existe una cuestión de comportamiento empresario, si existe una cuestión que tiene que ver con exceso de impuestos, etc. Para mí las retenciones son un componente esencial para frenar el incremento de precios internos, pero debe acompañarse de políticas sectoriales más activas.

Luego, tenemos toda una veta que se abrió más recientemente: el tema ecológico. Muchos comentaristas hicieron hincapié en que no era la industria más limpia que se podía tener. Obviamente, todos soñamos con exportar tecnología pero no siempre se puede. Todos los países están en búsqueda de lo mismo. Los cerdos eran una salida bastante natural para Argentina, pasando de exportar granos a exportar animales nutridos por estos granos. No me siento cómodo con el debate ecológico. Hay algunos argumentos que no me terminan de cerrar. Claramente los principales exportadores de chanchos en el mundo están en Europa, donde se utilizan tecnologías limpias. Muchas veces, las críticas de esta índole caen en una cuestión artesanal, en búsqueda de condiciones más naturales, olvidando que la industria y el aumento de la productividad bajan los costos y posteriormente los precios. Podemos comer alimentos más baratos porque aumenta la productividad. La idea de Adam Smith — de la fábrica de alfileres — es justamente esta: juntar a todos los trabajadores en un mismo lugar y generar la división de tareas mejorando la productividad. Este es el capítulo uno de la Riqueza de las naciones. Esto no siempre está contemplado. Me parece lógico que en una góndola se puedan encontrar una porción de productos artesanales más caros y otros industriales más baratos, de forma tal que el consumidor pueda elegir. Ahora, de ahí a invalidar la producción industrial por motivos ecológicos… Si lleváramos ese argumento a sus últimas consecuencias, estaríamos poniendo en jaque a todo el proceso de industrialización desde el siglo XIX hasta la actualidad, a toda la ganancia de productividad y, en última instancia, a la tecnología que está totalmente olvidada en este debate aún cuando es un elemento clave.

En línea con la pregunta anterior, ¿La relación entre Argentina y China puede ser mutuamente beneficiosa para ambas partes y no una réplica — en este siglo — de la relación colonialista Imperio británico — Argentina? ¿Qué rol juega Estados Unidos en este vínculo?

Ese es un tema clave. Cuando se habla sobre la relación entre Argentina y China se suele obviar al tercer actor de esta relación triangular que son los Estados Unidos, un poco al estilo de lo que fue la relación entre Argentina, Gran Bretaña y los Estados Unidos en los años 30´. Esto es lo que sucede cuando hay un cambio de liderazgo mundial y un traslado del eje de la economía mundial. Hasta hoy, el centro de la economía fue el Atlántico norte, razón por la cual todos nuestros puertos y ferrocarriles están orientados para exportar a Inglaterra. Actualmente, en cambio, observamos un traslado hacia el Pacífico, que cada vez cobra más protagonismo como centro del mundo y eje económico y político mundial. Esto va a tener muchas implicancias en términos geográficos y de inversiones. ¿Por qué las exportaciones deberían pasar por el puerto de Rosario en vez de salir hacia el Océano Pacífico? De acá a 20 o 30 años, tal vez el mapamundi así como lo conocemos hoy no exista más y China ocupe el medio con América a la derecha y Europa a la izquierda, bien al fondo. Un cambio de centralidad con muchísimas implicancias.

La gran pregunta en la relación entre Argentina y China creo que aún tiene que crecer en términos académicos. Me parece que hay diversos puntos que aún no han sido desarrollados. Lo charlamos mucho con algunos amigos y de hecho es objeto de la tesis doctoral que estamos terminando. Hay una relación asimétrica entre Argentina y China: esto está claro, no hay comparación. Lo curioso es que los términos de intercambio, como decía Prebisch, están al revés: nosotros exportamos soja cara e importamos productos industriales baratos.

Ahí hay dos ejes interesantes. Número uno: la soja es cara. Buenísimo, mejor para nosotros. No obstante, seguimos teniendo restricción externa. Esto se da por una cuestión bastante simple que son las famosas elasticidades de las cuales hablaba Prebisch. Nuestras exportaciones no pueden duplicarse de un año al otro porque hay un factor limitante que es la tierra. Por más que la soja haya mejorado muchísimo la productividad en estos últimos años, la razón más preponderante que explica el aumento de su producción es el aumento de la escala territorial. Pero ella llegó a un límite, y tal vez los ha sobrepasado ya que algunas zonas marginales cultivadas con soja tienen escasa productividad. Al mismo tiempo, si se necesita el doble de productos industriales los chinos los van a producir. Ellos no tienen la misma elasticidad. Ocurre lo mismo de siempre. En la relación bilateral vemos la misma dinámica que con el resto de los países: nuestras exportaciones tienen incrementos menores y cuando crecemos las importaciones aumentan rápidamente. Terminamos teniendo déficit externo con China en la relación bilateral.

