Radiografía política del macrismo. A propósito del libro de Andrés Tzeiman, diálogo y reseña a cuatro voces | Centro Cultural de la Cooperación

El Búho y la Alondra

Radiografía política del macrismo. A propósito del libro de Andrés Tzeiman, diálogo y reseña a cuatro voces

Autor/es: Ana Grondona, Andrés Tzeiman, Ezequiel Ipar, Natalia Romé

Edición: Ciclos y viceversa


En este artículo se recuperan las intervenciones más salientes en la presentación del libro “Radiografía política del macrismo”, de Andrés Tzeiman. Los debates que allí plantearon Ezequiel Ipar, Ana Grondona, Natalia Romé y el autor del libro intentan realizar nuevos aportes a una caracterización del fenómeno del macrismo. Es decir, tratan de entender qué elementos definen al espacio político que gobierna Argentina desde diciembre de 2015 y qué similitudes y diferencias tiene con otras experiencias de la derecha política en la historia nacional.



En estas páginas reponemos las intervenciones de Ezequiel Ipar, Ana Grondona, Natalia Romé y Andrés Tzeiman a propósito del libro Radiografía política del macrismo. Una buena excusa para seguir interrogándonos sobre nuestro presente, sus fantasmas y sus proyecciones. Del “¿qué es esto?” al “¿qué hacer?”.

Ezequiel Ipar:

¿En qué coyuntura estamos?, ¿en qué situación política nos encontramos?, ¿de dónde surgió el macrismo?, ¿por qué pasó lo que desencadenó su triunfo electoral?, ¿de dónde viene esta fuerza política de derecha?, ¿hacia dónde va su autoritarismo y la constelación de pensamientos y pasiones reaccionarias que le dan fuerza? Existe hoy entre nosotros un cierto estado de incertidumbre sobre Estas y otras preguntas semejantes. El libro de Andrés marca múltiples coordenadas para darles respuesta. Voy a marcar sólo algunas que me parecieron especialmente interesantes. Pero antes diría, y creo que es un poco el espíritu del libro: no hay que tomarse de un modo tan trágico, depresivo, estas preguntas acerca de qué coyuntura nos está atravesando. Y digo esto sabiendo que en el libro aparece muy bien argumentada la yuxtaposición que existe entre el programa económico de la dictadura y el programa económico del macrismo.

Voy a comenzar con una palabra: bases. No recordaba que así había titulado Martínez de Hoz a su programa económico (“Bases para una Argentina moderna”), que obviamente –de un modo tragicómico– evoca el texto de Alberdi. Es curioso, aunque sea difícil de creer, que muchos militantes de Cambiemos se han fanatizado con esta idea: por fin llegó el momento de “establecer las bases”. Esta idea de Cambiemos no viene de Alberdi sino de Martínez de Hoz. Este punto me resultó muy iluminador, ese término “bases” para un determinado programa político-económico. Pero sabiendo todo eso, sabiendo que estamos haciendo este análisis de coyuntura en tiempos riesgosos, quisiera creer que estamos pensando en esto que nos atraviesa desde una cierta potencia. Hay una cierta fuerza para hacer este análisis, para pensar esta coyuntura. No estamos igual que cuando nos hacíamos esta pregunta en los primeros tiempos del menemismo. Y por supuesto no es la misma pregunta que surgía cuando efectivamente Martínez de Hoz no solo pensaba “Las Bases”, sino que las implementaba en el programa económico de la dictadura. Por eso, cuando construimos tales analogías y vemos estas repeticiones en la historia, no nos tenemos que confundir con la idea de que estamos reproduciéndolas exactamente, sobre todo por el lugar desde el cual se hace el análisis de coyuntura. No estamos haciendo este análisis como se hizo en el 76, tampoco como se hizo a comienzos de los años 90. Lo que tenemos que pensar es lo que destaca Andrés en su libro, cierta excepcionalidad del momento, como si dijéramos: ¿qué tiene de singular, de extraordinario, el momento que estamos atravesando, en medio de todas las analogías y repeticiones?

Comienzo por una tesis muy discutida: es la primera vez que un partido de derecha asume la dirección del Estado después de ganar las elecciones, es decir, accede al poder por la vía democrática. Ahora voy a discutir un poco con esa interpretación, pero ahí hay un acontecimiento. El otro, y entre estos dos hitos me gustaría pensar la coyuntura, es el siguiente: es la primera vez que un gobierno elegido democráticamente termina un largo período de gobierno con un tipo de consenso popular, de aprobación, de legitimación de su programa de gobierno (me refiero, obviamente, al kirchnerismo). Esos dos hechos son extraordinarios. Es la primera vez –supuestamente– que un partido de derecha accede al gobierno por la vía democrática y es la primera vez que un gobierno termina sus funciones de gobierno con una importante legitimidad democrática. Recordemos rápidamente cómo terminaron Alfonsín, Menem, De la Rúa, Duhalde. Evidentemente, el modo en el que terminó Cristina Kirchner no se parece a ninguno de esos otros períodos, para no irnos más atrás, donde aparecen desenlaces todavía más trágicos. Lo que no se suele decir es que tener tres períodos consecutivos de una determinada fuerza política es un hecho en sí absolutamente singular de la historia argentina. Nunca un gobierno tuvo tres períodos conservando poder político. En Brasil y en otros países ocurrió lo mismo. Es decir, sobre estas experiencias políticas que se supone que son muy frágiles, muy débiles, que ya están a punto de terminar, que nunca existieron, en realidad en términos de historia política son los períodos más densos democráticamente, y con más fuerza en términos de construcciones políticas en nuestros países.

