De cómo la nivelación se convirtió en integración por Claudia Barrientos
Claudia Barrientos relata la experiencia vivida como maestra de nivelación en una escuela primaria de la Ciudad de Buenos Aires. Buscando con otras colegas cómo lograr que en poco tiempo un grupo de niños que nunca habían concurrido a la escuela o la habían abandonado, aprendieran lo necesario para ingresar al grado más próximo a su edad cronológica, fueron descubriendo los caminos para ampliar los alcances de la nivelación y transformarla en un proceso más complejo y significativo: la integración Este es el relato de Claudia: En junio de 2012, me hice cargo de un grado de nivelación en el barrio de La Paternal. La escuela es una de las más tradicionales de la zona; funciona desde hace casi cien años en el mismo edificio y los vecinos se jactan de que entre sus ex alumnos figuran Mirtha Legrand y Daniel Filmus. El arraigo del establecimiento en el barrio lo demuestra la presencia en los actos escolares de los abuelos de los actuales alumnos, quienes evocan conmovidos sus épocas escolares o la de sus hijos en el mismo establecimiento, o recuerdan su intervención en los actos recitando, bailando, cantando. La presencia de tres generaciones da un sentido de pertenencia muy fuerte, que se evidencia, por ejemplo, en las muchas manos que colaboran cuando hay que realizar reparaciones importantes en el edificio. Pero, este sentido de pertenencia tiene, también, un costado negativo: es muy difícil conseguir una vacante, si bien la inscripción es abierta y democrática. El barrio de La Paternal tiene algunas características particulares similares a las de esta escuela. También en él viven varias generaciones; sigue funcionando una farmacia inaugurada en 1930, atendida por el nieto del fundador; o una fábrica de pastas tradicional donde se puede ver a abuelo, padre y nieto conversando con sus clientes. Lo mismo ocurre con las viviendas sobre la Avenida San Martín: edificios de departamentos conjugados con casitas más antiguas pero muy bien cuidadas; casas con jardines, patios, galerías. Se podría decir que el barrio conserva la impronta de los años 50 del siglo pasado. Pero algo ocurrió en los comienzos de este siglo que ha venido a alterar su aspecto tranquilo de clase media. La presencia, al costado de las vías del ferrocarril San Martín, de un asentamiento, que en la actualidad ha crecido exponencialmente y cuyos habitantes son, en su mayoría, cartoneros. Diversas nacionalidades conviven en el asentamiento, las que no sólo han alterado la fisonomía del barrio, sino que “se han metido dentro de las escuelas”. Con la Asignación Universal por hijo, los niños que viven en “La Carbonilla” han entrado a la mayoría de los establecimientos. El que estoy caracterizando se mantenía “a salvo” de la inscripción masiva de niños tiznados de carbón, hasta que un relevamiento en la Villa demostró que muchos de sus habitantes no estaban escolarizados. Y, entonces, se abrió en la escuela donde trabajo, un grado de nivelación. Según la página oficial del Gobierno de la Ciudad, los Grados de Nivelación están destinados a niños de 8 a 14 años que nunca asistieron o abandonaron la escuela. Ello implica que concurren alumnos con diferentes trayectorias sociales y escolares, lo que hace necesario “nivelarlos” con la finalidad de crear las condiciones para que, en el menor tiempo posible, cada uno pueda integrarse al grado más próximo a su edad cronológica. En la actualidad funcionan 31 grados de nivelación en 13 Distritos Escolares que atienden a alrededor de 400 niños. En la escuela en la que me desempeño, el grado de nivelación recibió el año pasado, seis alumnos: los 3 que vivían en “La Carbonilla” eran repetidores o habían abandonado la escolaridad dos o tres años atrás; uno, luego de ser judicializado por recibir maltratos de su familia y ser obligado a trabajar, acababa de ser adoptado (nunca había asistido a la escuela); otro era de nacionalidad paraguaya, llegado a la Argentina un año antes sin conocer casi el idioma, y una niña, con diagnóstico psiquiátrico, por su patología había abandonado la escuela tres años atrás. Tienen entre 11 y 13 años de edad, muchísimas ganas de aprender, pero, al mismo tiempo, una frase a flor de labios: “Yo no sé” Por sus diversas historias de vida, por sus trayectorias escolares tan diferentes, y por sus edades, se hace muy difícil concretar los objetivos