"El pacto populista en la Argentina (1945-1955) Proyección teórico-política hacia la actualidad" por Beatriz Rajland. Ediciones del CCC, Buenos Aires, 2008. | Centro Cultural de la Cooperación

"El pacto populista en la Argentina (1945-1955) Proyección teórico-política hacia la actualidad" por Beatriz Rajland. Ediciones del CCC, Buenos Aires, 2008.

Autor/es: Edgardo Logiudice

Sección: Comentarios

Edición: 4


TapaDebo comentar un libro, es decir, expresar mi parecer. Ello me autoriza a informar del trabajo opinando, lo que de algún modo significa dialogar a la vez con el autor y el lector. De este modo la reseña opera como fondo y la opinión delata el lugar desde el que se expresan los comentarios.

La base del trabajo está constituida por la tesis de doctorado de la autora en la Facultad de Derecho. Su reelaboración, para esta publicación, excede entonces el marco originario para asumir una mayor intensidad política.

En mi opinión es, precisamente, la huella de su génesis, la que permite poner de relieve algunos rasgos originales de este estudio sobre el populismo.

La autora posee una larga carrera académica que le permite desenvolverse con soltura con algunos aspectos normativos, para señalar diversas etapas en el período abordado. Las normas como instrumento de periodización de la praxis política. Pero, dada su aun más extensa trayectoria de compromiso político-social, los hitos jurídicos no se muestran con la aridez de las leyes, sino como cadencias de un proceso tan discutido como inagotable de una historia que Rajland, aunque joven, ha vivido.

Pero la impronta jurídica aflora también, fecundamente, cuando caracteriza al populismo como un pacto, más precisamente como un pacto de adhesión. Es decir como la propuesta de un conjunto de reglas de juego a la que se adhiere o se rechaza, sin participar en su elaboración. Claro es que esta figura juega su rol metafórico para aproximarse a un proceso bien definido históricamente y, en esa historia, el desarrollo de los conflictos político-sociales excede la metáfora. Sin embargo, es esa caracterización del populismo la que pone de relieve sus aspectos ideológicos. Los aspectos que delimitan el alcance transformador del peronismo y el papel de los sujetos sociales, particularmente de la clase obrera en ese período. En ese contexto de las determinaciones históricas, Rajland señala la base de un pacto keynesiano con los rasgos particulares (folklóricos, dice) de las condiciones económico-sociales de nuestro país, en esa época.

Dice la autora: “El Estado populista es la expresión folklórica o específica del llamado Estado de Bienestar. El pacto capital-trabajo en las condiciones del populismo se constituye para las clases subalternas como una especie de contrato de adhesión, donde las condiciones están determinadas desde arriba (activo papel del Estado).”

Alertada, y alertando, del riesgo de caer en la dicotomía racionalidad/irracionalidad con que, algunas veces, ha sido tratado el populismo, la autora no omite señalar que la adhesión de las masas contuvo ingredientes de formas de legitimación de una modernidad poco ortodoxa. Así, por ejemplo, ciertos aspectos míticos o cuasi-religiosos. Pero esa misma alerta es la que evita todo desdén o mirada iluminista respecto a la actitud de los sectores populares.

Tampoco busca la autora construcciones artificiosas, que trasladan acríticamente paradigmas de otras disciplinas, para encontrar “significantes vacíos” llenados por el carisma de un líder, como es el caso de Laclau. Caso en el que, como señala Atilio Borón en el Prólogo de este libro, se produce una “asombrosa evaporación conceptual”.

Se atiene al conjunto orgánico del proceso y las formas que derivan, o en las que se manifiestan, sus determinaciones históricas. La autora demuestra que el significante no estaba vacío.

No pretende Rajland tampoco la minuciosidad histórica, sino apoyarse en los rasgos, para ella esenciales, evitando sí que los episodios históricos contradigan su tesis. Su historicidad consiste en los rasgos del mismo proceso que está abordando. Puesto que la historia es un constructo siempre sujeto a prueba.

Así, en esa historia, la autora nos ayuda a distinguir tres momentos.