Entonces, tres o cuatro preguntas sobre el lugar o la perspectiva desde la cual Andrés hace este análisis de coyuntura desde una cierta “fortaleza”. Empecemos por el horizonte común que traza el libro: ¿cómo se puede revertir esto que es el macrismo? Y obviamente lo que el libro propone es que para intentar revertirlo, aunque parezca una cosa de sentido común (a veces no lo es), hay que tratar de entender qué es el macrismo. Eso en general significa que tal vez el kirchnerismo (el kirchnerismo como aparato conceptual, no me refiero a las figuras políticas, al espacio político, sino a la perspectiva conceptual que trata de dar cuenta de lo que está pasando políticamente) no vio venir esto que hoy es el macrismo. De este modo está bien formulada una primera pregunta, marcada por cierta urgencia, pues tenemos que entender algo para lo que no tenemos todos los conceptos, para lo que tal vez no estábamos preparados. No estábamos preparados para entenderlo, que no significa que no estemos preparados para enfrentarlo o para proponer otra cosa. Y tal vez en ese lugar aparece la cuestión de la sorpresa, que señala este déficit de los conceptos. Sin embargo, no habría que confundir esta indicación de Tzeiman con un cierto maquiavelismo vulgar que circula entre nosotros, que se hace otra pregunta: ¿por qué perdimos? Es muy distinto sorprenderse porque los conceptos propios llegaron hasta un cierto límite que sorprenderse por una derrota política que aparece como “innecesaria”. El maquiavelismo vulgar se sorprende en realidad por la debilidad de sus apuestas o porque (y este es su costado mitológico) no apuesta cuando tira los dados, porque cree que tiene el conocimiento para poder ganar siempre. Solo el que tiene esa fe se puede sorprender de que de repente pierda una partida y tal vez pueda perder la siguiente, aunque las reglas de ese juego no anticipan nada ni se lo comunican a ningún chamán. Si estamos en un juego de fuerzas, esto podía suceder, esto debería ser suficiente para calmar la teología de los que siempre saben cómo ganar. Que avanzara una fuerza política como la del macrismo era algo que estaba abierto, que surgía de las apuestas políticas transformadoras que había concretado el kirchnerismo. Por eso el horizonte común al que nos invita Andrés en este libro no es ¿cómo ganarle al macrismo?, que es la jerga típica del maquiavelismo gastronómico, sino: cómo relanzar una fuerza política transformadora como lo fue y lo sigue siendo el kirchnerismo, en momentos en los que esa fuerza política reaccionaria y autoritaria que es el macrismo está avanzado.

Esta es, me parece, la otra conclusión: el macrismo es una fuerza política que está avanzando, que está creciendo, se está potenciando, está construyendo nuevos espacios. Tiene una apuesta que es, en palabras de Andrés, hegemónica. Tiene una apuesta de construcción cultural, ideológica, que no empezó obviamente en el 2015, y si uno la quiere entender con una cierta profundidad la tiene que dimensionar como la construcción ideológica de la derecha de nuestro país. La construcción ideológica de la derecha de nuestro país hoy tiene un instrumento político muy claro que es Cambiemos. Aquí tampoco debemos exagerar mucho con lo de la novedad infinita de un partido de derecha, porque en otro momento tuvo otro instrumento político, es decir, ¿qué fue la Alianza que llevó a De la Rúa al gobierno, que también ganó electoralmente? La reelección de Menem es el triunfo claro de un partido de derecha que va a las elecciones y conserva el gobierno. Entonces no me parece que nos tenga que abrumar tanto la idea de cómo pasó que la población votara a una opción que es claramente de derecha autoritaria y neoliberal. Claramente neoliberal era el gobierno de Menem, que no era ya una fantasía, una ilusión: la reelección de Menem no era la promesa de qué va a resultar de un gobierno que no sabemos qué va a hacer y después se demuestra y despliega todo un proyecto neoliberal duro. Era un gobierno neoliberal, ya tenía un recorrido como gobierno neoliberal: había ajustado, había reprimido, había hecho todo lo que acá tememos que haga el macrismo. Había hecho todo eso y ganó las elecciones, con lo cual no hay nada ahí para temblar ni decir: “esto no lo viví, enfrentamos una fórmula absolutamente diferente de la derecha argentina”.

Entonces hay una propuesta hegemónica y después hay una propuesta que, si entendí bien el libro, se encarnaría en el concepto del modelo de desarrollo, y algo en el sentido más bestial y más brutal: un proyecto de dominación económico. ¿Cómo se equilibran esas dos o tres cosas: el proyecto hegemónico, el modelo de desarrollo y el programa de dominación? Me parece que eso es lo interesante del libro de Andrés, que interroga conceptualmente estos problemas sin confiar en que haya una especie de inteligencia que lo puede todo y lo coordina todo. Tenemos que entender cómo se diferencian y se articulan, con sus contradicciones específicas: el proyecto hegemónico, el modelo de desarrollo, el proyecto de dominación y los intereses de clase, los medios de comunicación y el poder judicial. No se trata de caer en el misticismo de que ahora les toca a ellos tirar los dados y ganar siempre. Todas esas cosas están desequilibradas, el macrismo es un gran desequilibrio interno. Está lleno de contradicciones y así como ellos fueron inteligentes en leer algunas de las contradicciones nuestras, nosotros también tenemos que ser inteligentes en leer sus contradicciones estructurales, no personales, de estilo o de recetas gastronómicas de gobierno. Lo primero es entender que hay contradicciones, que tienen contradicciones en sus aspiraciones de regeneración cultural para la Argentina. Tenemos que saber leer con inteligencia la contradicción que existe entre la esperanza que ofrecen (“un país para todos” y “vamos a vivir mejor”) y la dominación que practican (“tal vez después de las elecciones hay que hacer un ajuste medio brutal y de algún lado vamos a tener que sacar recursos de legitimidad para hacer ese ajuste”).