de nivelarlos en el menor tiempo posible e integrarlos al grado que les corresponde. Ante las dificultades que advertíamos, resolvimos con la asistente técnica que colabora con mi trabajo y la maestra de 6° grado, planificar contenidos variados para el área de prácticas del lenguaje que iban desde actividades para el aprestamiento escolar, pasando por la sistematización de la escritura, hasta el trabajo con cuentos tradicionales infantiles, leyendas de pueblos originarios, relatos de escritores como Rodolfo Walsh, etc. Para el área de matemática, nos propusimos sistematizar los conocimientos sobre números y operaciones que los chicos utilizan en su vida cotidiana, los que no se pueden encuadrar en un grado específico. Como observamos que dominaban los útiles de geometría, trabajamos construcción de figuras geométricas, lo que a su vez creó la necesidad de utilizar la numeración decimal. Todo esto los interesaba, pero no alcanzaba para incluirlos en el grado que les correspondía: 6°. Entonces, decidimos integrarlos con los alumnos de ese grado cuando desarrollaban las áreas de ciencias naturales y sociales. La maestra recibía a los alumnos de nivelación cuando asistía con sus chicos al laboratorio para realizar actividades de observación y de experimentación. Los “a nivelar” se incluían en los pequeños grupos que se formaban y participaban activamente en la discusión de las conclusiones, ya que su dificultad no estaba en la oralidad sino en la escritura. Pero, integrarlos en estas actividades, evitando la marginación, implicó un trabajo arduo. Al principio, veíamos que en los recreos casi no salían del aula (Su anterior maestra les hacía servir el desayuno allí, en lugar de compartirlo con los demás chicos durante el recreo). Y a pesar de nuestra insistencia para que salieran al patio, permanecían “recluidos” en el salón. Consultamos a la profesora de educación física sobre la posible participación de los chicos de nivelación en las clases que desarrollaba en 6° y ella accedió a trabajar con los dos grados juntos. A partir de esta experiencia, comenzaron a conocerse, a saber cuáles eran sus nombres, y dejaron de ser “los de nivelación” para tener Nombre Propio. El comienzo fue duro. Los partidos de fútbol o hándbol, eran “a muerte”, pero la profesora trabajó muchísimo lo actitudinal y de a poco, la nivelación se transformó en integración. Luego se extendió la integración al área de Prácticas del lenguaje con una secuencia didáctica que organizamos sobre el libro El anillo encantado de María Teresa Andruetto, ganadora del Premio H.C.Anderson a la literatura infanto-juvenil Los alumnos de 6° grado concurrían al aula de nivelación todos los viernes en la 4 hora, para desarrollar la secuencia didáctica. Yo leía el cuento del libro que trabajaríamos ese día (Era hermoso ver a 28 chicos entre 11 y 13 años escuchar con tanta atención, como cuando eran pequeñitos). Luego de la lectura, como decimos con Silvia, mi compañera de 6°, abríamos la caja de Pandora, y los chicos, expresaban lo que sintieron al oír el relato Allí aparecían miedos, prejuicios, y momentos de mucho debate acerca del amor, la sexualidad, los sueños, las discriminaciones, la pobreza, la riqueza, la vida misma. En esa confluencia de opiniones fogosas, fuimos transcurriendo las horas, y de la secuencia didáctica, pasamos al proyecto de realizar una película. Entre todos, luego de varias discusiones, eligieron el cuento “Guijarros blancos, guijarros negros”, se formaron los equipos de actores, técnicos, musicalizadores, vestuaristas, maquilladores, escenógrafos, y ahí fuimos tod@s juntos a realizar la película. En este momento en que escribimos la experiencia, todo parece tan sencillo que no podemos menos que preguntarnos: ¿cómo tardamos tanto tiempo en lograrlo? El relato de Claudia Barrientos nos muestra cómo acuciados por las demandas puntuales de la realidad, los maestros en el aula construyen conocimientos. Su experiencia permite identificar características de prácticas pedagógicas que consideramos emancipadoras porque superan las limitaciones y las distorsiones propias de modalidades de enseñanza y de aprendizaje que enajenan a docentes y alumnos
Patricia D´Amore, en el marco del Grupo de reflexión sobre la práctica, identifica las siguientes características de una pedagogía emancipadora en la experiencia de Claudia
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