Nuestra América de José Martí cumplió 120 años | Centro Cultural de la Cooperación

Nuestra América de José Martí cumplió 120 años

Autor/es: Ana María Ramb

Sección: Comentarios

Edición: 12


Nuestra América de José Martí cumplió 120 años

Poeta exquisito, hábil diplomático, espléndido conferencista, orador vibrante tanto en castellano como en inglés, docente de altísima calificación, periodista y corresponsal de un poderoso medio gráfico argentino como La Nación, en 1891 el cubano José Martí hubiera podido gozar de redituables canonjías. Pero el caso es que, a sus 38 años, si bien ha ganado para entonces una posición de gran respeto en los campos intelectuales de ambas Américas, Martí no es poeta de melosos recitales en salones de la alta burguesía, y mucho menos besamanos del poder en las alfombras rojas del nuevo Imperio que ha comenzado a reemplazar a la vieja Gran Bretaña como centro hegemónico mundial.

Desde la cumbre de la fama y el respeto internacionales, José Julián Martí, nacido en La Habana en el seno de una familia proletaria, descree de los brillos cortesanos y los favores oficiales. Siendo niño ha sentido dolor e indignación al descubrir una herida abierta en los campos de su país: la trata. Sobre ella escribirá después: “La esclavitud de los hombres es la gran pena del mundo”. Apenas adolescente, por sus primeros escritos y una obra de teatro libertaria fue condenado a la tortura y los grillos en las mazmorras coloniales de su ciudad natal. Exiliado en España a los 18 años, publica El presidio político en Cuba, y se gradúa en Filosofía y Leyes. Sus repetidos y casi siempre fallidos intentos de volver a la patria lo empujan a un destino itinerante; vive en México, Venezuela, Guatemala, sin contar un breve pasaje por Honduras. Finalmente, decide afincarse y trabajar en los EEUU, donde dedica sus mejores esfuerzos a la cohesión de los dispersos radicales cubanos que viven su letargo en el exilio, mientras Cuba es todavía la última joya de la corona española. Martí será su referente obligado y organizador confiable para guiarlos hacia la ruptura del colonialismo, habiendo sido traicionada la primera gesta independentista de 1868 con el vergonzoso acuerdo de “la paz del Zanjón” de 1878.

Al cabo de varios años en el país del Norte, Martí logra conocerlo bien. Respeta a la gente del pueblo, a la que él llama “los hijos de Lincoln”: gente como su admirado poeta Walt Whitman, el filósofo Ralph Waldo Emerson –decidido antiesclavista como Whitman lo fue–, o la novelista Helen Hunt Jackson, defensora de las mujeres mexicanas oprimidas bajo la cultura patriarcal yanqui, y muchos trabajadores y trabajadoras anónimos. Martí los distingue de los que él llama “los hijos del Cutting” –aquel texano que con sus intrigas y planes estimuló la usurpación de los estados del norte de México–; ellos representan la arrogancia y el abuso, la codicia y la invasión. En carta a su amigo mexicano Manuel Mercado, dirá Martí: “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas, y mi honda es la de David”. En efecto, su honda es su palabra, con la que galvaniza el espíritu de combate entre los cubanos residentes en el coloso, mientras su pluma se bate incansable en tribunas y columnas periodísticas.

En 1990, José Martí está en Washington. Para entonces viene desempeñando las funciones de cónsul del Uruguay y la Argentina ante los EEUU, y representa a la Asociación de Prensa de Buenos Aires en aquel mismo país y Canadá; en 1891 sumará a estos cargos la representación consular de Paraguay. En octubre de ese mismo año, el gobierno de los EEUU convoca a la Primera Conferencia Internacional de las Repúblicas de América. Es un invierno boreal que amenaza congelar el futuro de los países de nuestro subcontinente y del Caribe. En aquel cónclave de mentida “integración” americana, bajo la escarcha y la nieve, la acalorada voz de Martí es la primera que se oye en el plano internacional para denunciar el imperialismo yanqui: “Es peligroso que el águila conviva con el cordero”, dice. Haciendo uso magistral de la metáfora, Martí desenmascara la verdadera meta de la Conferencia: tener atadas a todas las naciones de América al carro imperial yanqui y, de esa manera... “ensayar en los pueblos libres su sistema de colonización”.

Cierto que Martí es poeta y no economista. Pero, sin escisiones, conviven en él también el periodista y el político, y gracias a ello puede formular un diagnóstico preciso: EEUU ha saturado con su producción industrial el mercado interno, y necesita colocar sus excedentes de producción en otros países que acepten sus condiciones con absoluta docilidad. La pretensión es construir un mercado común sólo para beneficiar al país poderoso, para lo que se convoca a un “acuerdo” hecho a la medida de la conveniencia del águila imperial (cualquier similitud con el ALCA y los TLC de nuestros días no es mera casualidad). En su discurso del 19 de diciembre de 1890, titulado “Madre América” Martí, mediante un admirable contrapunto de imágenes, resume las historia de las dos Américas y establece con absoluta convicción, “en esta noche en que no se miente”, la urgente necesidad de levantar la causa de los pueblos de nuestra región, y de redireccionarla en un destino común.

Como se dijo ya, la de José Martí es la primera voz antimperialista que se oye en tribuna pública. La primera también en advertir que el mentado “panamericanismo” que postula el gobierno yanqui en aquel foro no es otra cosa que un instrumento para legitimar su dominio imperial económico en la región, con el que al mismo tiempo pretenderá legitimar la presencia e intervención de sus ejércitos cuando lo considere útil a sus propios intereses.