Ana Grondona:

En el apartado metodológico, justo antes de que empiecen todos los informes de coyuntura, Andrés explica desde qué posición hace sus análisis, y hace una pregunta que me parece excéntrica, que es: ¿qué entiendo por político? Se trata de algo poco usual en un análisis de coyuntura, por ejemplo, de un diario. El modo en que Andrés responde esa pregunta cifra en buena parte la singularidad del texto, de la aproximación que propone para entender el macrismo. Y la precaución que toma Andrés es no entender la política como superestructural, como disputa entre dirigentes, sino entenderla fundamentalmente vinculada a lo que llama las “acciones de masas”. Me parece que en el libro hay una pregunta que es: ¿qué hace el macrismo con las masas?, pero también: ¿qué hacen las masas con el macrismo? De allí viene ese rasgo esperanzador que también encontré en el texto. Algo inesperado y sorprendente cuando estamos hablando de una radiografía del macrismo. Allí reside, también, una segunda gran virtud del texto, que tuerce un poco la pregunta sobre qué es el macrismo, por la pregunta: qué hace el macrismo. Entiendo que es una vuelta interesante para darle al análisis, pues el “¿qué es?” nos puede llevar a discusiones esencialistas de querer encontrar el núcleo, y el “¿qué hace?” habilita más a la descripción y desde ahí reconstruir el “¿qué es?”. Efectivamente, uno de los primeros elementos que trae Andrés en su “¿qué hace el macrismo?” es caracterizar esta acción que toma respecto de las masas, asociada al horizonte de restituir un orden que parece haber sido trastocado por la pesadilla populista. Me parece un hallazgo arqueológico muy interesante el trabajo que hace con el programa de Martínez de Hoz. Agregaría otro personaje que también es muy sugerente, que fue asesor de Martínez de Hoz: Ricardo Zinn. Un funcionario de varios gobiernos, al que además se le ocurrió la genialidad del Plan Rodrigo o “Rodrigazo” (que tiene bastantes puntos de encuentro con las primeras medidas del macrismo) y que luego trabajó en Sevel, directamente vinculado con Macri. Ricardo Zinn, en un libro que también tiene que ver con esto de las viejas resonancias, no hablaba de las bases, pero sí de la segunda refundación de la república. Allí se quejaba de cosas muy similares a las que se queja el macrismo (por ejemplo, de la orgía demagógica). También hablaba de la crisis como un momento de redención, como algo positivo por lo cual atravesaban las naciones o por lo menos que esta nación tenía que atravesar para liquidar las dos peores herencias que tenía este país (no decía “pesada herencia”, pero podría haberlo dicho) que eran el sindicalismo y la burguesía nacional. Entonces, en relación con estos elementos también es revelador el ejercicio de pensar las resonancias del macrismo. En otra presentación de Radiografía política del macrismo, subrayaron que Andrés no se centra tanto en la década del noventa para pensar los paralelos, sino que va más al acontecimiento 1976. Creo que es acertado. Sin confundirse con la pura repetición, como decía Ipar, pero el análisis va por ahí.

También resuenan otras memorias. En el Prólogo del libro, Martín Cortés habla de 1955, de la fantasía de que es posible desperonizar a la sociedad. También encuentro resonancias de cierta añoranza, no solamente del pre-peronismo, sino del pre-yrigoyenismo, en esas nuevas-viejas denuncias de la “empleomanía” (devenida “grasa militante”), por la que también acusaban a Hipólito Yrigoyen de haber construido un Estado demasiado grande. E incluso fuimos testigos de cierta nostalgia pre-1816, con aquello de que el rey Juan Carlos presenciara los festejos del bicentenario de la Independencia. Todas estas memorias son ecos que resuenan en los acordes macristas. Incluiría también las del onganiato.

Todo ese ejercicio me parece importante para precisar qué es lo específico del macrismo, de lo que también dijo algo recién Ezequiel. Y el texto señala varias singularidades. Por un lado, la ausencia (al menos en principio) de una máscara de “lo popular”. Por otra parte, llegaron al gobierno sin una crisis, un hecho que Andrés analiza detenidamente y en virtud del cual terminan por autoinfligirse su propia crisis, y además volverla creíble. También agregaría (como dimensión destacable de la “ausencia de crisis”) que asumen sin que la deuda externa tuviera una relevancia o peso lo suficientemente grande (más bien, sin ningún peso de la deuda), lo que complica la invocación del fantasma de un ajuste promovido desde afuera por los organismos internacionales. Nuevo desafío, pues, autopromover el imperativo de ajuste.

Señalaba un poco más arriba que una de las grandes preguntas del libro de Tzeiman es qué hace el macrismo con las masas. Y notoriamente, como señalaba Ipar, allí aparecen contradicciones, porque hace cosas contradictorias. Por un lado, Andrés subraya muy bien el realismo macrista a la hora de las negociaciones, para integrar, para intentar incluir. Aunque muestra distintas caras, más de un estilo. Tiene momentos más ambiciosos, donde busca retrotraer, hacer retroceder al contrincante. Hay una expresión muy aguda para referirse a este aspecto y que recorre el libro: “tracción regresiva del consenso social hasta el límite de lo posible”. Algo así como empujar el debate social a lugares que ya creíamos que estaban saldados, pero que efectivamente no lo estaban, pues sin duda fuimos bastante inocentes. Más allá de estos momentos más ambiciosos, cuando detecta una relación de fuerzas adversa, cambia el semblante, hace gestos, de escucha, de diálogo, admite sus errores. Tiene, indudablemente, instancias más oscuras de construcción de enemigos internos y de lógicas de excepción. Tiene también como actitud hacia esas masas la construcción del triángulo entre medios, sistema político y partido judicial, que logra generalizar el agobio. Y despliegan también, como actitud frente a las masas, una interpelación a ser parte de cierta cruzada moral contra “la corrupción”, asunto por demás importante.

