“Silvia Bleichmar: Superar la inmediatez. Un modo de pensar nuestro tiempo”. Editor: Jorge Testero, Ediciones del CCC, Buenos Aires, 2009. | Centro Cultural de la Cooperación

“Silvia Bleichmar: Superar la inmediatez. Un modo de pensar nuestro tiempo”. Editor: Jorge Testero, Ediciones del CCC, Buenos Aires, 2009.

Autor/es: Javier Marín

Sección: Comentarios

Edición: 7

Español:

En el pensamiento de Silvia Bleichmar, la superación de lo inmediato aparece como el paso estratégico para poder empezar a rearmar proyectos colectivos que empujen el proceso histórico hacia formas más dignas de vivir en sociedad, donde se revierta la inmensa devastación subjetiva que arrastramos, luego de largos años en los que, primero la dictadura, y luego, la expansión acelerada del modelo neoliberal han ido instalando una cultura de individualismo y chatura intelectual. Los textos incluidos en este libro son una muestra compilada de la participación de Silvia Bleichmar en distintos medios de comunicación, sea como columnista de Radio Ciudad o como entrevistada en diferentes diarios y revistas, e incluyen también distintos homenajes que sucedieron a su muerte (agosto de 2007).


Día tras día... hora tras hora... sentimos el vértigo de lo cotidiano, que nos habita y que percibimos, a la vez, como algo externo. Y mientras somos arrastrados por el cauce diario de consumos y estímulos, algo, de pronto, fuera del orden esperado, nos golpea como arrojándonos hacia afuera de la corriente. Tal es la sensación que produce encontrarse, sea o no por primera vez, con los textos de Silvia Bleichmar, reflexiones que iluminan los grandes traumas que nos dejan perplejos como sociedad, o bien dirigen nuestra mirada hacia todo aquello que de tan habitual no problematizamos y que, de pronto, pasado por la intensidad de un pensamiento tan singular como penetrante, nos es devuelto para nunca más ser observado con tibieza.

Tal como nos adelanta el título del libro reseñado, la superación de lo inmediato aparece como el paso estratégico para poder empezar a rearmar proyectos colectivos que empujen el proceso histórico hacia formas más dignas de vivir en sociedad, donde se revierta la inmensa devastación subjetiva que arrastramos, luego de largos años en los que, primero la dictadura, y luego, la expansión acelerada del modelo neoliberal han ido instalando una cultura de individualismo y chatura intelectual.

Si hay algo que caracteriza la perversión del modelo económico del capitalismo decadente es la sustitución de los ideales de felicidad por el goce inmediato. Por supuesto que la insatisfacción es constante, aun para quienes tienen acceso a bienes de consumo y un estándar de vida supuestamente satisfactorio. La insatisfacción está dada por lo que yo misma he denominado “malestar sobrante”, que no se reduce a las condiciones económicas actuales ni a las frustraciones presentes sino a la angustia que impone la frustración de todo proyecto compartido futuro que dé garantías de que se esperan tiempos mejores. (p. 263)

Para reinstalar en el horizonte social la aspiración a esos ideales de felicidad, la recuperación de una ética, donde el reconocimiento del otro en tanto sujeto, deseante y sufriente, es un paso necesario y urgente:

Se ha roto el pacto intersubjetivo que nos liga al semejante. Es en la relación con el otro, en la posibilidad de sentirse parte de un conjunto humano guiado por intereses compartidos y por leyes que rigen la vida de modo no arbitrario, que encontramos seguridad y estabilidad psíquica. La angustia de muerte sólo se puede paliar con proyectos que trasciendan el hoy. (p. 205)

En la palabra inmediatez, que aparece recurrentemente en los textos de Silvia Bleichmar, se despliegan múltiples sentidos y alcances. Lo inmediato no se refiere solo al deseo pasajero, incapaz de durar más que un fugaz momento, y a la forma en la que el transcurrir puro y simple, aburrido y sufrido, se automatiza cercando la posibilidad de crear futuros distintos; también se evidencia lo inmediato, como pesada cadena, en la cortedad de miras en cuanto a la capacidad pensante. No se trata solo de no poder vivir más allá de lo inmediato, lo profundamente alarmante es la imposibilidad de soñar al menos esa trascendencia. En el capitalismo contemporáneo se cercena la posibilidad de reflexión a través del desgarrador incremento de la masa de excluidos, donde la imposibilidad de adquisición de recursos simbólicos, la falta de una alimentación adecuada durante la etapa de crecimiento, y la necesidad diaria de supervivencia condenan a millones de personas a conformarse con aspirar al plato de comida al final del día, pero también se limita la posibilidad de pensamiento a miles de profesionales y trabajadores de oficina con los ritmos diarios de trabajo, donde la mente del que trabaja está totalmente volcada a la realización de sus tareas:

