Visita guiada, antología personal de Marcos Silber | Centro Cultural de la Cooperación

Visita guiada, antología personal de Marcos Silber

Autor/es: Ana María Ramb

Sección: Comentarios

Edición: 18


Me lo dijo Rimbaud, cuando todavía no era traficante y vivía en estado de poesía. Me di cuenta de inmediato que él, el joven Arthur, hablaba de Marcos Silber: El poeta es el ladrón del fuego.

Eso dijo Rimbaud, y se embarcó rumbo a Java, o a Abisinia, acaso eso no importa ahora. El hecho es que en el puerto dejó abandonada a la poesía, a la que nunca volvió. Y a mí, me dejó esa frase quemante, como para que lo pensara. Pero yo ya lo sabía: Marcos Silber es uno de los más conspicuos ladrones del fuego.

Sí: Marcos Silber es un ladrón principal del fuego.

Se sabe que el rapto primero y original lo hizo Prometeo, que robó la sabiduría de las artes junto con el fuego, y se las otorgó a los mortales. Porque sin el fuego, la sabiduría de las artes es casi inocua, inactiva, infructuosa, insignificante, casi inerte: pólvora mojada. Los lectores de Marcos Silber somos afortunados, porque él tomó la posta de Prometeo, blandió la antorcha y la hizo incandescente. Marcos alimenta el fuego de su discurso poético, no con parafina, tampoco con otros derivados del petróleo, sino con su experiencia de lo real, lo que hubiese hecho feliz a Rainer María Rilke, que en “Carta a un joven poeta” recomendaba:

Trate de expresar como un primer hombre lo que ve y experimenta, y ama y pierde.

Si la obra de arte es una forma de conocimiento, el arte poética de Marcos Silber es una experiencia grande, un conocimiento del mundo que aprehendemos gracias al “amor intelectualis” del que hablaba Baruj Spinoza mientras pulía lentes en su taller de óptico. “Amor intelectualis” es, siempre según Spinoza, inductor del acompañamiento emocional en la adquisición de un conocimiento que nos inquieta. En la poesía, se trata de un conocimiento que no es explicación, es parte viviente del ser humano. La poesía es la vida. La vida debe vivirse, y la poesía, también. Silber vive ambas, sin que ninguna tenga celos de la otra.

En su interpretación de “Las meninas”, Michel Foucault descarta el contexto histórico para explicar la obra como una estructura de conocimiento en la que el espectador se hace partícipe dinámico de su representación. Porque el espectador está situado dentro de este enigmático cuadro, en el que no se sabe si Diego Velázquez, su autor, está retratando a los reyes que se ven espejo, y la infanta Margarita junto con sus azafatas está de visita en el taller, o viceversa. Por allí, en el fondo de la escena, el punto de fuga de la composición, un misterioso personaje aparece al fondo abriendo una puerta, iluminado por un foco de luz. Ese personaje puede ser Pablo Picasso, que revisitó la obra de Velázquez en 58 obras suyas. Y puede ser también Marcos Silber, el poeta, que a su vez revisita a los dos pintores en un tríptico.

Imaginamos a Marcos escribiendo en soledad, pero con una presencia explícita: la del interlocutor. Hay en la escritura del poeta una co-presencia entre hablante y oyente, atravesados por supuestas coordenadas compartidas (o a compartir); coordenadas de tiempo y espacio que envuelven el coloquio entre poeta y lector u oyente. En cuanto a este último, si por razones de edad poco sabe de lo ocurrido en octubre de 1917, habrá de saberlo en la afiebrada actividad de ese hombre de barba en candado que haría saltar todos los cerrojos porque soñaba con una sociedad libre e igualitaria. Un hombre que sopla el fuego y vuela, como dice el poeta. Entendemos que es porque está forjando una revolución, como en su momento lo hizo Prometeo. A pesar de la elipsis contextual, y aunque Vladimir Illich sea nombrado apenas en el último verso del poema “Octubre”, el interlocutor sabe de quién se trata y en qué momento histórico vive. Y sabrá también o intuirá quién es la solícita Krupskaya, la discreta mujer que ofrece Vladimir una pausa en la revolución al ofrecerle una taza de té.

Es que Silber tiene la particular capacidad admitida por Raúl González Tuñón, que consiste en aprisionar un momento de la vida que transcurre y hacer de eso un poema trascendente. Como trascendente es una taza de té que se mantiene caliente en el samovar, mientras se planifican aquellos diez días de octubre que en el siglo XX conmovieron al mundo. De allí a los grandes temas de la poesía de todos los tiempos, median unas pocas páginas y un gran trabajo de orfebre.

El erotismo es la aprobación de la vida hasta en la muerte. El triunfo del Eros sobre Tánatos. De la fascinación del poeta por haber rozado la muerte, como en “Emergencias” o como en el poema inédito que comienza con: “Una vez me morí”, sobreviene una y otra vez el desorden de la felicidad, “el desarreglo de todos los sentidos”, como decía Rimbaud, poeta abandónico. Y Silber, poeta obstinado y fiel, escribe: Felicidad. La mojadita. Ardores. Rinoceronte. La Lobita de Boca a boca. El poeta realimenta el fuego de su tea ardiente y restituye el lugar del deseo. El ser amado es para el amante la transparencia del mundo. Y se hace más evidente que nunca que las palabras son raras gemas que Marcos Silber talla con pasión. “la mujer de mis sueños”. “Del tiempo circular”.

Hacia el final, el poeta nos sorprende con una Cantata rante y rea en la sutil paronomasia de “versos perversos”, como inspirados por un Carlos de la Púa de tablón, barra brava lunfardo y habitante atravesado y duro de espacios despiadados. El poema fue interpretado en forma magistral por la extraordinaria actriz Claudia Lapacó, en ocasión de presentar Visita guiada en el Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorin, el 6 de agosto de 2013. Inolvidable. Silber agota aquí, como querría Rimbaud, el veneno, y se queda con su quintaesencia. La Cantata nos dejó trepidando. No es común citar en nuestros días a Rubén Darío, pero recordemos aquí estas palabras suyas, que nos permiten un cierre circular: Aquel que lleve el fuego en el pecho, que termine la quemadura.

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