Tzeiman se refiere al “shock social” que produjo la noticia y las imágenes (las imágenes que vimos y las que nos obligaron a creer que habíamos visto) de las famosas bolsas de dinero de José López en el funesto convento. Hablándole a esa indignación moral, se monta la cruzada que algunos funcionarios cínicamente denominaron “Conadep de la corrupción”. En todas esas interpelaciones es interesante observar cómo el estupor y la rabia se articulan en una suerte de dispositivo de gobierno de la opinión pública, que actúa y cala muy profundamente. Resulta sugerente pensar esta operación con el término “shock”, pues remite a la teoría de Naomi Klein, según la cual cierta agitación intensa y aterradora es condición para el despliegue del neoliberalismo. En este caso pareciera que la indignación moral opera como equivalente.

Alrededor de la cuestión de la corrupción, como de otras, también el macrismo se articula con memorias previas que habilitan nuevas genealogías. No solo podríamos asociar estas cruzadas del presente con las impulsadas alrededor de la gestión yrigoyenista o peronista (Perón también tuvo su Lázaro Báez, que era Jorge Antonio), sino más recientemente, el problema de la corrupción fue muy retomado desde la Iglesia. Bergoglio, antes de ser Francisco, por ejemplo, cuando tenía que pensar la crisis de 2001, lo hacía de manera muy ligada al problema de la corrupción: la corrupción de los políticos, pero también la corrupción de los pobres que no querían trabajar y que entonces no realizaban las contraprestaciones laborales a las que supuestamente los obligaban los planes de asistencia del estilo Plan Trabajar. Al respecto, la Radiografía política del macrismo da cuenta de un refuerzo por parte del macrismo del imaginario labor-céntrico y su combinación con lo que una investigación de Ezequiel Ipar y Gisela Catanzaro denomina subjetividad antidemocrática. La afirmación de este imaginario es capaz de sustraerse de la contradicción de que el nuevo/viejo imperativo de la “meritocracia” esté en boca de herederos, del mismo modo que logra obviar el paradójico hecho de que los adalides de la anticorrupción pueblen los Panamá papers. De poco sirve, como estrategia política, machacar sobre estas contradicciones, pero no está de más recordarlas.

Como vemos el macrismo hace cosas muy diversas con las masas y ahora vemos que amplia más su repertorio vía represión. Por último, querría decir algo sobre el análisis que hace Tzeiman acerca de aquello que las masas están haciendo con el macrismo. Se trata, sin dudas, de masas muy disímiles, que incluyen mujeres, estudiantes, obreros sindicalizados pero también obreros informales, movimientos sociales, multisectoriales. Al ver sus acciones todas juntas, enumeradas en el libro, salta a la vista y sorprende la hiperactividad de esas masas. La enumeración resulta iluminadora, pues muestra que las masas no sólo han sido muy prolíficas, sino que además han generado nuevos repertorios. No se han quedado quietas, y muy desde el inicio se movieron, nos movimos. Y en ese sentido, es tan intenso el recorrido de todos esos movimientos, de esos hechos de masas, que cuesta entender el resultado electoral, porque efectivamente fueron muy potentes. Allí asoma una tarea pendiente, de las muchas que tenemos para entender “esto”: volver a interrogarnos sobre la relación entre esos hechos de masas, esos hechos callejeros, esas demostraciones, esas nuevas formas de organización, y su correlato más electoral. Una relación siempre compleja, y quizás ahora aún más.

Natalia Romé:

Radiografía política del macrismo abre un espacio en el tiempo de nuestra coyuntura, de dos maneras que, de alguna forma, ya Ezequiel y Ana plantearon, pero que a mí me gustaría subrayar. Una es, efectivamente, la cuestión de la temporalidad. La caracterización de la coyuntura no solo consiste en una pregunta respecto de cuál es esta coyuntura; es decir, cuáles son sus rasgos; sino antes que eso, hay otra pregunta que tiene que ver con lo acontecimental. Lo que quiero decir es que antes de preguntarnos sobre los rasgos de nuestra coyuntura, deberíamos preguntarnos por sus límites. ¿Estamos efectivamente ante una “nueva” coyuntura? ¿Qué hay de nuevo, qué de viejo, cuánto de continuidad y cuánto de disrupción?

Uno de los aspectos más interesantes del libro de Andrés es que esta cuestión no es soslayada. Hay, en el modo de plantear su análisis, una reflexión respecto de este punto. No se asume como un a priori la “novedad” del macrismo, ni la “identidad” de su coyuntura resulta un dato indiscutible. Cuando uno parte de un dato, parte de las coordenadas de inteligibilidad de la ideología dominante, por decirlo de alguna manera. La primera pregunta debe ser, entonces, si efectivamente hay algo que pensar y si eso que llamamos macrismo, es algo, es una cosa, es un conjunto difuso de tramas históricas; es un sujeto político o una tecnología de gobierno… digo, no sé. Qué cosa es, y si efectivamente es algo, me parece que es la primera pregunta que todo ejercicio crítico de pensamiento debe exigirse.

Pues bien, en el libro hay una reflexión de este tipo sobre la temporalidad; un modo de relacionarse con el acontecimiento. Me acuerdo de una referencia de Foucault en La arqueología del saber, cuando dice que el acontecimiento es un objeto, es un problema, es una intuición de partida. Hay algo de la coyuntura del acontecimiento, y en nuestro caso, de este acontecimiento que es el macrismo, que aparece en el libro de tres modos, que son tres modos de relacionarse con el acontecimiento.

En principio, el acontecimiento aparece como una intuición. Hay el macrismo, existe una cosa que es el macrismo. Hasta hace poco tiempo, podríamos haber dicho que tal cosa no existía. Quiero decir, que el triunfo electoral de un frente o una alianza política no alcanzaba para hablar de un sujeto político “macrista” o de un proceso histórico, como una construcción de un bloque de poder macrista, que es lo que hoy estamos discutiendo. Pero, en este sentido, hay algo más. El libro de Andrés asume esta apuesta de afirmar que el macrismo existe como tal, como un proceso histórico-político y como una inflexión singular en nuestra coyuntura, pero no lo hace de cualquier modo. Me interesa especialmente señalar que ese punto de partida en el caso de este libro es partisano. Eso que hay puede ser afirmado desde una intuición que es política y tiene que ver con una perplejidad, con el asombro ante una derrota, con una conmoción del compromiso con la coyuntura. No se trata de una pura curiosidad analítica por el objeto, no se presupone una distancia de la contemplación.

