Volver a Polonia | Centro Cultural de la Cooperación

El Búho y la Alondra

Volver a Polonia

Autor/es: Silvia Rosa Aleksander

Edición: Ciclos y viceversa


“Pero llegamos a una plaza, siempre había sol, ese maldito sol polaco que siempre asomaba. Escucho a mi mamá…. Acá en esta plaza nos llamaron los alemanes y ordenaron desnudarnos a todos los judíos, ¿cómo?, dije. Sí, estoy segura. Fue en esta plaza.

¡Cuánto dolor! Y solo pude sacar una foto del lugar.”

Este texto relata el regreso de Sala, una sobreviviente del campo de concentración Hasag, a Polonia, acompañada por su hija, su nieta, así como por la mujer y la hija de quién la había albergado en Francia luego de su huida. Escrito por la hija de Sala, el texto recorre a partir de detalles cotidianos, y que parecen a primera vista pequeños, el horror del Holocausto y el orgullo de sobrevivir.

 

Me pregunto cuánta sangre hará falta 
para limpiar el dolor sufrido por los que nos parieron, 
cuántas generaciones más, será la cuarta, la quinta, 
esas que sepan de su pasado, 
pero sin dolor presente, solo tristeza.

En memoria de mi ascendencia, para mi descendencia

La preparación, la partida desde Buenos Aires y el regreso a Polonia.

Un 4 de julio de 2004 fui a Polonia con mi mamá, mi hija Laura, que estaba cursando un máster en Ciencias Políticas en Essex, Inglaterra, y se iba a encontrar con nosotras allí, y también se acoplaron a este peculiar viaje: la esposa de un primo muy querido de mi mamá y su hija (ambas francesas y provenientes de ese país).

Un sábado gris a las 16 horas (hora polaca) nos encontramos en una confitería del aeropuerto de Varsovia: Laura, Claudine y Loreley (primas de Francia), mi mamá y yo (de Argentina).

Era así como mi madre volvía a Polonia, una sobreviviente del campo de concentración Hasag, una judía polaca sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial.

Nuestra llegada fue peculiar, ya que cuando nos llegó el turno de mostrar nuestros pasaportes, la oficina de la aduana nos pidió que saliéramos de la fila para colocarnos a la izquierda porque querían registrar nuestro equipaje. Mi madre ya había vivido ser llevada a la izquierda por los nazis, eso implicaba la muerte, de la cual azarosamente pudo escapar una y otra vez.

Creo que las dos nos desesperamos, ella por su propia experiencia y yo por su memoria; ella se puso a protestar (en polaco) argumentando de que era ciudadana polaca. Mentira: la ciudadana polaca era yo, mi madre se escapó una vez finalizada la guerra en Polonia, como la mayoría de los judíos sobrevivientes; en el caso de Sala (así se llama) lo hizo a través de un tren de carga que la llevó escondida de Polonia a Alemania y de ahí a Francia, donde pudo encontrarse con primos y tíos que sobrevivieron en ese país.

Un sábado gris, 4 de julio de 2004 a las 16 hs, una vez que salimos de la aduana polaca nos fuimos a una confitería del aeropuerto, para esperar a Claudine y Loreley (madre e hija), residentes de Cannes.

Claudine es la esposa de un primo hermano muy querido de mi mamá, Loreley, su hija, Tommy (así lo llaman su esposa e hija) no viajó ya que desde hace mucho tiempo se encontraba paralítico y se movilizaba en silla de ruedas.

Luego de 2 hs arribaron desde Francia Claudine y Loreley, era la primera vez que las veía, pero me hermanaba la solidaridad que el esposo de Claudine y padre de Loreley tuvo con mi mamá cuando esta logró escaparse de Polonia después de la guerra y llegar a Francia, cobijarse allí con los pocos familiares que sobrevivieron en ese país.

Claudine en el momento del viaje tenía 70 años, pero lucía 20 años menos, muy atractiva y era la que se llevaba la admiración y los piropos de todos los polacos.

Loreley en ese momento tendría 36 años, el cabello teñido de múltiples colores, ropa totalmente informal, similar a los hippies del 70.