La otra pregunta es: ¿Quién se queda con el dinero de la soja? Primero podemos encontrar al sector financiero, que suele quedarse con una porción. Luego están las empresas traders, con toda su operatoria de empresas multinacionales. Resulta, cuando hacés la cuenta de cuántos dólares quedan en la Argentina, que de los 500 dólares por tonelada gran parte se va en insumos dolarizados, por lo que no termina de ser tan beneficioso para el país.

Un tercer tema importante del lado de las importaciones con China es ¿qué es lo que estamos importando? Una cosa es importar bienes de consumo y otra muy diferente es importar bienes de capital. Nosotros con Gustavo Girado hicimos un paper en el año 2015 en el que ya mostrábamos que Argentina importa cada vez más bienes de capital de China. Esto nos dice que importar industria no siempre es malo porque si traes bienes de capital quiere decir que los bienes de consumo los fabricamos de forma local, con lo cual puede existir una relación virtuosa en el sentido de que China necesita exportar sus bienes de capital.

Si uno importa una maquinaria de origen alemán, durante 20 años estará en relación con Alemania por las futuras partes, piezas, etc. Si China logra que Argentina pase de importar maquinarias alemanas a importar maquinarias chinas, se genera una dependencia tecnológica de la industria argentina con respecto a China. Entonces hay que ver hasta qué punto las maquinarias chinas, que son más baratas que las alemanas, terminan siendo beneficiosas en términos de divisas, porque también terminás creando una nueva dependencia tecnológica, reemplazando a Alemania por China.

Está instalado que Argentina es un país rico en recursos naturales. Sin embargo, cuando se mide el nivel de recursos per cápita no es tan así. ¿Cómo afecta esto a nuestras posibilidades de desarrollo? ¿Cómo se relaciona esto con la restricción externa?

Claramente Argentina no tiene muchos recursos naturales per cápita. Incluso dentro de América Latina debe ser de los países que menos tiene. Es importante empezar por ahí. Para 45 millones de personas se necesita complementar a los recursos naturales con otras cosas como industria, servicios, construcción, transporte, etc. Estos son elementos claves en el desarrollo del país. La mesa tiene muchas patas: el agro es 10% del PBI, la industria es otro 20%, la construcción es importante y, sobre todo, los servicios y el comercio cada vez toman más importancia. Con las condiciones que impuso la pandemia, los servicios se han convertido en un elemento destacado a nivel global, lo cual implica que empresas como Globant y Mercado Libre sean netamente exportadoras de servicios. A esto le podés sumar consultoría, hasta profesiones como psicoanálisis… veremos qué potencial tiene.

También hay una cuestión importante para la industria: el mercado interno. Al ser mediano, da paso a la necesidad de una integración regional para ir ampliando la escala de los productos que fabricamos. El caso clásico es el de la industria automotriz, la cual, tal vez, no podría ser viable en Argentina sin el Mercosur y el acuerdo que se hizo en su momento de compensación (un comercio administrado). La producción se concentraría en México o Brasil. Entre el comercio administrado y la integración regional creo que se encuentra la gran respuesta que debe tener la industria.

Para mi, una de las claves del desarrollo asiático es el famoso modelo de los gansos voladores de Akamatsu. Japón comenzó a producir industria textil barata. Luego, cuando su salario medio se incrementó, pasaron a producir los productos textiles en Corea del Sur quedándose con la industria del acero. Más tarde, cuando el acero se agotó pasaron a hacer electrónica, enviando el acero a Corea del Sur y lo textil viró hacia Taiwán. Comenzaron así a generar una relación de integración regional, en la cual los países tienen salarios diferentes y cada uno cobraba una especialización industrial interesante. Uno de los grandes problemas que tuvo el crecimiento de América Latina entre el 2003 y el 2015 es no haber podido lograr un esquema industrial de ese estilo, que habría ayudado a mejorar la productividad.