En ese sentido, el libro deja un saldo epistemológico. Es un libro teórico porque es político (y no a pesar de ello). Las preguntas que organizan el planteo general del trabajo están incitadas por una pulsión política. Hay algo ahí para desplegar y para pensar sobre la condición controversial de la teoría y de la producción teórica. En tiempos de “analistas políticos” a demanda, cuando la interrogación sobre el presente está mayormente tomada por el pensamiento tecnocrático o el cálculo estadístico de las “opiniones”, resulta imprescindible defender otras motivaciones, otros modos de plantear un diagnóstico ajustado de nuestro tiempo. La genuina inquietud política es, sin dudas, un motor inigualable para la producción de conocimiento justo y riguroso (en definitiva, crítico) de nuestras condiciones de vida y de la complejidad de nuestro presente.

Una segunda relación del libro con el acontecimiento (macrista) es su caracterización. En este segundo nivel, la pregunta es por la forma singular de este acontecimiento. ¿Qué hace el macrismo? –decía Ana hace un momento–. Entiendo eso de esta manera: ¿cuál es su forma singular? Porque no hay una caracterización en general, no existe acontecimiento, en general. Lo que hay que identificar e intentar entender es una forma singular de anudar una coyuntura. Ese es uno de los grandes logros de Radiografía política del macrismo, antes que dar por sentada la existencia de esa cosa nueva que sería el macrismo, el libro entero se dedica a precisar las genealogías, las diversas tramas temporales, lo nuevo y lo viejo que se tejen como “el macrismo”.

En ese sentido, por ejemplo, Martín Cortés en el Prólogo recoge una de las grandes preguntas en cuestión: la idea de la “vieja/nueva derecha”. Preguntarse si estamos ante el partido del orden, o ante la clásica contradicción del capitalismo periférico, entre las sedes locales del capital internacional y las formas autóctonas. Se trata, una vez más, de la ya clásica tensión entre determinación histórica y práctica política. El libro es muy rico y además es muy valiente en ese sentido, en plantear ese problema en tales términos. Se llama Radiografía política del macrismo, pero entiende a la política como una práctica, acontecimental si se quiere, situada, determinada por un conjunto de limitantes, de condiciones de posibilidad. En ese sentido, me parece que también cumple una función de oportunidad en nuestra coyuntura, porque produce una batalla en dos frentes, con dos modos que se están de alguna manera bosquejando en este ejercicio de inteligir el presente. Un modo ciertamente fatalista, o en todo caso neoeconomicista, que casualmente (o extrañamente) es enunciado por un espacio político que se ufanó, durante largo tiempo, de haber recuperado las armas de la política. Lo digo de este modo más incómodo: nosotros, que recuperábamos las armas de la política, ahora recordamos que hay una contradicción de clase. Me parece que es interesante que el libro dé esa batalla (profundamente filosófica) en términos de la clave de intelección que propone de la coyuntura. No se trata solamente de la realidad histórica de la periferia capitalista (realidad que enunciaba, por ejemplo, la teoría de la dependencia); simultáneamente, la práctica política exige ser pensada en sus prácticas y su lógica específicas.

Pero a la vez Andrés da otra batalla, en un frente probablemente más difícil. Es la disputa con una suerte de neopoliticismo que aparece como una suerte de fascinación del instrumento, del instrumento del marketing político, de la comunicación política, una suerte de nueva tecnocracia política, que por momentos parece crítica del macrismo y por momentos parece una suerte de fascinación. En los últimos meses, algunas columnas de colegas que se caracterizaban por tener cierto posicionamiento crítico parecen celebraciones de “duranbarbismo”. Como si la política, de pronto, fuera la técnica de la política.

El libro asume el esfuerzo de encontrar ese espacio, que no es “la ancha avenida del medio”, ni es tampoco la tercera posición, sino abrir un espacio de pensamiento, que dé una batalla, que se haga un espacio contra los distintos desvíos (que son siempre modos de asedio de la ideología dominante), contra el ejercicio de pensar lo que no se deja pensar.

En tercer lugar, el trabajo sobre la temporalidad que propone Ezequiel consiste en pensar la coyuntura como un nudo de historias, o mejor, como un nudo de historicidades. Cuando Andrés evoca ese contrapunto con el 76, uno podría decir: estamos entonces en la herencia de la dictadura, el macrismo es la continuación por otros medios del proyecto de reestructuración profunda de nuestra sociedad, esa es nuestra coyuntura. Simultáneamente, también dice que hay que pensar al macrismo como el resultado de una crisis de la representación que podríamos ubicar en torno a la crisis del 2001. Entonces nuestra coyuntura es todavía el 2001. El 2001 no pasó, no había pasado, estamos en el 2001. Pero tampoco es posible entender el macrismo sin pensar ese vínculo especular, esa suerte de reacción ominosa al kirchnerismo (lo que planteaba Ana como el proyecto de desarticular el fantasma populista).

Este planteo analítico es posible porque el libro contiene un trabajo filosófico sobre la historia, un trabajo filosófico respecto de la categoría de tiempo, de dialéctica, de determinación, de acontecimiento. Este es el otro elemento que vale la pena recuperar y rescatar. Porque no hay pensamiento crítico, no hay ciencia sin algún tipo de interrogación filosófica, sin alguna pregunta respecto de cuál es el lugar de enunciación, cuál es la coyuntura, cuál es nuestro tiempo. Cuando la ciencia se deshace de eso, deviene técnica. El pensamiento político sin filosofía es técnica de dominación social, el pensamiento teórico sin filosofía es tecnocracia. Radiografía política del macrismo no ofrece nada parecido a un discurso especulativo, ni siquiera se propone hablar de filosofía, ni sobre el rol del intelectual, en general. Pero contiene un trabajo práctico, un modo de pararse, de vincularse con las grandes preguntas del presente, que hace a la cuestión filosófica. Y, sin dudas, gran parte de su potencia crítica se apoya en esta condición, en este trabajo en el pensamiento, en esta capacidad para desarticular evidencias y formularse preguntas allí donde nadie las formula.