Teníamos que esperar…

Todavía teníamos que esperar a Laura, hacía un año que no la veía. Cuando su avión aterrizó desde Londres, ya estábamos todas. Era hora de embarcarnos en esta locura de volver. Sin embargo, la única que realmente volvió fue mi mamá.

Llegué a Polonia con mi madre, ella con sus recuerdos y yo con los recuerdos de ella.

Éramos muchas para contratar un taxi, tomamos una combi. Desde la combi, mi mamá miraba todo, exageraba la atención a los negocios de comida. Cuando los rusos la liberaron, tenía 22 años y pesaba 31 kilos.


Estoy escribiendo sobre este viaje después de 10 años, estoy en el año 2014. No sé si realmente fuimos primero a un lugar o a otro, lo que sí recuerdo es que no hubo discusión, nuestro primer destino en Varsovia fue Treblinka, lugar donde fue asesinada mi abuela y madre de mi madre, a la edad de 46 años.

Plot, el remisero que nos llevó desde el aeropuerto al hotel, nos buscó temprano porque Treblinka quedaba creo a dos horas de Varsovia.

Plot nos contó que su familia, padres y abuelos, guardaron y salvaron judíos durante la ocupación nazi, cosa que nadie le creyó, lo único que él quería era seducir a Claudine (francesa madre) y solo tenía como interlocutora a mi madre, ya que Plot solo hablaba polaco y podía hacerlo únicamente con mi madre, nadie más sabía su lengua natal.

En mis recuerdos, el viaje a Treblinka fue muy largo, como dos horas para llegar y con muchas vías de trenes muertas que me generaron sensaciones totalmente desagradables.

En la combi, Plot puso un cassette de música (la temática: casamientos polacos), mi madre los conocía y se puso a cantar; Plot la acompañó también y nosotras solo con las palmas. Muy raro todo, ¿era posible cantar sabiendo a dónde nos dirigíamos? Sí era posible, eso lo aprendí de Sala: el optimismo dentro de la tragedia.

Llegamos a Treblinka: lugar de exterminio por excelencia, bajamos del auto y vimos las vías del tren que iban directamente a las cámaras de gas.

Veía a mi abuela bajando o siendo empujada y llevada a los baños de gas, imagen que se repetía una y otra vez. De pronto me acordé de mi madre, estaba llorando sobre una piedra. Sola y llorando.

Caminamos… Había un monumento en homenaje a Ianush Corchat, el maestro que prefirió morir junto a sus niños a salvarse solo.

Al salir de allí había un cuaderno para escribir reflexiones, memorias o lo que se deseara. Ella, mi madre, le escribió a su madre asesinada: “Vine hasta aquí solo para dejarte una piedra en este lugar” y firma “Jaia”.

Cuando terminó la guerra muchos judíos se cambiaron el nombre, mi madre fue una de ellos. Al no tener documentación, podían sacarse años, cambiar nombres, apellidos, era como nacer de nuevo pero con una memoria sangrienta. Dejó de ser Jaia para ser Sala, pero el mensaje que le envió en Treblinka lo siguió firmando Jaia (el nombre que le dieron cuando nació).

Volviendo a la combi observé el cielo azul, los árboles verdes (era verano), los pájaros cantaban, podría haber sido un paraíso pero fue el infierno, infierno para Sala, sus ascendientes, y también para sus descendientes.

Llegamos al hotel, nos cambiamos y fuimos a buscar un restaurante para comer algo, después de 50 años de ausencia hasta la comida había cambiado, Sala no pudo comer ningún plato que recordaba de su infancia, y en su adolescencia comió el menú hecho por los alemanes: 100 gramos de pan que no era solo harina, era con mezcla de papel, agua que simulaba ser sopa mezclada con algo que hacía que las mujeres dejaran de menstruar.

Mi madre es una mujer delgada, no le interesa demasiado la comida, pero en Polonia era irreconocible, asomando las narices en cada negocio de venta de comidas, no recuerdo qué comimos esa noche, solo recuerdo que todas comimos.