Esto no quiere decir que no haya más sector textil en la Argentina porque es una cadena muy amplia. Pero ¿para qué tener talleres aquí si tal vez se puede producir en otro lugar? Son factores que Asia pudo resolver y acá se vuelven debates tremendos. Es la clave: en un punto, se tiene que internacionalizar una parte de la cadena de valor para poder tener una consistencia, si no después aparece la cuestión de la desigualdad salarial entre los diferentes sectores de la economía. Las empresas grandes y las pymes tienen que pagar salarios similares por compartir ramas, pero hay una realidad que es la gran diferencia de productividad. Hay muchas cuestiones en el sector industrial que son interesantes. La integración regional puede llegar a ser la clave, bien entendida y bien llevada a cabo, para poder generar cierto desarrollo y ocasionar menos problemas en las cuentas externas de los países.

¿El modelo de los gansos voladores de Akamatsu fue algo que se dio de forma espontánea o fue planificado en una coordinación regional?

Akamatsu es similar al Prebisch de Asia. Él escribió durante el imperialismo japonés de los 20’ y los 30’. Ellos lo que hacían era conquistar Manchuria, por ejemplo, y desarrollar allí su siderurgia. De hecho, el noreste chino comenzó su desarrollo industrial sobre la base proveniente de las inversiones japonesas de los años 30’. Lo que él planteaba era una racionalidad de las empresas japonesas a la hora de llevar a cabo inversiones, las cuales fueron fuertemente apoyadas por los estados. Luego, los estados no tuvieron una coordinación entre sí o una especie de mercado común europeo en Asia. Aquí uno puede tener diferentes interpretaciones: algunos podrán decir que esto lo armó Estados Unidos como una supranacionalidad estratégica; hay otros que dicen que las propias empresas fueron generando este tipo de consistencias por sus propias formas de pensar las ganancias.

¿Y vos por qué hipótesis te inclinás?

El tema de Estados Unidos es clave. Yo creo que el desarrollo es siempre una cuestión que tiene que ver con lo externo, con un contexto, con una relación con el país central que te puede ayudar o no, y, sobre todo, es una cuestión muy endógena de consistencia y continuidad con las políticas. Corea del Sur tuvo el mismo dictador por aproximadamente 20 años, una cierta hegemonía política para llegar a imponer un modelo. Yo creo que lo institucional viene un poco después.

Eso es interesante. En Argentina se suele escuchar que las instituciones fuertes son una condición necesaria para el desarrollo.

El discurso sobre las instituciones me hace acordar a esos entrenadores que ganaron 2 a 0 y dicen: “ganamos porque jugamos bien, planteamos bien el partido, etc…”. Es un poco por eso pero, en verdad, las instituciones serían como un planteo general que no depende solo de vos. Después en la cancha pasan otras cosas, tenés rivales, hay un árbitro, llueve o hace calor, etc. Creo que aparece como algo ex post.

Hay otras cosas que son mucho más importantes y fuertes. El tema de la consistencia macro me parece que es una de las claves. Los grandes números ordenados (inflación y tasas de intereses consistentes, por ejemplo) ayudan, por ejemplo, al tipo que tiene que invertir en armar un feedlot para no dedicarse solo a la soja, que es lo más barato y menos riesgoso.

¿Argentina puede volver al modelo de ser el “granero del mundo”? ¿Es realmente una maldición exportar alimentos o puede ser una ventaja dada la proyección del crecimiento poblacional en China e India?”

La cuestión de la maldición de los recursos es algo que debemos discutir. Hay ciertos reflejos de militancia (como planteó Eduardo Galeano en “Las venas abiertas de América Latina” en los años setenta) que me parece que hay que actualizar desde otro enfoque heterodoxo. Por ejemplo, el préstamo Baring Brothers. Discusión de los años 70, la cual sería interesante replantear a la luz del gran crecimiento reciente que ha tenido la heterodoxia. Hoy la perspectiva que tenemos sobre este préstamo no es que se llevaron toda la plata o que ese dinero nunca vino, porque sabemos que desde lo bancario no necesitas que viajen los lingotes de oro. Con un asiento bancario basta. Lo que pasó ahí es que se fue todo a importaciones, el tipo de cambio se devaluó y posteriormente hubo una inflación tremenda. Hoy por hoy, la heterodoxia lo puede trabajar muchísimo mejor. Se necesita actualizar algunos debates que han quedado por ahí dando vueltas.

