2012 Teatro en Buenos Aires: recuerdos desde Barcelona | Centro Cultural de la Cooperación

2012 Teatro en Buenos Aires: recuerdos desde Barcelona

Autor/es: Roberto López

Sección: Palos y Piedras

Edición: 17


Luego de tres años de ausencia de mi querido país, la primavera porteña me sorprendió con un fenómeno cultural único, necesario y revitalizador: el teatro, el gran teatro de los argentinos. Un caudal de espectáculos impensable en otras grandes capitales del mundo. Durante doce años de vivir en el extranjero he recorrido países, ciudades, pueblos que parecieran, tal vez por desconocimiento o por antigüedad escénica, ser dueños de la más nutrida cartelera cultural. Sin embargo, en cada uno de esos lugares jamás me invadió tanta fiebre de arte como en mi propia ciudad, Buenos Aires. Aquella que se nos entrega generosa cada día con cientos de espectáculos que la mantienen y nos mantienen vivos y atentos, sensibles e informados. Con más de doscientas salas nos alerta de todo lo que sucede en el ámbito del país y del mundo, con espectáculos de teatro de autor, musicales, revistas, revisiones históricas, clásicos, conciertos, danza, humor, teatro alternativo, espectáculos para niños, conferencias, Jornadas de Teatro Comparado, Festivales Nacionales e Internacionales, libros constantes de investigadores y teatristas. Y podría seguir nombrando muchas más bondades, pero solo me limitaré a decir que en pocos días de estadía he podido presenciar ocho experiencias diferentes que me volvieron a enamorar de un arte que en Buenos Aires alcanza un clímax espectacular en calidad y cantidad. Esto es lo que me ha maravillado en este viaje:

El otro Judas de Abelardo Castillo: En el Centro Cultural de la Cooperación.

Esta obra de Abelardo Castillo acerca de la traición o no traición de Judas a Jesús es una revisión del texto bíblico desde la mirada humana y crítica del autor. Interesante reflexión acerca del destino y lo inevitable, de lo que ya estaba escrito con anterioridad, o de lo que surgió como consecuencia de una pasión. Muy buena la actuación de Walter Quiroz como Judas. Quiroz da mayor claridad e intención real a textos difíciles, cuando algunos de los actores que representan los discípulos se dejan atrapar por la entonación de un supuesto modo de hablar casi bíblico. Aún así, la dirección de Mariano Dossena logra creíble el drama del personaje atormentado por su acto predestinado o casual, eterna duda que acosa a Judas hasta su final.

Cachafaz de Copi. En el Teatro del Pueblo.

En un barrio humilde de Montevideo, en un viejo conventillo vive el Cachafaz, un guapo sin laburo y descreído de todo, pero que aún resiste sosteniendo: "yo soy un intelectual". Y tal vez lo sea, ya que su inercia se transformará en una acción que movilizará a todo un barrio hacia una salida consensuada del hambre y del desamparo. Hombres y mujeres olvidados y sumergidos, para quienes "la maldición no es cosa rara, rara es la bendición". Lo interesante de esta excelente pieza de Copi es el mostrar la relación amorosa del Cachafaz con su pareja de vida "La Raulito", un homosexual que adora y defiende a muerte, correspondido del mismo modo. Una relación criticada en principio por la mayoría, pero reforzada por su consistencia afectiva y su sentido de supervivencia que finalizará como símbolo de la resistencia no solo de la propia pareja sino de todo un pueblo cansado de abusos y atropellos. Con candombes, tangos, murgas y bailoteos los actores logran crear el clima tragicómico y grotesco de un posible sainete moderno, un drama que nos deja sonrisas y se despide sublime, ganador, esperanzador y con una energía propia de los grandes logros imaginados. Excelente la actuación de Emilio Bardi como el Cachafaz acompañado por un elenco espléndido, dirigidos eficazmente por Tatiana Santana.

Salomé de Chacra Mauricio Kartun, otra de sus grandes obras. En el Teatro del Pueblo.