Dicho eso, concluyo con unas pocas notas de lo que son algunos aportes y hallazgos de Andrés, para incorporar a las lecturas muy interesantes de Ezequiel y Ana, que hemos escuchado. Ezequiel rescataba recién el modo de plantear el problema de la coyuntura como un campo de fuerzas, y Ana subrayaba la pregunta acerca de lo que hace el macrismo con las masas y lo que hacen las masas con el macrismo. Yo propongo leerlo como una pregunta por la hegemonía. La gran cuestión del libro es la de plantearse la pregunta sobre el proyecto hegemónico de la derecha. Un proyecto hegemónico que es analizado por Andrés, recuperando algo que en nuestro campo intelectual parece haberse perdido de vista, que es que la hegemonía hay que pensarla junto con el problema de la lucha de clases.

La otra cuestión es lo que aparece como hegemonía negativa, recuperar esa categoría de René Zavaleta. La pregunta que atraviesa todo el libro, acerca de si “macrismo” es el nombre de un proceso hegemónico y de una potencial configuración de un bloque histórico, dialoga con el reciente “debate Natanson” (“hay una hegemonía/no, no hay una hegemonía”, como si supiéramos de qué estamos hablando cuando hablamos de hegemonía, como si no hubiera ahí que dar un montón de discusiones, que abrir un montón de preguntas sobre ese concepto). Y en relación con eso es que interviene teóricamente y analíticamente Andrés, con la recuperación de la categoría de lucha de clases.

Esto abre el camino a una cantidad de preguntas muy necesarias; respecto, por ejemplo, a las posibilidades de hablar de hegemonía en los casos de una “hegemonía” producida “desde arriba”. O la introducción de la categoría de hegemonía negativa, donde reaparece una tendencia coactiva, supone también empezar a pensar si un proceso hegemónico es necesariamente “democrático”. O si, inevitablemente, cuando se trata de un bloque de derecha, hay una negociación específica entre consenso y coacción que, tendencialmente, va a devenir en una derechización muy fuerte y desdemocratizadora.

En este sentido, la complejidad que este libro encara y las preguntas que no deja de formularse como condición para el análisis, ponen de relieve y a contraluz un corrimiento hacia la derecha del propio campo “intelectual” de los análisis políticos. El libro expone el espectro de preguntas ausentes en ese mapa de consultores, analistas o “intelectuales”, al punto de permitirnos preguntarnos si acaso ese desplazamiento de la agenda del debate no estará ya en sí mismo, anticipando el modo en que funciona una hegemonía negativa. Un modo, podríamos decir, “transformista”, en el sentido de ir descabezando las cúpulas, de ir cooptando los intelectuales, de ir avanzando sobre la clave misma de intelección de la coyuntura.

Simultáneamente, la otra gran ventaja analítica (y crítica) que surge al reponer el lazo entre el concepto de hegemonía y el de lucha de clases es la posibilidad de reconocer las limitaciones y la inercia en el modo de organización de los sectores populares. Ahí aparecen varias cuestiones. En principio, se problematiza la idea de que cuando hablamos de hegemonía estamos hablando de una técnica de gobierno o de una lógica formal y que podamos abandonar el componente histórico-procesual de los procesos hegemónicos. En definitiva, se pone en cuestión cierto desvío laclausiano en la teoría de la hegemonía. Porque la discusión sobre si puede haber hegemonía de derecha, hegemonía de izquierda, tiene que ver con cierto vicio formalista. Como si la hegemonía pudiera ser una suerte de estrategia de la articulación y no tuviera nada que ver con la historia (la historia de la burguesía, la historia del movimiento obrero, etc.). Esta discusión es vital para el campo popular y para las discusiones políticas sobre el desafío de su recuperación y fortalecimiento.

Pero hay además otros dos elementos que son grandes hallazgos de este libro y se vinculan un poco con lo anterior. Uno tiene que ver con la relación de especularidad con el kirchnerismo, en la estrategia del macrismo de estar en algunos aspectos “un paso adelante” de la agenda pública (o hacia atrás, deberíamos decir, porque Andrés habla de “tracción regresiva” en el estado del consenso). Esa táctica del ensayo y error, que Andrés llama “tracción regresiva hasta el límite de lo posible en el consenso social”, me pregunto si no forma parte del vínculo especular con el kirchnersimo: como una suerte de jacobinismo de derecha macrista. Me parece que ahí hay algo muy interesante para pensar una estrategia de intervención hegemónica, de producción de hegemonía.

Y el tercer hallazgo del libro se relaciona con el programa de transformación profunda de la sociedad civil que constituye uno de los pilares de este proceso macrista y que consiste en la desarticulación de sus mediaciones, el debilitamiento de las formas de organización (los sindicatos, las organizaciones sociales, los partidos políticos, etc.). Me pregunto si eso es una “novedad” del macrismo. Y lo subrayo porque me parece que esa es una de las preguntas incómodas –y tremendamente necesarias– que el libro deja abierta y que debemos en algún momento hacernos. Si acaso no hubo, si acaso no fuimos partícipes de un modo de organización, de armado político, de un modo de concebir la organización política en la que no estaba ya en juego esta tendencia a, no diría “desarticular”, pero sí en todo caso a descuidar o desalentar la consolidación de esas estructuras de organización de la comunidad, de organización de la sociedad civil, que son, en momentos de resistencia, los enclaves de la lucha política organizada y de la potencia de las masas (más allá de las formas vitalistas, espontaneístas).