La cuestión de los recursos naturales es extraña, porque ni siquiera Argentina tiene tantos como para decir que es una maldición. Si tuviéramos muchos recursos naturales, como los países petroleros, estaría claro que no habría tal maldición. Noruega, por ejemplo, tenía recursos naturales y salió adelante mediante ellos. El tema es qué haces con los recursos. Noruega comenzó a fabricar camiones y comenzó a generar industrias conexas. Armó toda una infraestructura vinculada a la exportación de petróleo y madera. Plantearon transportar este producto con vehículos propios. Ese es el camino. ¿Tenemos agricultura? Buenísimo. ¿Tenemos máquinas agrícolas argentinas? No, porque en los 90 vinieron las trasnacionales y se quedaron, prácticamente, con toda la maquinaria. Si mirás el balance de divisas de maquinarias de agroquímicos, es deficitario. Ahí está el desarrollo. El problema no es exportar soja, sino quién se apropia de los términos de intercambio favorables que tenemos: los buenos precios de la soja.

¿Por qué no pudimos generar nosotros una industria de maquinaria agrícola que pueda competir a nivel global? Tener una demanda constante de granos te permite invertir en tecnología. Sabés que los inversores nunca te van a fallar. Todos los años hay una nueva cosecha y se exporta. Al tener una demanda segura, podés ir pensando en tecnología. Invertir y mejorar. Obviamente, hay mucha tecnología particular, como la de las semillas, por ejemplo. Aquí hay debates de gente que trabaja bien el tema: Carlota Perez, Roberto Bisang y otros. Aunque a veces se exagera, tenemos una buena potencialidad en los recursos naturales.

También hay que tener en cuenta que hay cierta respuesta de lobby ante las posibles políticas relacionadas al campo. Hay cuestiones como la concentración de la tierra que son verdades. Si tu fuerte es la exportación de la soja y tu principal fuente de divisas se divide en 10 puertos, esas partes terminan teniendo un poder muy fuerte para influenciar la política pública. Ahí es cuando aparece el problema de quienes manejan esos recursos. El inconveniente aquí no es la tierra sino que hay eslabones claves sobre los cuales el Estado debería tener un mayor control. Las petroleras árabes son estatales. La minera chilena es estatal. Todas las grandes empresas chinas son estatales.

No es la cuestión de tener una Junta Nacional de Granos, discusión a la que siempre volvemos, pero algo sí quedó claro con el caso de Vicentín. Seguramente no necesites un puerto si no tenés los barcos. Eso es algo que fuimos perdiendo: los barcos son ajenos. La cuestión clave es el acopio. Que el Estado invierta en acopios públicos. Que en caso de faltante vaya comprándolo al productor, quizás con mejores condiciones que las trasnacionales, y viceversa saliendo a vender cuando las trasnacionales tienen problemas. Con un stock propio podés generar una competencia y evitar un abroquelamiento de los productores y/o exportadores. Cuando los productores no quieran vender, interviene el Estado vendiendo y satisfaciendo la demanda. Por supuesto, no tiene ningún sentido que toda la cadena sea estatal, aunque sí hay algunas claves sobre las cuales el Estado debería tener alguna influencia. Lo más importante del tema Vicentín es la discusión sobre toda la cadena que involucra la soja: puertos, aceiteras, etc. Para mí, lo más importante es el stock.

¿Con un acopio propio también podrías salir a intervenir y evitar la especulación financiera sobre precios de la soja o posibles fluctuaciones del tipo de cambio?

Exactamente. Eso es actualizar una discusión desde la heterodoxia, que se quedó en la cuestión de la Junta Nacional de Granos. ¿Qué era lo importante de la Junta Nacional de Granos? Tenía muchas cosas: trenes, silos, etc. ¿Qué nos interesaría tener hoy por hoy, sabiendo que el sector privado maneja todas esas cuestiones de forma bastante eficiente? Uno cuando piensa en este tipo de cosas tiene que estar seguro de para qué las quiere, porque son cuestiones que van a hacer mucho ruido.

Por ejemplo, en el caso de YPF, su nacionalización me pareció necesaria. Había una empresa que no explotaba Vaca Muerta porque tenía otra estrategia a nivel global y lo guardaba como reserva. Esto generaba que cayera la producción nacional. A partir de la intervención del Estado en ese mercado fue cambiando para bien la producción de petróleo y gas en Argentina. Después, obviamente, tuvo sus vaivenes con el mismo precio del petróleo. Hubo juicios y mucho ruido. Pero lo más importante fue que YPF garantizaba a pymes locales la compra de producción industrial de tecnología nacional vinculada a la extracción de petróleo.