Al otro día decidimos ir solo las tres (Laura, mi mamá y yo) al monumento en homenaje a los Héroes del Gettho de Varsovia. ¡Cuánta gente! ¡Cuántos jóvenes! De todas partes del mundo. Hoy lo recuerdo dentro de una plaza seca, me pidió una piedra, mi mamá me pidió que buscara una piedra para dejarla sobre el monumento, la fui a buscar. Polonia es un país con poco, pocos perros, pocas flores, pocas piedras, me llevó un tiempo encontrar algunas y de regreso veo a mi mamá y a mi hija arriba del monumento hablándole a la multitud. ¿Qué pasó? Mi mamá le contó a alguien que ella era una sobreviviente y todos empezaron a decirse en diferentes idiomas que había una sobreviviente. Las hicieron subir al monumento, les hicieron preguntas en inglés que Laura traducía al castellano y mi mamá respondía en polaco, no pude creer lo que mis ojos veían y no entendía bien lo que mi corazón sentía. Ella era parte de unas de las historias más vergonzosas de la condición humana; yo, su hija, ella una sobreviviente, que tuvo la suerte, la fuerza y el coraje de sobrevivir. Yo, orgullosa de ser su hija.

Caminábamos por Varsovia, a veces madre e hija, otras madre, hija y abuela, y también las cinco mujeres de este desgarrador, loco, reparador viaje, Polonia, ese lugar en el mundo que a pesar de todo me seguía siendo familiar, muy familiar.

Mi mamá tenía una prima, juntas pasaron por los diferentes getthos y campos de concentración, ella se había escondido y vivió escondida por un tiempo con su marido. Quedó embarazada y salió del escondite para hacerse un aborto, la agarraron, finalizada la guerra se reencontró con su marido que también sobrevivió escondido.

Esta prima y su marido murieron mucho antes de nuestro viaje a Polonia, pero tenían un hijo, Yanush, su mujer y su única hija Martha. Nos comunicamos y fuimos por dos días a Chestochowa para “visitarlos”.

Recorrimos con ellos el cementerio, la casa donde vivió mi mamá con sus tíos hasta que la deportaron a Hasag (fábrica de municiones) –donde trabajaba 16 hs diarias controlando las balas que mataban a los aliados–.

Caminar por esas calles me resultaba extraño y al mismo tiempo tan conocido, se respiraba algo de felicidad. En esa ciudad mi mamá vivió antes de la guerra. ¿Ya conté que se tuvo que separar de su madre? Cuando mi abuelo y sus dos hijos viajaron a la Argentina. No había plata para todos, para que pudiera viajar toda la familia, decidieron dejar a las mujeres y se fueron los hombres…, partieron poquito antes de comenzar la guerra. Mi abuela se quedó en Stuv y mi mamá en Chestochowa. Ya para ellas la guerra había comenzado….

Yo camine por las calles, de Chestochowa: entré a los edificios que aún estaban en pie antes de la guerra, escuché también a un grupo de españoles que viajaban especialmente a esta ciudad para visitar a la Virgen. Nosotros no visitábamos vírgenes, visitábamos recuerdos, y tumbas que no existían.

La visita a estos familiares derivó en un paseo en auto. Martha (hija de un matrimonio mixto) conducía sin conciencia de su pasado, se sentía orgullosamente polaca.

Pero llegamos a una plaza, siempre había sol, ese maldito sol polaco que siempre asomaba. Escucho a mi mamá…. Acá en esta plaza nos llamaron los alemanes y ordenaron desnudarnos a todos los judíos. ¿Cómo?, dije. Sí, estoy segura. Fue en esta plaza.

¡Cuánto dolor! Y solo pude sacar una foto del lugar.

Pero también fuimos a un palacio, eso fue otro día, allí vivieron unos reyes polacos de los cuales no me acuerdo el nombre. Sí, en Polonia también hay lugares hermosos. La casa de los príncipes estos era verdaderamente hermosa. ¿Por qué fuimos? Sala lo había estudiado en su escuela primaria y siempre quiso conocer ese lugar en donde los príncipes y las princesas vivían felices y no delataban judíos que andaban por ahí.