Salomé es una estudiante argentina del Liceo en Lenguas de Londres. Regresa a su país, a la estancia/hacienda (eterna controversia) de su madre Cochonga, casada en segundas nupcias con el rural Herodes. En un ambiente acalorado por la matanza de porcinos y con un Herodes enceguecido por la belleza de su hijastra y empeñado en sostener que a la propiedad hay que honrarla, con un lenguaje gauchesco barroco y exquisito en rimas y metáforas, se agrega una voz que emerge de lo profundo de un aljibe. En cautiverio, la voz del Bautista, un obrero anarquista que revolucionaba a la peonada y que como castigo fue encerrado en el pozo de agua, se escucha altisonante y condenatoria: "la familia es la inacción del sistema" llega a exclamar cuando la propia familia hacendada discute cómo deshacerse de esa monstruosidad alteradora. Excepto Salomé, que permanece subyugada, enamorada como está de tal novedoso personaje. "Mi vida por esa cabeza" llega a confesar, y utiliza al Gringuete, un peón fiel a la familia, para cometer su objetivo, lograr esa cabeza que la ha despreciado e insultado. Lo demás es una parodia y paralelo con lo sagrado, con la historia ya reconocida y transitada también por Oscar Wilde y otros autores. Pero aquí, en cambio, cuando Salomé con un simple "daddy" de sus labios desencadena muerte de su víctima, acabará trágicamente con la vida de todos los personajes, en una metáfora de la hipocresía practicada por una burguesía decadente y autoritaria ("Antes chacarero, ahora asesino", declamará Herodes antes de su final). Excelentes actuaciones de los cuatro actores, impecables, con un texto de Kartun exquisito en su barroco retórico gauchesco, y una dirección formidable del mismo autor. Altamente recomendable.

Apátrida, doscientos años y unos meses, ópera hablada de Rafael Spregelburd y Zypce. En El Extranjero.

Excelente desde el principio al fin. Toda la maestría de Spregelburd, la sutileza, el buen gusto, su calidad actoral y autoral, acompañado por el magnífico músico, cantante, diseñador de instrumentos impensados y director musical Zypce, enmarcan y contienen la interesante historia ocurrida en Buenos Aires allá por 1891, cuando un grupo de artistas plásticos argentinos becados en París regresan a Buenos Aires, con la intención de organizar la primera muestra conjunta de pintura argentina en una galería de la calle Florida, tratando de afianzar el concepto de la "cultura argentina". Cuando cierra la muestra, un crítico español residente en Buenos Aires al hacer su crítica, la descalifica; vaticina que no habrá un arte argentino hasta dentro de doscientos años y unos meses. Se confronta entonces con el pintor argentino Eduardo Schiaffino, con quien mantiene una discusión a través de cartas en los diarios, las que los llevarán a un duelo a espadas que sentenciará o no el final de la disputa. Magnífico análisis acerca del arte y sus fundamentos, la pertenencia local o lo universal. "El arte tiene una patria universal que es el mundo" dirá Auzón, o "el norte arrasará". O como respuesta recibirá: "las ofensas, en lugar de lavarse con pintura, se lavarán con sangre". Fantástica la ambientación musical de Zypce y el desdoblamiento actoral impecable de Rafael Spregelburg, quien a la vez se asienta como uno de los mejores directores del momento.

Estado de ira, escrita y dirigida por Ciro Zorzoli. En el Teatro Metropolitan.

Una maravillosa metáfora del manejo estatal, planteado en este caso con una obra de teatro cuya principal actriz debe ser reemplazada por otra primera actriz, quien para ello se somete a toda clase de marcaciones, gritos y atropellos, interrupciones y faltas de respeto por parte de actores más jóvenes o reemplazos. Todo ello desatará ese estado de ira inevitable que deja desnudos todos los interrogantes y todas las previsiones. Dirigida en forma excelsa por Ciro Zorzoli, la puesta funciona como un perfecto reloj que coloca a cada personaje en su lugar correcto, los desplaza y somete a movimientos coreográficos de una calidad y ritmo impensables en el teatro actual. La comicidad de la pieza va desencadenando en ese estado del que todos esperamos escapar pero del que no estamos exentos. Excelente la actuación de Paola Barrientos como la actriz reemplazante, con un caudal expresivo que sorprende a cada minuto. Imperdible.