Lo importante de Techint no es que hoy tenga la plata en Luxemburgo. Lo importante es que es una empresa que nació como una pyme hija de YPF estatal y hoy necesitamos otras 15 Techint que exporten a todo el mundo distintos productos tecnológicos para lograr una Argentina desarrollada. Para tener 15 Techint, se necesitan 5 empresas como YPF, estatales, que vayan incentivando y comprando tecnología a pymes argentinas para que crezcan. La tecnología, que es la clave del desarrollo, es sobre todo un fenómeno estatal. La NASA es quien comenzó financiando a Elon Musk para que lance sus cohetes al espacio. Debemos crear empresas estatales con ese espíritu, que compren tecnología a empresas pymes del rubro y enfrenten una demanda constante del Estado, replicando la forma en la cual se desarrollan los países.

Un caso que siempre remarco es el de Francia. Ellos tuvieron un proyecto de computadora estatal en su momento (años 70’ y 80’). ¿Quién tiene hoy una computadora francesa? Nadie, terminó siendo un fracaso. No obstante, hoy Francia es uno de los países que más desarrolló todo lo que es accesorios y periféricos de las computadoras. Hay un montón de empresas francesas que se encuentran en la industria y esto se debe a ese proyecto de computadora francesa que fue demandando diferentes elementos a estas empresas. Por ahí pasa el desarrollo. El estado y el mercado son cuestiones complementarias. No es posible que nos estemos peleando a esta altura de la vida sobre qué es mejor, si el estado o el mercado. China se desarrolló sobre la base de empresas estatales pero en un entorno de mercado, esa es la clave. Debe estar regulado, pero muchas veces la dinámica de acumulación de capital termina siendo un iniciador para su posterior generación de empresas.

¿Tiene sentido en la Argentina hablar de una reforma agraria al estilo de la Revolución cubana o china?

Voy a citar a una persona que no es economista: Pedro Peretti, quien me ayudó mucho a abrir la cabeza en las cuestiones referidas al campo. Muchas veces, el estructuralismo latinoamericano o las perspectivas heterodoxas del desarrollo piensan al campo como un proveedor de divisas. El marxismo, a veces, lo ve como un apéndice de la relación capital- trabajo. Pedro siempre dice que la cuestión de la tierra es relevante, a pesar de no estar recurrentemente sobre la mesa de discusión. Son procesos políticos, es difícil plantearlo así nomás. Me parece bien que se hable de todos los temas, incluso de ese, aunque lo veo muy difícil de revertir.

Sí me parece interesante la cuestión entre el campo y la ruralidad. Con respecto a lo rural, en el contexto actual de la pandemia y el teletrabajo, inmersos en un proceso que no sabemos a dónde nos va a llevar, lo que puede llegar a ocurrir es que se desarrolle una nueva estructura de población en zonas alejadas, con gente proveniente de la urbanidad yéndose a vivir a lugares más tranquilos. Si pueden trabajar de la misma forma con la conectividad actual y condiciones de vida mucho mejores, se podrían dar ciertos fenómenos sociales cuyas repercusiones políticas habrá que analizar.

Hay un montón de temas para discutir en el campo. Por ejemplo: hay muchas ciudades en el medio de la zona sojera, que compran hortalizas en el Mercado Central, lo cual es un absurdo. Se podría establecer una zona periférica, no sojera, con la excusa de la contaminación que dejan las avionetas con glifosato, y cultivar allí esas hortalizas. Esto tiene que ser un proceso de cada una de las ciudades, que al fin y al cabo son las grandes perjudicadas por la contaminación. Ya hay un radio estipulado y allí no sólo debe poblarse con gente que quiere ir a vivir otra vida en lo rural, sino que debe darse un proceso de agricultura periurbana donde se cultiven mucho más hortalizas, frutas, etc. A eso apunta Juan Grabois y creo que es súper interesante. Es raro que las frutas, verduras e incluso los animales viajen miles de kilómetros con lo que implica en costo de flete, accidentes de tránsito y sus costos de infraestructura. Se podrían resolver endógenamente.