Después del palacio, fuimos a tomar el té, bastante comida, lo que mi mamá quería; yo le insistía que comiera, tenía que reparar su hambre, ese cuerpo de 31kilos necesitaba ser alimentado, de todas maneras comimos poca comida polaca.

Antes de partir para Cracovia pasamos por Stuv, lugar de recuerdos de mi mamá, parte de sus veranos infantiles los pasó ahí junto a su abuela.

Acá era donde me bañaba en verano, acá había un puente –me decía como enseñándome su pasado anterior a la guerra–. Y enseguida me dijo: este puente fue lo que primero derribó la resistencia polaca para impedir el traslado nazi a otras ciudades. Y después dijo: los nazis eran tan eficientes que repararon el puente en dos horas.

Pasamos por la casa en la que había vivido su abuela, tocamos el timbre, pedimos pasar. La polaca que habitaba ese lugar nos dijo que no podíamos pasar porque tenía un perro… Le dijimos entonces que solo queríamos visitar la casa, que no íbamos a reclamar nada, la insulté en español, mi mamá en polaco. Mientras nos estábamos yendo del lugar, mamá me dijo: también quería ver el placard en donde teníamos preparado escondernos en caso de que vinieran los alemanes…

Y llegó Cracovia, en parte fue la primavera del viaje, sin contar Auschwitz.

Cracovia, lugar bellísimo, lugares para tomar alcohol de noche, luces y alegría.

Una noche fuimos con Laura a tomar cerveza, yo una vodka polaca –Chopin– deliciosa, la mejor que probé en mi vida. En un boliche lleno de jóvenes.

El barrio judío de Cracovia es turístico, no hay judíos, hay fantasmas de muertos judíos. Caminé varias veces sola por el lugar imaginándome las voces, los niños y los vestidos de las mujeres elegantes judías. Inmediatamente asomaba su final: Auschwitz.

Mi mamá no fue a Auschwitz, fue con Laura a una excursión sobre unas estatuas de sal con las que había soñado ir de chica, sus padres no tenían dinero para llevarla y después estalló la guerra, y vinieron los nazis y se llevaron todo, también las ilusiones.

Nos levantamos bien temprano con Claudine y Loreley. Ellas ya habían averiguado cómo llegar en colectivo. Ellas hablan francés e inglés, yo español y algo de inglés, el guía tenía que hablar inglés. Me fue un poco difícil entenderle, su inglés era muy cerrado y hablaba muy rápido. Pero tampoco fue necesario.

arbeit macht frei - el trabajo os hará libres…

Y entré a Auschwitz… Era hacer realidad mis pesadillas: soñaba recurrentemente que los nazis me agarraban y me llevaban a sus campos y nunca me salvaba, siempre iba a una muerte segura.

Esta vez no era un sueño, “no estoy soñando vas a salir entera”… me decía. Y así fue: no soñé nunca más pesadillas con los nazis.

La gente, la gente común, los que no tenían pasado directo con este tipo de muertes al caminar por las calles de Auschwitz, vomitaba y lloraba. Tuvieron suerte, ya que yo solo quería salir viva de ese lugar.

Los instrumentos de tortura no eran muy sofisticados, en Argentina la dictadura usó la picana eléctrica, ellos eran más económicos, los dejaban parados por días hasta que caían.

Los zapatos, ¡qué dolor!, mi mamá tuvo durante la guerra dos zapatos derechos (usaba dos derechos), eso fue lo que le dieron. Y había tantos de tantos muertos, seguro que alguno de mis Aleksander o Arbusman dejaron sus zapatos en esa vitrina.

Los cabellos de las mujeres, dolía tanto, pero no había que llorar, a este lugar no había ido mi mamá. Yo solo fui a testimoniar con mi presencia nuestra pequeña victoria frente a Hitler.

Había una valija que decía, prolijamente escrito, “Doctor Cohen”. No sé cuánto tiempo me la quedé mirando, todavía sentían el orgullo de ser doctor. ¿Cómo habrá sido desprenderse de esa valija?, lo último de su vida como hombre.