Las criadas de Jean Genet, en el Teatro Presidente Alvear. Con la actuación memorable, increíble, fascinante de Marilú Marini como La Señora, símbolo del poder y de la clase superior que somete a dos humildes pero soñadoras muchachas de la limpieza a toda clase de usos y desusos, abusos de los dominantes. La trama del crimen, el fallido intento, el drama final, todo es obra de la perversa mujer que llega a expresar "Cuántas desgracias les ahorra ser de condición humilde, ustedes tienen la suerte de que les regalo la ropa, yo, en cambio, tengo que comprármela". Esta maravilla actoral que completan la perfecta Solange de Paola Barrientos, profunda y emotiva en su despedida así como el tragicómico andar de Victoria Almeida hasta su desafortunado final cobran mayor vida gracias a la excelente dirección de Ciro Zorzoli, el mismo de Estado de ira. Inolvidable.

Macbeth de William Shakespeare: En el Teatro Municipal San Martín.

En versión y dirección de Javier Daulte, los personajes de Shakespeare se desplazan entre estructuras metálicas y ensortijados esqueletos de fábricas. "No existe arte que permita interpretar las expresiones del rostro" murmurará Macbeth: O: "No tengo otra escuela que mi propia ambición". Esta es una propuesta ambiciosa, en la cual el rostro de los actores sí intenta interpretar dignamente la famosa tragedia. Es, sin duda, una puesta diferente de lo que se ha visto en las anteriores versiones de Macbeth, ya conocidas. Esta vez, con buenas actuaciones de Alberto Ajaka en el papel principal, y Mónica Antonópulos como su mujer, especialmente destacada en su escena final. Muy bueno Martín Pugliese como el Portero que une las dos partes de la pieza; pero tal vez su personaje rompe con el clima inicial y con la continuidad de este texto difícil, agotador, que requiere un ritmo constante hasta el desenlace. "Ya no volverás a dormir, Macbeth ha matado el sueño, el dulce sueño". Mantener a los espectadores atentos a los hermosos textos de Shakespeare es un trabajo difícil, pero Daulte ha sabido resolverlo con maestría y talento.

Molly Bloom de James Joyce, traducción de Laura Fryd y Cristina Banegas. En el Centro Cultural de la Cooperación.

En el programa de mano, Cristina Banegas sostiene: "Si, Molly Bloom será un concierto". Y efectivamente, así fue: un concierto actoral de una calidad inigualable. Esta gran actriz hace que cada palabra, cada gesto, cada intención en el relato se convierta en música, dirigida notablemente por Carmen Baliero. La historia de Molly contada en un monólogo extraído de la novela Ulises de Joyce sirve de excusa para que Banegas despliegue todo su arte, y nos deleite en una hora de espectáculo con una intimidad poco usual para la época: la Irlanda victoriana de 1922. La sensualidad y sexualidad explícita en los regocijos de Gibraltar, o las aventuras en el hotel de esta mujer con dieciséis años de casada, quien sostiene firmemente que... "sería mejor que el mundo estuviera gobernado por mujeres", habla de un sueño futuro pero posible, y de la libertad con que en toda la obra muestra su desparpajo. Desde añorar su romance con su esposo cual Penélope esperando a su Ulises, hasta soñar eróticamente con marineros o asesinos o negros (tal vez sus fallidos pretendientes) que la poseen. La comicidad y desenfreno con que Banegas compone este personaje se relaja cuando el hecho que le provoca decir: "Nunca fuimos los mismos desde entonces", nos permite un suspiro para el silencio y la compasión. O como cuando compara las dos épocas de su vida: "En Gibraltar yo era una rosa en la montaña", o "La mugre crece mientras dormimos". Excelente actuación de Cristina Banegas, quien mantiene al público en eterna risa y sonrisa durante una hora de una música permanente en su boca que siempre se agradece.

Volver a Buenos Aires, a su teatro, es realmente volver a vivir el placer de la creatividad de nuestros artistas y teatristas, que es única en el mundo, a mi modo sencillo de ver. Hasta la vuelta.

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