Otra cuestión que me parece muy importante es intentar salir del monocultivo de la soja. Promover que en cada lugar no haya sólo soja sino distintos cultivos y animales. Lo que Pedro Peretti llama “la chacra mixta”. Porque el desarrollo también es un desarrollo dentro del campo. La soja no es desarrollo para el campo. Lo es agregar valor allí, incluir tecnología, y esta no debe estar orientada únicamente a la soja. Puede dirigirse hacia otros productos que aporten rentabilidad. Allí hay toda una potencialidad: pensar el agro no sólo como un proveedor de divisas, sino como un tópico del desarrollo que no tiene por qué ser sólo industrial o venderle a China exclusivamente soja. Podemos vender animales y otros productos.

Por último, a pesar de ser un país en el cual la agricultura tiene un lugar muy importante, son muy pocos los economistas dedicados a la agricultura. Sobre todo, los economistas heterodoxos. Veo allí todo un campo de investigación y discusión que es verdaderamente propicio y necesario. No podemos quedarnos en la discusión de la 125. Toda esta historia de la grieta nos impide pensar la cuestión del agro de forma más seria y funcional dentro de un marco de desarrollo nacional. La industria debe desarrollarse. Los argumentos son: diversificación, tecnología y valor agregado. Esos deben ser los mismos argumentos para el campo, de tal modo que el sector agrícola se pueda pensar desde esas ópticas.

Para sentarnos a discutir sobre estos ejes de desarrollo: ¿Es imperioso que Argentina resuelva sus diversos desarreglos macroeconómicos?

Si, creo que es una condición necesaria. A veces, el desarrollo no está en inventar cosas nuevas, sino en llevar a cabo una mejor articulación entre lo que ya existe. Una mejor articulación entre el campo, la industria, las finanzas, los sectores populares, los unicornios, etc. Hay un texto de Jorge Katz muy bueno sobre las cuatro argentinas, que va en ese sentido. Hoy por hoy, Argentina posee un trabajo muy aislado de sus distintos sectores, cuando un mayor encadenamiento del agro y la industria es una de las grandes claves para el desarrollo. Para esto se necesita financiamiento y para tener financiamiento, se necesita, a su vez, coherencia entre las tasas de interés. Si tenés un futuro a 60% y una tasa de 35%, es todo muy extraño, más allá del tipo de cambio. La macro termina siendo un condicionante de todo esto.

¿Qué lecturas o cursos recomendarías sobre temas que en una carrera de grado de Economía no se ven? O bien para gente de otras disciplinas…

La historia económica es súper interesante. Ahora me encuentro leyendo a un historiador francés que se llama Fernand Braudel, que piensa el capitalismo desde otro lugar, incorporando otras cosas. En mi tesis de doctorado me enfoco en estos temas. Él es quien crea este concepto de cadenas globales de valor, habla del sistema mundo y retoma discusiones de centro y periferia. Habla del comercio de larga distancia como un factor clave en las relaciones de capital.

Plantea un debate sobre la diferenciación entre el mercado y el capitalismo. Define al mercado como agentes que compran y venden entre ellos, algo que existe desde siempre, y al capitalismo como la contratación de obreros en el marco de una empresa y una producción planificada. Es un gran disparador para empezar a pensar. El capitalismo y la gran empresa son diferentes al mercado y la compraventa, que siempre estuvieron. En este momento, te diría que el mercado es una cuestión menor al lado de la gran empresa.

Cuando integraba el CEFID-AR, un centro de estudios que existió hasta el 2015, notamos que desde la economía heterodoxa había poco conocimiento técnico sobre finanzas. Sobre todo, para las políticas públicas en finanzas, no para tradear. Pero incluso para tradear tampoco había buen conocimiento. Estábamos en pleno auge del tema de la renegociación y fondos buitres. Ahora, nuevamente este año, con una nueva renegociación, etc., me parece un tema muy importante e interesante que en las carreras no se ve. En la Universidad Nacional de Quilmes propusimos un Posgrado en finanzas para el desarrollo, en el cual se analizan todas las cuestiones que tienen que ver con los bonos, acciones, etc, pero mucho más orientado a las políticas públicas. Veíamos como un defecto lo poco que se sabe de las cuestiones prácticas, de cómo funciona el mercado de capitales. Salís de la Facultad sin conocer de agro ni de finanzas, cuestiones que están en las tapas de todos los diarios cada dos por tres en Argentina. Es una propuesta colectiva que hicimos en su momento y funcionó muy bien, trabajando en conjunto con el Banco Credicoop. Es una opción que merece ser considerada.

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