Lo que digo es que, por lo menos, hubo un modo de construcción política que no colocó allí una preocupación importante. Estoy convencida de que eso no fue un objetivo, no hubo un objetivo de desarticular las mediaciones, las organizaciones intermedias de la sociedad civil, pero no hubo tampoco una política de reforzar esas organizaciones en su lógica propia, con su relativa autonomía. Voy a aclarar algo más: ¿En dónde veo yo esa lectura en el libro de Andrés? Cuando él plantea que el modo de organización del campo popular está capturado por cierta inercia que tiene que ver con el trazado de un antagonismo muy grueso. Y en qué medida ese antagonismo grueso (la polarización, la grieta, etc.) no funciona hoy como un obstáculo para la reorganización de un campo popular donde esa demarcación “kirchnerismo/antikirchnerismo” impide la rearticulación de una potencia popular que se unifique considerando la prioridad de una contradicción principal, que es la lucha contra el neoliberalismo. Cabe preguntarse si algo de ese desatender, descuidar, o no promover la lógica organizacional de la sociedad civil, no forma parte de esa tendencia a la polarización. Si nosotros no logramos revitalizar nuestras diferencias internas, si no logramos encontrar la potencia específica de nuestras contradicciones, de la heterogeneidad de los sujetos que pueden referenciarse en ese espacio popular, entonces esa demarcación entre kirchnerismo y antikirchnerismo se vuelve políticamente impotente. No estoy diciendo que el antikirchnerismo sea una invención del kirchnerismo, pero creo que el modo de transitar esa subjetivación política no es un único modo posible. Se puede transitar aspirando a la homogeneización del campo popular, o se la puede transitarla haciendo pie en un conjunto de organizaciones que tienen su historia propia, sus modos de articulación propios, sus lógicas organizacionales propias.

Yo creo que ese es el desafío de la práctica política, y en ese sentido (lo digo en primera persona para que no parezca otra cosa) nos equivocamos. En ese sentido, no supimos ver dónde estaba la potencia de nuestro pueblo, en su historia, en sus lazos históricos construidos. En algún momento habrá que repensar eso. Me parece que forma parte de la tarea de forjar un espacio intelectual comprometido el hacerse cargo de las propias contradicciones.

Andrés Tzeiman:

Ezequiel decía algo que creo que es interesante discutir. Esto de si es una novedad de esta derecha que se haya presentado a elecciones y haya ganado, aun cuando lo haya hecho sin acudir a representaciones políticas populares. Y efectivamente es cierto que Menem en 1995 se presentó a elecciones y ganó, y ya habían pasado seis años en los cuales se podía vislumbrar qué era lo que había hecho, qué era ese proyecto, punto que debe tomarse en cuenta. Creo que, ciertamente, y esto va en espejo con la experiencia populista, hay una relación distinta con el sistema político. Si uno piensa en sentido fuerte el concepto de sistema político, hay una función que cumple en la sociedad la de garantizar cierta estabilidad política. Y me parece que, en la clave de lo que decía Natalia en su intervención, hay una especie de tracción fuerte allí, un panorama político que nos muestra una coalición que representa directamente los intereses de la derecha política, de los poderes fácticos, y en un contexto también de construcción de un proceso de revancha social. He allí un elemento nodal que en el 95 no estaba. El problema de la revancha es sustantivo. Creo que en ese punto es posible trazar un paralelismo con el 76, donde no solo tenemos el problema de la inexistencia de una crisis, sino también el tema de la revancha y del aleccionamiento, del disciplinamiento como asunto sustantivo. La idea de volver a poner las cosas en su lugar, de volver, como dice Martín Cortés en el Prólogo, a una naturaleza de las cosas, y la virulencia con que ese proceso fue llevado a cabo, me parece que marca el pulso del deseo de las clases dominantes. Ahí hay una relación entre sistema político y clases dominantes que es singular, y creo que es distinto en relación con aquel momento de 1995. Pero, de todas formas, sí puede pensarse cierta relación con 1995 si atendemos a cierta eficacia ideológica que tuvo aquel gobierno de Menem, y que también tiene este gobierno de Cambiemos, incluso para poder movilizar mayorías en términos electorales. Me parece que ese elemento requiere ser pensado con atención.

Por otra parte, otra cuestión que creo que es interesante discutir, y no solo en su dimensión más actual, sino a la luz de una comprensión más amplia de la Argentina post-1945, tiene que ver con el papel del sindicalismo. Hay un texto del pensador boliviano René Zavaleta que se titula El Estado en América Latina, donde acuña un concepto que es el de ecuación social, en el que él trata de plantear, en las distintas formaciones históricas nacionales, la relación que existe entre Estado y sociedad civil. Zavaleta sostiene que hay una singularidad argentina en América Latina, que viene dada, precisamente, por el papel del sindicalismo. Por mi parte, diría que el sindicalismo en Argentina es –en su estructuración social como un país de modernización temprana, como un país con un grado elevado de industrialización– algo así como un “gancho” entre Estado y sociedad civil. Es un factor sustantivo en la reproducción sistémica. Tal es así, que ni siquiera en los momentos más álgidos de la lucha de clases en Argentina (llámese el 69 y los primeros años de los 70, momento en el que se constituye una institucionalidad paralela, que es la CGT de los Argentinos) no hay un quiebre en la CGT, porque evidentemente tiene un papel en materia de reproducción sistémica. No es casual que en los 90 también surge una central paralela. Desde mi perspectiva, aunque es un aspecto que hoy no está suficientemente atendido, los reacomodamientos en materia sindical dicen mucho de la etapa. El papel y la voz pública que tiene, por ejemplo, la Corriente Federal de la CGT es un síntoma de la etapa. El papel que tienen los movimientos sociales interpelando a la CGT es otro síntoma de la etapa, incluso también de la “pesada herencia” kirchnerista. Los movimientos sociales interpelando a la CGT, y la CGT teniendo que sentarse con los movimientos sociales. La misma CGT que en 2013-2014 decía que eran todos “choriplaneros”, hoy se está sentando en la central de Azorpardo con esos mismos actores. Es decir, hay un proceso de interpelación al sindicalismo que habla no solo del piso de construcción popular, sino también de los reacomodamientos que se están produciendo en materia sindical. Sería oportuno poner un foco de atención a este proceso, pues puede ser un elemento sumamente importante en lo que viene de aquí en más.

