Ropa negra: el diálogo con los muertos | Centro Cultural de la Cooperación

Ropa negra: el diálogo con los muertos

Autor/es: Andrés Gallina

Sección: Palos y Piedras

Edición: 16


Yo tengo cierta enfermedad de reescritura
Luis Cano

Los textos de Ropa negra1, de Luis Cano (1966, Sáenz Peña), se recortan en el espesor de su obra a partir de una fascinación que despunta de su primera lectura; si Hamlet es su primer vínculo en tanto lector con un texto teatral, Hamlet es también el recorrido continuo de una escritura que vuelve tras los pasos de aquella lectura inaugural. Cano confiesa: “Desde que abrí la primera página y vi a alguien con dieciséis años que leía Hamlet por primera vez, durante los 20 años sucesivos estudié Hamlet todos los días de mi vida que no fueron vanidad” (2011: 228).

Canción de cementerio, Monólogo de una tragedia, Un dietario, Estación de fallecimiento, Libro de ejercicios, Hamlet de William Shakespeare, Amleth, y Memorias íntimas, son la prueba de una escritura en tránsito que reconoce un origen, pero que a la vez lo borra para empezar de nuevo. Los textos que compendia este volumen dan cuenta de una vida de escritor, y pueden leerse como una revisión continua que la escritura de Cano instala no sólo frente al texto “sagrado” con el que dialoga (nos recuerda, entonces, a los clásicos diálogos con los muertos) sino también en tanto una forma de avanzar en contra de la escritura propia. Cano escribe desde Shakespeare y en contra de Cano: como si sus textos trabajasen en un solo movimiento la aproximación y el desvío; en su escritura que siempre recomienza, entrar y salir de Shakespeare es también entrar y salir de la propia voz.

El minucioso estudio preliminar de Carlos Fos, desde una mirada genética, inscribe en ese viaje sin principio ni final de Cano hacia Shakespeare, dos conceptos que se conectan para pensar este singular proceso de reescritura: identidad y memoria. En contra de la falacia esencialista que sostuvo que Shakespeare es nuestro contemporáneo, Fos prefiere huirle a esa lectura de un Hamlet petrificado y museístico, para dar cuenta del “anclaje del hombre con su tiempo y las tensiones que lo habitan” (2011: 54). En este sentido, los escritos de Cano, cuatro siglos más tarde, reestablecen aquella violencia original pero le hablan ahora, como también advierte Eduardo Rinesi, “al corazón de nuestra tragedia nacional”.

No hay poesía fuera de lo escrito, parece decir Cano; la poesía, la materia poética está entre las voces, y en ese Hamlet reside en potencia el material para construir una voz. En este sentido, la escritura impulsa la figura del escucha, que trabaja por sustracción -extrae fragmentos que se incluyen en un nuevo recorrido histórico- a la vez que por expansión -rearma con aquellas voces nuevos diálogos posibles-, siempre en contra de un texto definitivo. Cano registra la partitura musical clásica y, como un escucha diferencial, la interviene, de modo tal que la voz shakesperiana comienza a quebrarse: a la manera de Los murmullos -y como quiere Roland Barthes- el texto se vuelve un tejido de citas provenientes de los mil focos de la cultura.

Esta serie ficcional que el autor despliega guarda también en sí algo del gesto de reescribirse, dado que el texto “Memorias íntimas” instaura una subjetividad que reconoce una búsqueda incesante de sentido en el texto shakesperiano, como si fuera palpable, a su vez, el trazo de una autoficción o biografía estética-política. Cano no deja de escribir su Hamlet: “Mi cerebro hecho vientre fabricó cuatrocientos años después este Hamlet de cera. Un maniquí inconcluso. Un muñeco de nieve enloquecido. Una caricatura que me recuerda mi obstinación por querer ser Hamlet. Hamlet fueron las palabras que escribí, en las que estuve siempre” (2011: 235).

No se trata, entonces, de ponerle fin a esas preguntas de aquella primera lectura que vuelven, una y otra vez, sino más bien de profundizar eso que falta: como si leer y releer, más que volver transparente algo, lo vuelva peligroso, por su condición de objeto inacabado, nunca producido del todo. El carácter de borrador que los textos del corpus presentan –estaciones, ejercicios, libros de apuntes, diarios personales– nos remiten a esa escritura fragmentaria que Blanchot asociaba al peligro: textos que en su incesante reescritura hablan cada vez más del silencio.

Las obras que conforman Ropa negra de Luis Cano tienen algo de eso que Borges intuía en los versos de Shakespeare: confidencias que no acabamos de descifrar, pero que sentimos inmediatas y necesarias.


1 Cano, Luis, Ropa negra, 2011, Buenos Aires, Leviatán.

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