Con lo cual, se pierde el último reducto de libertad, que es el de la autonomía del pensamiento. Mientras se está haciendo lo que se hace no se puede pensar en otra cosa, si se va a salir a la noche o cumplir otro plan. El pensamiento está parasitado durante muchas horas por los que lo expropian, lo sorben como vampiros. (p. 202)

En la necesaria lucha por la recuperación de horizontes, los intelectuales en nuestro país han ocupado históricamente un rol de importancia que, ante la profesionalización y la separación creciente con respecto a las cuestiones generales de la sociedad, muchos han dejado de lado:

Los intelectuales se caracterizaron en este país por estar siempre mucho más allá de lo que la gente podía pensar y, en este momento, no sólo están rezagados sino, a veces, al margen de las cosas que le pasan a la gente. Lo voy a decir de otra manera: están profesionalizados. (...) Esta profesionalización se ve, está dada en el aferramiento a paradigmas insostenibles –cuya repetición ritualizada deviene un modo de pertenencia y no una forma de apropiación de conocimientos– por el aburrimiento con el cual se exponen los mismos enunciados empobrecidos en su reiteración ante quienes han dejado de ser interlocutores para ser sólo proveedores de trabajo o de reconocimiento. (p. 90 )

No obstante esta dificultad, Bleichmar no perdía la confianza en la recuperación de este rol por parte de los intelectuales, y su propio trabajo era una muestra, y lo sigue siendo, de la posibilidad de imaginar caminos que nos corran a todos de las repeticiones rituales a partir de las cuales el sistema de saqueo se pretende eternizar:

Es imposible armar proyectos si no hay sueños de trasfondo. La función de los intelectuales, en la medida en que no tienen la responsabilidad que tienen los políticos, es la de armar el horizonte, de empujar los límites de lo posible hacia lo imposible para ver cómo, en esa tensión, se define algo que sea menos brutal y destructivo para el ser humano. (p. 88)

Cuando leemos las notas incluidas en el libro, ya sea siguiendo el orden propuesto o salteando páginas, es imposible no encontrarse con la sensación de que mucho de lo que todos los días observamos sin detenimiento, desde los comentarios de las personas en la calle, hasta los grandes anuncios y, como diría ella, los silencios de la política, es solo la superficie de una realidad rotunda que casi siempre se nos escapa. Pero a poco de familiarizarnos con este modo particular de visualizar los problemas, también sentimos el alivio de que finalmente hasta las realidades más complejas pueden ser abordadas y clarificadas, abriendo caminos hacia nuevas prácticas que disminuyan el malestar padecido por nosotros y los otros a nuestro alrededor. Juan Carlos Volnovich, en una nota homenaje: “El siglo de Silvia: la analista que contagiaba inteligencia”, definiría con impecable sencillez este sentimiento:

Y era la suya una irradiación generosa que contagiaba inteligencia. Uno no más la leía o la escuchaba y ya se ponía inteligente. Uno se contaminaba con su inteligencia por el mero hecho de estar cerca. Silvia ponía inteligencia donde no la había, ayudaba a registrar la inteligencia que teníamos y no usábamos, y potenciaba aquella que estaba dormida. (p. 300)

Por esta razón, quienes hayan tenido ya el privilegio de encontrarse alguna vez con el pensamiento de Silvia Bleichmar, o quienes la descubran en algún momento futuro, no dejarán de sentir que han ganado una voz compañera y amiga que no solo les contagiará inteligencia, sino también, como ha dicho su hermano, Hugo Bleichmar, la convicción de “vivir con el sentimiento de que la vida de uno es finita pero que lo que se haga encuentra continuidad”.

La confianza en el país, en sus reservas morales y simbólicas, era parte del enamoramiento que llevó Bleichmar a afirmar que “la Argentina debe ser declarada patrimonio cultural de la humanidad”. El compromiso con los otros, hacia el cual volcaba toda la energía creativa de una inteligencia privilegiada, pero también cultivada férreamente con un trabajo constante a lo largo de toda su vida, era la mejor prueba de ese amor. Y ese amor es el que nos convoca a todos a superar la inmediatez de nosotros mismos, a soñar futuros distintos y movilizar energías para caminar en esa dirección, sabiendo que no es atrapando por fin la utopía que lograremos mayores niveles de felicidad sino reencontrándonos con un horizonte hacia dónde soñar.

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