Yo sé cómo fue desprenderse mi mamá de su mamá, cada vez que empezaba a contar su último abrazo, lloraba, y a mí me dolía el corazón, aún hoy me sigue doliendo. Sala, cuando fue al campo asignado, sólo llevó un pedazo de pan con manteca, no llevó valija, que guardó por si venían “momentos peores”. Tuvo que tirar el pan enmohecido.

Las barracas de Auschwitz también me resultaron conocidas, eran tal cual siempre me las describió mamá, ella no estuvo en Auschwitz, todas eran parecidas. Y pensé: yo también dormí ahí. Y entonces las imágenes de las películas de niños y adultos dentro de las barracas se confundían con mis fantasías y las realidades de mi madre.

Auschwitz dolió, también a pesar de no haber ido sola, me sentí sola, faltó mi madre para que me contara, como cuando era chica, cosas sobre los nazis, como cuando a un niño le cuentan un cuento de hadas, a mí me contaban el horror, y lamentablemente no era un cuento…

Después de Auschwitz nos quedamos unos días en Cracovia, Laura regresó a Essex y Claudine y Loreley a París.

Nosotros llegamos un 18 de julio de 2004 a Ezeiza, se cumplían 10 años del atentado a la sede de la AMIA.

Años más tarde visité Berlín, los monumentos, conmemoraciones a los caídos, la quema de libros, la ruta nazi. En rigor, todo lo concerniente a la Segunda Guerra Mundial y a la Alemania nazi. No fue lo mismo que Polonia, lo que vi en Alemania fue parte de la historia, en Polonia era mi historia y la de mis ancestros.


A 10 años del viaje, soy abuela, mi madre hoy tiene 92 años y es dependiente de mí. El recuerdo del viaje sigue siendo reparador para mí y creo que para mi mamá también; fue un regalo de la vida haber regresado a la escena del horror con una hija y una nieta. Para ella la vida le dio una oportunidad de revancha, y para mí también.

Haber estado en el lugar que siempre estuvo en mis pesadillas, hicieron que estas desaparecieran; haber estado en el lugar donde mi mamá tuvo hambre (mucha) y 50 años después decir: comé, que lo que hay en la vidriera del negocio de comida lo podemos comprar, esta vez en Polonia no te vas a morir de hambre.

Haber escrito en el libro de Treblinka una carta a su madre no borra el dolor y la injusticia del asesinato, no borra el dolor de la terrible muerte que tuvo mi abuela. Pero haber estado ahí nos permitió dejar una piedra como recuerdo, la piedra no es una flor, la piedra dura mucho tiempo, es casi indeleble como el recuerdo de mi madre hacia la suya, y pudo pedirme a mí (su hija) que buscara las piedras y las colocara en las cámaras de gas.

Haber caminado juntas por Chestochowa y haberme contado que, en la calle principal de esa ciudad, dos polacas católicas de su edad pasaron 50 años atrás y le miraron el trajecito que llevaba y comentaron entre ellas qué lindo que era y que cuando los alemanes la asesinaran, ese trajecito iba a parar a sus manos. Es tomarse revancha de esas desgraciadas, qué mejor revancha que pasearse con su hija y nieta.

Volvimos a Polonia, madre e hija y también una nieta, llevé a mi mamá a Polonia, quise reparar un poco algo de su vida, esa vida que nunca pudo despegarse de sus frases: “cuando vino la guerra”, “llegaron los nazis” y esa que siempre me sonó tan fuerte de ella y con tanto orgullo: “soy una sobreviviente”.


Cómo citar este artículo:
Silvia Rosa Aleksander. "Volver a Polonia". El búho y la alondra [en línea]  Enero / Junio 2018, n° Ciclos y viceversa. Actualizado:  2018-01-18 [citado 2024-03-29].
Disponible en Internet: https://www.centrocultural.coop/revista/ciclos-y-viceversa/volver-polonia. ISSN 2618-2343 .

Compartir en

Desarrollado por gcoop.