Un primer momento en que Perón es el autor de las medidas de la Secretaría de Trabajo teniendo en cuenta los requerimientos de la clase trabajadora, base política del acuerdo keynesiano. Medidas justificadas ante los sectores más aferrados al statu quo, agrego, con aquello de que se trataba de “masas de criollos buenos, obedientes y sufridos”. Expresión que denota el paternalismo sagaz de este populismo “a la criolla”, como dice la autora. Para la otra pata del pacto ella recuerda los discursos de Perón del 44 frente a los empresarios. Bastaba “la amenaza de lo peor”, como dice Jacques Ranciere: el alerta frente al comunismo.

Todo esto significaba lo que Rajland expresa como “integración institucional de la clase trabajadora”.

El segundo momento lo constituye la legitimación democrática: las elecciones de 1946. Acto jurídico mayor, con él la investidura constitucional de un líder militar. El coronel es entonces Presidente. Alrededor de esta mutación giran las reflexiones de la autora sobre las tantas veces discutidas caracterizaciones sobre el bonapartismo o el cesarismo populista.

En relación a ello la autora nos remite a la referencia de Gramsci respecto al cesarismo: puede ser progresivo o regresivo, la tendencia es a la regresión. De todas maneras sea o no cesarismo, la tendencia, nos dice, no es propicia para los procesos de autonomía de los sectores populares. Agrego que, ya que de Gramsci se trata, quizá, las figuras de un césar, un líder o un conductor, puedan expresar lo que aquel llamaba transformismo.

Digo transformismo porque, pese a los esfuerzos normativos, que recuerda Rajland, de constituir una ideología oficial, su establecimiento en el poder fue históricamente efímero.

Finalmente, el tercer momento corresponde a un giro destacado con las medidas de 1952. Ello sucede después del intento del peronismo de transformarse en una ideología orgánica, a través del medio jurídico, con la Constitución de 1949 y postulándose como Doctrina, primero justicialista y luego nacional. En estos años el mismo líder comenzó a desandar el camino propuesto. Esta vez fueron las normas del Segundo Plan Quinquenal: “consumir menos y producir más”. Cuando, como lo recuerda la autora, la coyuntura mundial se tornó desfavorable y la esperada Tercera Guerra quedó en las aguas de la Guerra Fría.

La Tercera Posición va quedando atrás y “hay un alineamiento cada vez mayor hacia la política exterior de EEUU”.

Pero ello, “para las masas obreras no aparecía como resultante de un proyecto en el cual en realidad el centro no eran ellas”.

El proyecto tenía otros autores y, también beneficiarios. No es que los obreros no lo fueran también, sólo que jugaban como adherentes. Eso significa la tesis de Rajland.

No obstante, en mi opinión, coincidente con la afirmación anterior de la autora, si bien el centro del proyecto no eran las masas obreras, éstas siendo beneficiarias efectivas de políticas sociales, adhirieron jubilosamente al pacto propuesto. Adhirieron como protagonistas y partícipes de un gran proceso democrático. De lo contrario no se explicaría la tenaz resistencia de los oprimidos bajo la persistente bandera del peronismo. La ideología que no logró mantenerse cristalizada en el poder, porque sus instituciones jurídicas fueron abrogadas, perdura aun inscripta en los repliegues del sentido común.

Todo el relato, dije antes, está pautado por los rasgos históricos esenciales del período. Ello es lo que posibilita distinciones que sólo se pueden efectuar conforme a las determinaciones históricas. Así es como la autora puede precisar los dos conceptos claves de su trabajo. La particularidad del peronismo como una de las formas de los populismos y el pacto keynesiano como distinto y excedente del Estado de Bienestar.

Es esa historicidad la que reaparece en la conclusión política que Rajland no desea obviar. “Las políticas reformistas del populismo pertenecieron a un momento específico, económico, político y social del mundo que fue caracterizado por una determinada estructura y relación de clases, con el objetivo último de sostener el círculo virtuoso del capital. En el panorama de la escandalosa desigualdad en la Argentina de hoy, pretender su reedición en nombre de producir cambios –como algunos sostienen- se traduce en un discurso nostálgico, que en realidad manipula el consenso, ya que lo que se necesitan son objetivos de cambios más profundos, no cosméticos, sino verdaderamente antisistémicos, o sea la generación de alternativas reales al capitalismo.”

Creo haber informado opinando. Mi opinión está en lo puesto de relieve que es, a la vez, parte del diálogo que tengo con la autora hace varias décadas y con los potenciales lectores a quienes he querido informar para compartir con ellos mi interés. De allí se generarán, espero, otros comentarios que, sin dudas, el trabajo merece.

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