El discurso “Madre América” fructifica cuando, el 10 de enero de 1891 la Revista Ilustrada de Nueva York, y 20 días más tarde, El Partido Liberal, de México, publican de José Martí Nuestra América, ensayo breve aunque medular que resume un ideario y un programa de acción política que hoy, a 120 años de su publicación, cobra mayor vigencia que nunca.

En su alegato defensor La historia me absolverá, Fidel Castro reconocerá en las páginas martianas no sólo la autoría intelectual de la toma del Cuartel Moncada (1953), sino la fuente inspiradora de la Revolución Cubana de 1959. Acerca de Nuestra América dice Roberto Fernández Retamar:

A plena vigencia, es un verdadero guía para la interpretación y la acción que nos corresponden en estos tiempos, es un señalamiento insuperado de la identidad cultural de los pueblos que llamó con el nombre abarcador de su título.

Durante su estadía en México, Martí ha comenzado a descubrir la falsa dicotomía impuesta por los núcleos de poder europeos y norteamericanos con la fuerza de lo naturalizado: la batalla entre “la civilización y la barbarie”, tema sobre el que pronto habrá de polemizar con el argentino Domingo Faustino Sarmiento, autor del Facundo. Son los primeros pasos que llevarán a Martí reconocer esa identidad múltiple y tan rica en la diversidad que es patrimonio de los pueblos que se extienden al sur del Río Bravo hasta la Patagonia.

Cuando Martí habla de Nuestra América, pone en evidencia que hay un Otro al que la América nuestra no pertenece. Se trata de una valiente recuperación semántica del nombre América, para rescatarlo de la apropiación realizada por los EEUU, y cristalizada en el apotegma enarbolado por el presidente James Monroe (1823, sobre la doctrina elaborada por John Quincy Adams): “América para los americanos”, que en principio consiste en el rechazo de toda intervención europea en los asuntos de nuestro continente, pero que en realidad persigue reservarse para sí ese “derecho”.

Por otra parte, Nuestra América es significante más integrador que “América Latina”, porque alude a las distintas culturas que plasmaron nuestra identidad, además del aporte de los colonos españoles, portugueses y franceses. En tal sentido, Martí rescata el caudal de nuestros pueblos originarios y su cultura precolombina, el de los negros desgarrados del África e implantados como esclavos en nuestro territorio, el de los trabajadores inmigrantes. En suma: el “crisol de herencias provenientes de todo el planeta”, según Fernández Retamar.

Resulta casi increíble que el mismo hombre que en 1891 milita incansable por la liberación de su país y plasma el ensayo Nuestra América, publique también ese año, como fruto de los escasos claros que le deja aquella áspera Conferencia de países americanos, unos versos que condensan su más pura esencia como poeta: los Versos sencillos, obra fundacional del Modernismo en las letras hispanoamericanas, como lo reconocería el poeta nicaragüense Rubén Darío, figura consular de ese movimiento de vanguardia.

Antes, en 1890, José Martí ha editado ocho números del periódico La Edad de Oro, preciosa piedra fundacional de la literatura infantil latinoamericana, y con ella, echado las bases de una nueva manera de escribir para los niños, poniendo en su escritura la misma exigencia y gracia esplendorosa que la literatura escrita en clave mayor; es decir, para los adultos, donde el autor–editor dialoga con sus jóvenes lectores en un plano de igualdad, y aborda temas que –él lo sabe bien– ellos habrán de comprender: qué es la verdad, qué es la justicia, cómo eran las culturas precolombinas. En La Edad de Oro hay, incluso, anticipos del ensayo cuyos 120 años celebramos en 2011.

No tardará Martí periodista en enviar su renuncia a La Nación, cuyo director pretende limar las aristas que desde sus páginas puedan rozar la “sensibilidad” de los funcionarios yanquis. Y Martí político, para no comprometer las relaciones internacionales entre sus representados y el gigante del Norte, renunciará a todos sus cargos diplomáticos.

Nuestra América se trata, nada menos, que de la América de puertas abiertas al mundo, pero consciente de su árbol vigoroso: “Injértense en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas”, dice Martí, seguro del destino común de los pueblos integrados en la unidad de la Patria Grande que un día se levantará sola, y como un solo pueblo. Es el proyecto inconcluso de Simón Bolívar, el sueño esquivo de San Martín, de Bernardo de Monteagudo, de Francisco de Miranda, de Manuela Sáenz, y que, ante los Bicentenarios cumplidos en torno a 2010, renace transformado para retomar lo mejor de sus ideales independentistas. Los recientes procesos de movilización popular y conformación de gobiernos con vocación democrática y popular en Nuestra América renuevan el programa político martiano en actuales generaciones de nuestroamericanos, que, respetuosos de las particularidades históricas de nuestros países, soñamos con una compartida Segunda Independencia.

Hoy los más ambiciosos ideales de Martí y de tantos otros y otras patriotas parecen reencontrarse en esta diversidad nuestroamericana que no quiere ser copia ni imitación; tampoco eco o repetición. Se sabe vinculada a las otras culturas del mundo, sin renunciar a su propia especificidad. A solo tres meses de haber cumplido cuarenta años de una vida que ardió intensamente, el 19 de mayo de 1895 José Martí, pocos días antes de caer en combate en territorio de su amada Cuba, escribe:

“Patria es humanidad, es aquella porción de humanidad que vemos más de cerca y en que nos tocó nacer”.

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