Por último, es importante señalar que estamos en una nueva fase después de abril de 2017. Ha habido un quiebre muy fuerte en el proceso político que podemos pensar a partir de dos fechas, o, mejor, a partir de tres. La primera es la del 7 de marzo de 2017, con aquella marcha de 400.000 personas al Ministerio de la Producción en la que los líderes de la CGT tuvieron que irse por la puerta de atrás del escenario. Ese acontecimiento produjo sin dudas un parteaguas para el gobierno, porque le demostró que los interlocutores supuestamente capaces de contener el conflicto social tienen sus propios límites, que también el movimiento popular tiene sus contradicciones. Incluso, esa escena mostró que existen sectores de ese propio sindicalismo que desean rebasar los límites que están planteando los dirigentes en materia de esta reproducción sistémica a la cual me refería anteriormente. Entonces, creo que ese fue un punto de inflexión para el gobierno. Si hasta ese momento el “gradualismo” se venía procesando fundamentalmente a través de la institucionalidad de la CGT, ese fue el momento en el que se produjo un quiebre. Todo el mes de marzo fue efectivamente un calvario para Cambiemos, porque se producían día tras día hechos de masas. Ese intenso nivel de movilización popular le hace entender al gobierno que necesita valerse por sus propios medios y que la contención de la CGT no basta para procesar la dinámica social. Pues bien, la marcha del 1 de abril fue una respuesta a eso, una instancia de activación de su propia base social: sectores medios y sectores de las clases populares. Si bien no lograron construir un hecho de masas similar a ninguno de los que nombré, tuvo su capitalización política, porque hay un espacio político consolidado, existe un partido del orden que se pone el equipo al hombro (por decirlo de alguna manera) para que ese hecho del 1 de abril tenga una resonancia social. Al mismo tiempo, el paro del 6 de abril fue un paro que la CGT no tracciona hacia adelante, sino que contiene el conflicto social, y que demuestra que la central obrera bajo ningún aspecto estaba dispuesta a ir a fondo con el conflicto. Es entonces cuando, para hablar en criollo, el gobierno dice: “somos nosotros o no es nadie. Con ellos, contamos hasta cierto punto”.

Tenemos aquí un quiebre en el que aparece tout court el jacobinismo de derecha, la actitud de llevar el proceso político hasta el fondo de las cosas. Eso se expresa –y la circularidad del libro llega hasta ese momento– en el “2x1”. El gobierno se dispone a discutir todo, incluso la memoria histórica del 76, la memoria de los sectores populares en su conjunto (por lo menos en el período reciente). Esta iniciativa, entiendo, regresa con el caso Maldonado. Nuevamente el gobierno se decide a discutir los derechos humanos. Tienen una obstinación con los derechos humanos.

Observamos, pues, un jacobinismo de derecha, que resulta especular al kirchnerismo, del que podríamos decir que fue un jacobinismo populista, porque traccionaba a la sociedad, colocaba el debate social en límites mucho más extremos que lo que la sociedad pedía. El macrismo oscila hacia el otro polo: tracciona los límites del debate muy hacia la derecha. De todas formas, no hay simetría ni ecuanimidad, pues en este caso nos referimos a un partido del orden, que articula a la clase política, al partido judicial, a los multimedios comunicacionales y, al mismo tiempo, a todo el poder económico, que, frente al fantasma del populismo, cierra filas y no concede. Percibo una radicalización del proceso político, que con la convalidación electoral se vuelve muy peligrosa. Pero, para no terminar pesimista, se trata de un juego peligroso, en tanto no mide la posibilidad de un efecto boomerang. No mide lo que puede pasar si las contradicciones del modelo económico se agudizan hasta ponerlo en riesgo. Sin dudas, resulta problemático que un proceso de estas características dure lo que un ciclo económico, pero el ciclo económico se agote o estalle, todo ese jacobinismo de derecha es también pasible de revancha. La última vez que existió cierto jacobinismo de derecha no fue en democracia, fue con una dictadura, que generó un hiato histórico. En la actualidad, existe un cúmulo de organización popular, de dirigentes políticos, que, al momento de la revancha puede generar un boomerang interesante. Obviamente hay que ver los tiempos en que eso se produce. También es cierto que la transformación estructural que pretende hacer el gobierno dejará sus huellas. La desarticulación de las mediaciones populares, la decisión de transformar fundamentalmente el mundo de las relaciones laborales, y principalmente, el sesgo de autoritarismo que plantea la construcción de un enemigo interno tienen consecuencias que en otros países como México y Colombia se ven con mucha claridad. Esa peligrosidad está latente, pero todavía el escenario está en disputa. Además, cuando el gobierno avanza sobre ciertas cuestiones –fue muy claro en el “2x1”–, hay una respuesta que es todavía muy contundente. Hay allí cierto límite social que aún florece. Entonces creo que es momento de estar atentos y no bajar los brazos completa ni parcialmente.


Cómo citar este artículo:
Ana Grondona. , Andrés Tzeiman. , Ezequiel Ipar. , Natalia Romé. "Radiografía política del macrismo. A propósito del libro de Andrés Tzeiman, diálogo y reseña a cuatro voces". El búho y la alondra [en línea]  Enero / Junio 2018, n° Ciclos y viceversa. Actualizado:  2018-05-03 [citado 2024-03-28].
Disponible en Internet: https://www.centrocultural.coop/revista/ciclos-y-viceversa/radiografia-politica-del-macrismo-proposito-del-libro-de-andres-tzeiman. ISSN 2618-2343 .

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